“creo que es un hecho muy importante que los jóvenes, a los que socialmente se transforman en parias, que no pueden sentir ninguna adhesión social o política al régimen, que son muy audaces por la sola razón de su corta edad, que no tienen tradiciones conservadoras, exijan soluciones radicales” (Trotsky)
Lunes 29 de marzo de 2021
“Luisa”, nombre de guerra
Paulina Aguirre se involucró en la política a temprana edad. A los 14 años ya era militante del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), y acompañaba a su padre, Luis Aguirre, en tareas relacionadas a la política de resistencia del partido rojinegro. Adopta la chapa de “Luisa” en alusión a su padre, y ya a los 15 años estaba encargada de recibir a los combatientes que entraban clandestinos a Chile para unirse a la fallida experiencia guerrillera en Neltume, en el marco de la “Operación retorno”, inicio de las primeras acciones de violencia política organizada para hacer frente a la dictadura militar.
Después del fracaso en Neltume, “Luisa” asume funciones militantes en distintas acciones de sabotaje contra el régimen. Durante los 80´s asiste a distintos cursos de guerrilla y formación militar en Cuba, para regresar clandestina al país y seguir desarrollando la estrategia de “Guerra Popular Prolongada” que llevaba a cabo el MIR.
La represión pinochetista la abatió un 29 de marzo de 1985, cuando Paulina Aguirre volvía a su residencia en la comuna de Lo Barnechea. Días antes, exactamente el 27 de marzo, mientras se realizaban reparaciones en la vivienda donde habitaba, se desmoronó una muralla que dejó al descubierto un arsenal de armas que Luisa guardaba por encargo del partido. El hecho fue informado a los organismos del Estado, quienes no tardaron en organizar la emboscada que acabaría con la vida de la joven mirista de 20 años.
Paulina llegó a su hogar, donde fue recibida por la “brigada azul”, grupo dedicado específicamente a aniquilar a los cuadros del MIR. Paulina no alcanzó a reaccionar cuando fue abatida por ocho balas que pusieron fin a su vida de resistencia y rebeldía.
Los hermanos Vergara Toledo
Eduardo y Rafael Vergara Toledo eran los típicos cabros de población. Hijos de trabajadores ligados al allendismo, ambos hermanos gustaban de los carretes y las pichangas. Se vincularon a la política desde muy jóvenes, influenciados por sus padres quienes tenían un compromiso con la defensa de los Derechos Humanos en los años de plomo de la dictadura.
La actividad política fue parte de la vida cotidiana de Eduardo y Rafael. Eran conocidos en sus espacios de estudio y lugares de residencia, de ahí que se convirtieran en mártires de los jóvenes de la Villa Francia. Cada vez que iban a alguna fiesta, no dejaban indiferente a nadie. Ambos, usando sus dotes oratorios, hablaban de la revolución, la resistencia a la dictadura, y el fin del capitalismo. Pero la fama trae consecuencias: ambos son expulsados de sus lugares de estudio correspondientes, Eduardo de la universidad, y Rafael de su colegio. La agitación política no podía ser tolerada por instituciones dependientes del Estado empresarial.
El acoso constante que hacían los esbirros del empresariado chileno contra la vivienda de la familia Vergara Toledo, junto con las funciones y desarrollo de la resistencia contra la dictadura en el que estaban comprometidos ambos jóvenes, llevó a los hermanos a pasar a la clandestinidad.
La planificación de la propaganda armada ya estaba lista. Se ejecutaría el viernes 29 de marzo del 85 en la tarde-noche. ¿El plan? Asaltar una panadería y recaudar fondos para el partido con el fin de financiar la lucha contra Pinochet. La acción sería llevada a cabo por 6 combatientes, quienes caminaban separados de a par para evitar levantar sospechas. Pero algo sale mal.
