Este jueves se termina de aprobar el acuerdo con el FMI. Un presidente sin tiempo para festejos, frente a la crisis de la inflación. La demagogia de la oposición de derecha. El 24 de marzo la Plaza es nuestra.

Fernando Scolnik @FernandoScolnik
Miércoles 16 de marzo de 2022 22:12
Si Alberto Fernández quiso mostrar un cambio de onda tras haber conseguido la aprobación del acuerdo con el FMI en diputados, hay que decir que no le salió bien. Una serie de papelones encadenados dejaron al presidente mal parado frente a la sociedad esta semana.
Primero fue el anuncio de jefatura de Gabinete de crear la insólita “subsecretaría de resiliencia”, que se encargaría de cuidar el “humor social” y la “autoestima colectiva”. La payasada (o burla) fue derrotada por el bullying que se le hizo desde las redes sociales. Duró menos de 24 horas y tuvieron que dar marcha atrás.
Sin embargo, la intentona oficialista no desistió. El objetivo de mostrar buena onda llevó al presidente este martes hasta Tortuguitas, donde quiso mostrarse simpático y de buen humor animando una clase de aquagym. Desde su cuenta de Twitter él mismo lo celebró risueño diciendo que “creo que no se esperaban que apareciera en la clase de gimnasia acuática del Polideportivo Tierras Altas, Tortuguitas”, acompañando el texto con un emoji de risas. Si nos guiamos por muchos de los comentarios a su posteo, quizás la humorada no cayó muy bien.
Al parecer, algún colaborador con más criterio le avisó al presidente que él podía estar contento por sus acuerdos con Juntos por el Cambio para aprobar el acuerdo con el FMI, pero que el humor social no estaba para mostrarse de ese modo. Por eso hizo en esa misma visita un comentario más serio: “El viernes empieza la guerra contra la inflación en Argentina”.
Pero también ese tiro le salió por la culata: no fueron pocas las voces y los memes que, sarcásticamente, señalaron que después de más de dos años de Gobierno, ya era hora de que se ocupara del tema. El 2021 terminó con un 50,9 % de inflación y el 2022 ya acumula un 8,8 % en solo dos meses, siendo más grave aun el aumento de los alimentos, que acumula un 12,8 % de incremento entre enero y febrero. Ninguna de las promesas de recuperar lo perdido con Macri se hizo realidad e incluso empeoraron los ingresos de millones. No solo no volvieron ni el asado, ni la heladera llena. Ni siquiera hay ensalada.
Señalemos al pasar que muchas de estas críticas se hicieron desde la oposición de derecha de Juntos por el Cambio. Aunque no vale la pena detenerse mucho en ellos: son los mismos que dieron sus votos en el Congreso Nacional para aprobar el plan del FMI que trae más inflación, y los que se fueron del Gobierno en 2019 con los aumentos de precios más altos desde 1991. Ellos solo piensan en capitalizar el descontento actual para las elecciones de 2023. No hay mucha otra vuelta que darle.
Es cierto, sin embargo, que el escenario es complejo. Esta semana, el ministro Guzmán afirmó que “el país enfrenta por la situación internacional un shock de una magnitud que es difícil encontrar precedentes en mucho tiempo”.
Esta afirmación, que en gran parte es verdad por la guerra en Ucrania y tendencias inflacionarias que ya venían desde antes e influyen sobre los precios de los alimentos y la energía, esconde sin embargo dos cosas muy importantes. Una, que la inflación no es “un error” sino parte central intencional del programa con el FMI, ya que es la forma de ir reduciendo el déficit fiscal. Dicho de otro modo: una inflación alta es parte de lo acordado con el organismo internacional para licuar los presupuestos destinados a salarios, jubilaciones, salud, educación o subsidios a los servicios públicos, en función de un plan económico que orbita alrededor del objetivo de organizar la economía nacional en función de pagar una deuda ilegal. Segundo: que si de verdad quisieran atacar la inflación, deberían afectar los intereses de los poderosos, algo a lo que no están dispuestos. Desde Vicentin a esta parte, quizás no caben ya muchas dudas de eso. O si no que le pregunten a las empresas alimenticias, que siguen haciendo superganancias especulando con el hambre del pueblo. Como Arcor, que en 2021 duplicó sus ganancias llegando a un 142 % y repartirá entre sus accionistas $ 7.000 millones.
Esto no es solo análisis, sino una plataforma de combate. No habrá “guerra contra la inflación” por parte del Gobierno nacional, sino guerra contra los bolsillos populares. La inflación de marzo será aún más alta, empujada por esas mismas tendencias y medidas como el aumento de los combustibles y algunas tarifas de servicios públicos.
Para este viernes se esperan anuncios oficiales respecto de la inflación, pero a no confundirse: posiblemente veamos nuevos parches que no solucionen ningún problema de fondo ni busquen defender los ingresos populares, sino tan solo un equilibrio imposible para que el tema no se les vaya de las manos. Pero esas viejas recetas ya acumulan fracasos de sobra.
Más aun: la nueva y precaria arquitectura política que vimos en la Cámara de Diputados para aprobar el acuerdo con el FMI -un pacto entre sectores del peronismo y Juntos por el Cambio, con protagonistas como Massa, Morales y el larretismo- impone ya también sus condiciones. Esta semana vimos desde algunos sectores de la oposición de derecha poner su veto de antemano a una política de mayores retenciones a exportaciones agropecuarias.
