Los hermanos de Juan Domingo "Bocha" Plaza declararon en el juicio que se lleva a cabo por los crímenes cometidos en las instalaciones de los Cuerpos de Infantería y Caballería de la Policía Bonaerense, ubicados en las calles 1 y 60, y la Comisaría 8va de La Plata. Fuerte relato que da cuenta de la complicidad de la jerarquía eclesiástica con el plan genocida.
Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Lunes 6 de mayo 19:11
Monseñor Plaza- Bocha Plaza. Revista Noticias
Durante la última audiencia llevada a cabo en el juicio por crímenes de lesa humanidad, conocido como "1 y60"- donde se juzgan a 18 represores que actuaron en dos centros clandestinos de detención de la ciudad de La Plata- declararon los hermanos Plaza, querellantes en la causa, y sobrinos del entonces Monseñor Antonio Plaza, arzobispo de la Diócesis de La Plata y capellán de la Policía de la Provincia de Buenos Aires.
El testimonio de los Plaza es una espina difícil de sacar para la jerarquía de la Iglesia Católica que, en el último tiempo, busca lavar culpas por su accionar y complicidad durante la última dictadura cívico militar eclesiástica.
Los Plaza eran cinco hermanos: Santiago, Juan Domingo, Jesús María, Luis María y María del Carmen Plaza. "Todos muy familieros", sostuvo Santiago, el primero en declarar. Por la labor diplomática del padre de los Plaza (hermano del sacerdote) residieron largos años en España, llegando a La Plata en 1962. Tanto Santiago como Juan Domingo, "Bocha", entraron a trabajar al Banco Río.
Bocha era militante peronista. Tuvo a su cargo una unidad básica, "Héroes de Trelew" en el barrio El Churrasco, donde organizaba partidos de fútbol con los pibes del barrio y llevaba consultorios médicos y legales gratuitos para el barrio. "Bocha era una persona de un corazón enorme. Dado al prójimo como ningún otro", recordó su hermano Luis María. Por diferencias con la organización se alejó y formó parte de la llamada Alianza de la Juventud Peronista. Sus otros hermanos también militaron, pero circunscripto a lo sindical.
El vínculo de los hermanos con el arzobispo se limitaba a visitas esporádicas del "cura" (así lo llamaban) a la familia. "Mi padre era el moderador entre la familia y él. Cuando venía a casa nos obligaba a que le besáramos el anillo y ahí puteábamos nosotros. Había diferencias de corte ideológico con él", afirmó Santiago. Un vínculo tenso que terminó de cortarse con la muerte del padre de los hermanos Plaza y el secuestro de Bocha.
Los Plaza ya venían siendo hostigados y perseguidos desde antes del golpe de Estado. Santiago recordó el atentado que sufrió la casa familiar entre los años 1974 y 1975. En abril de 1976, el mayor de los hermanos partió a México a encontrarse con Jesús María, que ya residía en aquel país. "Vos andate y raja, yo me encargo acá", fue la última vez que Santiago y Bocha se vieron.
El 16 de septiembre de 1976, en horas de la mañana, Bocha pasó por la casa familiar y se despidió de sus hermanos Luis y María del Carmen. Ella recordó: "Bocha no demostraba sus emociones. Esa mañana me llevó un mate a la cama. Me dijo que venía de la Curia de ver al cura (así le decíamos) para solucionar unos papeles de un auto que era de mi papá, fallecido un año antes. Me pareció verosímil. Después me dijo que se iba a ver al papá de un amigo al bar de 7 y 34".
Por su parte, Luis María afirmó: “Bocha pasó por casa y me dijo que le avise a mamá que iba a llegar un poco tarde”. A las horas, recibió el llamdo de Eduardo Landaburu, esposo de una prima, quien presenció el secuestro de Bocha. "Nunca más supimos nada".
Juan Domingo Plaza fue secuestrado en el bar y pizzería "Don Vicente", en la esquina de 7 y 34, por un grupo armado de hombres sin uniforme que lo subieron a la fuerza a un auto Fiat junto Mardoño Rafael Díaz Martínez, de 57 años, que fue liberado 15 días después. Bocha nunca más apareció.
Landaburu, años después declararía: "Entré a hablar por teléfono al bar. Estaba la policía, lo vi a Bocha y también a un señor mayor que después supe era Mardoño Díaz Martínez, de Catamarca. Los tenían a ambos contra la pared con las manos detrás del cuerpo. Traté de buscar la mirada de Bocha para ofrecerle ayuda. Pero él bajó la vista como si no me conociera. Salí del bar atontado, caminé unos pasos y recién ahí me di cuenta de que ese muchacho me había salvado la vida".
El devenir familiar en la búsqueda de algún dato sobre el paradero de Bocha estuvo colmado de habeas corpus presentados en secreto por parte de la madre; conversaciones con testigos como Hugo Maldonado, quien aseguró haberlo visto en 1 y 60 encapuchado y golpeado. Luis María quedó con su mamá y la búsqueda de Bocha en La Plata, y sus hermanos en el exilio.
" - ¿Sabés algo de Bocha?
- Yo no sé nada y tu cuídate porque te puede pasar lo mismo"
Así recordó Luis el corto diálogo que tuvo con su tío en las oficinas de la Curia. No lo vio nunca más. Por su parte, María del Carmen, también declaró haber ido a ver al monseñor: "Yo fui en el 78, antes de irme a Mexico, a pedir ayuda. Subí directamente. Llegué al hall, antes del escritorio y del dormitorio, Estaba con el general Camps. Me dijo ´veni que te presento´. Saludé y sali corriendo. Uno ya sabía lo que simbolizaba eso. No volví más".
Para los Plaza no hay dudas que el "cura" sabía algo. Antonio Plaza fue una figura clave en el entramado que sostuvo a la dictadura y en particular a la represión en la provincia de Buenos Aires, bajo la mano de Ramón Camps. Fue uno de los quince sacerdotes mencionados como represores por la Conadep.
La cúpula de la Iglesia Católica legitimó el accionar del terrorismo de Estado de mediados de los años 70 y principios de los 80, cooperando activamente con su plan de exterminio: aportó curas y obispos a los centros clandestinos de detención para las “confesiones” de detenidos y detenidas, entregó fieles a los genocidas luego de que éstos iban a las parroquias a buscar consuelo o ayuda, ayudó a engañar a madres y padres desesperados que buscaba gestiones infructuosas para saber algo de sus seres queridos, bendijo las armas represoras y hasta le dio sustento “teológico” a los vuelos de la muerte, entre otras divinidades.
Frente a quienes levantan las banderas del negacionismo y afirman que la cifra de los 30.000 es un invento, el pedido de los sobrinos del cura resulta más que contundente: "Que se haga justicia, no solo por mi hermano, por los 30 mil que faltan", gritaron los sobrinos del cura