Una patrulla de carabineros los intercepta de camino a su objetivo. Los combatientes empiezan a correr, y en el ajetreo del momento, Eduardo cae al suelo por los disparos de la policía de la dictadura. Rafael se da cuenta que su compañero está sangrando en la calle, y se devuelve para prestar auxilio. Es en este momento cuando recibe una ráfaga de disparos que lo dejan inmóvil, pero con vida. Mientras se arrastraba para abrazar a su hermano, la brutalidad inhumana de carabineros detiene su curso, lo golpean cobardemente, para luego subirlo a la patrulla y terminar con su vida de un disparo en la cabeza. Posteriormente, los asesinos de uniforme dejan el cuerpo de Rafael junto con el de su hermano, para disimular un falso enfrentamiento.
Jóvenes combatientes…
La historia de Paulina, Eduardo y Rafael es la historia de jóvenes que decidieron comprometerse políticamente contra la dictadura y el sistema político que desataba -y desata- su opresión contra los trabajadores y masas populares. No eran fanáticos iluminados por la ideología o de una elite especial, sino jóvenes combatientes que surgieron en la historia en condiciones sociales determinadas en Chile y el resto del mundo, o sea, por la misma lucha de clases.
La sangrienta dictadura de Pinochet, impuesta en Chile después del golpe de Estado de 1973, dejó una oscura historia de violencia y muerte en contra de los trabajadores y pobres del campo y la ciudad. Miles de ejecutados a sangre fría, y torturados con los métodos más aberrantes que el brazo militar del capitalismo había desarrollado durante la post guerra, mantenía a la mayoría de la población sumida en el miedo. El terrorismo de Estado organizado por militares, empresarios y el capital del imperialismo, buscaban someter a un pueblo que había levantado sus esperanzas con el gobierno socialista de Allende. La tibia “vía chilena al socialismo”, con olor a vino y empanada, fue seguida de una reacción brutal con uniforme, fusiles, tanques y conocimientos científicos para hacer sufrir y destruir cuerpos y mentes en campos de concentración y casas clandestinas de tortura.
El gobierno de Allende confió en una ficticia constitucionalidad de las Fuerzas Armadas, y nunca desarrolló un plan efectivo para hacer frente a una contrarrevolución violenta que usó el poder de las armas contra el “enemigo interno”, que no era más que la obrera, el obrero, y la juventud que buscaba un mundo mejor, sin explotación.
Mientras la izquierda reformista buscó luchar contra la dictadura mediante la movilización ciudadana, incluso buscando acuerdos con el partido democratacristiano que había apoyado el golpe de Estado (en lo que conocemos como “frente antifascista”), la rabia se iba gestando en el seno del pueblo trabajador, sobre todo en su juventud.
En las poblaciones, los hijos e hijas de trabajadores empezaron a levantar las primeras barricadas contra la dictadura, y se masificaron los pequeños actos de sabotaje en la segunda mitad de la década de los 70´s. Nutridos de la experiencia de la lucha y organización obrera, ahora se reorganizaban los elementos poniendo énfasis en la violencia popular sistemática. Primero fue el MIR con la operación retorno en el año 1978, y posteriormente, bajo la presión de la juventud popular de las bases, el PC tuvo que ceder y crear una línea política que incluyera el uso de las armas para combatir a la dictadura, aunque con objetivos estratégicos limitados, y sin una política clara para dirigir a los trabajadores y masas populares.
A inicios de los 80´s, la vieja tesis marxista volvió para reforzar la historia: las crisis sociales arrastran a las masas a la actividad política. El año 1981 el país sufre el impacto de una de las peores crisis económicas en la historia. La decadencia del capitalismo mundial se vio reforzada en las dramáticas consecuencias del desastroso modelo neoliberal que aplicaron de Manuel los tristemente celebres “chicagoboys”. Alguien tenía que pagar la crisis, y no era el gran empresariado criollo.
Los sectores populares se vieron fuertemente golpeados por las políticas económicas de la dictadura. La cesantía y la carencia material eran parte de la cotidianidad de los trabajadores, quienes vieron como sus vidas se precarizaban.
