Lejos de comenzar por los últimos, el gobierno prioriza a los que siempre ganan. En el fuego de la represión y las casillas incendiadas en Guernica se quemó el relato progresista. El “amor al pueblo” resulto ser un engaño para seguir haciendo ricos a los que más tienen.
Viernes 30 de octubre de 2020
Este jueves mientras resistíamos el desalojo junto a las mujeres y los jóvenes de Guernica, madres y jóvenes de 16 o 17 años que podrían ser mis estudiantes, me llegó un mensaje de un chofer de colectivo. “Alta movida se mandaron. Fuerza, fuerza…” decía. Había visto la represión, pero también la resistencia tenaz que mantuvimos por más de tres horas a una guardia de infantería de 4000 efectivos totalmente “calzados” para la guerra.
Este chófer era uno de los tantos trabajadores que había colaborado solidariamente con esas familias. Había cargado en su motito todo lo que pudo juntar en su casa y se acercó a Madygraf para sumar ese grano de arena al montoncito que pudimos reunir nosotros.
“Hoy el gobierno enterró su discurso progresista en Guernica” le dije. Sabía que había votado al Frente de Todos, como muchos trabajadores y trabajadoras. Él también quería que se vaya Macri. Pensaba que la “mano” venía por el peronismo. Aún hay en el imaginario social una vaga idea de que el peronismo representa la justicia social. Ese es su discurso, claramente, pero en Guernica se quemaron los relatos en el fuego de la represión y las casillas incendiadas.
“Justo me estoy lamentando por eso amigo” me respondió. “Que lástima loco la verdad totalmente decepcionado de el gobernador que yo vote”, agregó cargado de bronca e indignación.
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Alberto Fernández dijo el 10 de diciembre del 2019, cuando juró como presidente (no paso ni un año): “Es tiempo de comenzar por los últimos, para después poder llegar a todos: este es el espíritu que hoy inauguramos. Los convoco sin distinción a poner a la Argentina de pie, que comienza a caminar, con desarrollo y justicia social". Lejos de ser recordado por “intentar sanar la herida del hambre”, el gobierno (ante millones) se comienza a mostrar como el fiel defensor de los ricos, con represión incluida si es necesario. Para ellos vale todo, como incluso mostrarse buenos y engañar a los trabajadores y el pueblo pobre como a mi amigo chófer.
Lacayos de los ricos
Mientras pensaba en el engaño que muchos deben sentir al ver a un gobierno que prometía “comenzar por los últimos” y hoy apoya y felicita al Gobernador Axel Kicillof, por la “buena tarea” que hizo desalojando familias pobres, mostrando que sus prioridades siempre fueron los ricos “que se la llevan en pala”, recordé un articulo de Lenin titulado “Entre los lacayos”.
El lacayo tiene un amo a quien sirve y para quien gobierna. Todos los políticos burgueses son lacayos. Defienden los intereses de sus amos, los ricos: empresarios, banqueros y terratenientes. Para ello deben prescindir de cualquier tipo de honestidad. Su característica central es la hipocresía. Su moral es la de sus amos: el robo y el engaño a los trabajadores y el pueblo pobre, sin importar las consecuencias que devienen con ello: pobreza y miseria para las mayorías, riquezas y ostentación para las minorías. Guernica arde como ejemplo.
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“El lacayo puede ser el hombre más honesto del mundo, un miembro modelo de su familia y un ciudadano ejemplar, pero está condenado a ser un hipócrita porque la característica principal de su oficio es combinar los intereses de su amo, a quien se ha “comprometido” a servir con “devoción y lealtad”, y los intereses del medio social en que se reclutan los criados”, definición tan precisa para un político burgués (lacayo), que nos da Lenin.
“Los intereses de su amo”, que son los intereses de los ricos, nunca pueden ser nuestros intereses, pero sí los intereses que defiende todo aquel que tomo en sus manos la tarea de administrar el estado burgués, que es la expresión de esa minoría para la cual gobierna Alberto Fernández, y que mañana puede ser “fulanito”, pasado un “menganito”, con más o menos “amor al pueblo”, pero con una “fuerte dosis de obediencia y defensa de los intereses del amo”.
Por eso, Luciano Benetton y Joe Lewis nunca recibirán una tropa de infantería para desalojarlos, ni los magnates de los countrys, que tantas irregularidades como metros cuadrados tienen en su haber. Pueden llamar “miserable” a Paolo Rocca, pero luego el Ministerio de Trabajo le avala despidos. Puede insultar a los Vicentín, pero los reciben en La Quinta de Olivos y dejan que sigan dirigiendo la empresa cuando quedo a las claras lo que hicieron. “Te voy a retar, pero es mentirita. Tómalo de quien viene. Al pueblo debes en cuando le gusta un poco el show” dice el gobierno detrás de escena.
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No son los amigos del pueblo, aunque lo juren por su abuela, su madre y sus hijos. Sólo buscan embellecer con flores de plástico nuestras cadenas. Como dijo Lenin, el gran “tribuno del pueblo” que dirigió la revolución rusa, los verdaderos amigos y amigas de los trabajadores y el pueblo pobre son los que llaman a “arrancar de las cadenas las flores artificiales que la adornan, para que el esclavo aprenda a odiar sus cadenas con mayor conciencia y energía, las rompa lo antes posible y tienda su mano hacia las flores verdaderas”.
Lenin dirigió la revolución más grande de la historia, donde 4 millones de obreros industriales y del transporte dirigieron a 100 millones de campesinos para darlo vuelta todo y poner en primer lugar las prioridades de las mayorías por sobre los beneficios de una minoría.
Este es el legado de los y las trotskistas. Por eso nos atacan cuando estamos en la primera línea de lucha como en Guernica. Nos consideramos políticos de nuestra clase, políticos trabajadores y no lacayos hipócritas del capital que engañan y viven de las riquezas que los ricos le roban al pueblo.