El rechazo al DNU 70/23 en el Senado constituyó un duro golpe para el oficialismo. La oposición patronal, al tiempo que votaba en contra, le tendió puentes para acordar el ajuste. Es preciso apostar al desarrollo de una perspectiva independiente, desde abajo, en las calles y con protagonismo del pueblo trabajador.
Viernes 15 de marzo de 2024 21:25
De tanto andar por la cornisa
tal vez un día pueda caer.
De tanto confiarme
de mi suerte y mis conquistas,
en la percha de un bar
terminé después.
En el estudio de la actividad de dirigentes y gobiernos, Gramsci proponía distinguir los “errores de cálculo” de aquello que constituía una “concreta actividad histórica”. Es decir, una decisión que respondía a una necesidad de tipo estructural, orgánica. La política capitalista local camina sobre la fina medianera que une y divide ambos terrenos. Personalismos y egos se anudan a tensiones de un régimen en crisis. De fondo, detrás del voluminoso ruido que hace “la casta”, se despliega un mar de pobreza y crisis social, resultado necesario del ajuste violento en curso.
Javier Milei creó todas las condiciones para su propia derrota en el Senado. Concentró un ajuste feroz sobre provincias, fracciones de la clase capitalista y el conjunto del pueblo trabajador; destrató ferozmente a la oposición política de todos los colores; propuso un “pacto” en el que todos debían capitular a su agenda; alentó el trolleo masivo en redes contra toda disidencia, incluida la de Victoria Villarruel, su vicepresidenta.
Hasta cierto punto, ese frenético accionar conforma una sumatoria de errores de cálculo. Ilustra, al mismo tiempo, la escasa capacidad presidencial para leer los límites de su fortaleza política. Atado a una forma de construcción política, creyó posible hacer a todos arrastrarse a sus pies por el simple método del desprecio. Más abajo retomaremos esta cuestión.
Del otro lado, puede pensarse que Villarruel actuó siguiendo los lineamientos de una “actividad histórica concreta”. Llevando al Senado el DNU 70/23, aportó su grano de arena a la construcción de un régimen político menos endeble, desde el punto de vista de la clase dominante. Donde la responsabilidad del ajuste no recaiga en los inestables hombros del presidente, sino que se estructure sobre un consenso más amplio, con actores dotados del poder territorial y político que falta al oficialismo. La defensora de genocidas hizo más por el fantasmagórico “Pacto del 25 de Mayo” que toda la camarilla mileísta.
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En las horas siguientes a su segunda derrota parlamentaria, Milei reincidió en las palabras fuertes. Encadenado a su relato como Ulises al mástil, repitió por enésima vez los discursos de campaña. Sin embargo, como escribió este viernes Claudio Jacquelin “el arte de vender derrotas como éxitos siempre es efímero”.
El acuerdo entre Milei y Villarruel se conformó de manera endeble, aunando la derecha católica conservadora y nacionalista con un liberalismo-libertariano rabioso. Presentado conceptualmente como “fusionismo”, aquella convergencia entre fracciones derechistas encarnaba las múltiples formas de rechazo que habían parido la resistencia social a los planes de ajuste y las gestiones kirchneristas que -aclaremos- no coinciden ni real ni conceptualmente.
En aquella variedad anidaban fortalezas y debilidades. Los enconos personales y de camarilla hicieron su aporte al naciente desgaste. La vicepresidenta quedó marginada de Defensa y Seguridad, lugares en los que soñaba marcar impronta al servicio de la llamada familia militar. La orientación global hizo el resto: hace tiempo que Villarruel alienta públicamente un consenso ajustador más amplio. Su mensaje posterior a la sesión de este jueves fue un latigazo a la camarilla que rodea al presidente. Friccionando forma y contenido, reivindicó su trayectoria junto a Milei al tiempo que celebraba al Senado como “la casa de las provincias” y “un poder independiente de la República Argentina”. Al hacerlo, hundía el cuchillo en el discurso presidencial, que llegó a calificar como “nido de ratas” el palacio parlamentario.
El lenguaje del cinismo
Volvamos a Gramsci. Describiendo tiempos de crisis orgánica, el revolucionario italiano afirmaba que “la muerte de las viejas ideologías se verifica como escepticismo respecto de todas las teorías y las fórmulas generales". En ese marco, la política se presenta de manera crudamente realista, "incluso cínica en sus manifestaciones inmediatas” [1].
El cinismo que invade el discurso oficialista se alimenta de una crisis de representación aguda. Converge con el escepticismo que habita transitoriamente la subjetividad de fracciones de masas. Aquel nacido de la profunda decepción que significaron las gestiones de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos. Una suerte de "there is no alternative" ("no hay alternativa") de cabotaje, anclada más en el desencanto con lo viejo que en la emergencia de nuevos valores liberales.
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Ese estado de ánimo, sin embargo, se confronta a la dura realidad de la vida cotidiana, aquella marcada por los sinsabores de la economía. La primera semana de marzo alcanzó para opacar los festejos oficiales por la inflación de febrero. Un informe de la Fundación de FIEL advirtió una suba del 5,7% para los precios en la Ciudad de Buenos Aires. A ese ritmo, la estimación mensual volvería a traspasar la áspera frontera del 20%.
Estos días también permitieron desnudar la hipocresía oficial. Desmintiendo nodos de su propio discurso ideológico, el Gobierno acusó a las grandes empresas alimenticias por la remarcación feroz. Al hacerlo, derribó su propio mito; aquel que consigna que el mercado ordena los precios de manera automática.