Así, en un contexto donde los explotados vivían la experiencia del terror, la violencia de clase, y la miseria diaria, no es de extrañar que su juventud saliera a la calle con violencia. Ya no bastaban las consignas y los murales, sino que era hora de la ofensiva. Los ochentas fueron los años de combates callejeros entre los hijos e hijas de trabajadores contra las fuerzas represivas del Estado. Cientos de ellos se alistaron en grupos armados opositores a la dictadura, en un contexto de violencia política popular espontanea que despertó a las masas explotadas, manteniendo e intensificando las barricadas en las jornadas de protesta nacional.
Ese fue el escenario histórico en que Paulina, Eduardo y Rafael viven su experiencia de clase y militante, cayendo ante el armamento disparado por cobardes que se amparaban -y amparan- en el monopolio de la violencia del Estado empresarial.
…Ayer, hoy y siempre.
La dominación política capitalista sin hegemonía no es algo nuevo en la historia de Chile. Si en los 70´s el empresariado criollo y el imperialismo tuvieron que recurrir a un golpe de Estado y una dictadura para imponer su proyecto económico sin oposición de la clase trabajadora, el día de hoy parece repetirse la historia, pero como farsa.
Cuando Piñera declaraba al mundo que Chile era el paraíso de la democracia neoliberal en octubre del 2019, y llevaba a cabo una nueva alza en el transporte público, que se sumaba a otras alzas en el precio de la vida, los estudiantes secundarios comenzaron la organización de pequeños, pero simbólicos, actos de sabotaje: saltar los torniquetes del metro, y abrir las puertas para que los trabajadores, usuarios habituales de los trenes urbanos, pudieran pasar gratis. Eran hijas e hijos de trabajadores que, haciendo la cimarra política, desviaban sus trayectos al colegio para comenzar las protestas contra el gobierno y el modelo económico. Nuevamente, era la juventud la que se ponía a la vanguardia de las luchas contra el capitalismo.
La respuesta no se hizo esperar. La represión se intensificó, y la policía militarizada hizo lo suyo: sitiar las estaciones del metro. Pero la chispa de los secundarios ya había incendiado la pradera, y el viernes 18 de octubre las masas salieron a las calles a levantar pancartas, golpear ollas y prender barricadas.
Como la policía era insuficiente, se hizo necesario quitar el maquillaje de democracia del régimen, y mostrar la cara del Estado Policial de guerra: el gobierno empresarial sacó a su arma más cobarde y vil, las Fuerzas Armadas.
La movilización de los soldados defensores del capital trajo los peores recuerdos a muchos trabajadores y trabajadoras que vivieron los años de plomo de Pinochet, pero despertaron la rebeldía de la juventud popular, que vivían las condiciones de humillación y explotación de la clase obrera, a las que había arrastrado el capitalismo en su forma neoliberal. Esa juventud hizo frente a la represión, donde muchos cayeron abatidos por las balas asesinas de los militares. Otros sufrieron los vejámenes propios de la actividad de soldados ultraideologizados con el anticomunismo y el pensamiento anti-obrero. Y muchos jóvenes perdieron un ojo, o ambos, mutilados por el material de guerra del Estado controlado por la burguesía criolla.
Fue la juventud nacida en el seno de la clase trabajadora la que se expuso en la barricada la que mantuvo la protesta contra el régimen, y protagonizó los actos de resistencia junto a la movilización de la clase obrera en noviembre del 2019.
Si bien la pandemia trajo consigo el repliegue del movimiento social y popular, y el proceso electoral sustenta la debilitada legitimidad del régimen, con pocas organizaciones que usan el período con una perspectiva realmente revolucionaria, es la juventud trabajadora la que aun protagoniza las protestas, y la organización de espacios de sociabilidad y autogestión con ollas comunes y distintas actividades que expresan la embrionaria o desarrollada consciencia de clase de los actuales jóvenes combatientes.