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Red Internacional
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Opinión. Crisis del peronismo: ahora ¿un cambio cultural y generacional?

Buscando salir por arriba de la hecatombe del peronismo, su sector progresista reflota con más vigor el mentado “trasvasamiento generacional” que apareció en boca de Cristina Kirchner el año pasado. Las voces más de izquierda exigen un “cambio cultural” profundo. Con todo, ¿es viable un peronismo a la altura de enfrentar y derrotar los planes de Milei?

Andrea Robles

Andrea Robles @RoblesAndrea

Sábado 17 de agosto 08:49

Antes que se destapara la denuncia por violencia de género de Fabiola Yañez, durante el mandato presidencial de su esposo Alberto Fernández, la foto del día sumaba duros datos económicos: aumentó 10% más la pobreza en 8 meses, alcanzando a más de la mitad de la población. Despidos y caída del poder adquisitivo del salario. En paralelo, las ganancias promedio de las principales empresas del país aumentaron de forma desorbitada; un festín para los “benefactores sociales”, como los considera Milei. La represión con el protocolo de Bullrich y los atropellos a los derechos humanos ascienden como por una pendiente brusca, queriendo avanzar en la impunidad de los pocos genocidas de la última dictadura militar presos. Pero es preocupación lo que atraviesa al gobierno “motosierra” sin plan ni rumbo no cierra.

La gravedad de la crisis del peronismo le da de comer al gobierno, y en general a toda la derecha, con el escándalo de una vida presidencial decadente hasta en su fuero íntimo, el centro de ataque es el movimiento feminista. Ofrece, además, una pantalla a los males de Milei. Del escándalo y el escarnio público del candidato que reunió tras de sí a casi toda la dirigencia peronista no se salva nadie. Todos lo apoyaron.

El kirchnerismo, en la persona de Cristina Kirchner, ha hecho siempre los deberes, apuntalando desde hace 10 años a figuras competentes para con la derecha. No por casualidad Scioli, Fernández y Massa fueron quienes en tiempos de Macri apoyaron muchas de sus leyes. Y sin olvidar que la candidatura de los Fernández y la unidad alrededor del Frente de Todos que los postuló fue para proponer una “alternativa” frente a una movilización de trabajadores y sectores populares que dejó en jaque el gobierno de Macri a fines de 2017. También frente a una “marea verde” de mujeres que, en las calles, abrió una nueva página en la historia de la lucha contra el patriarcado y su principal institución la Iglesia católica, poniendo todo el peso del aparato peronista para encausar la lucha en la esperanza en las urnas con el “hay 2019” como salida. ¿De las consecuencias de la política del “mal menor” se harán responsables?

No alcanza con decir que con el peronismo en el gobierno había 40% de pobreza y con la ultraderecha hay 10% más. El “mal menor” no funciona con el estómago vacío, ni con los músculos rotos de trabajadores pobres, ni con tantos otros flagelos. Y no funcionó: la “salida” fue por derecha (antes de que por izquierda, "válgame Dios" repiten los “malmenoristas” para hacer buena letra). Hoy, los que dijeron que había que enfrentar “al fascismo”, controlan las palancas desde la CGT y la CTA para impedir que se exprese la oposición a Milei en las calles, trabajan a reglamento en el Parlamento, como “oposición”, se pasean por los medios de comunicación apostando a las elecciones por lo bajo, dando pasos en el mismo lugar, esperando que los resultados del ajuste social empiecen a ensombrecer la figura de Milei.

De parte del peronismo de derecha es cinismo puro. En la otra punta, la política del “mal menor”, aceptando que la única posibilidad de enfrentar a Milei es esperando a las elecciones, votan con los pies que día a día avance la motosierra de la expresión más fidedigna del capital financiero, las grandes empresas y el FMI, sobre el pueblo. ¿Qué responsabilidad asumen los que dejan que Milei siga avanzando sin oponer una resistencia seria ni hacer el menor cuestionamiento en este sentido?

“Trasvasamiento generacional” o estrategia

El sector progresista del kirchnerismo, buscando salir por arriba de la hecatombe, reflota con más vigor el mentado “trasvasamiento generacional” del peronismo que apareció en boca de Cristina Kirchner el año pasado, parafraseando a Perón en 1971.

Recordemos que la nueva generación kirchnerista surgió cuando el crecimiento “a tasas chinas” en el subcontinente y la situación posterior a la crisis de 2001 otorgaron fortaleza a su gobierno. Al igual que la Cámpora o la UTEP, emergieron desde arriba, de las entrañas del Estado. El periodista José Natanson ha hablado del tema, sobre su dinámica desde el surgimiento. Frente a la adhesión política de una generación de jóvenes, señaló que “el kirchnerismo hizo lo que solía hacer cuando descubría movimientos susceptibles de ser capitalizados, como los organismos de derechos humanos, las organizaciones sociales y, en algún sentido, el rock: cooptarlo, relanzarlo y regularlo. Tal el origen de La Cámpora, que ya comenzaba a exhibir su perfil… y sus límites (…) El riesgo era que los jóvenes kirchneristas, súbitamente catapultados a posiciones de poder, resignaran cualquier espíritu de cambio para quedar inmersos en la letanía burocrática. El peligro no pasaba tanto por el desafío a la conducción, como sucedió con los Montoneros y Perón en los 70”.

