El monarca define por primer vez al periodo franquista como “dictadura”, pero lo hace minimizando las atrocidades cometidas durante 40 años y ensalzando los, según él, avances.
Ivan Vela @Ivan_Borvba
Miércoles 28 de junio de 2017
Foto: EFE
Ayer tuvo lugar en el Congreso de los Diputados el acto de celebración del cuarenta aniversario de las elecciones de 1977, que tuvo como acto principal el discurso de Felioe VI.
Desde la tribuna de oradores del Congreso, el Rey se refirió a la época franquista como “dictadura”. Era la primera vez que un Jefe de Estado se pronunciaba en esos términos sobre los 40 años que estuvo al mando del Estado español Francisco Franco.
Un gran titular para los medios burgueses, que soprendentemente parecieran no haberse dado cuenta en estas 4 decadas de la negativa de la Casa Real a usar dicho término. No obstante, todo cuestionamiento a la institucion ha sido un verdadero tabu para todo el aparato ideológico de las élites que impusieron esta democracia para ricos, una salida gatopardista al régimen franquista que les permitió para mantenerse en las estructuras del futuro Estado.
El actual monarca ha admitido que “es duro mirar hacia ese largo pasado y es doloroso pronunciar estas palabras”. Pero a continuación añadía, “aunque es cierto también que hubo grandes avances de excelencia en no pocos ámbitos sociales, culturales y científicos, avances que no debemos olvidar puesto que también forman parte de nuestros cimientos como país”.
Podría decirse que sí, que es duro recordar los más de 250.000 asesinados durante la dictadura, los cientos de miles de presos, los miles de cuerpos arrojados en cunetas y en fosas que aún se desconocen, las palizas, los arrestos, los fusilamientos y condenas de muerte y un largo etcétera teñido de negro y sangre. Quizá el “dolor” le venga por tener que ser el primer Jefe de Estado en tener que pronunciar esa palabra para referirse al regimen que hizo heredero a su padre de la Jefatura del Estado, y al que tambien el, Felipe VI, debe el trono. Una palabra que en boca de los Borbones queda vacía de significado y que es inmediatamente matizada destacando los avances (¡incluso culturales y sociales!) de la época.
Felipe VI definió aquel período como un momento de “intolerancia, discordia y falta de entendimiento entre los españoles”. Más del viejo discurso de la guerra fraticida, calculadamente equidistante, que impuso el actual régimen, en el que su padre, él y su descendencia borbónica tienen el porvenir asegurado a costa del sudor de sus “súbditos”.
Nada se podía esperar de una celebración que mantenía al milímetro el discurso ejemplificador de la Transición y ensalzaba a sus arquitectos. Sirva como ejemplo la insignia recogida por Martín Villa, quien fuera ministro de Relaciones Sindicales en el 1976, y que bajo su mando se produjo la masacre de Vitoria, que acabó con 5 trabajadores muertos y más de 100 heridos, 45 de ellos de bala, durante las huelgas obreras de la capital alavesa.
Los hilos de continuidad e impunidad son múltiples. La propia institución de la Corona es un elemento claro de continuidad con el franquismo. En diciembre de 1978 se aprobó por referéndum la nueva Constitución monárquica, pero más allá de todo intento de barniz democrático, a nadie se le escapaba que Juan Carlos I ascendió al trono “por la gracia de Franco”.
El ya abdicado monarca habia heredado directamente el poder de las manos de Franco. Después de su muerte se pusieron en marcha los mecanismos sucesorios: el príncipe Juan Carlos fue proclamado capitán general de los tres ejércitos el 20 de noviembre y el 22 Rey de España por las Cortes franquistas. Toda su educación estuvo impregnada de los valores del Franquismo y a cargo de Torcuato Fernández Miranda, quien desde 1969 fue Secretario General del Movimiento.
A lo largo de estos años se ha vendido la Transición española como objeto de consumo, fácil y rápido. Modélica y pacífica se escribe en ríos de tinta. Pero lo cierto es que estuvo llena maniobras del “búnker” para dejar todo aún más atado.
Se combatió el auge obrero con los Pactos de la Moncloa con la ayuda de las direcciones sindicales de CCOO y UGT, se aprobaba la Ley de Amnistía que era y es una carta blanca de perdón para los torturadores, asesinos y responsables del régimen de terror franquista, y se establecía el famoso “café para todos” y el modelo de las autonomías para bloquear los procesos nacionalistas vasco y catalán.
Por supuesto por no hablar de la continuidad de miembros o familiares con relación con el régimen franquista en los altos cargos del Estado, Judicatura y el Ejército o las transformaciones express de instituciones tan reaccionarias como el Tribunal de Orden Público en la actual Audiencia Nacional.
Pero no solo tuvo palabras de recuerdo el monarca, en la actual situación de crisis del Régimen del 78 hay una patata caliente fundamental, el derecho a decidir del pueblo catalán. La unidad de España es uno de los baluartes reaccionarios que el franquismo dejó “atado y bien atado”, y que por supuesto ninguna élite del Estado pone en cuestión.
Por ello Felipe VI se refirió a la reivindicación del pueblo catalán con palabras que dejan poco margen al diálogo o la duda del accionar de la Casa Real y del aparato estatal frente al 1 de Octubre. Desde el atril, Felipe VI aseguró que “ningún camino que se emprenda en nuestra democracia puede conducir a la ruptura de la convivencia, y menos aún a un camino que divida a los españoles o quiebre el espíritu fraternal que nos une”.
Además se volvió a ensalzar el papel de las elecciones celebradas hace ya 40 años; “la afirmación de nuestra unidad nacional asumiendo la diversidad territorial de España […] la Constitución del 78 proclamó la voluntad de proteger a todos los pueblos de España en el ejercicio de sus culturas y tradiciones, de sus lenguas y sus instituciones; y reconoció el autogobierno de sus nacionalidades y regiones”.
Ayer era día de sacar conclusiones. En primer lugar fue una demostración más del discurso de la historiografía de cámara y de la clases políticas de este país que, además de gobernar a base de recortes, de mordazas y persecución, necesita mantener viva la legitimidad del “relato” gestado hace ya 40 años.
Y en segundo lugar volvió a demostrar que para la clase trabajadora, los sectores populares, las mujeres, los jóvenes y los inmigrantes no hay camino de avance y prosperidad en este Régimen del 78. Los marcos son estrechos y están blindados por la realeza, jueces, policías, y políticos al servicio de los grandes capitalistas.
Todas estas razones son más que suficientes para levantar la lucha contra la Corona, en el marco de la lucha por abrir procesos constituyentes realmente libres y soberanos, y que esta perspectiva sea parte de la agenda de la izquierda y de los trabajadores.
Unos procesos que solo podrán ser impulsados con la organización de la clase trabajadora y los sectores populares en todo el Estado. Esta es la única forma de asegurar que estos sean democráticos, no sea tutelado por la Corona, la Judicatura ni el Ejército, ni por supuesto por ningún partido de la clase dominante.
Estos procesos constituyentes, además de avanzar sobre las grandes demandas sociales y democráticas, tales como la supresión de la propia Corona y el Senado, deben no solo respetar sino ser defensores del derecho a decidir de Catalunya y del resto de nacionalidades.