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Red Internacional
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ENTREVISTA A DAVID VOLOJ. De escritores, aristócratas y lúmpenes

La Izquierda Diario entrevistó a David Voloj, joven narrador cordobés autor de Los Suplentes su último trabajo. En 2009, recibió el Primer Premio en el concurso El Fungible (Madrid, España) por el cuento Fronteras Latinoamericanas, editado para la Comunidad Europea. Su libro Asuntos Internos obtuvo el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2009, bajo el título Perspectivas.

Laura Vilches

Laura Vilches Concejala PTS - FIT Córdoba. Legisladora provincial PTS-FIT (mandato cumplido) | @VilchesLaura

Sábado 3 de enero de 2015

David Voloj (34) es también docente y reparte su tiempo entre talleres literarios para niños, las clases en uno de los colegios de mayor tradición de la provincia (el Colegio Nacional Monserrat) y las horas que le roba al sueño para poder escribir. Este repartirse entre el trabajo docente y la escritura, admite, tiene que ver con el género que trabaja: “Prefiero escribir a la noche – dice para empezar - pero a veces vuelvo muy tarde de dar clases en la nocturna y al otro día entro a las 7 de la mañana, así que no hay forma. Entonces, al tener poco tiempo para meterme en un universo al que estoy dándole forma y creértelo, opto por el cuento que tiene límites más restringidos que la novela. Me siento más cómodo ahí. Es más, todos los veranos empiezo una novela que, cuando tengo que volver a clases, queda.”

Según David, a esto se suma la meticulosidad, razón por la cual no publica muy seguido.

  •  Le doy muchas vueltas a cada personaje, a su voz; no me gusta hacer una reproducción mimética del habla ni una recreación que suene inverosímil. Si te acordás de Rulfo, que hacía creer que los campesinos mexicanos hablaban como sus personajes y, después, en un plano histórico antropológico, era evidente que no, no hablaban así. El tema es, entonces, hacer creíble el habla del personaje. En mi caso, hago leer lo que escribo a 3 o 4 personas y siempre por alguien próximo a ese universo que quiero recrear.

    Los Suplentes es tu último libro de cuentos, y Asuntos internos, el anterior. Ahí en la novelita homónima, hacés un retrato llamativo de la institución, de la “familia policial”, que en general, cuando la policía aparece en la literatura, lo hace siendo cuestionada, por el rol que jugó durante la Dictadura y por su vínculo con los grandes negocios ilegales, por ejemplo, el proxenetismo, que está presente en la obra.

  •  Me gusta conocer un tema, aunque lo toque de oído, para darle un giro hacia el humor. Nunca he sido un gran lector de policiales, así que no manejo su mecánica, sus límites, sus juegos. Para ese libro investigué bastante, pero después traté de exponer a los personajes a un mundo violento y grotesco a la vez, para que reaccionaran con una lógica que roce lo absurdo. En esa lógica, por ejemplo, los policías que manejan prostíbulos se jactan de haber incorporado travestis para reactivar el negocio y lo expresan como si se tratase de una PYME. Si lo leés en un plano próximo al realismo, que subyace al género policial, no hay forma de que los cuentos resistan ningún análisis. El tema es la deformación. En ese libro, lo que quería hacer, era deformar las instituciones.

    Con respecto a esto, hay allí, un cuestionamiento a las relaciones familiares.

  •  Sí, la familia es otra institución que se cae en el libro. La relación padre/hijo está completamente deformada. Por ejemplo, la madre de Córdoba, el policía que deja todo por amor, esa señora mayor que cree fervientemente en Dios, en el cura y en el hijo, quise que fuera muy estereotipada porque jugaba a favor de hacer un universo grotesco familiar. Creo que todos los personajes, más allá de que sean policías, ladrones, de que sean alcohólicos o transexuales, en esencia problematizan sus vínculos filiales. Y la familia es uno de los pilares sobre los que se alzó el discurso de la identidad nacional más conservador, cosa que ahora parece empezar a reciclarse.

    ¿Cómo sería eso de un reciclaje del discurso familiar?

  •  La disolución de la familia ha aparecido, en distintos momentos de la historia argentina, como un tópico que explica las problemáticas sociales. Apareció en el discurso de cada gobierno de facto, en distintas etapas de la Iglesia católica, en la campaña de los partidos políticos que apelan al sentimentalismo colectivo para acceder al poder. ¿Pero qué es la familia? Sucede lo mismo cuando se habla de “recuperar el país de nuestros abuelos” o los “valores” que se han perdido. ¿Qué valores se perdieron? ¿Cuál era el país de nuestros abuelos? No sé si mis abuelos judíos y nativos la pasaron muy bien en la primera mitad del siglo XX. Entonces, el problema está en otra parte: en la segregación, la discriminación, la naturalización de la pobreza. La familia cambia, muta, se altera, se adapta, como todo. Me resulta grotesco ampararse en eso como principio de explicación de un conflicto.

