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Red Internacional
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MEMORIA VIVA. Cuando la celda 7 estalló en aplausos

El autor, sobreviviente de la dictadura, recuerda el nacimiento del hijo de uno de sus compañeros de detención. Relato de “una alegría inmensa y colectiva en medio de tanto horror”.

Jueves 2 de junio de 2016

El 30 de mayo se cumplieron 40 años en que los militares genocidas me detuvieron en una cárcel de Córdoba. Lo ocurrido en aquellos meses de detención aparece y desaparece de mi memoria. Cuatro décadas después vuelvo a recordar uno de los pocos momentos en que sentí, sentimos, alegría.

Entre estos recuerdos que me dejaron los meses que estuve en la celda 7, del pabellón 10 de la cárcel de San Martín, hay uno que aparece de tanto en tanto: Felipe. Él cayó un tiempo después que yo.

Era un estudiante riojano que trabajaba en el Correo y militaba en el PRT junto a su compañera. Rápidamente nos tuvimos la suficiente confianza como para discutir, no solo de política, sino también contarnos nuestras vidas personales.

Ahí, en esas largas charlas, supe que su compañera había caído embarazada. Felipe sabía más o menos la fecha del nacimiento. Por eso a medida que se acercaba la fecha la ansiedad lo embargaba cada vez más.

Por noticias de afuera sabía que su compañera había logrado ser liberada por gestiones de un tío que era coronel del Ejército y que ella se encontraba junto a sus padres en Buenos Aires.

Un día, no recuerdo si de octubre o de noviembre, a Felipe lo llaman para que se acerque a la reja. Vimos que firmaba unos papeles. Cuando volvió a la celda, su cara estaba surcada por lágrimas. Había nacido su hijo.

Su familia se las ingenió para presentar unos papeles y que él pudiera elegir el nombre: Santiago. Así supimos el sexo y el día de nacimiento.

La celda estalló en aplausos y abrazos. La alegría era inmensa y colectiva, en medio de tanto horror y condiciones de detención terribles.

Cuando me soltaron nos pegamos un abrazo interminable y me dio el teléfono de su suegro para que le comunicara a su compañera que estaba bien y entero.

Era una tarde de otoño de 1977. En la plaza de Córdoba y Libertad, en la zona de Tribunales en la Ciudad de Buenos Aires, me encontré con la compañera de Felipe. Vino sola, con un temor bárbaro. Nos vimos solo cinco minutos y creo que nos transmitimos más con las miradas que con las palabras.

Nunca más la vi. Tampoco volví a saber de Felipe ni de Santiago. Pero son esos recuerdos imborrables que merecían un reencuentro, cuarenta años después, aunque sean a través de estas líneas.

Fueron esas pequeñas cosas, y las convicciones más profundas, las que nos permitieron sobrevivir a la dictadura. Y son esas pequeñas cosas las que nos permiten hoy gritar bien fuerte que no perdonamos, no olvidamos y no nos reconciliamos.

Un abrazo Felipe y a mi sobrino de parte del tío de la celda 7.