En un primer artículo comentamos algunos de los procesos de globalización de algunos deportes que han permitido una inmensa evolución de los mismos. Ahora plantearemos un caso concreto, el rugby, intentando responder a algunos comentarios de los lectores de la sección deportiva sobre anteriores artículos que han suscitado algunas polémicas.
Sábado 24 de octubre de 2015
Cuando Clint Eastwood en su película Invictus machaca una y otra vez con la relación entre Mandela y el capitán Springbook Francois Pienaar, muestra más una debilidad que una fortaleza. El Mandela real, así como Morgan Freeman en la película, montó con el Mundial de Rugby en la propia Sudáfrica de 1995 un enorme símbolo de unidad nacional y de confraternización entre la raza negra que sufrió por decenas de años el Apartheid y la burguesía blanca, amplia dominadora de este deporte y de la vida misma. Pero fue sólo un africano el que vistió la camiseta Springbook: el wing Chester Williams. Y así, por más que se muestre la política de integración desde el deporte, con imágenes emotivas de Pienaar y Chester con niños africanos mostrándoles por primera vez una guinda, algo tan parecido a lo que pasó en la realidad; lo cierto es que el seleccionado sudafricano actual, a pesar del tryman Brian Habanna, sigue siendo dominado por una elite blanca y culta que practica este deporte.
El caso de Namibia, con un seleccionado “nacional” de Rugby puramente blanco, es tan o más elocuente aún. Namibia, con el 90 por ciento de la población de raza negra, es uno de los países con mayor nivel de enfermos de SIDA en el mundo: una forma “sutil” de dominación y control por parte de la élite de raza blanca en uno de los países más pobres del planeta.
Existe un dicho nacido del imperio británico que dice que “el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos y el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros”. Este refrán expresaba, además de la fanfarronería del gentleman inglés, todo una definición. El fútbol, ese deporte en donde el contacto se penaliza con la infracción, era jugado por una clase obrera y sectores plebeyos que se “mataba a patadas”; mientras el Rugby, esa disciplina donde el choque y la confrontación son inevitables, es jugado por una élite con sentimientos de camaradería.
Hay cosas ciertas y otras no tanto en esto, pero hay que decirlo: la imagen del rugby es construida por un mito que conviene a un sector determinado de la sociedad, y a su vez discrimina otras prácticas deportivas. El boxeo puede ser practicado por dos pugilistas que al finalizar el combate se saludan con tanta camaradería como la de dos rugbiers luego de pegarse unas buenas trompadas adentro de un “maul”; pero la diferencia entre unos y otros está en que los primeros se saludan porque saben que hay que entrenar duro para poder salir de pobre y en eso se inspiran mutuo respeto, mientras los segundos se saludan porque frecuentan los mismos lugares dentro de la alta sociedad. Los primeros son sentimientos de clase, los segundos de casta.
Pero esto último no es culpa del Rugby, sino de quienes lo practican. En la sociedad argentina por mucho tiempo este deporte fue practicado por los sectores de la alta sociedad. Las élites de las ciudades como Tucumán, Mendoza, Córdoba, Rosario y Buenos Aires han dado grandes jugadores, y la política de los clubes, en su afán de preservarse como clubes cerrados a la sociedad pudiente, han mantenido en el amateurismo este deporte durante décadas. Hoy por hoy la “profesionalización” es comandada por la Unión Argentina de Rugby, y consiste en “becar” en dos o tres niveles de competición internacional a jugadores nacionales que serían “propiedad” de la propia UAR. Es como si Tevez, Messi y un largo etcétera jugaran juntos en un club-franquicia, por ejemplo en la liga española, y sean todos “propiedad” de la AFA. Es una “profesionalización en frío”, por arriba; mientras en los clubes todo sigue más o menos igual, con el amateurismo garantizado por el propio nivel social de los jugadores.
En los comentarios de los artículos escritos en la sección Rugby de este diario existe una polémica. Hay quienes defienden un carácter cada vez más popular de este deporte en Argentina, incluso mencionando casos como Virreyes Rugby Club, una experiencia en un barrio obrero y plebeyo donde además de deporte se da apoyo escolar y servicio médico. Otras experiencias similares son mencionadas en regiones como Berisso y Ensenada, cerca de La Plata. Por otro lado hay quienes que, como el que suscribe, reconociendo ciertas excepciones mantienen la definición de que el rugby es jugado, la mayoría de las veces, por sectores medios y acomodados de la sociedad argentina, y que mal no le haría una mayor popularización, teniendo en cuenta el gran deporte que es en sí esta disciplina.
Pero entre quienes nos han comentado, queremos responder a la siguiente reflexión. Luciano, en dos artículos recientes, nos señala algunas cuestiones sobre el rugby. Lamentándose de que realmente es un deporte elitista, denunciando que esa política la perpetúan los clubes mismos y enumerando algunos elementos que hacen difícil su masificación a los sectores populares, menciona algo que es muy cierto: “es un deporte difícil de practicar si no es en un ambiente institucionalizado”.
La cuestión es de qué “instituciones” se trata. Si la clase obrera se sacase de encima el control policíaco de los supervisores y burócratas; si pudiese reconquistar nuevamente o simplemente crear nuevos clubes sociales y deportivos, como lo hiciera en gran parte del siglo pasado, sin dudas el rugby podría encontrar una nueva “institución” en las fábricas, en los sindicatos y en las barriadas obreras donde poder aprenderlo y mejorarlo. Quien suscribe esta nota no tiene la menor duda de que, si el Rugby encontrara la forma de penetrar en los intereses recreativos de la clase trabajadora argentina, encontraría en ella una nueva fuente de enriquecimiento y evolución. Qué gran parecido tiene la necesidad de preparar concienzudamente las huelgas en las fábricas al disciplinamiento que los 15 jugadores de rugby necesitan para enfrentar al rival. Y en las huelgas como en el rugby, pueden “jugar” tanto flacos como gordos, altos como bajos, tanto hombres como mujeres. Solo se trata de disciplina y ejercicio…