En aquel período, Montoneros emergió como una corriente de centenares de miles, desde las fábricas, establecimientos y del movimiento estudiantil. Al interior del peronismo se expresaba la relación de fuerzas que abrió el Cordobazo y el fin de la dictadura de Onganía, a favor de los trabajadores y sectores populares, y como tal ese desarrollo constituyó un desafío para Perón. En cambio, de manera muy diferente –e hija del “neoliberalismo inclusivo” de los gobiernos kirchneristas– la nueva generación juvenil se desenvuelve por el camino gris, como el que recorrió “la Coordinadora alfonsinista, que también había nacido como el corazón militante de un movimiento progresista liderado por un Presidente audaz para transformarse, años después, en una colección de canosas promesas incumplidas” concluye el periodista de El Diplo (6/2023). Lo que para aquel entonces podía ser un riesgo hoy es una confirmación.

Con ideales de una “patria socialista”, dispuestos a dar su vida, la fuerza de esa juventud revolucionaria de los años 70 quedó atrapada en la estrategia de conciliación de clases de Montoneros de subordinación a Perón. El idilio del líder justicialista con la "juventud maravillosa" duró poco. Lejos quedó a su regreso del exilio, dos años después, su supuesto anhelo de “alas para la juventud” y "trasvasamiento generacional": con la Masacre de Ezeiza y la Triple A, dando rienda suelta a la burocracia sindical para “controlar al movimiento obrero organizado”, en fin, dando pruebas cabales de que venía a “normalizar” el país capitalista costara lo que costara… la estrategia histórica del peronismo siempre apunta al mismo lado.

Dada las características particulares de nuestro país, la tradición combativa de lucha de la clase trabajadora, la del movimiento estudiantil y frente al surgimiento de movimientos democráticos, el rol por excelencia del peronismo es impedir que surja esa alianza. Precisamente por eso es necesaria una perspectiva que pelee por unir a esos sectores en función de los intereses de la clase mayoritaria del país. No solo Juan Grabois sino muchos dirigentes progresistas del peronismo se justifican por tener que jugar el rol contrario, la parte de “contención” del peronismo, conviviendo con el rol de “orden” burgués porque “la historia y el peronismo” lo demandan.

El amigo del papa Francisco, para seguir justificando su apoyo a los “indignos”, dice que lo volvería a hacer porque está convencido que “detrás está el movimiento” –como si hablara de pueblo–. No se da cuenta que se pisa solo y se muerde la cola, confirmando que el “movimiento nacional y popular” nunca va a estar a la cabeza. La esencia del peronismo es maniatar las fuerzas de la clase trabajadora detrás de su estrategia. Con “indignos” o sin ellos, con concesiones o sin ellas, busca subordinarlas al entendimiento con los intereses de la clase dominante. Cristina no se cansa de repetirlo con otras palabras y habla del "capitalismo eficiente" como la meca.

La política que postula Grabois y muchos sectores del kirchnerismo es un loop, una sentencia del “mal menor” que queda iterando: ahora plantea cambiar el rostro del peronismo y construir el “núcleo duro” junto a Axel Kicillof y Máximo Kirchner. Pero, si hay que bajar la cabeza, las “verdades peronistas” y de la pirotecnia verbal pasar al apoyo de "indignos", a los "garcas", el fundamento es porque la "historia lo demanda”, ratificando una y otra vez de la corrección de haber apoyado a Scioli, Fernández y Massa. No importa que estos 10 años hayan sido de total retroceso para los sectores que él dice representar. La solución de ahora en más sería elegir "personas correctas" pero si la historia... y así vuelve a ingresar al loop del engaño y la resignación. Es el derrumbe de la estrategia del mal menor, como tituló Fernando Rosso.

Estas disquisiciones permanente, dignas de los meandros de la rosca política del partido que se arroga la representación “nacional y popular” de palabra, tapa una enseñanza reciente. Mientras Fernández y toda la clase empresaria y sus políticos se preservaron del virus del covid en sus mansiones y departamentos de lujo, la clase trabajadora dio una gran lección de clase, política y moral, dejando a la vista de todo el mundo que la sociedad es de clases y que papel juegan en ella. Durante la pandemia demostró su “esencialidad”: el mundo puede funcionar sin patrones y sin burocracias, pero sin trabajadores no. Una estrategia progresista en medio de la irracionalidad capitalista a la que somete a la humanidad debe empezar por buscar unir a las fuerzas que actúan en función de la solidaridad y los intereses de los trabajadores, las mujeres y la juventud, explotadas y oprimidas, debería apoyarse en los jalones de progreso que sintetiza la “cooperación” cotidiana que llevan a cabo desde sus lugares de trabajo y estudio.

