Recordado por su épica y por su estética, aquel Mundial dejó también una larga serie de curiosidades desde sus conflictivas eliminatorias, un insólito desempate por sorteo o el árbitro de una interminable semifinal.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Martes 30 de junio de 2020 22:30
Deudas, sangre y muerte: unas eliminatorias accidentadas
Aunque la organización de Italia 1990 fue prolija y precisa (acaso el punto alto de un torneo deportivamente deslucido), la fase clasificatoria al Mundial presentó numerosos inconvenientes.
En África, por ejemplo, la FIFA impugnó las participaciones de Mozambique y las Islas Mauricio debido a las deudas que mantenían con la entidad. En cambio, Lesoto, Ruanda y Togo fueron autorizados, aunque a último momento se retiraron de la primera ronda (planeada en un sistema eliminatorio de mano-a-mano), por lo que le aseguraron la clasificación a la fase de grupos a Zimbabue, Zambia y Gabón, sus respectivos rivales, sin jugar. Y Libia, que había vencido en esa fase inicial a Burkina Faso, abandonó luego de su debut en la segunda ronda contra Costa de Marfil, obligando a reordenar esa zona.
Como si esto hubiese sido poco, la eliminatoria africana rumbo a Italia sumó además una página trágica con la muerte en pleno partido del jugador nigeriano Samuel Okwaraji, quien cayó desvanecido por una insuficiencia cardíaca mientras jugaba para su selección frente a Angola (un busto en el Estadio Nacional de Lagos lo recuerda).
En Latinoamérica, en tanto, México había incluido a cuatro jugadores pasados de edad en las eliminatorias para el Mundial Sub-20 de 1989, por lo que la FIFA le prohibió participar en las de Italia ’90. El caso fue conocido como El Cachirulazo en “honor” a Cachirulo, un personaje de comedia infantil hecho por un adulto que fingía ser un niño, por lo que desde entonces el término comenzó a ser utilizado toda vez que un jugador es inscripto con información errónea sobre su nombre o edad.
Pero el escándalo más resonante fue, sin dudas, el del Chile y su contra-Maracanazo en el partido decisivo para clasificar al Mundial. La selección — que ya venía de mudar su localía a Mendoza por incidentes varios en el estadio Nacional de Santiago— viajó a Río de Janeiro con la necesidad de ganarle a Brasil para conseguir su boleto a Italia, aunque en el segundo tiempo su arquero Roberto Rojas fue retirado de la cancha con la cara ensangrentada luego de que una bengala le explotara cerca. Finalmente se comprobó que el portero se había autoinfligido un corte adrede y la FIFA tomó tres decisiones drásticas: darle el partido ganado a Brasil, suspender de por vida al Cóndor Rojas y prohibirle a Chile participar de las eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos 1994.
Menem y su mufa de exportación
¿Quién fue el primero que se animó a relacionar el nombre o la presencia de Carlos Menem con el mal augurio? Hoy ya es parte del folclore decirle “Méndez”, ponerle asteriscos en las vocales para no escribir M*n*m o apelar a argucias manuales para ahuyentar los espíritus inconvenientes. A la altura del Mundial de Italia el entonces presidente llevaba apenas un año de mandato y uno puede creer que su presencia podía infundir otro tipo de respeto… pero lo cierto es que no solo Menem cruzó el Atlántico para asistir al partido inaugural, sino también su fama de “mufa”.
Sin ningún tipo de metáfora ni giro poético, el periodista catalán Alex Martínez Roig escribió el 7 de junio de 1990 en el diario El País, de España: “Cuentan que Menem tiene cerca fama de gafe”. El artículo, publicado un día antes del debut de Argentina contra Camerún, aseguraba que “existe una lista de 25 mini-catástrofes en las que él ha sido protagonista indirecto”. Entre ellas, tres referidas al deporte: la racha de nueve meses sin anotar goles de la selección argentina justamente después de que Menem participara de un encuentro amistoso con ella, la sequía de torneos que padecía Gabriela Sabatini tras jugar un partido con el entonces presidente y la frustrada transferencia del Checho Batista al fútbol italiano, justo después de que el exgobernador riojano utilizara su camiseta con el número 5 en la espalda. Ese mismo día, Carlos Menem había participado de una conferencia de prensa en el estadio Giuseppe Meazza de Milán (en la víspera del partido inaugural) junto a Carlos Bilardo y a Diego Maradona, con el objetivo de nombrar a éste último “Embajador deportivo y de la imagen de Argentina en todo el mundo”. Cuentan las crónicas que tanto Bilardo como Maradona hicieron esperar varios minutos a Menem junto a los periodistas, logrando inquietarlo al punto tal que el presidente debió retirarse a la espera de que ambos llegaran a la sala. Algo similar a lo que el jugador volvió a hacer cuando la selección fue invitada a la Casa Rosada: Menem salió al balcón creyendo que Maradona lo acompañaría, pero una vez asomado se encontró solo y debió volver a ingresar para evitar otro ridículo.
Como sea, todos se dieron la mano en esa conferencia de Milán y ya sabemos lo que pasó al día siguiente: Argentina perdió inesperadamente ante Camerún, aun cuando llegó a estar con dos jugadores de más, y el plantel se llenó de nerviosismo ante la posibilidad concreta de quedar eliminado si no vencía a su siguiente rival, la poderosa Unión Soviética que venía de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos, el subcampeonato en la Eurocopa (y encima le había ganado dos veces a la selección criolla en 1988). Menem, que había estado en el palco oficial del estadio en la vergonzosa derrota ante el elenco africano, decidió volverse a Argentina.
