Milei y la derecha despliegan un discurso brutal, alimentado la polarización con miras a 2025. En las calles y en las universidades, se insinúa una naciente y prometedora resistencia. En ese escenario, las fricciones entre Cristina Kirchner, Kicillof y Quintela desnudan una crisis estructural del peronismo.
Lunes 21 de octubre 20:05
“Estoy un poco perdido y me está dejando de importar”. Nadadores lentos.
El peronismo transita el tiempo de una crisis histórica. Las razones últimas están más allá de liderazgos y nombres. Trascienden el aburrido universo de la chicana agotadora, que habla de “traiciones”, Judas y Poncio Pilatos. En ese mundo de acusaciones cruzadas, aparecen como incomprensibles las diferencias entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof.
Como se analizaba hace una semana en este programa de Contrapunto , el debate no pareciera alcanzar contornos programáticos. Tampoco haría a orientaciones específicas. El gobernador bonaerense recita el mantra de las “nuevas melodías” solo para intentar efectivizar lo ya entonado por la exvicepresidenta: ampliar el peronismo a derecha, convocando a un amplio arco de voluntades.
El peronismo habita el mundo de la “pequeña política”. Aquella que, en términos de Gramsci, discurría en los estrechos marcos de las disputas personales o de reagrupamientos que, más allá de su fiereza, no trascendían los límites de lo establecido. Esa forma de la política se declara impotente para las grandes transformaciones. Aspira, resignada, a dejar intactas la estructuras sociales, económicas y políticas dominantes.
El peronismo no puede ofrecer una “gran política” que aliente una transformación estructural del país en interés de las mayorías. Propone, apenas, una versión matizada del ajuste que ordena el Fondo Monetario Internacional. Atorado en esa contradicción, discute lo que puede discutir: nombres y cargos.
Esa limitación no nació ayer. Se despliega hace tiempo en el movimiento que aun proclama “combatir al capital”. La experiencia del Frente de Todos aceleró esa dinámica. Desde la capitulación penosa ante la cerealera Vicentin hasta la ratificación de acuerdo con el FMI, el gobierno que encabezaron Alberto Fernández y Cristina Kirchner apareció en permanente postración ante el empresariado más concentrado, que -dueño temporal de los grandes medios de producción- delinea los destinos del país.
Dentro del multiverso peronista, el kirchnerismo ofició un discurso semi-crítico a parte de esa orientación. Pero la performatividad del lenguaje es limitada: enunciar una pelea no equivale a librarla. Las repetidas denuncias al poder económico no parieron ninguna movilización significativa, capaz de empujar una nueva relación entre Estado y el poder económico. Al “estatismo” progresista le sobraron palabras y le faltaron hechos.
¿El resultado? Allanar el camino para el triunfo de la rabiosa derecha pro-mercado que encarnó Milei.
Crisis de liderazgo
La liturgia laica del peronismo reza que “quien gana conduce y quien pierde acompaña”. En esa complejidad que implica habitar el llano, los triunfadores de cabotaje son pocos, pero se sienten con derecho a reclamar algún mando. Aunque sea el del oxidado Partido Justicialista.
CFK, por el contrario, aparece como uno de los rostros de la derrota electoral. Fracasados sus intentos de deslindar responsabilidades en la elección de Alberto Fernández, la pesada sombra de la última gestión peronista la acompaña a todas partes.
En este punto marca distancias Kicillof. Ganador en su distrito, no se siente obligado a un sistema de reglas que ofrece la nostálgica legitimidad del pasado. Las gestiones kirchneristas (2003-2015) quedan muy atrás en el tiempo. Apenas más acá, 2017 se presenta como fecha de la reválida electoral cristinista en territorio bonaerense. Pasaron siete años; cuatro de ellos bajo gobierno del Frente de Todos.
El quiebre entre CFK y Kicillof expresa una novedad. Remodela un espacio político que mantuvo continuidad desde diciembre de 2015. Constituye, en simultáneo, un notable límite a la influencia de la exvicepresidenta. Aun triunfando en la interna peronista, el kirchnerismo “puro” desciende en la tabla, hacia el territorio que ocupan las alicaídas fracciones del mundo pan-peronista.
¿Las elecciones parlamentarias de 2025 podrían revertir ese escenario? Demasiado tiempo y demasiados interrogantes para un intersticio temporal tan largo. Entre las incertidumbres cabe incluir las amenazas judiciales contra CFK y la eventual aprobación de la Ley de Ficha Limpia. Empoderando a un Poder Judicial discrecional y arbitrario, esa norma imposibilitaría su carrera electoral.
Exceso de Judas y Poncio Pilatos
La creciente fragmentación peronista ofrece oportunidades al oficialismo. Buceando en las internas, billetera en mano, Milei ejecuta con bastante éxito una intensa negociación que le ha permitido garantizar una inestable mecánica que alterna vetos y decretos. Esa labor requirió el consenso de una fracción de gobernadores, diputados y senadores que integraron las listas de Unión por la Patria. Una troupe de Judas, activamente dispuestos al toma y daca.
