Los argumentos de la vicepresidenta de cara a la elección de candidatos para esta nueva campaña electoral, o cuando el contexto siempre se usa para poner el guiño a la derecha. Un desprolijo reinvento de la historia reciente y la verdad de cómo llegamos hasta aquí. Recetas viejas para un contexto nuevo: un estudio sobre el aumento del malestar con la democracia y la necesidad de hacer política de otra clase.

Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Miércoles 12 de julio de 2023 23:00

Antes de seguir hizo una pausa y tomó un vaso de agua. Discursos siempre había hecho muchos, pero lo que venía era fuerte. Cuando finalmente lo dijo, uno de los hombres de la mesa sonrió, con euforia apenas contenida. Otro tuvo dificultades para disimular su bronca, sin saber dónde meterse. Entre el público presente en Salliqueló aplaudieron con ganas, aunque no se sabe si todos, ya que en ese momento la transmisión oficial de inauguración del gasoducto no enfocó a Juan Grabois. Cristina lo había hecho: quizás no sin esfuerzos, pero había lanzado un elogio efusivo, enfático, contundente, a quien hasta hace pocos años pedía que ella fuera presa: Sergio Massa.
A Sergio le agradeció -casi en cadena nacional- “por la fuerza que le pusiste al gasoducto, pero también por la fuerza que pusiste desde que sos ministro. La verdad que te hiciste cargo en un momento muy difícil, muy complejo, no arrugaste y vas para adelante”. Parece que hay funcionarios que sí funcionan.
Habían pasado apenas dos semanas del terremoto. En aquellos días vertiginosos de cierre de candidaturas, el progresismo kirchnerista había pasado del asombro a la esperanza y de la esperanza a la desilusión en cuestión de horas. La lista, otra vez, sería encabezada por una cara poco simpática para el espacio, por decirlo suavemente.
Cristina había salido rápido a dar explicaciones, en una suerte de operativo contención del descontento, pidiendo a sus simpatizantes, menos de 48 horas después, que entiendan el texto pero también el contexto de la decisión. La pregunta, sin embargo, había quedado flotando en el aire: ¿el contexto siempre indica que hay que poner el guiño a la derecha? Después de Scioli fue Alberto, y después de Alberto, Massa: son tres elecciones presidenciales consecutivas con un ex menemista a la cabeza. Parece que todos los contextos conducen a Roma.
Y, sobre todo, ¿cuáles fueron los resultados de esa estrategia? El aumento de la pobreza y los avances electorales de la derecha, hablan por sí solos. O deberían: porque en realidad, desde que Massa se alió con Cristina para conformar el Frente de Todos, luego ser superministro y ahora candidato, la memoria está siendo víctima de un ultraje. Para algunos ya no es el traidor ni ventajita, no es el que prometió “barrer a los ñoquis de La Cámpora” ni el que le votó a Macri todas las leyes de ajuste y entrega cuando Cambiemos era minoría en el Congreso, sino que es Sergio, el que se hizo cargo de una crisis, el que coquetea con los Derechos Humanos -y no el que pedía mano dura y sacar a las Fuerzas Armadas a la calle-, el que habla de sacar al FMI -aunque sea a billetazos- y no el que viene aplicando sus duras recetas de ajuste y beneficios para los ricos mientras los pobres ya son más del 40 %. En ese desprolijo reinvento de la historia, la sigla Frente de Todos es arrojada al basurero junto con Alberto Fernández, quien sería el único responsable junto con Macri para explicar cómo es que llegamos hasta aquí. El pobre Sergio solo administra consecuencias, como adelantaron ya desde el año pasado Cristina Kirchner y su hijo Máximo para justificar al hombre de Tigre.
En esta operación política, hay una víctima más. Si la Argentina no fuera un país de coyunturas vertiginosas que se suceden una a la otra, aún estaría en el aire un debate de hace apenas más de un año, en el que albertistas y kirchneristas se cruzaron en una polémica acerca de la moderación. “La moderación puede ser transformadora”, decían los albertistas. “Moderación o pueblo”, respondían desde el otro lado. Claro, aún era la época en la que el kirchnerismo petardeaba a Martín Guzmán a la vez que lo sostenía en los hechos y el tiempo en el que criticaba el acuerdo con el FMI aunque a la vez dejaba correr su aprobación. Después vino Massa, y aunque su ajuste es aún más duro que el de Guzmán, todas esas críticas se escondieron debajo de la alfombra: con Massa al frente, ese debate lo ganó -previsiblemente- la moderación dentro del peronismo. Ganó el conservadurismo y de pasó dejó al desnudo cuánto de humo había en esa esgrima retórica. Otra vez: como con Scioli, como con Alberto, el relato va por un lado mientras que la consigna real siempre parece ser “la moderación al poder”. Así nos va. Eso sí, es moderación frente a los poderosos, ajuste duro para los de abajo.
