Publicamos esta colaboración escrita especialmente para nuestra revista por Joel Ortega Erreguerena, sociólogo y profesor de la UNAM.
a) Introducción
En América Latina desde hace casi una década las plataformas de reparto, como Rappi, Glovo o Uber Eats, se han extendido por todas las grandes ciudades. Forman parte de una reformulación en las relaciones de trabajo. El capital emplea las tecnologías digitales y un discurso ultraliberal para precarizar las relaciones laborales y, a través de eufemismos como la de nombrar “socios” a sus trabajadores, negar la relación laboral.
Las aplicaciones intentan impulsar esta actividad laboral con un discurso que exalta la libertad, la flexibilidad y la ausencia de jefes directos. Cuando estas ideas fallan las aplicaciones cuentan con una serie de mecanismos de control y de coerción sobre sus trabajadores. La “gestión algorítmica” les permite a las empresas tener un seguimiento detallado de la actividad de los repartidores y castigarlos de diversas formas para imponer la disciplina laboral. Es decir, las aplicaciones intentan ser hegemónicas en el seno del mundo laboral. Por una parte, buscando el consentimiento, con una ideología ultraliberal y por la otra imponiendo el control a través de sus mecanismos coercitivos.
Sin embargo, en poco tiempo se están presentando resistencias por parte de los repartidores. En América Latina se están formando colectivos solidarios, sindicatos de repartidores y se impulsan paros e iniciativas para regular a las empresas y establecer derechos laborales. La hegemonía de las aplicaciones digitales no ha sido tan perfecta como las empresas habrían esperado.
En este artículo expongo brevemente algunos elementos del proceso de resistencia de los repartidores de aplicación en América Latina. Primero analizo el fenómeno de las aplicaciones digitales y su impacto en las relaciones laborales y en específico el caso de las aplicaciones de reparto. Después estudio los procesos de resistencia por parte de los repartidores en nuestra región. Comienzo con las solidaridades comunitarias, que son el primer fermento de organización colectiva. Continúo con los procesos de organización y de movilización en la región y concluyo con algunas tendencias en la lucha por los derechos de estos trabajadores.
b) Aplicaciones y relaciones de trabajo
La precarización de las relaciones laborales con figuras como la flexibilización, los contratos temporales y el outsourcing son tendencias estructurales en el capitalismo de las últimas décadas. La crisis económica del 2008 y el avance de las tecnologías digitales se conjugaron para que, a partir de ese año, se extendiera por el mundo una nueva forma del capital en la que los derechos laborales son erosionados: el capitalismo de plataformas.
Empresas como Uber, fundada en 2009 [1] o AIRBNB en 2007 [2] tuvieron una expansión enorme a partir de un modelo de plataformas digitales. En su discurso se autodenominaron como una “economía colaborativa” porque, supuestamente permitían a diferentes sujetos conectarse y colaborar en una actividad económica. Para Nick Srniceck, se trata más bien de un “capitalismo de plataformas” en la que el capital utiliza las tecnologías digitales para reformularse, mercantilizando la información e implementando nuevas formas de extracción de la plusvalía [3].
Las empresas no sólo se apropian de la fuerza de trabajo, sino que también obligan a los trabajadores a comprar sus propias herramientas, como un carro en Uber o una bicicleta para el caso de los repartidores en RAPPI. Además, se trata de una explotación trasnacional, de trabajadores en diferentes latitudes. Como explica la investigadora Natalia Radetich “las apps aparecen como mecanismos articuladores que permiten organizar y explotar el trabajo mundialmente disperso” [4].
Como mencionamos antes estas empresas tienen un discurso ideológico para presentar sus relaciones económicas como un fenómeno innovador y una oportunidad de libertad para sus “socios” [5]. Se exaltan valores como la libertad y el individualismo para denostar cualquier tipo de organización colectiva. Por ejemplo, en la propaganda de Rappi se promete libertad para elegir horarios, recorrer las calles en bici y flexibilidad para conectarse libremente. Todo sin un jefe directo. En un anuncio de su propaganda se lee el siguiente mensaje:
“¿Quieres ganar dinero en tu tiempo libre? ¿Quieres ser tu propio jefe? ¡Se Rappitendero! Controla tu tiempo como quieras. Gana mucho dinero” [6]
Sin embargo, ese discurso ideológico no es suficiente para garantizar el control laboral. Es cierto que no existe un trato directo, cara a cara, con un jefe en estas aplicaciones digitales pero el control puede ser mucho más tiránico a través de los algoritmos. En la “gestión algorítmica” [7] las empresas controlan el trabajo mediante algoritmos opacos, con programaciones que no son públicas, y que orientan la actividad de los trabajadores.
