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[Entrevistas] TRAYECTORIAS EDITORIALES. Dujovne: “La desaparición del libro en papel a manos del digital quedó en el olvido”

Alejandro Dujovne es Doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET. Ha participado en proyectos de investigación sobre la producción y circulación internacional de libros e ideas, edición en América Latina, editoriales universitarias, traducción y ferias del libro.

Liliana O. Calo

Liliana O. Calo @LilianaOgCa

Sábado 1ro de agosto de 2020 00:01

A pocos días de realizarse la Feria de Editores, que reúne a editoriales y librerías independientes, entrevistamos a diferentes especialistas que pueden ayudarnos a entender en qué situación se encuentra el mundo editorial del país, cómo las tecnologías han creado nuevos consumos culturales y transformado la producción y ese mercado. ¿Qué se publica en el país? ¿Quién decide? ¿Cuáles fueron algunas de las experiencias editoriales más importantes?

De todo esto conversamos con el investigador Alejandro Dujovne. Pasen y lean.

LID: ¿Cómo describirías el mundo editorial actual de nuestro país? ¿Cómo redefinen las nuevas tecnologías digitales la industria editorial?

Alejandro Dujovne: No cabe duda de que las nuevas tecnologías han modificado de raíz la producción y prácticas culturales. Si bien las profecías que anunciaban hace más de diez años la desaparición inminente del libro en papel a manos del soporte digital quedaron en el olvido, no puede decirse que el libro no ya haya sido afectado en múltiples sentidos por las transformaciones digitales. Voy a mencionar solo dos pues una lista exhaustiva sería materia de un seminario. El primero tiene que ver con la simplificación y reducción del costo de buena parte de las operaciones editoriales. Tareas que antes insumían un número de trabajadores especializados, hoy se resumen en una sola persona calificada con una computadora al frente. La impresión también se ha abaratado y vuelto más eficiente. Si hasta hace algunos años era impensable en términos económicos realizar tiradas de 100, 200 o incluso 500 ejemplares, hoy es posible imprimir un número acotado ajustado a las percepciones de la demanda y de ese modo evitar una producción destinada a acumularse en los depósitos con los costos que eso conlleva. Estas transformaciones supusieron un descenso de las barreras de entrada al negocio editorial que posibilitó la aparición de numerosas de editoriales que, a falta de un término más preciso, llamamos “independientes”. De este modo, y aunque con límites evidentes, este fenómeno funcionó como una suerte de contrapeso al proceso de concentración.

Una segunda forma en que la tecnología afectó al mundo del libro son los cambios en los instrumentos y prácticas de prescripción. La desaparición, reducción y pérdida de relieve de las revistas, suplementos y secciones de cultura de los diarios, se vio en parte compensada por las redes sociales, los “influencers” y una forma de producción de noticias culturales digitales distinta. Digo compensada pero en realidad no es exactamente así, pues compensar entraña una suerte de equivalencia y aquí el cambio de formato también produjo efectos sobre las formas de valorar al libro, a sus autores, y a la lectura misma.

De cualquier modo, los principales problemas del ecosistema editorial argentino no tienen que ver con un retraso en la incorporación de tecnologías digitales, aunque sin duda se podría trabajar para facilitar ese proceso en las distintas instancias de producción y comercialización. Los principales problemas son de carácter estructural y están relacionados con el oligopolio en la producción del papel, que tiene un impacto directo sobre el precio final del libro; la excesiva concentración territorial del mundo editorial y librero; la ya mencionada concentración comercial de la edición; la sostenida pérdida de mercados externos; y la ausencia de un instancia pública nacional abocada a la mejora del sector editorial a través de la generación de legislaciones y políticas públicas adecuadas.

LID: Recientemente se asociaron Planeta y Mercado Libre para la venta directa on line. En tu opinión, ¿qué consecuencias ha provocado y genera la tendencia a la concentración editorial de las últimas décadas?