Los contextos también se construyen: no son datos objetivos de una realidad ineluctable, sino consecuencia de las opciones que se toman y de las batallas dadas y no dadas. Si optás por Scioli, por Alberto y por Massa, si sostenés el ajuste aunque tu retórica lo critique y si los dirigentes sindicales y sociales de tu espacio dejan pasar todo sin lucha durante años, quizás, tal vez, en una de esas, estés contribuyendo a que avance la derecha en el plano electoral. Acá hay otro ganador del debate de esta pequeña batalla cultural de fuegos de artificio dentro del peronismo: Leandro Santoro, el dirigente conservador encargado de justificar siempre el statu quo “porque no da la relación de fuerzas” y que hoy, otra vez, encabeza la lista del peronismo en la Ciudad de Buenos Aires. La izquierda, que nunca creyó en este camino, viene desde hace años optando por un rumbo contrario, el de estar del lado de los que luchan y no de los que ajustan y el de construir otra alternativa política, sin esperanzas de que someterse a los factores de poder lleve a buen destino, acompañando la experiencia histórica de millones que habían tenido esperanzas en este Gobierno y hoy están desilusionados. No acumulamos claudicaciones para justificar el estado actual de las cosas, sino fuerzas para dar vuelta la historia. Jujuy adelanta que la coherencia suma, y que los resultados electorales de la derecha no son sinónimo de relaciones de fuerzas.
Una frase que frecuentemente se le atribuye a Albert Einstein es aquella que dice que “locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Hoy la dirigencia peronista quiere embarcar a sus bases en ese rumbo -con muchas dificultades para su credibilidad, como diremos más abajo-. Justificando a Massa como el candidato posible y tomando los consejos del consultor catalán Antoni Gutiérrez Rubí que guía la campaña de Unión por la Patria, ha recauchutado de la caja de herramientas la llamada campaña del miedo, esto es, la apelación al mal menor en comparación con los proyectos de las derechas opositoras de Milei, Bullrich o Larreta que, cada cual y a su modo, solo prometen ajuste y represión y se pelean cada día por mostrar quién puede ser más firme y a la vez gobernar.
En el plano programático, el peronismo versión 2023 apenas si promete juntar dólares con extractivismo y destrucción del medioambiente para pagarle la deuda al FMI. Quien evitó darle tanto maquillaje a este proyecto esta semana fue un hombre fuerte de los años `90, Carlos Corach, quien sin vueltas le dijo al periodista Alejandro Bercovich que "Sergio Massa puede ser un nuevo Menem".
Sin embargo, los contextos cambian . Aunque para algunos siempre indiquen lo mismo -el guiño a la derecha- para gran parte de la sociedad la repetición de recetas y la acumulación de fracasos llevan al descreimiento. Esta semana se conoció un informe de la Universidad Católica Argentina (UCA), que entre otros datos indica que la disconformidad con el funcionamiento de la democracia superó a más del 50 % de la población. Lógicamente, crece la desconfianza en el voto como factor de cambio, mientras que solamente un 8,2 % de la población confía en los partidos políticos.
Sobre esta base se desarrollan actualmente las crisis del peronismo que va a elecciones acumulando fracasos y de Juntos por el Cambio que va fragmentado y con sus partidos partidos. Pero también se viene desarrollando el factor Milei -actualmente sumergido en escándalos- que con demagogia populista y de derecha quiere capitalizar este descontento, en sintonía con lo que ha sucedido en otras latitudes del mundo en los últimos años.
Sin embargo -y aunque con menos publicidad mediática- también es cierto que la izquierda viene creciendo como expresión de una política de otra clase. El Frente de Izquierda, que fue tercera fuerza nacional en 2021, también hizo este año ya una elección histórica en Jujuy, conquista que fue puesta al servicio de organizar la resistencia después a los ataques de la derecha de Gerardo Morales y del peronismo cómplice en la provincia. Esto no solo fue un anticipo que demuestra que la rebeldía no se volvió de derecha y que habrá resistencia a los nuevos planes de ajuste, sino que es también un desafío: aportar al crecimiento del Frente de Izquierda encabezado por Myriam Bregman y Nicolás del Caño, en la campaña electoral y en las calles, es la tarea de la hora ante la decadencia del régimen político, para socavar las bases de la estructura capitalista que nos ha llevado a la situación actual.

Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.