De consejos y de apoyos
Desde hace tiempo, Juan Grabois se presenta como consejero enojado del presidente. Esta semana, mientras se tensaba la interna oficialista, el dirigente social le pedía a bajar el DNU, dejar de creerle a los macristas Caputo y Sturzenegger, devolver la plata a las provincias, las obras a los pobres, el sueldo a los jubilados y “gobernar para el pueblo”.
Ecos de campanas que llegan desde Roma; dureza discursiva que recubre palabras más suaves, ya pronunciadas por el papa Francisco. Grabois le propone a Milei que deje de ser Milei. Que abandone su lugar de sujeto político de un ajuste feroz, digitado por el FMI y el poder económico concentrado. El amigo del pontífice tiene, también, otra intención: busca un diálogo con parte de esos desencantados con la política que eligieron con su voto al liberal.
La orientación debe entenderse como complemento de la estrategia política del peronismo. Aquella consiste en amonestar verbalmente a Milei mientras se le otorga gobernabilidad. En permitirle a la gestión liberal-libertaria hundir el país, mientras se trabaja mirando las próximas elecciones, sean estas legislativas, presidenciales o adelantadas.
En simultáneo, el peronismo asume su parte en la agenda derechista que está sobre la mesa. Esta semana, Héctor Daer y Andrés Rodríguez se mostraron dispuestos a consensuar una reforma laboral. Hablaron ante los grandes empresarios reunidos en el encuentro de la AmCham, la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina. Repitieron, a su manera, el ofrecimiento hecho por Cristina Kirchner en las 33 páginas de su carta. Fue allí donde la ex vicepresidenta propuso debatir lo que llamó, elípticamente, “actualización laboral”.
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El gobernador bonaerense funciona bajo la misma premisa. La verborragia opositora no impide a Axel Kicillof prestar colaboración al poder central. Acaba de sumar drones, patrulleros y 400 efectivos de la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI) a la cruzada militarizadora que Bullrich ejecuta en Rosario. Su ministro de Seguridad, Javier Alonso, anunció que habrá una “segunda etapa”; allí despacharían aviones no tripulados de videovigilancia y helicópteros.
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La decisión implica avalar una política contra el narcotráfico tan violenta como fallida. Las dramáticas imágenes que llegan desde Ecuador o México lo confirman. Poblar de efectivos represivos una ciudad equivale a radicalizar el problema. Sin poner en cuestión el negocio capitalista asociado al narco no hay ningún principio de salida. Tampoco sin debatir en profundidad la legalización de las drogas, ligadas a la atención seria del consumo problemático.
Cálculos y relaciones de fuerza
Reiniciemos. ¿Donde reside lo que elegimos definir como error de cálculo de Milei? Esencialmente, en confundir el quebradizo aval político que le dio el balotaje con un mandato firme para formatear el país en interés del gran capital. Esa tensión condujo al Gobierno a dos importantes derrotas parlamentarias en apenas 40 días. Conduce, también, a una creciente fricción con los sectores sociales que resisten el ajuste.
La oposición patronal trabaja sobre esa contradicción. Este jueves, Martín Lousteau -insultado desde todos los rincones del oficialismo- ofreció su aval a porciones del programa de ajuste. Una, para nada menor, la reforma laboral. El peronismo presentó una oferta similar: combinó la retórica dura con los llamados al consenso. Anabel Fernández Sagasti, figura mendocina del kirchnerismo, pidió “transmitan al presidente que nosotros estamos dispuestos a discutir cada uno de los títulos, sabemos que desde las provincias podemos aportar”.
Parte sustancial del arco político capitalista propone el discurso de los “consensos”. Traducido a términos más concretos, implica acordar los lineamientos del ajuste ordenado por el FMI. Diseñar una agenda común que atienda los reclamos del poder económico concentrado y el gran capital financiero internacional. Un “pactismo” que implica la continuidad de ataques contra los intereses del pueblo trabajador y las clases medias arruinadas.
Tanto el cálculo de Milei como la apuesta de la oposición patronal tienen enfrente una relación de fuerzas social y política que tiende a emerger de manera constante. Que se expresa en una multiplicidad de conflictos. Devenidas luchas parciales por decisión de la conducción de la CGT, tiene lugar peleas tan importantes como las de GPS-Aerolíneas Argentinas; Télam y el Incaa; Acindar; la docencia de provincias fundamentales como Córdoba y Santa Fe; o la docencia universitaria de todo el país por solo nombrar algunas.
Esa relación de fuerzas se expresó, asimismo, en la masividad que pintó las calles de verde y violeta el 8 de Marzo. Es la que se verá, con toda seguridad, el domingo 24 de Marzo, cuando volvamos a gritar por nuestrxs 30 mil compañerxs detenidxs desaparecidxs.
Que esa fuerza no pese de manera unitaria en la escena nacional es responsabilidad de las conducciones sindicales peronistas. Fue su decisión política orientar la fuerza mostrada el 24 de enero a un intento de negociación con el Gobierno. Es su decisión continuar hoy por el inseguro impredecible camino del lobby parlamentario, apostando fichas a que la oposición de Pichetto, Massot y cía. haga su aporte a derribar el DNU 70/23.
Es urgente pelear por imponer otro rumbo. Articular desde abajo la fuerza de los sectores avanzados, de vanguardia y en lucha. Fortalecer las asambleas barriales, e impulsar el desarrollo amplio de la autoorganización y la coordinación democrática en los lugares de trabajo y de estudio; en cada barriada y en cada ciudad. Abrir un camino distinto para el descontento social que empieza a crecer. Un camino que lleve a triunfos obreros y populares, no a las amargas decepciones del mal menor.
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[1] Antología, Volumen 2, Siglo XXI, p. 314.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.