El resultado de las PASO desató cierta euforia descontrolada en el oficialismo y algunos analistas. ¿Es Cambiemos el nuevo partido de las clases medias?

Eduardo Castilla X: @castillaeduardo
Sábado 19 de agosto de 2017
En las horas siguientes a la elección del domingo pasado, un fuerte impresionismo invadió salas de redacción y estudios de TV. Desde las definiciones que hablaban, en términos gramscianos, de una “nueva hegemonía”, hasta quienes pronosticaron el inicio de una “edad de oro” del Gobierno de Macri.
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Una pregunta empezó a sonar entre analistas y politólogos ¿Es Cambiemos el nuevo partido que viene a representar al espacio político de las clases medias? Difícil responder con certezas. Problematicemos.
Desde aquel diciembre…
La caída revolucionaria de De la Rúa dinamitó al partido radical. Le propinó un golpe enorme en el centro del poder político nacional. La onda expansiva llegó, desigualmente, al interior del país. En 2003, con una formula encabezada por -el hoy radical K- Leopoldo Moreau, el centenario partido realizó su peor elección en toda la historia, con un porcentaje que apenas alcanzó el 2,3 %.
En el interior del país, la UCR siguió existiendo al mando de pueblos, ciudades y algunas provincias. Se convirtió en una suerte de federación de pequeños y medianos caciques.
En el centro político del país, el vacío generado dio lugar a múltiples y variadas ofertas. Desde López Murphy, pasando por Carrió hasta el mismo Hermes Binner, ocuparon fugazmente el espacio nacional de esa representación.
Si el kirchnerismo aparecía hegemonizando al peronismo, en el otro polo la oposición burguesa no peronista fallaba en cuajar un armado político común.
La Ciudad de Buenos Aires, el lugar de la implosión abierta del radicalismo, parió ese proyecto llamado PRO, con Macri a la cabeza. No solo lo parió, sino que lo elevó a Gobierno durante dos mandatos consecutivos y lo colocó en la vidriera de la política nacional. Si los cordobeses llevaron a Cambiemos al poder nacional, los porteños fueron los que pusieron el basamento. Se trata de una “paternidad compartida”.
El PRO amalgamó a radicales y peronistas que pululaban tras el estallido y crisis de sus partidos. Esos retazos vinieron a combinarse con quienes llegaban desde los “mundos” de ONGs, empresas y la derecha más rancia.
En el momento del declive kirchnerista, el PRO pudo proponerse como armador de los fragmentos no peronistas que habitaban el país. Ese “experimento” –al decir de Carlos Pagni- tomó el nombre de Cambiemos, la alianza que se impuso a fines de 2015 como “partido de balotaje”.
¿Puede Cambiemos ser el partido de “la reforma moral”? Esa tantas veces exigida por políticos, empresarios y periodistas amigos de los servicios de inteligencia y los carpetazos.
Sin embargo, el triunfo se basó en gran parte en el consenso negativo hacia la gestión kirchnerista. En la provincia de Buenos Aires, el peronismo gobernante presentó, además, el peor de los rostros posibles.
…a este agosto
Tras las elecciones del domingo pasado. ¿Es Cambiemos el partido que pueda asumir la representación política de esas clases medias que sufrieron orfandad de representación?
La pregunta podría remitir a otra. ¿Cómo se construye una relación identitaria estable entre fuerzas políticas y franjas de masas? O, en otros términos ¿cómo un partido político deviene orgánico a una fracción de clase o a una clase social?
En la historia nacional las únicas dos fuerzas políticas duraderas han sido el peronismo y radicalismo. Ambos nacidas en momentos de cierta excepcionalidad. Ambos degradados con el paso del tiempo, más aun en las décadas del ciclo neoliberal. Peronismo y radicalismo fueron, respectivamente, menemismo y Alianza.
En el inicio del siglo XX, el radicalismo se convirtió en la fuerza que representaba el sufragio universal. Con ese mecanismo llegó al poder. Al ampliar la representación política de masas dentro del régimen oligárquico, soldó una relación duradera con las clases medias.
El peronismo, tres décadas más tarde, actuó bajo la misma premisa, haciendo ingresar a la vida política de la clase trabajadora. Eso que el investigador británico Daniel James definió como ciudadanía social, combinó numerosas conquistas sociales y el reconocimiento de un status político para los “cabecitas negras” proletarios.
Esas excepcionalidades no se repitieron. El kirchnerismo, en condiciones de crecimiento más que envidiables, no llegó a adquirir carta de “movimiento histórico”. La votación del domingo pasado muestra el techo de su relato. “Vamos a volver”, para millones, no implica el retorno a un paraíso extraviado o robado.
Si el kirchnerismo no pudo constituirse como una identidad política fuerte ¿Cómo podría hacerlo Cambiemos con una economía en retracción y un marcado “viento de frente” en el terreno internacional?
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Republicanos
¿Puede Cambiemos ser el partido de “la reforma moral”? Esa tantas veces exigida por políticos, empresarios y periodistas amigos de los servicios de inteligencia y los carpetazos.
