Un sistema de polines y cubetas para canalizar el agua que se filtra por goteras es lo que protege los bajorrelieves de la Casa de las Águilas, uno de los recintos del Templo Mayor.
Óscar Fernández @OscarFdz94
Martes 20 de julio de 2021
El Huey Teocalli, el recinto de templos gemelos dedicados a Huitzilopochtli —el colibrí del sur, dios de la guerra— y Tláloc —dios de la lluvia y señor de los dominios adonde descansan las almas de quienes murieron ahogados—, se mantuvo sepultado por siglos bajo las calles adyacentes a la Catedral Metropolitana y el Palacio Nacional, hasta que en 1978, trabajadores de Luz y Fuerza del Centro descubrieron en la esquina de República de Guatemala y República Argentina, descubrieron el monolito de piedra de Coyolxauhqui, la hermana y enemiga de Huitzilopochtli.
Si bien habían habido otras expediciones arqueológicas que habían descubierto, desde las escalinatas de piedra flanqueadas por cabezas de serpiente hasta la famosa Piedra del Sol, el de 1978 dio pie a que volviera a ver la luz el principal recinto sagrado de los mexicas. Su destrucción fue paulatina y se usó como cantera para construir los edificios aledaños, provocando que se vieran desnudas las fases constitutivas del Huey Teocalli.
La penetración fue prácticamente total y por eso los visitantes pueden observar las distintas escalinatas que sucesivamente se fueron remodelando o añadiendo conforme se hacía más grande el templo. Es así que finalmente quedaron descubiertas —y posteriormete sepultadas— la fase II (caracterizada por los frescos de los adoratorios de Tláloc) y la adyacente Casa de las Águilas, donde los arqueólogos conjeturan que muy probablemente allí se llevaba a cabo importante ceremonias como los nombramientos de los tlatoanis mexicas.
Sin embargo, como ya hemos explicado desde este medio, aquellos elementos expuestos a la intemperie fueron recubiertos con un techo que originalmente era "provisional" y que se mantuvo por décadas. Fue este mismo techo el que terminó colapsando el pasado mes de abril luego de una fuerte granizada.
Afortunadamente, los daños fueron menores, reparables, cuantificables, ya que la estructura se detuvo de dañar el recinto debido a que chocó con las barandillas de los pasillos que permiten que los visitantes puedan recorrer el Templo Mayor y posteriormente ingresar al Museo mismo.
Eso no quita que las reparaciones deban de transcurrir de manera inmediata. Sin embargo, actualmente y dado que continuamos en época de lluvias en la capital del país, los bajorrelieves de la Casa de las Águilas y de los estucos cercanos son protegidos de la erosión del agua por un sistema de cubetas y, vigas de metal y polines para que el agua vaya hacia los canales que se sitúan debajo de los pasadizos antes mencionados.
“Así evitamos que aparezcan mohos o microorganismos que podrían afectar los muros o el estuco”, explicó Mariana Díaz de León, jefa de restauradores del Templo Mayor, al diario El País.
La premura de reparar el techo caído es debido a que se cumplen 500 años de la caída de la capital tenochca a manos de las tropas tlaxcaltecas y españolas comandadas por Hernán Cortés. El gobierno de López Obrador ha puesto énfasis en dar disculpas a los pueblos indígenas por los atropellos del Estado mexicano —como lo es, por ejemplo, el uso del pueblo yaqui, del desierto de Sonora, al norte del país, como trabajo esclavo en la península de Yucatán para cultivar henequén en tiempos de Porfirio Díaz— y en exigir que el Rey de España se disculpe por la conquista.
Pero el discurso es vacío si tomamos en cuenta que el mismo gobierno de López Obrador continúa reprimiendo a las comunidades originarias que se oponen a sus megaproyectos, como fue el caso del asesinato de los defensores medioambientales Samir Flores y Eugui Roy Martínez Pérez.
Como si esto no fuera suficiente, se añade la problemática particular del Museo del Templo Mayor, que, igual que el resto del sector de cultura, sufrió duros recortes a manos de la administración obradorista.
El colapso del techo del Templo Mayor no es sólo parte de la negligencia de la "Cuarta Transformación", sino que también es una muestra más de que esta supuesta transformación en realidad no transforma nada y, por el contrario, tiene una fuerte continuidad con las administraciones priistas y panistas que permitieron la continuidad del techo "provisional", mostrando que les importa más ahorrarse dinero que invertirlo en la manutención del patrimonio cultural y arqueológico del país.
Y como este hay muchos otros casos donde el gobierno es cómplice de la destrucción de restos arqueológicos, como sucede en Teotihuacán, donde incluso el propio INAH ha denunciado las obras ilegales que persisten a pesar de tener distintas órdenes de cese de las mismas. A ello se suma también el saqueo del archivo histórico del mismo y de otros institutos, donde hemos atestiguado el indignante caso de la subasta de manuscritos originales de Hernán Cortés sustraídos ilegalmente de nuestro país y subastados fuera del territorio nacional.
Para frenar esta espiral de saqueo y negligencia es importante que los trabajadores del INAH tomen en sus manos la organización de las reparaciones, documentación y rescate del patrimonio, así como dar mayor presupuesto a la cultura para el mantenimiento de los distintos edificios históricos de nuestro país. Dicho aumento presupuestal se debe hacer de la mano de impuestos a las grandes fortunas, así como poner fin a la subcontratación que permite cambios contractuales y despidos en los museos del país.
Una salida que ni la derecha ni la 4T están dispuestos a tomar.
Con información de El País.
Óscar Fernández
Politólogo - Universidad Iberoamericana