Alejandro Dujovne: La concentración editorial no es un fenómeno exclusivamente argentino. A fines de la década de 1990, el editor franco-norteamericano André Schiffrin publica La edición sin editores. En ese libro-manifiesto, Schiffrin retrataba y denunciaba el modo en que el proceso de concentración y financiarización de la edición conllevaba el desplazamiento del editor del centro de la tarea de selección y producción del libro, y su preocupante reemplazo por el responsable de marketing. O, dicho de otro modo, advertía acerca de la avanzada de una racionalidad económica que resultaba contradictoria con un modo de producción editorial que, sin despreciar el costado económico del negocio, priorizaba o al menos cuidaba la calidad del catálogo. Una vez adquiridos los nuevos sellos, las corporaciones editoriales esperaban que estos reportaran una tasa de rentabilidad anual superior a la que normalmente producía el sector editorial. Este cambio se tradujo, concretamente, en una presión sobre los criterios de selección de autores y de títulos, en los registros de escritura, en los formatos, en la publicidad, etc., a fin de conseguir las mayores ventas posibles en el menor tiempo posible. En el caso de los autores, por ejemplo, esto implicó reducir la apuesta por escritores nuevos y poblar los catálogos con nombres conocidos -por sus libros previos o por su popularidad en los medios audiovisuales o la política- que garantizaran un piso de ventas.

A lo largo de ese proceso, que sin dudas tiene sus matices, el editor tradicional fue perdiendo soberanía sobre la producción de libros a manos de otros actores como los especialistas en marketing. En cada uno de los países en los que se dio este fenómeno, esta nueva lógica se montó sobre la compra de sellos emblemáticos que poseían un catálogo más o menos rentable y una marca instalada, lo que les permitiría a los grupos compradores contar con un punto de partida propicio para lanzarse a conquistar una cuota del mercado local. En Argentina, por ejemplo, los dos principales grupos, Planeta y Penguin Random House, controlan en la actualidad alrededor de la mitad de la facturación del sector editorial comercial. El resto del mercado se lo reparte un amplio y heterogéneo universo de editoriales medianas, pequeñas y muy pequeñas que garantizan la diversidad de géneros, autores, temas y estilos.

La decisión de Planeta de realizar un acuerdo estratégico con Mercado Libre con la creación de una tienda online supone un cambio en las reglas de juego implícitas del mercado del libro. Si bien no es la única editorial que ofrece sus libros sin la mediación de librerías a través de Mercado Libre, el hecho de que se trate de una de las dos empresas dominantes y de que lo haga a través de una modalidad que le ofrece un poder comercial y de visibilidad mayor que la venta de productos aislados, encendió las alarmas del eslabón librero. Hasta hace poco tiempo resultaba claro el reparto de tareas: las editoriales producían los libros y las librerías los vendían al público. Pero, y esta es la diferencia esencial con Mercado Libre o Amazon, las librerías nunca se consideraron a sí mismas ni fueron consideradas solo como un punto de venta. Las librerías participan de la experiencia lectora de un modo singular: llegar a un libro guiado por un algoritmo oculto que busca la maximización del negocio y comprarlo a través de un par de clics constituyen una experiencia muy distinta a la de acercarse a una vidriera, entrar a una librería, hablar con el o la librera, mirar tapas, y elegir un título. Más aún si se trata de una librería que frecuentamos y un librero o librera en la cual confiamos. Lejos de ser una actitud romántica, como pretenden sugerir algunos, plantear esto supone interrogarse acerca de los modos y espacios en que se construyen y definen los significados sociales y culturales del libro y la lectura.

La decisión de Planeta de sortear el canal librero significa, primero, contar con una estrategia comercial propia, y, tal vez más importante, garantizarse para sí los porcentajes que habitualmente corresponden al distribuidor y a la librería -ya que están imposibilitados de realizar descuentos superiores al 10% pues por ley no pueden vender un título por debajo del precio de venta al público previamente fijado. De este modo, y teniendo en cuenta que la librería es un negocio de baja rentabilidad, la estrategia comercial de Planeta afecta la sostenibilidad del sector librero, pues las librerías también precisan de sus libros para mantenerse en funcionamiento. Esto podría volverse aún más grave si a Planeta le siguiera Penguin Random House, y tras ellos una cola de sellos medianos que, naturalmente, no estarían dispuestos a ver cómo la diferencia de poder se acrecienta aún más. Si desaparecen las librerías, sobre todo las pequeñas y medianas, no solo desaparece parte de la experiencia social y cultural de los libros, sino que también corren serios riesgos las editoriales pequeñas cuya visibilidad y existencia depende fundamentalmente de esta clase de librerías.