En el caso de los repartidores, lejos de la libertad prometida por el discurso empresarial el control de los algoritmos es constante. Los clientes califican, los restaurantes de donde se recogen los pedidos evalúan y las aplicaciones vigilan a través de la localización de los celulares y el tiempo de respuesta para realizar los pedidos. Las evaluaciones pueden ser injustas, marcadas por ejemplo por sesgos racistas, clasistas o machistas tanto de los clientes como de los restaurantes. Los repartidores pueden tener evaluaciones negativas por circunstancias que son ajenas a su trabajo como un retraso de los restaurantes, accidentes o el tráfico de la ciudad. De esas evaluaciones pueden depender los premios y los castigos que da la aplicación. Incluso la aplicación puede “desconectar” (un eufemismo para despedir) a un trabajador de manera arbitraria y sin mayor explicación. Para los trabajadores no existe forma de dialogar con la empresa o apelar a sus decisiones.
Las empresas prometen un trabajo flexible en el que cada trabajador determina cuánto tiempo conectarse de acuerdo a sus necesidades. Sin embargo, para lograr sobrevivir con un ingreso suficiente es necesario conectarse mucho tiempo. En una investigación realizada en varios países de América Latina se ubicó que el 50% de los repartidores se conectaba más de 8 horas diarias [8] para México se calculó un ingreso de 2085 pesos a la semana. [9]
Por otra parte, el trabajo de los repartidores los expone a una diversidad de riesgos y de violencias que se viven en las calles de las ciudades latinoamericanas. El acoso sexual, la violencia callejera y los accidentes viales son una constante en su trabajo. En la misma investigación realizada a nivel latinoamericano el 25% de los repartidores declaró haber sufrido algún tipo de accidente y aun así el 50% trabaja sin seguro médico. [10] En cuanto al acoso hay testimonios de repartidoras que han sido secuestradas o intimidadas por clientes al momento de entregar los pedidos en sus domicilios. El apoyo de las aplicaciones ha sido nulo.
Según datos de la propia Rappi 500 mil repartidores utilizaron su aplicación en el 2022. La empresa opera ya en 320 ciudades de México, Costa Rica, Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Argentina y Brasil [11]. En contraste con la precariedad de sus trabajadores las ganancias de las empresas han sido enormes, en 2021 Rappi ya estaba valorada en 5250 millones de dólares. [12]
Así, el trabajo en las aplicaciones digitales de reparto está en expansión en las ciudades latinoamericanas. Forma parte de una reordenación general de las relaciones laborales marcadas por la precariedad y la flexibilidad. El discurso de las aplicaciones las presenta como espacios de libertad para los individuos y su capacidad emprendedora. En cambio, la realidad del trabajo está marcada por malas condiciones y violencias de todo tipo. La pregunta, en este contexto, es qué tanto los trabajadores han asumido el discurso de las plataformas y cómo se están organizando para exigir sus derechos.
c) De la solidaridad colectiva al sindicalismo de plataformas
El trabajo en las plataformas digitales tiene varias condiciones que dificultan la organización. Los trabajadores no son reconocidos como tales sino como usuarios de las plataformas y no existe un espacio de convivencia colectiva, como históricamente sucedía en las fábricas. La relación del trabajador es individual, directamente con las aplicaciones digitales sin mayor contacto con otros trabajadores. Sin embargo, dentro del capitalismo de plataformas los repartidores se han destacado en unos cuantos años por ser uno de los sectores más conflictivos. [13] Aquí expongo brevemente cómo ha sido el proceso de organización en América Latina.
Las aplicaciones imaginan a sus trabajadores como individuos aislados y enfrentados entre sí, compitiendo por los pedidos y sin mayor conexión social que la proporcionada por los algoritmos. Sin embargo, en la realidad los repartidores forman parte de diversas comunidades con las que se organizan frente a la precariedad. Por eso el primer momento en la organización de los repartidores ha sido la creación de colectivos solidarios, de apoyo mutuo.
En varios países la primera forma de organizarse ha sido en “espacios libres”, [14] por fuera del control de las empresas. En grupos de whatsapp o telegram los trabajadores han creado grupos de autoayuda para enfrentar los accidentes viales o la inseguridad. Así, en México frente a la violencia callejera se creó en 2018 el colectivo Ni Un Repartidor Menos en el que denunciaron la falta de protección de los repartidores y registraron todos los accidentes a los que están expuestos. También se han creado grupos de repartidoras para enfrentar el acoso y estar pendientes unas de las otras.
Las comunidades de migrantes han jugado un papel identitario en varios países para la articulación de los repartidores. Los migrantes jamaicanos fueron el primer núcleo organizativo de los repartidores en Inglaterra y en América Latina los migrantes venezolanos iniciaron las movilizaciones en Argentina, Colombia y Ecuador.
