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Red Internacional
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Tribuna Abierta. De este lado de la línea: crónicas de la vida obrera

Mi vida me recuerda que pertenezco a este lado de la línea cada día, despertando para ver el derruido paisaje de mi casa, ocupada por seis de nosotros y que, a pesar de ser “nuestra” hasta donde podemos presumir (no pagamos renta), no es como que nos ofrezca espacio para vivir holgadamente.

Viernes 24 de enero de 2020

Yo nací de este lado de la línea, donde se acaba el buen gusto y empieza el paisaje de muladares sembrados aquí y allá. ¿Qué nos repartimos mientras del otro lado se bebe Buchanan´s? La miseria de todo, de espíritu, de comida, de servicios, de esperanzas.

Mi vida me recuerda que pertenezco a este lado de la línea cada día, despertando para ver el derruido paisaje de mi casa, ocupada por seis de nosotros y que, a pesar de ser “nuestra” hasta donde podemos presumir (no pagamos renta), no es como que nos ofrezca espacio para vivir holgadamente.

Después de desayunar (tengo suerte de beber café y comer un bolillo en un mundo en el que muchos no pueden decir lo mismo) ir al trabajo, viajando en el autobús al que todo le suena y que parece que por poco se desmorona debajo de nuestros pies. Luego en la calle, donde tenemos que avanzar entre baches, heces de perro y charcos de agua puerca. ¿Por qué el hastío no se escurre con la lluvia cuando es verano?

Miro mis botas de casquillo, mismas que ocupo para trabajar pero que la empresa no se ocupó de proporcionarme. Es lo maravilloso de la subcontratación laboral: le pertenecemos al patrón solo durante las ocho, doce o catorce horas que dure nuestra jornada, de ahí para afuera, lo que nos pase no es responsabilidad de la empresa. Ellos no tienen en realidad obligaciones para contigo puesto que no eres trabajador suyo, sino de tu cacique, quien rendirá cuentas a la empresa contratante.

En realidad, y según lo que nos han hecho creer, lo que nos ocurra, no es responsabilidad de nadie, salvo de nosotros mismos. Si te pagan poco, es porque no eres como tu compadre Federico que ya puso su local de materias primas. Si te lanzan un piropo molesto en la calle es que vas con esa clase de ropa tan descarada. Si te meten un balazo en un asalto es porque te negaste a entregar tu teléfono celular. Si te enfermas de diabetes es por no comer sanamente, como claramente aconsejan los comerciales del gobierno federal. Si te quedas sin estudiar es que no te esfuerzas.

No importa si pones mil y un peros, la culpa es toda tuya. Si no te alcanza el dinero, entra a tandas, hipoteca tu casa, hipoteca tu perro, hipoteca tus suspiros. ¿Es en verdad nuestra culpa ser pobres? ¿Es casualidad que de este lado nos tronemos los dedos para sobrevivir la quincena con $1500, mientras que el gobierno de la 4T invierte millones en militarizar la frontera?
Del otro lado de la línea, lo sabe todo el mundo, no hay que batallar ni salir a buscar empleo en diciembre mientras se acumulan los recargos a tu recibo de electricidad.

¿Regulación del Outsoursing? Otra mentira de Estado

Me revisan al entrar, porque trabajo en una privada, una horrorosa empresa privada en la que gente como yo se pasa el día armando y empacando envolturas para productos de supermercado. ¿Cómo es la gente “como yo”? No va a la escuela, toma café y fuma de lunes a viernes, bebe alcohol los sábados y mira televisión los domingos. Ja, ja, ja. Que terrible generalización y que poco engalanada está la imagen de nuestra clase. Escuchar narco-corridos porque no conocemos al maldito Vivaldi, comprar en rebajas productos de imitación porque carecemos de tiempo para ir a buscar terciopelos al Chopo, tener una mala ortografía porque no cursamos la escuela a falta de capital, tener cuatro hijos porque no tenemos educación sexual íntegra, comer carne a pesar de que maltratan animales en las industrias alimenticias… Pues sí, no es un orgullo, pero tampoco una vergüenza, como lo quieren hacer ver estos progres clasemedieros que sin entender nuestra realidad señalan y persiguen a nuestra clase pero sin ofrecer jamás solución alguna.