LID: Se dieron diversas experiencias de tradiciones ideológicas y militantes que han encarado proyectos culturales, revistas y editoriales en el país. Una de las más conocidas y singulares ha sido la revista "Pasado y Presente". En tu opinión, ¿cuál ha sido su legado? ¿Qué otras experiencias te parece importante mencionar?

Alejandro Dujovne: La relación entre la izquierda en un sentido amplio (organizada y no organizada, y en sus distintas variantes ideológico-políticas) con los libros constituye un capítulo en sí mismo de la historia de la edición y de la historia de la cultura de izquierda. En un célebre artículo publicado en la revista New Left Review, Regis Debray propone una hipótesis interesante: el ciclo vital del socialismo, su etapa de mayor expansión y fuerza política en el mundo, estuvo estrechamente ligado al período de dominio de la imprenta en tanto que modo material y social de comunicación. Sabemos que los periódicos y libros fueron los medios privilegiados de análisis, reflexión, debate y propaganda de las distintas vertientes de izquierda, y que gracias a ellos la izquierda encontró seguidores, militantes y teóricos alrededor del mundo. Pero, dice Debray, el universo de la imprenta va más allá de los periódicos y libros. Los talleres de imprenta, las redacciones, los ateneos, las librerías y las bibliotecas, dieron forma a un espacio de sociabilidad y educación que tenía a los libros y al proyecto ilustrado en el centro de su existencia. En ese espacio convivían e interactuaban tipógrafos, cajistas, ilustradores, periodistas, intelectuales, libreros, bibliotecarios, lectores y militantes. La experiencia histórica de la izquierda en el mundo, o al menos de la que transcurre durante buena parte de los siglos XIX y XX, se ancla y encuentra su fuerza en ese universo social y material singular.

“Aunque hoy en día siguen existiendo tribunas, libros y prensa -dice Debray-, el eje central de transmisión se ha trasladado a otro lugar y se ha llevado consigo todo el aparato de ceremonia, prestigio y valores que antaño confería un aura especial a los libros, los maestros o los conferenciantes peripatéticos de las asociaciones educativas obreras y universités populaires.” Como La carta de robada de Poe, de tan a la vista que estaba, la importancia del universo de la imprenta pareciera haber pasado inadvertido al momento de comprender las condiciones de existencia y desarrollo del socialismo. Ahora, con la irrupción de una nueva época dominada por la imagen, la multiplicación de tecnologías digitales de comunicación, y de experiencias más individualizadas de producción y consumo de información, estamos empezando a preguntarnos y comprender mejor el papel de las revistas y editoriales y del mundo social y material alrededor de ellas.

Y sin dudas, una de las experiencias argentinas y latinoamericanas más interesantes y productivas en ese sentido fue la revista “Pasado y Presente” y las series de libros asociados a ella, los “Cuadernos de Pasado y Presente” y la “Biblioteca del Pensamiento Socialista” que se publicó en el marco de la Editorial Siglo XXI. Más allá de la discusión acerca de si en realidad se trató de un grupo con contornos definidos y algún grado de coherencia interna o no, lo cierto es que estos proyectos editoriales congregaron y dieron voz a un número de jóvenes intelectuales dispuestos a sacudir las rígidas estructuras del pensamiento marxista en Argentina y la región a través de un trabajo sistemático de discusión, interpretación, traducción y difusión de distintos autores marxistas, y no solo marxistas, que no entraban en el canon oficial establecido por las organizaciones políticas dominantes. Entre estos autores se destaca Antonio Gramsci, su principal fuente de inspiración. Su legado más inmediato se encuentra en la serie de textos traducidos y editados que forman parte del reportorio intelectual de parte de la izquierda, algunos de los cuales siguen reeditándose y discutiéndose. Otro de sus legados, que Martín Cortés subrayó en esas mismas páginas al hablar de la figura de Aricó, es la constante disposición y búsqueda de comprensión de los problemas contemporáneos a través de una revisión no dogmática de la tradición marxista. Y siguiendo el hilo de la conversación, podríamos sumar la firme creencia de este grupo de intelectuales en la palabra impresa como forma de intervención política y como laboratorio público, como espacio de experimentación de autores e interpretaciones novedosas, que priorizó la apertura antes que la homogeneidad. Hablamos de “Pasado y Presente”, pero la historia de las izquierdas argentinas desde sus inicios a fines del siglo XIX y a lo largo de gran parte del XX, es, en cierta forma, la historia de sus proyectos editoriales de revistas y libros. Para adentrarse en otras experiencias recomiendo los trabajos de Horacio Tarcus y Adriana Petra.

