Este 14 de mayo se recuerda la fatídica fecha en que ambos estudiantes perdieron la vida por la acción violenta de un residente del sector de Plaza Victoria, lo que abrió un profundo debate sobre el uso del espacio público y la propiedad privada.
Sábado 14 de mayo de 2016
El día de hoy, se cumple un año desde que los jóvenes estudiantes, Diego Guzmán y Exequiel Borbarán, perdieran la vida tras el violento acto de Giuseppe Brigante, residente del sector de Plaza Victoria, quien disparó a mansalva en contra de ambos, por realizar un graffiti en la pared de su edificio.
Diego Guzmán, de 25 años de edad, y militante de las Juventudes Comunistas, se desempeñaba como estudiante de la carrera de Prevención de Riesgos de la Universidad Santo Tomás, recinto al cual también pertenecía Borbarán (18), como estudiante de Psicología de primer año.
El asesinato de ambos jóvenes generó reacciones encontradas en la población chilena, donde, si bien, la condena al hecho de violencia era generalizado, algunos sectores justificaban el accionar producto de que la “ciudadanía” está cansada de los destrozos y rayados en las paredes de su ciudad, mensaje que fue acrecentado por diversos medios de comunicación en el transcurso de los días.
La expresión de la juventud en las calles y paredes
Hemos visto cómo la juventud ha tomado un rol central en los grandes fenómenos políticos y sociales que sacuden al mundo entero. Sudáfrica, Inglaterra, Francia, Paraguay, Brasil, Argentina, son solo algunos países donde los estudiantes vienen colocando sus demandas en las calles, con métodos combativos.
En Chile, desde del 2011, miles de jóvenes han salido ofensivamente a tomarse las calles, y espacios públicos, como una tarea central frente a la fuerte represión que viven diariamente por medio de leyes que criminalizan su necesidad de expresarse. A esto se le suma el permanente asedio de la policía y los aparatos represivos del estado.
Sin embargo, vemos cómo esta expresión de la juventud que se rebela contra los dictámenes de los políticos corruptos, la Iglesia, la policía y la estructura de la sociedad capitalista, choca con una concepción burguesa de “ciudadanía” que coloca a la propiedad por sobre el sujeto.
Es por tanto necesario preguntarse, en una sociedad en que los políticos se han dedicado a privatizarlo todo a través de leyes para empresarios, y donde los sectores populares y la juventud no tienen un lugar para desarrollar su potencialidad, ¿cómo el valor de una propiedad está por sobre la vida de un ser humano?
La cuestión de la propiedad y los pequeños propietarios
Engels fundador de la I Internacional Comunista junto con Marx y Bakhunin, en su obra “Contribución al Problema de la Vivienda”, debate con la concepción Proudhoniana de la propiedad, y señala que “Los jefes más inteligentes de las clases imperantes han dirigido siempre sus esfuerzos a aumentar el número de pequeños propietarios, a fin de crearse un ejército contra el proletariado”. De aquí podemos desprender la idea de cómo la burguesía se ha encargado de crear a un sector de pequeños propietarios, para que estos contrarresten los elementos más de vanguardia que comienzan a emerger, cuestionando incluso el carácter de la propiedad.
Las nuevas generaciones al calor de la lucha antirepresiva
Es evidente que frente a la concepción burguesa del espacio público y la propiedad, en la clase de sociedad en que nos encontramos, se acrecienta aún más el sentimiento de rabia y odio en contra de los jóvenes y sus formas de arte, ya sea música, rayado, deporte u otra clase de cultura, donde el caso de Diego y Exequiel es su máximo punto. Pero, no es a través de la separación de esta nueva generación y sus formas de expresión que se conseguirá hacer consciente el valor del espacio, sino con el apoyo y solidaridad a estas nuevas formas que se resisten a toda autoridad heredada de la Dictadura, y en contra del culto al orden público y el régimen establecido que los margina diariamente.