La tan postergada foto de reencuentro entre la expresidenta y Hugo Moyano se dio en la sede del sindicato de los mecánicos. Ricardo Pignanelli y “Paco” Manrique, titular y adjunto del gremio, fueron los anfitriones del encuentro. Un guiño que fortalece a la burocracia más entreguista.
Juan Manuel Astiazarán @juanmastiazaran
Martes 7 de agosto de 2018 09:17
La guerra fría que Cristina Kirchner y Hugo Moyano abrieron a fines de 2011 parece haber llegado a su fin. El reencuentro entre ambos se dio este viernes en la localidad de Cañuelas, ante unos 400 personas en la sede de Smata. Sin cámaras ni celulares, las únicas imágenes que se registraron fueron las difundidas de manera oficial y allí se ve a la expresidenta acompañada por los principales dirigentes del gremio de los mecánicos.
Dime con quién andas…
“La foto fue un gesto” aseguró Moyano al salir del encuentro y afirmó que están trabajando para hacer un frente. “Estamos trabajando con todos los sectores del peronismo, grupos sociales, sindicales, para hacer un frente y que tengamos un pensamiento más o menos parecido”, señaló.
Pero la presencia de los anfitriones Ricardo Pignanelli y Mario Roberto “Paco” Manrique, secretario general y secretario adjunto del gremio de los mecánicos, es sin duda otro “gesto” de igual importancia.
Desde que Mauricio Macri asumió la presidencia en 2015, Pignanelli y Manrique se convirtieron en colaboradores de lujo de su gobierno. Suspensiones, despidos y retiros voluntarios fue la política que implementaron las patronales del sector como General Motors y Volkswagen, siempre con la complicidad del sindicato para dejarlas pasar. Los “servicios” prestados por el gremio incluyeron la firma de un acuerdo con las patronales y el gobierno en marzo de 2017, en el cual se propusieron como meta elevar la producción de automóviles a cambio de flexibilizar todavía más las condiciones laborales.
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Como si el acuerdo firmado no bastara para mostrar el apoyo de la cúpula del Smata, en mayo de 2017 Pignanelli invitó a Mauricio Macri a la inauguración del Sanatorio San Francisco de Asís, propiedad del sindicato en el barrio porteño de mataderos. Juntos recorrieron las instalaciones y compartieron discurso. En el mismo, el presidente fue abucheado por los trabajadores que se encontraban presentes, motivo por el cual Pignanelli tuvo que intervenir a mano levantada para pedir silencio y calmar a sus afiliados. Al finalizar el acto, ambos se fundieron en un abrazo que parecía dejar atrás los tiempos en los que el titular de Smata se mostraba como un ferviente defensor del modelo kirchnerista.
Viejos conocidos
A pesar colaborar activamente con Macri en los primeros dos años de mandato, el número uno de Smata comenzó lentamente a despegarse frente a la crisis que vive el país en general y la industria automotriz en particular. En marzo de este año lanzó junto a Antonio Caló (UOM) el agrupamiento “Sindicatos en Marcha” y el 13 de julio realizaron una movilización en conjunto “en defensa de la industria nacional” y contra los despidos. Ahora, el Smata hizo de anfitrión del encuentro entre Cristina y Moyano y se posiciona como uno de los gremios que está en conversaciones para la conformación de ese frente al que se refirió el dirigente de Camioneros.
Pero si hay algo que reconocer es que esa alianza no es nueva y que Pignanelli es un viejo conocido de la expresidenta. Aliado incondicional durante su gobierno, en los últimos años de su mandato encabezó junto a los empresarios de las automotrices una verdadera cacería dentro del gremio contra la izquierda y el sindicalismo combativo y antiburocrático, con conflictos que tuvieron gran repercusión como los de la autopartista Gestamp y sobre todo, la dura lucha de la fábrica Lear.
El 27 de mayo de 2014, cuando los trabajadores de Lear comenzaban a llegar a la fábrica, la vigilancia informaba quienes podían ingresar y quienes no. Así se enteraban de las suspensiones a 330 trabajadores “por tiempo indefinido”. Era el comienzo de un conflicto que duraría más de 9 meses y donde se vería la verdadera cara de una burocracia sindical entreguista y la alianza que existía entre aquellos dirigentes, una empresa multinacional buitre y un gobierno que, a pesar de su discurso, puso todos sus recursos para derrotar y disciplinar a los obreros que enfrentaban los despidos y la persecución.
De origen estadounidense, la autopartista registraba en aquel entonces 122.000 empleados en 36 países y se inscribía entre las 500 principales empresas de todo el mundo, con ventas que alcanzaban los 16.000 millones de dólares. A pesar de eso, en Argentina los directivos pretendieron justificar el ataque alegando una supuesta “crisis” y para ello contaron con el aval del sindicato y la complicidad de un gobierno que dio vía libre a través del Ministerio de Trabajo y puso a disposición sus fuerzas represivas ante cada jornada de lucha de los trabajadores.
