En el marco del suplemento de Historia de La Izquierda Diario, compartimos con nuestros lectores un capítulo del libro “Revolución obrera en Bolivia - 1952”, que muestra una de las batallas más picantes que vivió Sudamérica.
Daniel Lencina @dani.lenci
Viernes 14 de abril de 2023 00:00
¿Depósitos de armamentos saqueados en manos de los trabajadores de Oruro y Potosí? ¿El Ejército Boliviano emboscado y derrotado por los mineros y el pueblo trabajador? ¿La policía derrotada a manos de los trabajadores? ¿Una revolución obrera en curso? ¿Es acaso la revolución “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos” como decía León Trotsky? Todas estas preguntas surgen a raíz del libro Revolución obrera en Bolivia - 1952 de Eduardo Molina.
Para la presente edición recomendamos el capítulo “Los mineros se adueñan de Oruro y Potosí” que nuestros lectores podrán descargar en forma gratuita al finalizar esta nota. El libro es parte de la colección Historia Latinoamericana de nuestra editorial militante Ediciones IPS.
Cuando lo imposible se vuelve probable…
Durante siete décadas la revolución boliviana fue interpretada y contada según los cánones del nacionalismo burgués del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) donde prácticamente aparece muy poco el proceso que se da “por abajo”, entre los trabajadores fabriles y mineros que son quienes dieron la victoria a la revolución. Otra de las interpretaciones fue abordada por el POR (Partido Obrero Revolucionario, de orientación trotskista), que no terminó de profundizar el balance ni de la revolución ni de su propia actuación en la misma. Otra de las lecturas, muy interesantes porque rescata el testimonio de los sobrevivientes y protagonistas es el libro de Mario Murillo “La bala no mata sino el destino” que ya reseñamos. Finalmente la revolución también fue interpretada en clave “indigenista” con la cual polemiza Javo Ferreira en el prólogo del libro. Por su parte, Eduardo Molina pone en debate las principales lecturas sobre la revolución boliviana y reactualiza las lecciones que dejó la misma para preparar los combates del presente y el futuro en pleno siglo XXI.
El 9 de abril de 1952, lo que debía ser un golpe de Estado rápido, acordado por un sector de las Fuerzas Armadas, la Policía y el MNR se transformó rápidamente en una insurrección obrera triunfante, de masas, la primera victoria en la historia contemporánea de América Latina promediando el siglo XX. Eduardo Molina comenta en su obra que los altos mandos dirigentes parecían “todos caballeros de muy honorable palabra… como demostrarán el día 9, amaneciendo al otro lado de la barricada” (p. 388). El único punto de acuerdo entre los conspiradores era sacar del medio a Ballivian. El colmo de ello, es que la policía en La Paz, no solo no sabía de la conspiración sino que tampoco sabía en qué bando ubicarse. Tras una serie de combates en los barrios obreros, entre los que se destaca Villa Victoria, la capital boliviana cayó en manos de la clase trabajadora, quebrando la resistencia del ejército y destrozando a la policía. Una verdadera “irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”. Lo mismo sucedía en el altiplano: Oruro y Potosí.
…y lo probable se vuelve real
En el capítulo que hoy presentamos, veremos cómo los jefes de los altos mandos, sean del MNR o de las FFAA, al igual que en La Paz, le asignaron a las masas el secundario rol de “acompañar”. Pero, lejos de eso, veremos a una clase obrera que hizo su “escuela de guerra” no un día, ni una semana antes del inicio de la revolución, aquel 9 de abril de 1952, sino un sexenio antes. Es decir que durante los seis años previos, los mineros enfrentaron dictaduras, gobiernos democráticos (bastante flojo de papeles en cuanto a lo “democratico” ya que los analfabetos y las mujeres no podían votar), fueron víctimas de innumerables masacres donde la sangre de los obreros, campesinos e indígenas regó el suelo del altiplano y fue dejando grandes cantidades de litros. Además de resistir la represión, también se templó una vanguardia obrera muy cualitativa en los profundos socavones y campamentos mineros, moldeada bajo las Tesis de Pulacayo que fue un documento muy avanzado de le época que le aportó aspectos de independencia de clase y un programa anticapitalista a los trabajadores, bajo la influencia del trotskismo. Por todo esto, el pueblo trabajador no podía “acompañar” pasivamente, ajeno a la situación, a los acontecimientos desarrollados durante los días 9, 10 y 11 de abril. Algo tenían en claro, a pesar de las malas y escasas comunicaciones con los sucesos de la capital boliviana, por experiencia, los trabajadores sabían dos cosas claras: primero confiar en sus propias fuerzas y segundo estar en el bando opuesto a los militares.
Tanto en La Paz con la Radio Illimani como en Oruro con la Radio Mercurio, la voz de una mujer angustiada instaba a la población a concentrarse en las inmediaciones del Regimiento Camacho. Allí el general Blacutt, que supuestamente era parte de la revolución que debía encabezar el MNR, se pasó de bando a último momento y ordenó disparar una balacera contra los mineros de San José que habían acudido, dinamita en mano, a enfrentar la represión.
Oruro estaba en pie de guerra y venció por completo al ejército, en una batalla enorme y sangrienta al mismo tiempo, pero donde la moral y el entusiasmo obrero y popular estaban tan altos como los picos andinos congelados en la cordillera. Luego llegó el turno de Potosí, famoso por poseer la mina que la conquista española se cansó de robar los recursos, el Cerro Rico, una de “las venas abiertas de América Latina” al decir de Eduardo Galeano. En Potosí, los mineros reunidos, luego de desmantelar al ejército y la policía, reunidos en la plaza central gritaban “¿Quién va tomar el poder? ¡Los mineros!”.
“Cuando lo imposible parecía probable y lo probable se volvía real” parafraseando a León Trotsky, es cuando todo escepticismo de cambio radical de la sociedad, de las condiciones de existencia se derrumbaron como un castillo de naipes. Una vida que merezca ser vivida fue el motor que dió impulso a la revolución boliviana protagonizada por mineros, fabriles, mujeres y en menor medida, al menos en la fase inicial, por campesinos e indígenas.
En este capítulo veremos cómo los mineros y el pueblo trabajador del altiplano que sabía surcar los socavones de las minas, pronto surcaron los profundos socavones de la historia.
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Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.