    Por ejemplo, hace poco reescribí una novelita, que va a salir en 2015, sobre un abogado que quiere imponer la pena de muerte en Argentina. El tipo es de acá y quiere que Córdoba esté a la vanguardia de la legislación nacional. La cosa es que la escribí hace mucho, en medio del caso Bloomberg, y con los años me resultó anacrónica. Pero ahora, sale Ivo Cutzarida a pedir la pena de muerte y actualiza el tema, que en realidad parece siempre latente en el imaginario. Si yo lo trabajo a esto desde lo grotesco, desde el conocimiento de lo legal, lo que hago es criticar o sentar una posición respecto a una institución. En aquel libro (Asuntos internos) quería sentar mi posición respecto a la institución “familia”. Me parece que en la construcción discursiva ha sido terrorífica para el país. En la década del 40, del 50, las mujeres separadas eran prácticamente excluidas, sobre todo en el interior. Se las señalaba, se les dejaba de hablar. Desde ese momento, hasta la actualidad, la familia fue el gran pilar que pareciera, en lo discursivo, ser la balanza que equilibra por qué anda bien o mal una sociedad. Y me parece que esa es una forma de excusar otras problemáticas mucho más complejas, que son las que aparecen después, en las actitudes de los personajes del libro. Así visto, sería mejor cuidar la familia y proteger el vínculo padre-hijo, que denigrar a otra persona; eso no importaría, total, se hace por amor. Yo laburaba con el grotesco, es lo que quería hacer. Después, si sale o no sale, no lo sé. El lector decide.

    Entonces, ¿podríamos decir que hay un fuerte trabajo con cierta forma de grotesco en tu obra?

  •  Sí, a mí me gusta trabajar el humor. Yo parto de un chiste. Siento que puedo trabajarlo, desarrollarlo, y después eliminarlo. Lo que termina quedando es la elaboración de un chiste que nunca se da. Saco la introducción, saco el remate. A veces, el humor se mantiene. A veces, no. En el cuento “Fronteras”, por ejemplo, me imaginaba un gordo cordobés cruzando un desierto y que, en el momento de agobio más terrible, a punto de desmayarse y morir bajo el sol, saca una cantimplora con fernet y se recupera. Me reía con esa idea. Después, sobre la base de aquel chiste, escribí algo distinto en torno al problema de los “espaldas mojadas” que intentan cruzar ilegales, de México a Estados Unidos, algo que difícilmente genere risa.

    ¿Qué rasgos observás como comunes a todos los escritores de tu generación?

  •  Hay algo muy raro que creo que es propio de nuestra generación, que empezó a leer y escribir post crisis de 2001; y es la relación con la universidad que tuvo, históricamente, cierta tensión con el arte. En la academia se construye un canon, se validan lecturas, se forman escuelas de pensamiento que se imponen en la cultura.

    Córdoba tiene sus experiencias muy grosas de articulación entre ambas áreas, especialmente en el teatro, con el Libre Teatro Libre en los 70. Sin embargo, la gente que escribe hoy, y escribe muy bien, ha pasado por la universidad. Por ejemplo, Fabio Martínez que escribe increíble, estudió Comunicación Social, Eugenia Almeyda, igual.

    Lamberti, Natale, Gaiteri estudiaron Letras. Y no creo que se reniegue de eso. Si te vas a generaciones anteriores, por la universidad pasaron Fernando López, María Teresa Andruetto, Perla Suez. Quiero decir, la academia también te puede brindar algo importante para escribir, para hacer arte.

    ¿Cómo qué?

  •  Hay más conciencia del trabajo que supone escribir. Es difícil encontrar malos narradores en la Córdoba actual. La técnica se maneja, el estilo se construye, y algo tiene que ver la exigencia de lectura que te impone la universidad. Quizás sí se planteen problemas a nivel crítico, porque en ocasiones es difícil distinguir un narrador del otro. Si una técnica se generaliza, muchos escriben lindo, pero escriben igual. Eso también es un riesgo, y ahí tenés que fijar nuevos criterios a la hora de leer. Por eso, tampoco publico mucho porque me lleva tiempo encontrar un argumento singular. Me gusta pensar historias que no he leído. Después tengo que encontrar ese narrador esquivo, que va a contar la historia, y la identidad del personaje. Laburar en otra cosa tampoco ayuda.