Alberto Fernández no solo es un presidente moderado ante los poderosos y firme ante los explotados y los oprimidos, sino que también es un mandatario condicionado internamente y externamente.
Si las grandes mayorías quieren defender sus ingresos, tiene que ser parándose en la vereda de enfrente de su plan de ajuste. Hay que construir otro camino.
Máxima complicidad II
La semana pasada analizamos en esta columna la complicidad del kirchnerismo para dejar pasar el plan del FMI. Su voto en contra en el Congreso no puede hacer perder de vista su silencio, su permanencia en los cargos de Gobierno o su negativa a impulsar la movilización en las organizaciones que dirigen. Es la forma de dejar pasar la entrega, diferenciándose para intentar no pagar los costos políticos.
Pero incluso despejando la cuestión del FMI (si eso fuera posible), puede observarse la complicidad del kirchnerismo con el ajuste respecto de las necesidades más urgentes.
Si hay un contraste duro en la situación nacional, es aquel que se observa entre el fenomenal aumento de los precios y la pasividad absoluta de las conducciones oficialistas de los sindicatos para defender los ingresos populares.
Poco vale la pena decir de los dirigentes de la CGT, que han apoyado el acuerdo con el FMI y ahora piden “equilibrio” en los precios, como hizo Héctor Daer esta semana, pero sin nunca mover un dedo.
Sin embargo, la realidad es que algo parecido cabe decir para las conducciones kirchneristas que dirigen importantes sindicatos, centros de estudiantes y organizaciones sociales: si no quieren movilizarse para rechazar el acuerdo con el FMI -incluso Hugo Yasky se abstuvo en Diputados en vez de votar en contra-, la verdad es que tampoco lo vienen haciendo siquiera para lo más mínimo que es defender los salarios, planes sociales o jubilaciones.
Este miércoles, sin ir más lejos, los representantes de la CGT y las dos CTA estuvieron juntos sentados con los empresarios y el Gobierno para pactar un salario mínimo de pobreza que aumentará en cuatro cuotas hasta llegar apenas a $47.850 a fin de año.
Del otro lado, una importante movilización se realizó desde el día miércoles de cara a esa reunión y se continuó con un acampe: eran organizaciones y movimientos sociales que agrupan a trabajadoras y trabajadores desocupados y cooperativistas, en el marco de una semana de protestas que denunciaron la consolidación de la situación de hambre y precariedad de una parte muy importante de la clase trabajadora. El Consejo del Salario decidió darles la espalda.
Mientras tanto, en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, las paritarias de los estatales se cerraron esta semana en un 40 % repartido en 3 cómodas cuotas, por debajo de la inflación.
El Movimiento de Agrupaciones Clasistas (PTS-FITU) viene siendo parte de todos estos reclamos, planteando la necesidad de la unidad de trabajadoras y trabajadores ocupados, desocupados y precarios para pelear por trabajo con derechos.
La realidad es que las conducciones de la CGT y la CTA han sido hasta ahora cómplices del ajuste. Los que de palabra vienen rechazando el ajuste, e incluso advirtiendo sobre las consecuencias de los planes del FMI como Yasky, ¿van a seguir en el plano discursivo o van a romper con la subordinación al ajuste y pasar de las palabras a los hechos?
El 24 con la izquierda y con el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia
El plan de guerra de las coaliciones mayoritarias y los grandes empresarios es aplicar el acuerdo con el FMI, mantener la "gobernabilidad" y llegar a 2023 para redefinir y rediscutir la nueva configuración mediante la cual se aplicarán los planes de las clases dominantes locales en acuerdo con el FMI. En el medio, puede fallar.
Como vimos, esto incluye al kirchnerismo como "ala crítica" del plan, como una pata indispensable para intentar contener el descontento.
Por eso este 24 de marzo habrá dos convocatorias a Plaza de Mayo a 46 años del golpe genocida, pero una sola será independiente y de lucha.
Por un lado, La Cámpora será una de las principales protagonistas de una de las convocatorias. Buscarán hacer un importante despliegue desde la ESMA, para luego confluir en Plaza de Mayo junto a organismos de derechos humanos oficialistas.
Por otro lado, el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia convoca a llenar la plaza con las consignas “¡30.000 detenidas y detenidos desaparecidos presentes!” y “¡No al acuerdo Gobierno-FMI!”. Por la libertad de los presos de la marcha del 10 y el freno a la avanzada represiva. Al cierre de esta columna, se conocía también que el ministro Zabaleta le quitó un plan Potenciar Trabajo a uno de los detenidos, sin siquiera derecho a juicio. No por nada, Patricia Bullrich felicitó la medida.
A 46 años del golpe, con el acuerdo con el FMI se quiere legitimar una deuda externa que tuvo uno de sus grandes saltos durante la última dictadura militar y fue convalidada luego por todos los gobiernos constitucionales, que siguen avalando ese mecanismo de saqueo y explotación.
El PTS llama a llenar las calles ese día como una cita de honor. Porque en cada marcha, en cada lucha, en cada exigencia para que las organizaciones de masas rompan su subordinación a los planes de ajuste, en cada tribuna que se aprovecha para gritar bien fuerte otra salida a la crisis, se va construyendo otro camino que busque evitar el desastre al que conduce el FMI. También levantaremos bien alto las consignas contra la invasión rusa a Ucrania y por fuera la OTAN de Europa del Este.
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Fernando Scolnik
Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.