Domingo 7 de junio; miles de personas se manifiestan en contra del racismo en varias ciudades de España. Al tiempo que unos gritan que sus vidas importan, otros, tirando de refranero español –“consejos vendo que para mí no tengo”– califican las protestas de irresponsables, aludiendo, además, a la falsa idea de que, en verdad, las protestas pueden esperar, porque, aquí, en España, eso del racismo, “no existe”.
Viernes 12 de junio de 2020
Las concentraciones habían sido convocadas por la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente en España. Con obvia precaución, los convocantes, reiteraron la asistencia con mascarilla. “Consejo categórico” que sin duda se ha cumplido. Aunque las voces se han alzado, las bocas siempre han estado responsablemente cubiertas.
No obstante, la COVID parece pasearse por las manifestaciones al tiempo que aparece ausente en los comercios, los restaurantes, las terrazas, los trabajos, el transporte público, etc. Parece que el consumo nos proporciona inmunidad, y que los derechos nos reportan muerte. Peligroso sería, y es, coger miedo al espacio publico y santificar el espacio comercial. Mucho tejido industrial y poco tejido social. Mucha terraza y poca justicia. Mucha empresa y poco derecho laboral.
Por supuesto no se olvida de donde se viene, no se abandonan las medidas sanitarias, y por eso mismo, por salud, se ha gritado hoy. La OMS, define la salud como un estado de completo bienestar físico, sí, pero también, mental y social. Poco bienestar social y, en consecuencia, poca salud hay, en aquellas sociedades en las que el racismo y la discriminación es el día a día de demasiadas personas.
Quien fuera imaginar, que un constructo como la raza, tan instrumentalizado por occidente, y por el poder en general, fuera a estar ausente en España. Claro, que esto que digo, no puede ser más falso.
Por mucho que digan algunos, y que expresen otros, en España, sí; sí ha habido y hay racismo. Y no hace falta hacer memoria de un pasado colonial o de una dictadura fundamentalista. Sino que el racismo aún persiste hoy en día. Si bien el pasado nos ayuda a comprender el porqué del presente. No nos hace falta acudir a los derroteros del pasado para mirar con rabia el ahora.
Mentira parece, e indignante es, que haya que “justificar y legitimar” las protestas sucedidas por toda la geografía. Muchas son las personas que, en España, sufren de
discriminación racista y xenófoba. Ya sea por racismo biológico, o por racismo cultural, demasiados son los que se sienten discriminados.
Del día a día son las discriminaciones contra gitanos, los insultos contra latinoamericanos y las agresiones contra negros… Del día a día son las expresiones de fundamentalismo, y las palabras de supremacismo. Y el silencio, que muchas veces envuelve estos hechos, no es menos criminal, o más tolerable.
Según denuncia SOS racismo en 2018 se produjeron 347 casos de agresiones y
discriminaciones racistas. Aunque habría que añadir, como bien se dice en el informe, que muchas de las agresiones ocurridas no son denunciadas.
Buena parte de estas agresiones, denunciadas o no, son cometidas indirecta o
directamente por el Estado Español. La Ley de Extranjería existe, y los casos como los de Samba Martine, a quien se le negó asistencia médica en el CIE de Aluche en 2011, nos recuerdan sus terribles consecuencias.
Consecuencias que también se presentaron en Ceuta en 2014 cuando Guardias Civiles dispararon pelotas de goma contra inmigrantes que intentaban llegar a costas españolas, 14 personas murieron ese día. Y 1.091 murieron en 2019 en el mediterráneo ante el silencio de Europa, ese silencio que recordábamos criminal. La estigmatización del migrante también se cobró la vida Mmame tras una redada de la policía en 2018… en fin, muchas son las consecuencias del racismo institucional.
Al tiempo que se “venden consejos” porque varios miles de personas protestaban en Madrid contra el racismo, pocos “consejos se aplican” en los campos de Huelva, donde miles de jornaleros viven en situaciones de esclavitud y sin medidas sanitarias. Y el Estado, lejos de revertir la situación, se limita a ofrecer “permisos” temporales de trabajo, pues parece que la “legalidad” de una persona depende de su contribución al PIB y no de su dignidad como ser humano.
Mientras la ultraderecha se regocija en el racismo y habla de suprimir la sanidad para los inmigrantes “ilegales” al tiempo que estigmatiza a los menores no acompañados; la policía, por su parte, infunde el miedo en los barrios de mayoría migrante. En Lavapiés, uno de los barrios mas multiculturales de Madrid, no sorprende ver a la policía, cada pocos minutos, patrullando el distrito de arriba abajo; pero poco hizo la policía ante la muerte de Mohamed Abul Hossain, un hombre, que, por discriminaciones idiomáticas acabo muriendo por COVID tras llamar en reiteradas ocasiones al número de atención por Coronavirus de la Comunidad de Madrid.
Tampoco hay que creer que la discriminación solo se ceba con la población migrante, pues también son muchas las personas que sin ser inmigrantes son discriminadas por motivos raciales en España. La población gitana, por citar un caso paradigmático, es continuamente estereotipada y discriminada en este sentido. Los denominados “microrracismos” son el pan de todos los días.
Poniendo ejemplos podríamos escribir demasiadas hojas, sin ni siquiera acabar. Son
muchas las razones por la que protestar contra el racismo en España, y contra el racismo ejercido por el propio Estado español. “Sin justicia no habrá paz” porque sin justicia, por muchas mascarillas que usemos no habrá salud, ni física, ni mental, ni social. El racismo es una realidad, que, con pandemia, o sin pandemia, hay que combatir como a un virus.