Lunes 9 de diciembre de 2024
Han transcurrido dos años desde aquel diciembre de 2022, cuando el Perú, desgarrado por décadas de injusticia, se convirtió nuevamente en escenario de una confrontación entre las masas oprimidas y un régimen político al borde del colapso. La figura de Dina Boluarte emergió como una marioneta del poder burgués, ascendiendo al mando tras un golpe parlamentario que despojó al país de cualquier pretensión de legitimidad democrática.
Bajo su gobierno, la brutal represión se consolidó, y las políticas neoliberales que exprimen hasta la última gota de vida de la clase trabajadora se profundizaron; este episodio no solo marcó un punto crítico para el sistema político, sino que evidenció las ironías y las fallas fundamentales del reformismo y sus cómplices.
El legado del golpe: paquetazos y represión
El régimen de Boluarte ha intensificado la precarización de los trabajadores, asegurando que el ejército industrial de reserva permanezca atrapado en un estado de perpetua explotación. Bajo su mandato, la desigualdad ha crecido, mientras la crisis económica no solo persiste, sino que se ha convertido en un instrumento político para someter a las clases explotadas. Cada nueva medida económica es un recordatorio de que el Estado, lejos de ser neutral, es el comité de administración de los intereses de las élites.
En este contexto, el reformismo ha mostrado su rostro más irónico. Sus representantes, siempre listos para lanzar discursos de indignación, han optado por blindar al Congreso y extender sus mandatos hasta 2026; estos sectores, que afirman ser la voz de los oprimidos, no han hecho más que administrar la miseria, preservando un orden que perpetúa la desigualdad.
La izquierda institucional: entre discursos y traiciones
El reformismo, como escopeta de dos cañones, combina retórica revolucionaria con prácticas conciliadoras. Durante los primeros meses del gobierno de Boluarte, algunos sectores de la izquierda institucional no dudaron en ocupar puestos ministeriales, justificando su colaboración bajo el pretexto de “moderar” un régimen repudiado por las mayorías populares. Este oportunismo, lejos de desafiar al sistema, lo legitimó.
En paralelo, personajes como Aníbal Torres y López Chau personificaron el mesianismo reformista, prometiendo soluciones milagrosas desde las urnas. Este espectáculo, una y otra vez, desvía la atención de las masas hacia la ilusión de un cambio dentro de los marcos del orden burgués, dejando intactas las estructuras de opresión.
China y el oxígeno para el régimen golpista
Mientras el régimen de Boluarte profundizaba su crisis de legitimidad, encontró en China un aliado clave. La reciente visita de Boluarte a Beijing y los acuerdos alcanzados en la APEC revelan el pragmatismo del gigante asiático, que ve en Perú una fuente de recursos y una plataforma para expandir su influencia. Para el régimen peruano, esta relación no es más que un salvavidas que le permite sostenerse a corto plazo.
El reformismo, en su constante miopía, ha interpretado esta relación como un indicio de transformación progresista, ignorando que se trata de un matrimonio de conveniencia entre dos proyectos capitalistas. Este episodio refleja cómo ciertos sectores de la izquierda han perdido la brújula ideológica, confundiendo cualquier alianza estratégica con avances hacia el socialismo.
San Marcos: la hipocresía del reformismo
La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, históricamente un bastión de resistencia estudiantil, se ha convertido en un símbolo trágico de la hipocresía reformista. Bajo el pretexto de garantizar el “orden”, las tanquetas policiales irrumpieron en su campus, dejando tras de sí un rastro de violencia y miedo. Este ataque evidenció la complicidad de sectores reformistas que, en lugar de defender a los estudiantes, optaron por justificar la represión.
En el ámbito universitario, los reformistas no solo han ignorado las demandas estudiantiles, sino que han profundizado las políticas autoritarias a través de la Ley Universitaria, promovida en alianza con sectores provenientes del campo militar. Este modelo burocrático ha transformado a las universidades en espacios controlados por el Estado, despojándolas de su carácter crítico y transformador.
El silencio frente a la continuidad de rectores como Jeri, cuyo mandato simboliza el férreo control institucional, es un acto de abandono calculado. Este silencio no solo desarma políticamente a los estudiantes, sino que perpetúa un modelo que neutraliza cualquier posibilidad de emancipación académica y social.
Movilizaciones y protestas: entre la esperanza y la contradicción
A pesar del panorama sombrío, las masas trabajadoras no han cedido en su lucha. Transportistas, mineros y campesinos han protagonizado movilizaciones que desafían al régimen. Sin embargo, estas luchas enfrentan contradicciones internas: mientras algunos sectores avanzan hacia una articulación nacional para derrocar al sistema, otros permanecen atrapados en un reformismo que dispersa las energías revolucionarias.
La consigna de una Asamblea Constituyente Libre y Soberana emerge como una respuesta a esta disyuntiva. Pero esta tarea no puede ser liderada por los actores tradicionales del sistema. La construcción de un nuevo orden debe surgir desde las bases, a través de una praxis revolucionaria que dé protagonismo a los trabajadores y a los sectores populares.
Para avanzar en este camino, es imprescindible romper con las lógicas burocráticas y sectarias que han corroído las organizaciones políticas y sindicales. Una nueva dirección política debe unificar las demandas dispersas y convertirlas en una fuerza coherente capaz de transformar el descontento en acción revolucionaria.
Hacia una estrategia revolucionaria
El futuro de Perú no depende de elecciones anticipadas ni de las promesas vacías de una izquierda que ha demostrado ser incapaz de romper con las cadenas del capitalismo. La única salida viable radica en la construcción de una dirección política independiente, una que no tema desafiar los fundamentos del régimen de 1993 y que organice a las masas en una lucha frontal contra el sistema.
Como advirtió Marx, “la historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa”. Hoy, la tragedia de décadas de neoliberalismo se ha convertido en la farsa de un reformismo que administra la miseria en lugar de combatirla. Es momento de romper con esta farsa y construir una alternativa revolucionaria que permita a los trabajadores tomar las riendas de su destino.
La tarea histórica no es menor, pero es ineludible. La organización consciente y la acción colectiva son las únicas herramientas capaces de superar un régimen que ha demostrado ser incapaz de garantizar dignidad y justicia. Es hora de que las clases oprimidas de Perú y del mundo se levanten, no para reformar un sistema podrido, sino para enterrarlo y construir algo radicalmente nuevo.