    Ahí marcás algo interesante. En esta nueva generación de autores, muchos se dedican a la docencia secundaria, o a dar clases de español para extranjeros... Son escritores desarrollando un oficio, pero también trabajan para sobrevivir.

  •  Yo estoy de acuerdo con que exista el mecenazgo. Porque cierta despreocupación por lo material te permite concentrarte en un objetivo. La aristocracia ha tenido siempre grandes escritores porque hay una relación estrecha entre el tiempo dedicado a la creación y la necesidad de cubrir las necesidades básicas. Esto no quiere decir que todo aquel que tenga una buena posición económica sea buen escritor; pero quienes tienen cualidades, pueden explotarlas en varias dimensiones. Hay novelas de Bioy Casares que son perfectas, y ahí influye el tiempo que el tipo tiene para escribir y para empaparse de la literatura. En el otro extremo, está el lumpen, que también ha dado excelentes escritores porque decide prescindir de lo material y apostar todo a la literatura. Para bien o para mal, a la clase media se le complica, más cuando tenés un trabajo inestable, y vivís con miedo de perderlo. Miedo a perder el trabajo es un problema que le resulta indiferente al aristócrata y al lumpen.

    Considero que tener tiempo es fundamental. Y ser exigente. A veces tardo dos meses en terminar un cuento para niños. Me pongo muy hincha con la prosa, y sé que si tuviera el tiempo necesario, tardaría menos. Pero bueno, tampoco me preocupa demasiado. Nunca tuve la aspiración de vivir de la literatura. Igual, no sé si se puede vivir de la ficción. Creo que se puede vivir de la palabra, que no es lo mismo. Ahora, ¿hay escritores que viven de la ficción? Sí, seguramente, pero no es lo más frecuente. En mi caso, me gusta mucho más dar clases, reseñar libros, hacer algo de periodismo cultural. A eso me refiero con vivir de la palabra.

    En qué tradición te inscribirías, es decir un poco mucho, pero…

  •  Y… yo, en una tradición que va desde Cervantes hasta mí como una consecuencia natural…(risas)

    ¿Cuáles son los autores que te gusta leer?

  •  Leo de manera muy caótica. En realidad pensé que la universidad me iba a ordenar, pero no. Me ordenó a la hora e a entender que había “buena” y “mala literatura” y nada más; y que yo debía decidirlo con diversas herramientas. Me gusta mucho la literatura que trabaja con lo emocional. Con mis alumnos de primaria leemos Pinocchio, de Collodi. Pinocchio me conmueve en el amor del padre, en la rebeldía del hijo. Cuando el hada muere y él, que ha aprendido a leer en la cárcel, lee en la tumba que el hada se murió por culpa de Pinocchio, y llora, me pasa algo como lector. Y son situaciones que están muy vinculadas con lo cómico. Mis alumnos del Monse me odian porque les doy el Quijote entero. Pero después de estar dos meses leyendo, que Don Quijote agarre y diga ’Me di cuenta de que estuve loco y que las cosas son así", es una tristeza para todos. ¿Cómo logró Cervantes hacerme generar un estado de ánimo tal en el lector que el cambio radical de un personaje me va a molestar tanto a mí como a los otros personajes. Y es una emoción muy simple, es laburar con el cariño. Todo eso está en la literatura que a mí me gusta. Formas simples del cariño entre amigos, el cariño en la pareja y siempre atravesado por lo humorístico. Yo lo disfruto a eso. No disfruto de las cuestiones demasiado intelectuales. Ni de la literatura que es muy selectiva o elitista. Por ejemplo, me gusta mucho Vargas Llosa.

    La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras; La guerra del fin del mundo… y cuando las veo, todas tienen algo de humor. Y todas tienen la construcción de vínculos sentimentales bastante nobles. Hay algo heroico que tiene que explotar en lo que leo, para que me atrape. Si bien no tengo un autor, me gusta mucho Quim Monzó, que hace juegos de lenguaje en historias medio desquiciadas. Ahí descubrí que se podía inventar el absurdo en una especie de secuenciación absolutamente lógica, no el absurdo de Ionesco donde nada tiene que ver con nada, donde está la idea de generar la distancia. Monzó, lo que hace es ordenar las cosas de manera lógica y que desembocan en lo que no tiene lógica de ninguna manera. Eso me gusta mucho como técnica y como forma de entender el mundo.


  • Laura Vilches

    Concejala PTS - FIT Córdoba. Legisladora provincial (mandato cumplido) PTS-FIT Córdoba. Docente. Miembro de la dirección nacional del PTS y de la Agrupación de Mujeres "Pan y Rosas".

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