No es casual la popularidad que se ganó el cántico “unidad de los trabajadores y al que no le guste, se jode”, desde que asumió Milei. Pero el peronismo, a través de la burocracia sindical y social, por el contrario, es quien garantiza la fragmentación, la precarización, la atomización de la clase trabajadora. Se naturalizan sus divisiones, en vez de verlas como resultado de las políticas neoliberales o posneoliberales, para cerrar el paso a una política de clase no corporativa. No se ha visto a la “nueva generación” del kirchnerismo levantar ni siquiera la voz para cuestionar el carácter de tapón de la movilización del peronismo. Todo lo contrario, lo integran por izquierda, le cubren las espaldas apoyando a candidatos que le caen bien al FMI y a la embajada norteamericana como Massa.

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¿“Un cambio de cultura política”?

Los que se mostraron más radicales en su caracterización de la crisis del peronismo actual fueron los concejales de Ciudad Futura, Juan Monteverde y Caren Tepp, en un artículo de Página/12, titulado “Derrota electoral, derrota política y derrota moral: Destrucción total”. Siguiendo a García Linera y la consideración de que “de una derrota moral no se sale, se recupera recién la próxima generación”, sacan la conclusión de que “eso es, justamente, lo que tenemos que hacer hoy. Acelerar el cambio generacional que ya era impostergable”. Y parecieran querer ir más allá cuando afirman que: “Cambio generacional que no implica simplemente retirar dirigentes, sino desterrar para siempre las prácticas totalmente naturalizadas que nos trajeron hasta acá”. 

Dejemos de lado la corrupción que es un fenómeno inherente a la participación en la dirección del Estado para garantizar los intereses capitalistas. Los santafesinos dicen que se trata de “encarar un profundo cambio de la cultura política. Que, transversal a toda ideología, es hegemónicamente verticalista, machista, porteña y clasista. Tenemos que cambiar la forma de cambiar. Es urgente”. Ante todo se están refiriendo a la cultura política de los partidos que se postulan para gestionar los asuntos del sistema, o sea de la cultura política burguesa, aunque lo enuncian despojado de su naturaleza de clase como si la única opción y la panacea fuera el lado “progresista” del capitalismo. Pero es lo que justamente 40 años de democracia capitalista vienen evidenciando en contrario: la práctica de una casta política es inescindible de su rol de defensa del sistema.

Milei, como Trump y Bolsonaro, son emergentes de este fenómeno de degradación de las democracias capitalistas, aunque no son un fenómeno nuevo. Antonio Gramsci lo definía frente al surgimiento del fascismo -como afirman los referentes rosarinos también retomando sus palabras-, cuando “lo viejo no ha terminado de morir y lo nuevo por nacer, nacen estos fenómenos aberrantes”. Pero de ningún modo el revolucionario italiano hubiese dicho que la salida era buscar la cuadratura del círculo. ¿Por qué apostar a cambiar la "cultura política" del peronismo cuyos cimientos se fundan en la “cultura política” que tan bien describen? Sabiendo que, en el mejor de los casos, se ayuda con caras nuevas para mejor tragar sapos. ¿Por qué, en cambio, no apostar a unir la fuerza de la clase trabajadora, de las mujeres y de la juventud, directamente, sin ser sirvientes del capitalismo, ni buscar que la burocracia sindical y funcionarios millonarios representen a las mayorías populares? A una estrategia independiente de la burguesía, construir un partido en cuya perspectiva, por ejemplo, se proponga eliminar para siempre la pobreza y la desocupación. Es cambiar en serio. Sin cambiar la estrategia de conciliación de clase por una que se funde en la lucha por un gobierno de y para los trabajadores y sectores populares volvemos a más de lo mismo.

Myriam Bregman, Nico del Caño, Alejandro Vilca, Chipi Castillo, Raúl Godoy, Alejandrina Barry, Andrea D’Atri, entre los referentes más conocidos del PTS en el FIT, son luchadores de la clase trabajadora, de las mujeres, de los derechos humanos, de la juventud, sus diputados ganan como un trabajador. No solo eso además construyen un partido que en sus cimientos concentra precisamente la pelea contra “el patriarcado, el verticalismo y el clasismo”, nadie podría asimilarlos a la práctica política de los partidos tradicionales. Lo verdaderamente nuevo es fortalecer la estrategia, el programa y la práctica política que se sostiene hoy en la lucha por que esta crisis, esta vez, la paguen los que la generaron, los grandes empresarios, el FMI, y no siga siendo a costa de los sufrimientos del pueblo trabajador.

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Andrea Robles

Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Integrante del CEIP y Ediciones IPS. Querellante en la Causa Triple A por el asesinato de su padre César Robles. Escribió "Triple A. La política represiva del gobierno peronista (1973-1976)" en el libro Insurgencia obrera en la Argentina (2009).

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