Los cuerpos en el sistema de explotación capitalista.
Martes 25 de abril de 2017
¿Por qué naturalizar “deberes” morales impuestos socialmente? ¿Por qué aceptar la represión del cuerpo al servicio de un sistema que lo oprime al punto de cosificarlo como un eslabón en la cadena de producción? ¿Por qué educar cómo fuimos educados, cargándonos de dogmas que desarticulan la mente del cuerpo, subordinando este último bajo control del cerebro? ¿Por qué debemos alinear la mente y alienar el cuerpo?
Así como los docentes hoy “no aceptan lo dado” y luchan por un salario digno, contra todos aquellos que se escudan en la doble moral de “los niños como rehenes” para precarizar su vocación, podemos también cuestionar la educación dicotómica que forma a los individuos como “órganos del obrero colectivo”.
A través de la historia, el trabajo aparece como factor que apoya en la domesticación del cuerpo, por efecto de la técnica, y de la moral social del hombre. Este concepto, enmarcado dentro de una tradición histórica, se ha ido transformando según el papel del trabajo en la formación de la sociedad capitalista, siguiendo a Marx en El Capital: “El individuo no puede actuar sobre la naturaleza sin poner en acción sus músculos bajo la vigilancia de su propio cerebro. Y, así como en el sistema fisiológico colaboran y se complementan la cabeza y el brazo, en el proceso de trabajo se aúnan el trabajo mental y el trabajo manual. Más tarde, estos dos factores se divorcian hasta enfrentarse como factores antagónicos y hostiles. El producto deja de ser fruto del productor individual para convertirse en un producto social, en el producto común de un obrero colectivo (…). Ahora, para trabajar productivamente ya no es necesario tener una intervención manual directa en el trabajo; basta con ser órgano del obrero colectivo, con ejecutar una cualquiera de sus funciones desdobladas. (…) De otra parte, el concepto de trabajo productivo se restringe. La producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente, producción de plusvalía”.
El modo de producción capitalista generó una reorientación en las relaciones del trabajador y su cuerpo. El hecho de que el obrero tenga que arrendar su fuerza de trabajo a un sistema que se sustenta obteniendo ganancias a través de él, debilita las posibilidades de integrar todas las dimensiones de su motricidad. Así, mediante una educación consecuente a la moral y adoctrinamiento requeridos por el capital, se instituyen las reglas para el cuerpo y su nuevo escenario de acción, donde se privilegian la rapidez y la eficacia, conformando una identidad funcional a la capacidad productiva.
Con el modo de producción capitalista, ese “conjunto de músculos” responsable de la fuerza productiva pasa a ser un modo de subsistencia para unos y posibilidad de acumulación para otros. La fuerza muscular, la energía y resistencia del trabajador pasaron a ser objetos de explotación, constituyendo un cuerpo objetivo, manipulable, dominable, una herramienta para la expansión del capital.
Bajo un análisis análogo, Pierre Bourdieu propone al cuerpo humano leído como un producto social y, por tanto, irrumpido por la cultura, por relaciones de poder, las relaciones de dominación y de clase. Así, plantea una noción del cuerpo de quienes “dominan” y una noción del cuerpo de quienes son “dominados”. Pero su concepto de dominación no sólo consta en un sentido material y concreto, sino también en simbólico, en tanto un grupo social es capaz de crear sentido, y sostener la jerarquía de dominación. Podría decirse que la historia del cuerpo humano, es la historia de su dominación.
Retomando a Marx, y el concepto de cuerpo como órgano generador de plusvalía, en el sistema industrial se imponen discursos que se prolongan a la cultura cotidiana a través del sistema educativo como lugar para la formación y la disciplina de los futuros hombre-engranajes. Así, la configuración del cuerpo productivo debe ser afín con la educación y la división técnica de las ocupaciones. Por lo cual, en lugar de representar la realización espontánea de la humanidad, frena cualquier tipo de satisfacción intrínseca.
“El trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador solo siente en sí (como en su propio hogar), fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer sus necesidades fuera del trabajo. [...] Así él se relaciona con su actividad como con una actividad no libre, se está relacionado con ella como con la actividad al servicio de otro, bajo las órdenes, la compulsión y el yugo del otro”.
Así, Marx ubica al cuerpo del trabajador como el material de explotación, dominación y sujeción por parte de la burguesía y del capital: “El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general”.