Deseosa de conformar un polo que atraiga a la derecha peronista más recalcitrante, Victoria Villarruel decidió enaltecer la figura de María Estela Martínez de Perón. La vicepresidenta construye a futuro, buscando aprovechar la diáspora justicialista. Tiene simpatizantes en ese territorio: Guillermo Moreno es uno; Sergio Berni, otro. Dato no menor: este domingo, desde la pantalla de C5N, el excarapintada criticó a Axel Kicillof. Su esposa y compañera política, la diputada nacional Agustina Propato, ocupa un lugar destacado en la lista de interna de Cristina Kirchner.
En esa dispersión, el mundo sindical atiende a su propio juego. A primera vista, frente al Poder Ejecutivo, aparece fraccionado entre semi-oficialistas y semi-opositores. Los primeros ejercen de aliados explícitos del ajuste en curso; los segundos ofrecen un menú de críticas que no logran convertirse en medidas de lucha acordes a la intensidad del ataque. Ofreciendo una tregua permanente, la CGT y la CTA garantizan el avance mileísta. Funcionan como verdaderos Poncio Pilatos de esa resistencia que empieza a florecer en universidades y lugares de trabajo.
El esquema no sostiene la misma rigidez en la interna peronista. Ricardo Pignanelli, burocrática figura que conduce totalitariamente el Smata nacional, ocupa un lugar destacado en la lista que encabeza CFK. En apariencia al otro lado de la grieta peronista, Héctor Daer y Pablo Moyano se ubicaron metros atrás de Axel Kicillof el pasado jueves, en el acto destinado a celebrar la tan descascarada lealtad peronista.
Solo el tiempo dirá si emergen nuevos Judas en ese peronismo es estado cuasi líquido. Poncio Pilatos abundan al momento.
Polarización y resistencia
Desbocado intento de polarización, la brutal afirmación presidencial acerca del “cajón del kirchnerismo y Cristina” define contornos de un tiempo marcado por el ascenso de los extremos políticos. Alimentado el odio de derecha, Milei apuesta a la consolidación de lo que considera núcleo duro.
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Del otro lado de la escena social, respondiendo la fiereza derechista, se delinea una naciente resistencia, que hoy cuenta al movimiento estudiantil como protagonista. Allí se condensa, además, un ascendente malestar colectivo hacia los resultados reales del plan económico en curso.
La Juventud del PTS-Frente de Izquierda juega fuerte a la extensión y desarrollo de esa resistencia: impulsando las tendencias a la autoorganización democrática; alentando medidas de lucha que permitan masificar los reclamos; apostando a la unidad y coordinación con otros sectores en lucha; enfrentando las maniobras de autoridades universitarias y direcciones burocráticas, que apuestan a la moderación del reclamo y su canalización en el acotado esquema del Presupuesto 2025.
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El peronismo, por el contrario, ofrece una imagen de ajenidad a esa naciente resistencia. La disociación no es resultado directo de la crisis interna. Corresponde, más bien, a una orientación estratégica. Las diferencias internas no opacan una coincidencia: apostar a que la bronca contra Milei se canalice solo electoralmente. Sea en 2025 o en 2027, ese laissez faire al ajuste conlleva el crecimiento de la miseria y la pobreza. Prepara el retorno a un país arrasado por el ajuste liberal-libertario.
Esa estrategia determina la orientación de los actores fundamentales en el movimiento peronista. La dirigencia sindical burocrática marca el paso en el mismo lugar: más lejos o más cerca del poder, trabaja como garante de la mal llamada “paz social”. En simultáneo, en la rabiosa catarata de acusaciones diarias, ningún sector del aparato político reprocha a sus adversarios escasa o nula combatividad en las luchas. Las críticas se enlistan, casi siempre, por derecha.
Los modos de la esperanza
En un tiempo tan lejano como mayo de 2019, Cristina Kirchner designaba a Alberto Fernández como candidato a presidente. Alineados a esa estrategia marcharon muchos de sus actuales contendientes internos. Hoy, en el llano de la derrota, el peronismo propone el mismo sendero. El futuro dirá qué nuevos o viejos nombres completarán el menú electoral. Más allá de los rostros, se invita a repetir el apotegma del malmenor, base del último y más resonante fracaso. En la crisis histórica que transita, se presenta incapaz de ofrecer otra alternativa.
Frente a esa esperanza desesperanzada, es posible empezar a edificar otro futuro. Uno que se nutra de la potencia que empieza a desplegarse en luchas obreras y estudiantiles. Que se alimente de esa juventud combativa, que -inundando las calles y tomando facultades- desafía la derecha gobernante. Un futuro que convierta en pasado la resignación y el escepticismo.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.