La última caída de la Unión Soviética
Aunque a mediados de 1990 la URSS atravesaba un agudo momento de crisis económica y política derivada de la Perestroika (que la haría entrar en la fase previa a la disolución), su equipo de fútbol llegaba a Italia con grandes resultados previos como para abstraerse de ese contexto y alimentar esperanzas deportivas.
Es que la selección roja contaba con unos antecedentes muy auspiciosos, especialmente de 1988, cuando ganó la medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de Seúl y fue subcampeona de la Eurocopa (en su retorno al torneo continental tras tres ausencias consecutivas). En el medio de ambas competencias, además, disputó simultáneamente las eliminatorias para el Mundial del ’90, ganando su grupo con relativa comodidad.
Sin embargo, todos los sueños soviéticos se desmoronaron en el sur de Italia en apenas cuatro días: el 9 de junio perdió en Bari su partido debut ante Rumania y el 13 cayó en Nápoles ante Argentina, ambas veces por 2-0. Aún le quedaba cruzarse con Camerún (a quien terminaría goleando por 4-0) aunque las dos derrotas ya lo dejaban sin chances matemáticas de pasar de ronda, algo que jamás le había ocurrido a la URSS en sus anteriores seis participaciones mundialistas.
Pocos meses después comenzarían las eliminatorias para la Eurocopa 1992, instancia que la Unión Soviética superaría con holgura y de manera invicta (dejando incluso afuera a Italia). Pero en diciembre de 1991 se produjo la disolución de la URSS y entonces los flamantes ex-soviéticos asumieron los compromisos deportivos del ’92 a los que habían clasificado bajo la ocasional la bandera de la Comunidad de Estados Independientes, tal como ocurrió en la Euro de Suecia y también en los Juegos Olímpicos de Barcelona.
De esa forma, la selección de la Unión Soviética dejaba de existir y pasaba a formar parte de la historia del fútbol con hitos y mitos como los de su arquero Lev Yasin, la entrañable remera roja con la sigla CCCP y la última derrota oficial: aquel 0-2 frente a Argentina del que se acaban de cumplir 30 años.
Desempate a moneda limpia
En el Mundial de la medianía y la mediocridad, el bajo promedio de goles y récord en definiciones por penales (fue la única vez en la historia que las dos semifinales debieron dirimirse desde los doce pasos), hubo incluso un grupo en el que cinco de los seis partidos terminaron empatados. Se trató del F, donde solo un lastimoso 1-0 de Inglaterra a Egipto en la última fecha evitó lo que hubiese sido una insólita cuádruple igualdad de puntos.
No obstante eso, dos equipos terminaron empardados en todos los rubros posibles. Es que Irlanda y Holanda habían cosechado la misma cantidad de puntos, goles a favor y en contra, y —como si eso era poco— un 1-1 en el choque entre ambos. Por tal motivo hubo que acudir a un recurso que nunca se había utilizado, ni tampoco volvió a utilizarse: una moneda al aire.
El azar perjudicó a Holanda, quien terminó tercera y debió cruzarse en Octavos de Final con la futura campeona Alemania en el que terminó siendo uno de los pocos partidos lucidos de Italia ’90 con buen nivel de fútbol, algo de dramatismo, el escupitajo de Frank Rijkaard a Rudi Völler, la expulsión de ambos y el 2-1 final para los germanos.
Irlanda, en cambio, aprovechó el favor de la suerte al quedar segunda y enfrentar a Rumania, contra quien enhebró su cuarto empate al hilo y la superó por penales. Su fortuna acabaría en Cuartos, cayendo por la mínima diferencia ante Italia. En su primera participación mundialista, Éire se había colocado entre los ocho primeros sin ganar un solo partido.
El tiempo suplementario más largo de la historia
El francés Michel Vautrot había sido distinguido como el mejor referí del planeta por la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (la IFFHS) tanto en 1988 como en 1989. Abonado a finales de todo tipo a lo largo de esa década, en el ’83 arbitró la de la Copa Intercontinental entre Gremio y Hamburgo, en el ’85 la de la copa UEFA, en el ’86 la de la Copa de Europa ganada por el Steaua de Bucarest, luego rival de River en la Intercontinental) y tan solo en el ’88 la de la Eurocopa de Alemania, en junio, y la de la Copa Asiática, en diciembre.
Semejante currículum le permitió a Vautrot pitar en el partido inaugural de Italia ’90, el de Argentina versus Camerún en Milán, donde mostró dos tarjetas rojas que pudieron ser más (a juzgar por la violencia del equipo africano). Sin embargo, su faena más recordada será la de semifinales, cuando volvió a dirigir a Argentina, esta vez frente a Italia, y le agregó a los 15 minutos reglamentarios del primer tiempo suplementario otros 8. Eso hizo que la prórroga sumara en total casi 40 minutos, prácticamente un “tercer tiempo”.
Cuando le preguntaron al árbitro por qué adicionó esa exagerada e inusual cantidad, simplemente respondió: “Me olvidé de mirar el reloj”. Un año después Michel Vautrot colgó oficialmente el pito, aunque se dedicó durante mucho tiempo a manejar el referato de su país, e incluso el entonces presidente Nicolas Sarkozy le concedió en 2009 la Orden de la Legión de Honor, la más conocida e importante de las distinciones francesas.