Las imágenes de las represiones en la Panamericana, comandadas por el secretario de seguridad Sergio Berni y desplegadas por la Gendarmería Nacional con especial saña contra los trabajadores, aún permanecen en la retina de millones y funcionan como el mejor resumen de esa santa alianza entre gobierno, empresa y sindicato.
Sin embargo, no son las únicas que muestran el brutal accionar contra los trabajadores.
El 17 de julio, el sindicato organizó una “asamblea” en la sede del Smata ubicada en Av. Belgrano al 600 (CABA) para destituir a la comisión interna. Siempre con el aval de la empresa, los micros que trasladaban a los obreros a la fábrica se desviaron hacia allí y los obligaron a firmar un acta, rodeados por una patota del gremio, mientras Pignanelli aseguraba que se trataba de “una asamblea sin debate”. Los delegados, por su parte, ni siquiera fueron comunicados. Era el paso necesario para quitarles los fueros y poder despedirlos.
El 20 de agosto la maniobra de la asamblea trucha se repitió, pero esta vez ya dentro de la propia planta. Para eso, la empresa y el sindicato transformaron a la fábrica en un verdadero campo de concentración, con la ayuda del gobierno nacional que aportó 500 efectivos de gendarmería y carros hidrantes y el gobierno provincial de Daniel Scioli, que envió 700 efectivos de la bonaerense para encargarse que los despedidos no pudieran moverse libremente. El clima se completaba con amenazas dentro de la empresa por parte de algunos burócratas que gritaban a los trabajadores que “el que no vota contra la interna se queda en la calle”. Los delegados de la comisión interna decidieron no ingresar e impugnar la nueva farsa.
El 1 de septiembre de 2014, tras doce fallos judiciales de reinstalación, los delegados lograron reingresar a la planta pero al hacerlo se encuentraron con una jaula de 3,5 x 2,5 metros montada en plena fábrica, donde fueron ubicados para mantenerlos encerrados durante su jornada de trabajo y aislarlos del resto de los obreros. La escena se completaba con personal de vigilancia que los acompañaba al baño, al comedor y por donde fuera que se movilizaran, al mejor estilo carcelario, mientras un grupo de cincuenta patoteros del sindicato eran liberados de sus tareas por la empresa para agredirlos y hostigarlos permanentemente. El hecho fue denunciado por personalidades de derechos humanos como Adolfo Pérez Esquivel y Nora Cortiñas, en lo que fue una acción totalmente inédita, discriminatoria e ilegal por parte de la empresa y el gremio.
El 10 de septiembre un nuevo hecho escandaloso pintó de cuerpo entero a la burocracia del Smata. Mientras en la fábrica los delegados eran atacados a empujones y golpes, otro grupo de patoteros con chalecos que rezaban “Pignanelli conducción” apareció en uno de los palcos de la cámara de diputados, pura y exclusivamente para insultar y amedrentar al diputado del PTS-Frente de Izquierda Nicolás del Caño en plena sesión cuando este se refería a la grave situación que se vivía en la multinacional norteamericana. Los hombres fueron llevados por el diputado del Frente para la Victoria y dirigente del Smata Oscar Romero, quien después de la agresión fue hasta el palco para saludar a sus muchachos y sacarse fotos con ellos, orgulloso.
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El 22 de octubre de 2014 una patota integrada por cinco hombres atacó la carpa que los trabajadores despedidos habían montado frente a la puerta de la fábrica. Dos de ellos llevaban armas de fuego y los otros tres cuchillos con los que tajearon las lonas mientras gritaban “se van o los vamos a matar”, ante la mirada de los efectivos de la Bonaerense de Scioli que dejó que todo suceda sin intervenir. Apenas dos días más tarde, una nueva represión feroz era descargada en Panamericana contra la 12° jornada nacional de lucha, resultando 50 trabajadores heridos , 13 hospitalizados y 2 detenidos. Incluso Del Caño, presente en la protesta, terminó con siete balazos de goma en su cuerpo disparados por Gendarmería.
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Uno de los últimos capítulos ya fue escrito en el año 2015, cuando el 21 de mayo, con el aval de la empresa, un grupo agredió dentro de la fábrica a uno de los trabajadores reincorporados, provocándole heridas cortantes en la zona del abdomen con la punta de un cutter. El agresor, como no podía ser de otra forma, era un hombre del riñón de Pignanelli.
Un gesto que vale más que mil palabras
A cuatro años de aquella lucha histórica de los trabajadores de Lear Corporation, Cristina Fernández de Kirchner reaparece junto a uno de sus sindicalistas preferidos. Un hombre que con su cacería desplegada al interior del gremio contra la izquierda y los sectores combativos y antiburocráticos supo rendir honor a la historia negra del Smata y a la tradición que supieron escribir dirigentes como José Rodríguez, encargado de entregar delegados opositores durante la dictadura última dictadura genocida.
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Un verdadero “gesto” que, sin dudas, fortalece a la burocracia sindical más repodrida patotera y pro empresaria. Una imagen que se repite y que sirve para graficar a quiénes incluye ese rearmado para el que vienen trabajando distintos sectores del peronismo que, en palabras del propio Moyano, “tienen un pensamiento más o menos parecido”.