Gente como yo es gente que nació de este lado de la línea, que, como enunciara Trotsky: “Morirá de hambre junto a las riquezas que produce”.

Cajas de cereales, cajas para desodorantes, cajas para perfumes, cajas para jabones, cajas para detergentes, leche en polvo, harina, aerosoles y más. Alucino cajas. Alucino a Unilever. Alucino a P&G. ¿Cuántos de nosotros acudimos a Sanborns a comprar un despachador de agua y un jabón para piel extra seca, con esencias de coco y olivos?

Mi vida me recuerda que este es mi lado de la línea cuando miro a mis trece compañeros hacinados en un cuarto de cuatro por seis metros, esperando que nos dejen salir. “Tenemos visitas” es lo que dice siempre el jefe de calidad cuando viene la Secretaría del Trabajo a hacer auditoria. Y sabemos de sobra lo que eso significa: estar en ese cuartucho hasta cinco horas, sin comida y sin aire decente.

  •  ¿Para qué nos dan uniformes si cuando vienen supervisores nos esconden aquí como ratas?-pregunta Iván desde su posición ligeramente elevada. Está de pie sobre una tarima. Iván tiene dieciséis años y solo terminó la primaria. Según esta cosa ridícula llamada Ley Federal del Trabajo, la máxima ley de derecho laboral en México, es ilegal que Iván esté aquí, aunque es esto o no tener zapatos.

    Aunque, bueno, no seamos ingenuos, tu y yo sabemos que la LFT dicta que tenemos derecho a vacaciones, utilidades, seguro médico, aguinaldo y más, pero eso no es nuestra verdad. Nuestra verdad es la de las manos destrozadas de tratar cartones todo el día, la del golpe de las soleras contra las planillas interminables de material, la de los pies cansados por permanecer de pie, la de los esfínteres agobiados por no ir al sanitario. Esa es nuestra verdad, la de ser maquiladores. No nos llaman a recibir utilidades con los trabajadores oficiales de la empresa, no tenemos un sitio de formación segura en los simulacros, no se nos dan bonos de puntualidad o días feriados oficiales pagados. Estamos anulados de cabo a rabo; legalmente no existimos, socialmente todo lo que consumen las familias de clase media proviene de nosotros, de nuestra necesidad de trabajar.

    ¿Trabajo digno? ¿Salario digno? Nada de eso es verdad para nosotros.

    Liquidez cotidiana y espacios sobrevigilados

    Aquí rolamos turnos. El tiempo poco a poco acaba por volverse inverosímil. No sabes después de varias semanas de trabajar un día en la noche, otro día de mañana, qué día es o que fecha se acerca. Nos quieren “con flexibilidad de horario” para trabajarles cada que sea necesario sin importar si tenemos una vida afuera del empleo. Nos quieren “eficientes y responsables” pero entre quehaceres, familia, transportes y de más, no podemos descansar correctamente. Y cuando ya no hay nada que ofrecerles, en lugar de darte una jubilación digna, te promocionan para “un crecimiento laboral”, es decir que cederán tu nómina a otra empresa, una bonita, sí, que posiblemente esté a dos horas de tu casa.

    Nos quieren con “disponibilidad para viajar, mudarse”, porque no tenemos derecho a enraizar ni un poco de nosotros a alguna empresa, porque a la primera falla que presentes te rotarán de turno, de planta, te dirán que estás descansado por un mes. Así es, aquí al despido temporal e injustificado se le llama “descanso”. Recursos Humanos dispone de nosotros como dispone de clavos. No importa si eres menor de edad, estás embarazada o tienes problemas de visión; hoy puedes estar en el área de desbarbe, mañana en pegue, pasado mañana en la calle y con deudas hasta el cuello. ¿Herramientas concientes? Yo diría vidas despojadas de conciencia.

    No creamos lazos de comunidad con otros obreros porque no tenemos tiempo: un día reclutan a diez personas y al siguiente despiden a siete. Un día trabajas en Atizapán y al otro vas hasta Santa Fe. Poco a poco tú también te desvaneces, acabas por volverte de humo.

    ¿Cómo supones que son nuestros espacios de trabajo? Organizados, excesivamente organizados para que puedan encontrarte con mucha facilidad si descubren que eres indocumentado, si descubren que dejaste una mancha de diésel en la bodega, si descubren que cometiste el error de llegar tres minutos tarde.