Es decir, lejos del individualismo desbocado que promueven las aplicaciones los repartidores forman parte de diferentes comunidades, con redes de parentesco y con identidades de clase, de género o de origen en el caso de los migrantes. Es a partir de esas redes que se han generado acciones solidarias y luego se ha dado paso a las movilizaciones.
Además de las organizaciones para la autoayuda y las redes de solidaridad en América Latina se están impulsando varios sindicatos de repartidores de aplicaciones. Los retos para organizar a un sector que ni si quiera es reconocido laboralmente son muchos y son iniciativas que todavía no abarcan a la mayoría de los trabajadores. Sin embargo, son esfuerzos que ya han tenido algunos logros en la defensa de los derechos de los repartidores.
En Argentina, uno de los primeros sindicatos surgió a finales del 2018 después de varios meses de conflicto con la empresa RAPPI. La empresa colombiana modificó arbitrariamente las tarifas para los repartidores que en julio de ese año encabezaron una huelga. [15] Después de varias semanas de conflicto decidieron organizar la APP (Asociación del Personal de Plataformas). Además de forma paralela otros activistas crearon la Asociación de Trabajadores del Reparto, que no tiene registro formal y le apuesta a un sindicalismo democrático.
En Colombia en plena emergencia de la pandemia por el COVID-19 surgió un conflicto para exigir mejores condiciones. El caso es significativo por ser la sede de RAPPI y porque el movimiento fue encabezado por repartidores migrantes de origen venezolano. En 2020 se creó el Movimiento Nacional de Repartidores de Plataformas Digitales y tiempo después la Unión de Trabajadores de Plataformas (UNIDAPP) que impulsa una ley para regular a las plataformas. Carolina Hevia, una de sus dirigentes fue hostigada por la empresa y tuvo que salir del país hacia Ecuador en donde también ha impulsado el sindicalismo de los repartidores. [16]
Por su parte, Brasil es el país en el que se han registrado las movilizaciones más grandes. En 2020 bajo el gobierno de Jair Bolsonaro y en plena pandemia los repartidores exigieron mejores condiciones y protestaron en el movimiento de los Entregadores Antifascistas. Paulo Galo, uno de los dirigentes del movimiento fue detenido y se convirtió en un símbolo, no sólo de los repartidores sino de los trabajadores en general. [17]
Finalmente, en el contexto de la pandemia se dio un ciclo de movilizaciones a nivel latinoamericano que derivó en la realización de 5 paros internacionales. Los repartidores se articularon internacionalmente en la organización Unidos World Action con organizaciones de 16 países e impulsaron acciones para exigir derechos. Algunas de las formas de lucha se generalizaron entre los diferentes países, por ejemplo, la quema de mochilas o el paussaso, una forma de desquiciar a las aplicaciones conectándose al mismo tiempo y rechazando los pedidos. [18] A partir de estos paros surgieron nuevas organizaciones, como los sindicatos de Ecuador y otras, que se formaron de forma independiente, como la Unión Nacional de Trabajadores de Aplicación en México, se están articulando también a nivel internacional.
d) Retos y tendencias
Así, en América Latina se está desarrollando un proceso de sindicalización de los repartidores de aplicaciones digitales. La hegemonía de las aplicaciones, con su discurso ultraliberal y el control a través de los algoritmos, no ha sido tan perfecta como podría pensarse. De hecho, el trabajo de reparto se ha convertido en un símbolo de la precarización del trabajo. Por eso las luchas de los repartidores son un símbolo de la necesidad de organizarse ante la pérdida de derechos.
Sin embargo, el proceso tiene muchos retos por delante. Las organizaciones de repartidores todavía son minoritarias frente al avance de estas plataformas en la reconfiguración del trabajo. Culturalmente hay una disputa abierta entre la ideología ultraliberal de las aplicaciones, con su discurso de la flexibilidad y el individualismo frente a la reivindicación de lo colectivo y de los derechos sociales por parte de las organizaciones.
A una década del arribo de estas aplicaciones hoy la discusión es sobre cómo regularlas. En varios países se están promoviendo leyes que intentan obligar a las aplicaciones a reconocer la relación laboral y garantizar derechos mínimos de sus trabajadores. Las empresas buscan la forma de detener estas reformas y darles la vuelta, pero la tendencia es a aumentar la regulación.
Por otro lado, las organizaciones de repartidores tienen el reto de consolidarse y de convencer a más trabajadores. Desde las universidades, el periodismo y la militancia podemos aportar visibilizando las condiciones precarias de los trabajadores y apoyando sus luchas. La disputa está abierta y no sabemos cuál será el futuro de las aplicaciones, por fortuna si sabemos que no estará exenta de conflictos y resistencias.
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