Domingo 18 de septiembre de 2016 00:08
por Chiqui Nardone
Retrocedamos el tiempo. La mano temblorosa, levantada, mirando fijamente la hoja en blanco, el testigo de la memoria prodigiosa. Una mano que tiembla y sirve como martillo para hacer vibrar al pasado. López y los detalles sobre su primera desaparición, testigo de antes y del presente. López con mil temblores que se contagian a sus manuscritos, las paredes que se quiebran. López recordando cada detalle, su memoria no es de este tiempo, es de un tiempo oscuro traído por un terremoto. La memoria intacta, los dedos, los pliegues de sus manos, la luz en sus ojos que se mantienen atentos casi sin pestañear. Sabe que cerrarlos puede significar un olvido, y se esfuerza y el olvido lo abandona. Será preciso con quienes torturaban, los lugares, las posiciones de las paredes, los compañeros desaparecidos, sus caras, sus miradas y sus palabras. La suma de los detalles que se depositan en sus manos, que no cesan en el movimiento. Escribe como poseído por la memoria, lo exhaustivo de revelar el terror de las hienas, recordar las caras de los lobos, los lobos viejos, acusados, desafiantes, que languidecen pero aúllan aún. 10 años Julio, y esas palabras a punto de caerse toman impulso, esas letras al borde del estallido son como faros, son bombas al centro de la tierra, retumban en La Plata, en las entrañas de los lobos, de las hienas, y es ahí, en un papel en el que escribiste: Archibos negros de los años en que uno vivía. A donde termina la vida y empieza la muerte. Julio López escribe su segunda desaparición, en democracia, como si nada. Y archibos porque no son aquellos que se acumulan con un polvo mortal. Son otros, son la memoria sin tiempo, la que no cierra los ojos y estremece, tus palabras en el fondo de una caja de herramientas, vivas, que arden y tiemblan.