El resultado electoral parece evidenciar que el “republicanismo” oficialista logró entroncar parcialmente entre franjas de las clases medias y sectores obreros y populares. El “combate a las mafias” estuvo en el centro del relato de campaña. Carrió y Vidal, gestoras del triunfo oficial en CABA y del “empate” en la PBA, fueron protagonistas.
Demás está decir que la corrupción kirchnerista –ligada a figuras como el exministro De Vido- favoreció esa performance de campaña. Esa parte del “pasado” ayudó en la ratificación del vínculo entre “representantes” y “representados” del espacio cambiemita. El silencio de CFK por semanas también debe ser leído bajo ese prisma.
Pero el límite real para encarnar de manera duradera el discurso de la anticorrupción o la “reforma moral” reside en el carácter de clase de la coalición gobernante. La CEOcracia que gestiona el Estado argentino está intrínsecamente ligada a múltiples negociados con ese mismo Estado. La crisis que sacudió al oficialismo con el escándalo del Correo Argentino lo pone al desnudo. Como alguna vez señaló Beatriz Sarlo, en una entrevista con la revista Crisis, “saben que si no pagaron ellos la coima la pagó el papá, y sino el primo”.
¿Puede ser la derrota del kirchnerismo la matriz de origen de Cambiemos como un factor político más o menos duradero?
Resulta difícil creer que una cuestión así pueda superar al “núcleo duro” de las clases medias. La rabia anti-K que se vio en las calles el pasado 1° de abril no parece extensible a capas más amplias si los números de la economía no sonríen un poco (o bastante) más.
¿Hay una “nueva forma” de hacer política que sea el sustrato de una identidad política duradera?
El macrismo, como se ha reiterado, es también hijo del 2001. El rechazo a la política, en el sentido de “aparatos”, es un legado de ese tiempo. El PRO supo forjar y expandir ese discurso de “cercanía” como construcción ante la opinión pública. Eso no impidió que, en el ámbito de la CABA, siguiera apelando a un extendido sistema de punteros. La manipulación de los resultados electorales el pasado domingo muestra que, a la hora de las “trampas”, no temen actuar como el peronismo.
¿Ganar de prestado?
Los resultados de las elecciones en el interior nacional no pueden ser directamente cargados en la cuenta de la fuerza liderada por Macri. Hay allí aparatos provinciales con intereses relativamente propios, hoy temporalmente negociables con el poder que gestiona el Estado nacional.
El radicalismo sigue siendo un partido con peso propio en provincias como Mendoza o Córdoba. En este último distrito, la tensión por la negociación de cargos en las listas llegó casi a la víspera del cierre, con amenazas de internas y demás.
En San Luis, por tomar otra situación, el triunfó de Cambiemos fue garantizado por la figura del ex gobernador Claudio Poggi, quien llegó al poder como “recambio” dentro del peronismo de los Rodríguez Saá.
El primer peronismo, a mediados de los años 40, se construyó en el interior nacional por medio del acuerdo con líderes conservadores, la Iglesia y las elites provinciales. En esa fusión-construcción, la figura de un Perón consolidado al frente del Estado nacional jugó un rol fundamental.
En la historia nacional las únicas dos fuerzas políticas duraderas han sido el peronismo y radicalismo. Ambos nacidas en momentos de cierta excepcionalidad. Ambos degradados con el paso del tiempo, más aun en las décadas del ciclo neoliberal.
¿Caudillos peronistas suplantados por caudillos macristas como gestores de los negocios de las oligarquías regionales? Nada podría descartarse. Sin embargo, aún suena demasiado apresurado.
El Estado, el partido y el ajuste
Hoy Cambiemos tiene a su disposición el Estado nacional y sus recursos. Cuenta, además, con la evidente crisis de ciertos aparatos provinciales. Como ha sido ilustrado más de una vez, el Poder Ejecutivo es el constructor de partidos en la Argentina. La historia del kirchnerismo está ahí para ratificarlo.
Ese podría ser un espejo en el cual sea necesario mirarse para Cambiemos. El kirchnerismo, una vez perdido el poder político nacional, avanzó en una disgregación sintomática. Antiguos aliados se pasaron, sin dudarlo, al campo de los llamados “traidores”.
Más allá de los números de este domingo –y los de octubre- el Gobierno de la CEOcracia enfrenta la tarea de avanzar en las reformas que permitan garantizar un salto en las ganancias del gran capital. Desde la reforma laboral “a la brasilera” que imponga mayores ritmos de explotación sobre la clase trabajadora, a una reforma fiscal que abarate los costos impositivos al empresariado.
Esas cuestiones no pueden ser resueltas por la simple aritmética electoral. Por el contrario, la lucha de clases entrará a tallar. En esas batallas se jugará la posibilidad de que haya o no una “edad de oro” para el macrismo. O, por el contrario, quedará en evidencia que el impresionismo no es un buen consejero.
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Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.