Durante la última dictadura muchos autores estuvieron prohibidos. Sus escritos, eran considerados un agravio para la moral y la familia, y señalados como formas de adoctrinamiento del público infantil.
Martes 20 de diciembre de 2016
Hablar de educación y de textos resulta casi un lugar común. Distinto es cuando remplazamos el término “texto” por el de “literatura”, aunque viendo más de cerca, esto también se vuelve obvio. La educación está atravesada por la literatura y la literatura interviene decididamente en la educación, en el proceso pedagógico, en la construcción de sentidos y subjetividades. Es necesario preguntarnos (re-preguntarnos) qué nuevos espacios se generan o no desde la literatura, más aún, cuando ésta interviene en el espacio educativo.
La escuela es un lugar de aprendizaje, pero lo es también de control. Durante el proceso militar desde el Ministerio de Educación de la Nación se implementó un plan conocido como "Operación Claridad” cuyo objetivo era identificar docentes que utilizaran bibliografía marxista y subversiva, considerados opositores al régimen.
Así muchos textos debieron esperar para volver a ser leídos, para ser nuevamente explorados. ¿Qué nos contaba Elsa Bornemann en Un elefante ocupa mucho espacio cuya selección de cuentos estuvo prohibido por el Decreto 3155 del Poder Ejecutivo Nacional a cargo de la Junta Militar-de facto- en el año 1977? La historia comienza con el llamado a una huelga general de los animales, un circo tomado por sus trabajadores, a partir de ahí se disparan infinitas posibilidades de reflexión de nuestra realidad. ¿Qué relataban con palabras e ilustraciones Beatriz Doumerc y Ayax Barnes, que la censura también prohibió sus libros y a ellos obligándolos al exilio? En El pueblo que no quería ser gris de 1975 se denunciaba a las dictaduras que avanzaban en Latinoamérica y se mostraba que no había poder suficiente para frenar al pueblo si se unía, no solo en un país y contra una dictadura, sino en todos y contra todas.
Estos libros, como otros, son una ventana, una puerta, una fisura en la literatura infantil hacia un nuevo camino que nos lleva a generar nuevos sentidos, re-pensar, y cuestionar nuestra realidad. Cuestionan la literatura pedagogizante, el leer en la escuela para responder una guía; cuestionan el rol del docente frente a la selección de los libros, por qué elegimos lo que elegimos, desde qué lugar contamos, qué posición ética y política estamos involucrando. Cuestionan al Estado como órgano de control y opresión: hacen visible lo que se intenta ocultar, llevan a juicio los roles sociales que nos obligan a reproducir.
En la literatura podemos encontrarnos con un espacio donde poner en foco y problematizar lo dado como natural y normal, libros como La Durmiente de María Teresa Andruetto, o La cenincienta que no quería comer perdices de López Salamero nos invitan a meternos en esa fisura de la literatura infantil y acercar nuevos relatos que nos interpelan, nos pasan y traspasan dejando todas las huellas posibles.
Elegir un libro no es tarea fácil, elegir libros para los niños y niñas, es una tarea aún más compleja. Busquemos, escarbemos este lado de la literatura infantil. Acerquemos a los chicos este tipo de literatura que problematiza, que pone en juego otros sentidos, otra forma de ser, de pensarse colectivamente. Pararse desde este lugar habilita otras representaciones de la infancia, de lo social y de lo político.
Recomendaciones desde otro lugar:
“La historia de Julia, la niña que tenía sombra de niño” de Christian Bruel-Anne Bozellec.
“El pueblo que no quería ser gris” de Beatriz Doumerc y Ayax Barnes.
“Un elefante ocupa mucho espacio” de Elsa Bornemann.
“No hay dos iguales” de Javier Sobrino.
“La cenicienta que no quería comer perdices” de Nunila López Salamero.
“La durmiente” de María Teresa Andruetto.
“Colección Anti princesas” de Chirimbote-Nadia Fink y Pitu Saá.
“Cuentos para niños no tan buenos” de Jacques Prevert.
“El monte era una fiesta” de Gustavo Roldán.