LID: ¿Qué etapa en la historia de la producción editorial del país rescatarías? ¿Y por qué?

Alejandro Dujovne: Como suele pasarnos a quienes nos dedicamos a estudiar esta porción de la vida cultural argentina, el acto reflejo es destacar la llamada “edad de oro” de la edición argentina. Una etapa que transcurrió entre fines de la década de 1930 e inicios de la de 1950, en la que Argentina se convirtió en el principal productor y exportador de libros de lengua castellana en el mundo. La caída del polo editorial español resultado de la guerra civil, por un lado, y el arribo al país de exiliados republicanos que rápidamente se insertaron en el mundo editorial, por el otro, posibilitaron que Argentina ocupara por poco más de una década el centro de la escena editorial en nuestra lengua. Durante esa etapa nacieron sellos emblemáticos como Losada (1938), Emecé (1939), Sudamericana (1939) y Paidós (1945).

Pero la importancia de esta etapa tiende a eclipsar otras que fueron claves en la conformación del universo del libro argentino. De hecho, una de estas etapas resulta crucial para comprender de la “edad de oro”. A finales de la década de 1910 aparece en Buenos Aires la figura del editor moderno. Esto es, individuos que van a pasar a desempeñar una función cultural y económica nueva, asumiendo tareas que hoy asignamos naturalmente al editor contemporáneo: contratación de una obra, edición del manuscrito y conversión a libro, impresión, comercialización y prensa. Asuntos que hasta allí eran llevados adelante por los propios autores, o por imprenteros y libreros. Entre estos editores se destacan los nombres de Manuel Gleizer, Jacobo Samet, Samuel Glusberg y Antonio Zamora. De hecho, estos primeros editores profesionales sientan parte de las condiciones materiales necesarias para la aparición del escritor profesional, distinto del escritor heredero, como lo denomina Jorge B. Rivera. Es un momento clave para el despliegue de la literatura argentina, que va a encontrar luego nuevos horizontes con el aporte de los republicanos españoles.

Los principales problemas del ecosistema editorial argentino (...) son de carácter estructural y están relacionados con el oligopolio en la producción del papel, que tiene un impacto directo sobre el precio final del libro; la excesiva concentración territorial del mundo editorial y librero; la ya mencionada concentración comercial de la edición; la sostenida pérdida de mercados externos; y la ausencia de un instancia pública nacional abocada a la mejora del sector editorial a través de la generación de legislaciones y políticas públicas adecuadas.

Acerca del entrevistado

Alejandro Dujovne es Doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET. Es director de la Maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural del IDAES-Universidad Nacional de San Martín. Ha participado en distintos proyectos de investigación nacionales e internacionales sobre la producción y circulación internacional de libros e ideas, edición en América Latina, editoriales universitarias, traducción y ferias del libro. Es co-coordinador del Programa de Estudios del Libro y la Edición en el IDES. En 2014 publicó Una historia del libro judío. La Cultura Judía Argentina a Través de Sus Editores, Libreros, Traductores, Imprentas y Bibliotecas, (Ed. Siglo XXI.), que en 2018 obtuvo un reconocimiento en los Premios Nacionales de Cultura de Argentina para la producción del período 2014-2017. Dujovne colabora de manera regular en el diseño, implementación y evaluación de legislaciones y políticas públicas en el ámbito del libro en Argentina.


Liliana O. Calo

Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.

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