Como todos los años desde 1970, este 22 de abril se conmemora el día de la Tierra. A un mes del último informe del Panel del Cambio Climático de la ONU, por qué es necesario pelear por un mundo libre de extractivismo.
Sábado 22 de abril de 2023 18:07
Los orígenes de esta fecha tienen una historia de luchas. Para la segunda mitad del siglo XX surge lo que hoy conocemos como el movimiento ambientalista. Tomando cada vez más fuerza en distintos sectores de la sociedad se consolida como la voz que busca un cambio. A la par, y sobre todo en los últimos años, se ha vuelto cada vez más evidente que el modo de producción y distribución capitalista en el que vivimos, que explota a los trabajadores y a la naturaleza por igual, constituye para la humanidad y el planeta un problema en ascenso.
En Estados Unidos, como en otras partes del mundo, comienzan a replicarse las manifestaciones y denuncias. Es así que en 1962, la botánica y ambientalista, Rachel Carson, publica La primavera silenciosa, donde advertía ya los efectos perjudiciales de los pesticidas en el ambiente. Este libro pionero en la discusión sobre impactos ambientales en los métodos productivos logró inspirar grandes movilizaciones que impulsaron modificaciones en las políticas de pesticidas de la época.
A medida que el movimiento crecía, se hacía cada vez más evidente la necesidad de unificar las luchas. Hasta ese momento la conciencia avanzaba dividida. Fue entonces que Dennis Hayes, entre otros jóvenes de la época, comprendieron la necesidad de una lucha colectiva que concentrara todas las demandas y consolidara la fuerza del movimiento.
Tras un arduo trabajo de meses, organizaciones estudiantiles, vecinales y sindicatos marcharon el 22 de abril de 1970 en una gran manifestación que reclamaba la creación de una Agencia Ambiental, objetivo que se logró. Nacía así el primer día de la Tierra.
Un planeta amenazado hoy por la crisis climática y el extractivismo
Este año nos encuentra con una crisis climática cuyas manifestaciones generan catástrofes socioambientales cada vez más sentidas por las mayorías trabajadoras en todo el mundo, abriendo una reflexión cotidiana sobre las causas y las salidas posibles. Las nueve olas de calor que atravesó Argentina en el verano que recién termina son solo una muestra de esto. Pero, al mismo tiempo, vemos las movilizaciones socioambientales instaladas desarrollándose en todo el mundo: lo vimos en las últimas semanas, por ejemplo, en las calles de Francia donde decenas de miles de jóvenes y ambientalistas enfrentaron la policía contra la expropiación del agua por parte del agronenenegocio en Saint Soline y confluyen con la lucha más general del pueblo trabajador francés contra la reforma jubilatoria de Macron. Hoy mismo, miles se reunieron también en ese país enfrentando los planes de Macron de establecer una autopista destructora de ecosistemas, solo a pedido de favorecer las ganancias patronales; en Argentina, las comunidades resisten contra el extractivismo del litio, de la megaminería o los cercamientos de parte de capitalistas transnacionales (el Emir de Qatar y su intento de cercar las nacientes del río Chubut), el agronegocio y sus fumigaciones, o de Vaca Muerta, sus sismos, contaminación y desigualdad.
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Mientras los principales actores políticos y económicos apuntan a un modelo extractivista de “capitalismo verde”, con falsas medidas de sostenibilidad que nos han llevado a condiciones ambientales antagónicas para los más ricos y el resto del mundo, la única respuesta posible ante la crisis ambiental que estamos viviendo es un cambio hacia una planificación verdaderamente racional de la relación con la naturaleza, que contemple las realidades y necesidades de los territorios afectados.
¿A qué nos refermimos cuando decimos “extractivismo”? A una de las formas —de las más brutales— que toma la expropiación o robo a la naturaleza de los bienes comunes naturales, que opera el capitalismo desde sus orígenes. El volumen del saqueo y destrucción, la intensidad de la destrucción ambiental y su relación directa con el imperialismo son inherentes a actividades como el agronegocio, la megaminería, el fracking o el negocio inmobiliario, por solo nombrar las centrales en nuestro país.
Declaraciones como las de Laura Richardson, la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, tildando de “recursos estratégicos” las reservas naturales de América Latina, revalidando el ambiente como un recurso económico a explotar por sobre la vida e idiosincrasia de las poblaciones locales, deja en evidencia, una vez más, que vienen por todo. Sin olvidarnos de los cajoneos como el de la Ley de Humedales de los gobiernos que obedecen a esos intereses.
Por su parte, el gobierno de Alberto Fernández y Massa del FDT ya demostró que está dispuesto no solo a criminalizar la lucha ambiental sino que se atrevió a la militarización de zonas de sacrificio ambiental, protegiendo así los negociados de unos pocos, en un intento desesperado de encontrar en el extractivismo los dólares que necesita para pagar la fraudulenta e ilegítima deuda con el FMI.
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Mientras, algunas agrupaciones parecen plegarse a un discurso corporativista de un extractivismo "nacional y popular", como si el problema se terminara solo en el quién y no con el cómo; como si el hecho que un par de empresas nacionales desplacen comunidades ancestrales para apropiarse de los recursos de sus territorios fuese menos malo que lo haga un extranjero. Por el contrario, entendemos que la única salida posible al extractivismo como a otras actividades capitalistas igual de depredadoras de la naturaleza tiene que tener un carácter anticapitalista e internacionalista.
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Un ambientalismo sin conciencia de clase resultaría por demás estéril. Como dijo el militante socioambiental Chico Mendes: “La ecología sin lucha social es solo jardinería”.
Las soluciones que buscamos solo pueden venir desde abajo, con un programa claro que contemple las necesidades de los territorios, impulsando un desarrollo con los trabajadores a la cabeza. Eso nos proponemos desde Alerta Roja ambiental.
Sobran ejemplos de cómo las gestiones obreras se han comprometido con alternativas de producción sustentables. Ellos son la vanguardia hoy que le marca la cancha a las grandes multinacionales, hay otra forma de producir, solo que no quieren sacrificar su búsqueda de aumentar sus ganancias aun cuando el costo sea la vida de los trabajadores.
Claro ejemplo es la enorme lucha que están dando los compañeros del subte reclamando no morir contaminados por asbesto en sus puestos de trabajo. Con una patronal siniestra que juega a la ruleta rusa con sus vidas y la de millones de usuarios, mientras un estado cómplice deja circular material cancerígeno por uno de los transportes públicos de la ciudad de Buenos Aires en el que viajan a diario más de un millón de personas.
Necesitamos a los trabajadores, estudiantes y profesionales al frente de una transición energética justa que responda a la mejora de la vida de las poblaciones y no a los intereses imperialistas.
Hoy quienes elegimos militar las banderas del socioambientalismo tenemos el enorme desafío de enfrentarnos a un monstruo que se sostiene en las mismas bases del capitalismo.
Porque nuestra lógica de proteger la calidad de vida de las comunidades y trabajadores va en contra de su lógica de producir más y más rápido.
No existe un capitalismo sostenible, ellos siempre querrán más. La única salida es la organización de las comunidades, la comunidad científica, los obreros y estudiantes para patear el tablero y darlo vuelta todo. Que el futuro nos encuentre un 22 de abril libre de extractivismo con un ambientalismo que nos incluya a todos.