La resolución de la Convención Nacional de la UCR, que el pasado fin de semana resolvió un acuerdo con el PRO y la CC, despertó el fantasma de la vieja ALIANZA, constituida por la UCR y el FREPASO en 1997.
Martes 17 de marzo de 2015
El gobierno nacional y sus candidatos han salido a la palestra política con esta comparación. Resulta un recurso que puede ser redituable. El rol de la UCR en el armado habilita la comparación. Esa ALIANZA, que llevó al gobierno a De la Rúa está asociada, en el imaginario de millones, al desastre que terminó en el estallido de las jornadas revolucionarias del 2001. La hiperdesocupación, la pobreza extendida, los saqueos y la represión constituyen las postales del país gobernado por la ALIANZA.
En el fin del menemismo
La ALIANZA que enfrentó a Duhalde en las elecciones de 1999, nació como espacio político de contención ante el enorme descontento existente en sectores amplios de las clases medias y de la clase trabajadora ante los resultados sociales del gobierno de Menem.
Ese espacio político implicó recauchutar a la UCR. Es menester recordar su debacle en el año ’89, con partida anticipada incluida, y su capitulación ante el menemismo en la Convención Constituyente de 1994, de la que emergió el Pacto de Olivos y la reelección de Menem.
El rol de soporte progresista lo constituyó el FREPASO donde confluían sectores de un peronismo anti-neoliberal y diversas figuras de perfil progresista. Ni Néstor ni Cristina Kirchner se encontraban entre ellos. Por el contrario, aún revestían en las filas del peronismo hegemonizado por Menem.
La conformación misma de la ALIANZA evidenciaba un perfil progresista. La mesa chica de las negociaciones contaba con la presencia de Raúl Alfonsín, considerado casi un “padre” del retorno a la democracia, Chacho Álvarez, expresión del peronismo progresista y Graciela Fernández Meijide de la APDH y ex integrante de la CONADEP.
La ALIANZA expresaba políticamente a amplias capas que cuestionaban las consecuencias sociales del menemismo. De allí que contara con el apoyo de los sectores díscolos de las conducciones sindicales burocráticas, como era el caso del moyanismo y de la CTA, dirigida entonces por Víctor De Gennaro. A esa mesa sindical se sumaba la corriente dirigida por el Perro Santillán.
La Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación demostró, en pocos meses, ser una continuadora de la política desplegada por el menemismo. Entre la asunción de De la Rúa y su caída por la movilización popular mediaron apenas 24 meses. Los planes de ajuste, los ataques al salario y las jubilaciones, los intentos de recorte al Presupuesto educativo y la represión constante a la protesta social empujaron a la explosión del 2001.
La contradicción entre un perfil progresista y una gestión neoliberal implicó un quiebre profundo de sectores de las clases medias con el radicalismo. Si el Pacto de Olivos había sido el primer paso de su decadencia, esto significó su hundimiento liso y llano. El 2.34% de la fórmula Moreau – Losada en las elecciones del 2003 sería una suerte de constatación porcentual de esa caída.
La “nueva” ALIANZA y las clases medias
Desde el punto de vista social y político el nuevo acuerdo entre la CC, el PRO y la UCR expresa, desde su inicio, un perfil marcadamente a la derecha de aquella ALIANZA. Esto no es el simple resultado de acuerdos políticos sino la expresión de cambios sociales en las clases medias durante la década kirchnerista.
El 2001 significó la explosión de la UCR y la liquidación de su relación histórica con las clases medias. Eso ocasionó su debacle electoral y su debilitamiento como partido, como no había conocido en su historia.
Durante la década las clases medias mutaron su representación política, pasando por una suerte de experimentación constante que, posteriormente, pareció consolidarse distritalmente. Así mientras se fortaleció el PRO en la Capital, el Socialismo de Binner avanzó en Santa Fe. Pero una representación política unificada de la clase media siguió sin corporizarse. Incluso, su última votación presidencial consagró a CFK. Luego del 54% vendría el divorcio.
La década que pasó significó un elevamiento del nivel de vida de las clases medias, lo que se tradujo en una derechización política general. Esa derechización, que en determinados momentos se volcó al deshilachado universo de la oposición también encontró expresión en las calles junto al (falso) ingeniero Blumberg, los cacerolazos por la restricción a la compra de divisas y, más recientemente, en el 18F de la mano del “Partido Judicial”.
Esa derechización social de las clases medias es la que tiñe el nuevo acuerdo político, donde el sector que se presenta como más progresista en la UCR fue derrotado en nombre de un acuerdo con el macrismo. Los emblemas de la “nueva” ALIANZA son la pro-imperialista y “republicana” Carrió, un Sanz que carece de cualquier credencial progresista y Macri, sobre el cual no es necesario abundar. A ellos hay que agregar a Reutemann, representante del “peronismo sojero” de Santa Fe.
La nueva y la vieja ALIANZA tienen en común su oposición a los intereses de la población trabajadora, su defensa de la democracia abstracta, más allá de su contenido social real, su relación estrecha con el poder económico.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.