×
×
Red Internacional
lid bot

Tribuna Abierta. De símbolos y homenajes

Martes 30 de septiembre de 2014

Hace unos días, cumpliendo con harto retraso de unos 45 años su voluntad expresa, fueron diseminadas en el Río de la Plata las cenizas de John William Cooke. Se trató de un acto sin duda cargado de emoción, pero ornado de las más solemnes pompas oficiales, con discurso central a cargo de… Gabriel Mariotto (un amigo peronista me dijo: es como si en el entierro de Trotski hablara Hermes Binner). Una culminación, pues –y no cabe descartar que haya otras: no hay por qué culminar nada definitivamente-, de un ya largo proceso de apropiaciones (incluso de “secuestros”) simbólicas de nombres relevantes de la historia de la lucha de clases en la Argentina. Se hizo con Rodolfo Walsh, con Paco Urondo, con Haroldo Conti, con Ortega Peña –todos ellos, a diferencia de Cooke, asesinados por la dictadura o, en el caso de Ortega Peña, por las 3 A-, y cada lector tendrá sus nombres que agregar. Todos ellos son ahora significantes congelados de panteón, de monumento, de espacio institucional. Todos ellos, podríamos decir, marcas de legitimación de un “pequeño relato” o de una módica “historia oficial” que sigue pretendiendo homenajear pour la gallerie un pasado poco congruente con los actos (y no nos referimos a los de homenaje) del presente.

Entiéndase bien: no tengo nada, “en general”, contra el recuerdo que rinde honra a los héroes (aunque este epíteto me fastidia un poco: prefiero el de hombres serios , a saber los que, equivocados o no, fueron consecuentes en la práctica más que en la prédica) : hay una dimensión simbólica que es inseparable aún de las luchas más materiales. El problema –para seguir, si se me permite, la recomendación de los lingüistas de distinguir entre el enunciado y el sujeto de la enunciación- es qué , y cómo , y sobre todo quién , lo hace. Cooke, al igual que los otros homenajeados, quiso ser un revolucionario . Todos ellos pensaron, y actuaron en consecuencia, que lo que se llama la “cuestión nacional” exigía un movimiento y un proceso cuya lógica condujera a una transformación radical con el objetivo del socialismo. A su manera, no dejaron de referenciar su pensamiento en el marxismo. Se podrá decir que eran revolucionarios en el seno de un movimiento, el peronismo, que nunca pretendió serlo en el mismo sentido. Que se equivocaron gravemente al creer que ese movimiento podía, voluntaristamente, transformarse desde adentro. Que lo que deseaban era irrealizable dentro de la lógica del frente de clases y la conducción bonapartista-estatalista, cuando lo que se requería era la organización autónoma de la clase obrera y los sectores populares. Que la obcecación en la política de sustituismo armado, vanguardismo o “foquismo” los condujo –no solo a ellos- al desastre. Todo eso es cierto. Y también es una discusión demasiado compleja para hacerla en este breve espacio. Lo que importa, ahora, es señalar que lo que pensaron e hicieron en su momento (todo lo erróneo o “inútil” que se quiera) no puede -en buena lógica, pero también en buena ética- ser “homenajeado” por quienes lo usufructúan “oficialmente” para legitimar una conducta política que, en lo esencial, es la inversa de la que ellos postulaban. Pretender, como se dijo en el acto de las cenizas de Cooke, que el recordatorio celebra la continuidad, por parte del oficialismo, de la lucha que representaron esos nombres, es una falta de respeto, casi un involuntario sarcasmo.

Otra vez, entiéndase bien: no se trata de hacer imputaciones morales, de rasgarse las vestiduras por presuntas hipocresías, o ninguna trivialidad por el estilo. Se trata de que los “símbolos” también tienen historia . No surgen en cualquier momento, respondiendo a cualquier contexto, sino enraizados en prácticas materiales, no ya solamente de los individuos, sino de las clases, los grupos sociales, la sociedad en su conjunto, el “pueblo”. Abstraerlos de esas “materialidades” y hacerlos flotar en el aire de otras materialidades –por no decir las contrarias- significa, en los hechos, des-historizarlos, des-materializarlos, des-politizarlos. En los tiempos en que esos “símbolos” actuaron en el seno del “movimiento” –en los tiempos, digamos, de la resistencia peronista o de los movimientos insurgentes de los 60 / 70- podía todavía ser un debate verosímil si, como sostenía Cooke, la lucha de clases pasaba o no por la antinomia peronismo / antiperonismo. Él debió agregar que en todo caso pasaba también por adentro del peronismo, como se vio claramente ya antes, y sobre todo después, de que él dijera eso. Pero sea como sea, ese debate hoy ya no tiene mayor sentido. Sencillamente, porque en el peronismo no existen ya más los sentidos que pudieron hacer verosímil aquel debate. Estamos en un contexto nuevo. El peronismo, hoy, es el PJ, es la burocracia sindical, son los intendentes del conurbano y sus negocios más o menos “mafiosos”. Podrá haber aún una buena porción de clase obrera y sectores populares peronistas, desde ya, pero no existe para ellos ningún proyecto radicalmente transformador dentro del peronismo. Ni siquiera es seguro que el universo “K” sea peronista, en algún sentido histórico del término: si en sus elencos gubernativos predominan, como toda política, las maniobras coyunturales para acomodarse lo mejor posible al gran capital global (con o sin “buitres”, aunque con ayuda de Soros), en sus vertientes “culturalistas progre” se parece más bien a una mezcla postmodernizada del ex Grupo Sushi con el ex Club de Cultura Socialista. No estamos hablando de individuos: en algunos de ellos pervive, sin duda, la memoria fragmentada y nostálgica de la Resistencia, de la Tendencia, del PB, del MR17, y cosas por el estilo (también de la Alianza Restauradora, Tacuara, el FEN y Guardia de Hierro, claro: el peronismo podía ser todo eso, en el marco de la exacerbación de las luchas de clase y antiimperialistas a nivel mundial de aquellas décadas); en otros, luchadores honestos, puede incluso alimentarse la esperanza de que todavía fuera posible re-fundar aquel espíritu en los rescoldos ya muy tibios del actual proyecto oficial. Pero no: ya fue, como diría la jerga juvenil. ¿O nos dirán, ya que de juvenilias se trata, que todo eso es hoy La Cámpora? No se nos ocurre cómo podrían argumentarlo.

En este contexto, que Mariotto homenajee a Cooke no es ni siquiera la canónica farsa post-trágica: es más bien paródico, y bastante patético. Es, decíamos, una falta de respeto incluso a lo que pudo significar aquel peronismo, no digamos ya a un proyecto auténticamente revolucionario para la actualidad. Que, evidentemente, hoy hay que redefinir, replantear, repensar, rediscutir, y todos los “re” que se quiera. Pero ningún “re” podrá ser sustituido por una re –apropiación extemporánea, de ritual vacío, de esos nombres cuyo espíritu, hoy por hoy, solo puede ser re-inscripto (no, nunca, apropiado : hay que tener respeto también por las diferencias) en un nuevo proyecto de transformación social. El resto, como hubiera dicho el príncipe Hamlet, es silencio.


Eduardo Grüner

Sociólogo, ensayista, docente. Es autor, entre otros, de los libros: Un género culpable (1995), Las formas de la espada (1997), El sitio de la mirada (2000), El fin de las pequeñas historias (2002) y La cosa política (2005), La oscuridad y las luces (2011), Iconografías malditas, imágenes desencantadas (2017),