    No tenemos el privilegio de que se nos den uniformes acordes al trabajo que hacemos, pero hay presupuesto para tener cámaras. Muchas de ellas, sin dejar ángulos ciegos. ¡Quién sabe qué cosas perversas haríamos si no nos cuidaran todo el día! Imagínate que se nos ocurre robar un cepillo de escoba, o el excedente de cartón para venderlo por fuera para hacer rendir más el dinero, o tal vez platicar con tu compañero de al lado, o consultar la hora.

    Cámaras para proteger el activo fijo de los dueños, jamás serán cámaras para denunciar los maltratos por parte de los encargados, ni serán para revisar la detención arbitraria de uno de nosotros por la policía, ni tampoco para enterarse del acoso de una compañera en los baños.

    Cámaras para hacernos sentir en una caja de cristal. Así nos mantienen regulados: Horarios para todo, horarios de entrada, de comida, para ir al baño, de salida. Lugares para todo; de vestir, de caminar, de trabajar, de comer, de tomar el sol. Éste último es fascinante, tenemos un lugar para tomar el sol, en el que debemos estar a determinada hora tomando el sol… aunque sea pleno verano y esté lloviendo.
    Y si tienes suerte, si aguantas que condicionen tu salario a cambio de seguir soportando la liquidez, un día a lo mejor te dan un sitio fijo, lindo, en una sola empresa. ¡Imagínalo! Adiós a andar de un lado para otro, adiós a moverte con el viento, eres un empleado de planta. Pero eso no significa nada. Te dicen que “mucho te ha costado llegar hasta donde estás” y hacen que veas a otros peones como competencias, como tus enemigos, como si la miseria fuera culpa suya y no de la empresa que nos chupa todo y más, que nos brinda trabajos temporales y un sueldo tacaño a cambio de ser material de desecho. Y a nuestra humanidad la someten, a nuestra juventud le llaman “vida útil”, a nuestra necesidad de no morirnos de hambre le llaman “fuerza de trabajo”.

    ¿Es nuestra culpa ser pobres? ¿Es culpa del obrero de al lado que no exista una ración para cada uno? Yo creo que no. Yo creo que la respuesta se encuentra en el tiempo, el tiempo y la memoria que nos quieren arrebatar con eslóganes de disfrute y de superación personal, ocultando que la historia es nuestra, que es precisamente, como escribiría Marx, la historia del enfrentamiento entre clases. Y esa idea promovida en las fábricas que nos hace ver a los otros trabajadores como rivales antes que compañeros, no es más que el sermón de los patrones, que quieren que evitemos pensar que la explotación viene desde arriba.

    No hay lugar como el hogar

    En ocasiones es difícil imaginar una sensación igual de bella que la de la hora de salida. Caminar hacia el paradero de los camiones, a veces de día, a veces de noche, pero siempre con ese escozor en los músculos cansados, yendo a casa, yendo a dormir. Pocos de nosotros tienen la dicha de llegar a un lugar en el que no tienes que aguantar ya nada. La mayoría van de vuelta a los enfrentamientos con sus familias, a los golpes del esposo, a los abusos de los padres, a estudiar para los exámenes, a cuidar de los más pequeños de la casa. Y yo los veo partir desde el otro lado de la banqueta, maldiciendo por siempre a los responsables de nuestra miseria.
    Mientras existamos bajo este sistema de dominación construido por las patronales y los gobiernos que las favorecen, mientras los trabajadores no tengamos una voz que nos represente ante el resto de la sociedad, no seremos dueños de nuestras vidas. Pero si la historia nos pertenece entonces nosotros tenemos algo que del otro lado de la línea no tienen: la posibilidad de ser libres.

    Y es que podemos verdaderamente comprender a los otros, crear lazos de fraternidad, confiar y ser confiables. Podemos, unidos, confrontar al lado más bestial del mundo y emprender la creación de un verdadero hogar en el que quepan todos los oprimidos. No habrá futuro para nuestra clase mientras continuemos vendiendo nuestro espíritu a los poderosos, por eso es importante una organización fuerte, permanente, que nos ayude a pelear contra los creadores de esta pirámide en la que solo podemos aspirar a ser la base.