En la breve audiencia del lunes, los jueces del Tribunal Oral N°1 porteño escucharon el relato de la violencia policial en primera persona. El testimonio data del 8 de octubre de 2018, cuando el joven de La Boca estuvo en condiciones de salud para declarar lo que sufrió aquel 9 de noviembre de 2015.
Miércoles 4 de septiembre de 2019 23:29
Foto Colectivo de Medios Populares
Las palabras de Lucas fueron incorporadas ayer al juicio luego de transmitir la filmación en la sala de audiencias. En su testimonio, el sobreviviente al gatillo fácil y querellante en la causa contó con detalles cómo Ricardo Ayala, agente de la ex Metropolitana actualmente en servicio efectivo en la Policía de la Ciudad, le disparó luego de un cruce de palabras. “Me parece que por una discusión verbal no amerita que me disparen en la cara, porque somos todas personas iguales”, analizó Lucas, quien recuerda prácticamente todo lo que pasó ese día: que salió a comprar unos sanguches de milanesa para almorzar con su familia y que Ayala lo miró “mal, de arriba abajo”. En la panadería de la esquina de su casa, en Martín Rodríguez y Aristóbulo del Valle, la panadera le fió uno de milanesa y uno de jamón y queso, y le dio una bolsita con panes saborizados para su hija.
Cuando volvió a su casa empezaron una discusión. Durante los pocos minutos que duró, Lucas recuerda que Ayala no quitó su mano derecha del arma: “En cualquier momento iba a desenfundar y cada vez que me hablaba y me miraba, tenía la mano puesta en el arma”.
Ayala: Ojo, cuidado con lo que vas a hacer.
Lucas: ¿Ojo con lo que vas a hacer qué?
Ayala: A mí me dijeron que vos sos conflictivo.
Lucas: ¿Vos cómo me conoces a mí?
Mientras reproduce el cruce de palabras con el policía, Lucas recuerda que habitualmente, a las tres o cuatro de la mañana, los policías tocaban la sirena para avisar el cambio de guardia y despertaban a su nena de dos años. Lucas salía a pedirles que se comuniquen de otra forma.
Ayala: Negrito de mierda metete para adentro.
Lucas: Vos no sos policía.
Ayala: Sí, yo soy policía y peor, puedo hacer lo que quiero.
Lucas: Si vos fueras policía estarías en la puerta de un banco atrapando a los chorros y no acá en una consigna entre dos mujeres.
No hubo contacto físico y Lucas pensó que la discusión había terminado ahí. Apenas caminó un paso y medio hacia su casa, escuchó en su espalda un paso fuerte. Cuando se dio vuelta sintió el primer disparo en la mandíbula.
Cayó al piso, a menos de un metro de Ayala, que estaba parado en el escalón de ingreso. Lucas estaba consciente: “Yo escuchaba y sentía todo”. Su pareja salió, lo agarró del cuello y, según lo que declaró en la audiencia pasada, la joven le gritó: “Hijo de puta, ¿Por qué lo hiciste?”. Lucas, tirado en el piso junto a su pareja y su hija, vio a Ayala ingresar al pasillo, acercarse y disparar dos veces más. No pudo escuchar los tiros ni moverse porque la primera bala ya había tocado su médula ósea: “Quedé petrificado”, dice y el televisor reproduce la voz de Lucas mientras el abogado que defiende al policía envía mensajitos con su teléfono celular sin una mínima mueca que demuestre que lo está escuchando.
En el monitor, Lucas continúa con su relato. “Me subieron a un auto, no sé cómo. Yendo al hospital sentía la brisa en la cara. Quería decirle a mi pareja que la cuide a mi hija y le diga que siempre la quise. Pero no podía hablar, no me salía la voz. Yo sentía que me moría en ese instante y lo único en lo que pensaba era en mi hija, que con solo dos años iba a perder a su padre”. Solo podía escuchar que pedían un camillero a los gritos: “Por favor, rápido, se muere, se está desangrando”. Lo sedaron y recuerda ver a su padrastro, Rubén, cuando despertó. Nada más. Ni nada menos. Vivió para contarlo.
Lucas vestía una remera de River de manga corta, una bermuda clarita y zapatillas nuevas grises con celeste. En ningún momento se sacó la remera, aseguró. El policía Ayala, recuerda Lucas, era morocho y un poco más chico que él de contextura física. Pero no se acuerda de su cara. Y si en ese momento le pidieran reconocerlo, no podría. Es que previo al fusilamiento, dice, sólo lo había visto una vez: la noche anterior. Esa fue la primera y la única. La consigna policial estaba en la puerta de al lado de la casa de Lucas por una pelea entre vecinas: una de ellas pidió botón antipánico y custodia.
En su testimonio de octubre de 2018, Lucas también relató las condiciones en las que vivía en el conventillo de Martín Rodríguez, un hogar “de tránsito” eterno donde había empezado a independizarse con su hija y su ex pareja. “Recién ahora, por lo que me pasó, me dieron una vivienda digna para vivir con mi familia”, subraya. Con 21 años, Lucas estaba contento con su proyecto. Su mamá Carolina vivía en la habitación de al lado y lo acompañaba. Como ahora, inquebrantable, dándole fuerzas para afrontar el juicio.
Por el conflicto entre las vecinas, la presencia policial en Martín Rodríguez al 500 era permanente. Lucas cuenta que, por momentos, había ocho policías para custodiar a una sola persona. Recuerda que algunos de los oficiales acompañaban a la mujer custodiada a hacer las compras y le llevaban las bolsas. A la noche, desde su casa en la planta baja, los veía y escuchaba cuando, entre dos, tres y hasta cuatro policías, jugaban torneos de PlayStation y pedían pizza con Gancia. “Me parecía una locura que haya esa cantidad de policías para una sola persona”, reflexiona Lucas en su declaración.
“La vida me cambió completamente. Estoy yendo a rehabilitación pero nadie me garantiza que yo pueda volver a caminar. Lo hago con esfuerzo pero hasta el día de hoy no pude levantar a mi hija en brazos. Eso es lo que yo más quiero. La puedo ver, jugar con ella, pero yo quiero levantarla, llevarla a la plaza, tenerla en mis brazos. La vida me cambió, pasé por muchas operaciones, tuve traqueotomía, un montón de cosas. Y hoy estoy acá pidiendo justicia, porque somos todos iguales y por una discusión verbal no amerita que te peguen un tiro en la cara”, termina Lucas con firmeza. Cuando al inicio de su testimonio los jueces le preguntaron por su ocupación, dijo que estaba yendo a rehabilitación. Ayala, en cambio, puede caminar, tomar agua solo, abrazar a su familia.
*FM Riachuelo/FM La Caterva/La Retaguardia/Agencia Paco Urondo/Sur Capitalino/Radio Gráfica/Radio Presente