El kirchnerismo se manifiesta en contra de la visión ortodoxa de Cambiemos con respecto al rol del Banco Central. ¿Cuáles es el balance de su gestión “heterodoxa” de la política monetaria?
Mónica Arancibia @monidi12
Lucía Ortega @OrtegaLu_
Viernes 7 de octubre de 2016
La visión ortodoxa de Cambiemos con respecto a la política monetaria y el rol del Banco Central es cuestionada desde sectores afines al kirchnerismo y por ex funcionarios. Defienden así lo que habría sido “su” modelo basado en una autoridad monetaria que contribuya al crecimiento y el desarrollo económico en lugar de priorizar una meta inflacionaria.
Este argumento “heterodoxo” se apoya en la concepción de que es posible lograr un crecimiento sostenido de la economía a partir de la expansión de la demanda agregada con la posibilidad de sostener los niveles de endeudamiento interno, sin un correlato de constricción fiscal. Así, los Bancos Centrales tendrían la capacidad de alcanzar una alquimia monetaria que resuelva las contradicciones del capitalismo, esto es, la expansión de la demanda generando un mayor potencial de crecimiento que no sería estrictamente inflacionario.
No obstante, se contempla la posibilidad de que haya inflación pero no dejaría de ser la consecuencia (una suerte de “daño colateral”) de estimular el crecimiento. Para esta corriente, el Banco Central, una institución del Estado capitalista, cuenta así con las herramientas suficientes para lanzar políticas que contrarresten los problemas prioritarios -la demanda- sin crear dificultades sustanciales en otros terrenos.
Su rol en este esquema habría sido el de acompañar los estímulos a la demanda y la política fiscal mediante la emisión monetaria. Sin embargo, es preciso partir de las raíces del modelo kirchnerista para comprender una relación entre política fiscal y monetaria más guiada por la necesidad ante el agotamiento del modelo devaluacionista que por una decisión “heterodoxa”.
La megadevaluación de 2002 que se produce de la mano de Eduardo Duhalde es la marca de origen del modelo kirchnerista. Producto del abrupto abaratamiento del peso argentino frente a la moneda mundial, el costo salarial que pagan los empresarios descendió un 60 % medido en dólares, mientras que el salario real se derrumbó casi un 30 % ese año (por el aumento de los precios). Así, las ventajas del capital sobre el salario junto con condiciones favorables en los precios de exportación y una capacidad ociosa heredada de la crisis, comenzó una reactivación de la actividad.
Desde 2007 el proceso inflacionario comenzó a exhibir los síntomas de agotamiento del “modelo”. En Argentina, la inflación está fuertemente ligada al problema del tipo de cambio. Cuando se terminaron las “ventajas” de la devaluación de 2002, los precios se dispararon.
En 2012, Cristina anunció dos proyectos de ley. La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central (BCRA) y de la Ley de Convertibilidad. El kirchnerismo lo presentó como el desmonte del modelo neoliberal, pero el móvil era obtener mayores recursos ante la imposibilidad de tomar deuda en el exterior y los límites del modelo que afloraban.
Con la modificación a la Ley de Convertibilidad se derogó el artículo que obligaba a respaldar la base monetaria con reservas y el que establecía a las reservas de libre disponibilidad. Las reservas de libre disponibilidad serán así las que sobren luego que el directorio del Banco determine el nivel de reservas necesarias para cumplir con la política cambiaria.
Con la reforma de la Carta Orgánica se cambia el artículo 3, donde se aclaraba que la misión fundamental del BCRA sería promover la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera y el desarrollo económico con equidad social, en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional. Además una de las facultades del Banco sería regular y orientar el crédito.
En tanto, el kirchnerismo pretendió modificar la Ley de Entidades Financieras pero sólo hizo retoques. Las modificaciones deberían promover el sistema financiero para que crezcan los depósitos y los créditos en relación con el tamaño de la economía. Sin embargo, el crédito siguió siendo anémico en relación al PBI. Desde el 2003 en adelante, esta proporción rondó el 15 % cuando en los países de América Latina es del 40 %.
El negocio de los bancos fue otro. Aumentaron las líneas de crédito orientadas al consumo que subieron a una tasa anual del 60 %. El volumen de préstamos personales se incrementó 8,6 veces entre 2003 y 2007; en tanto que la deuda de titulares de tarjetas de crédito subió 4,7 veces en sólo cuatro años.
Las entidades subieron los prestamos orientados al consumo por sobre los préstamos a la producción de las empresas (que promedió el 20 % del total de las financiaciones), algo que no ocurrió sólo en el kirchnerismo sino que la tendencia de principio de los `90 al aumento de tarjetas de crédito y expansión del negocio crediticio para los sectores más pobres se mantuvo, lo que fue un gran negociado para los bancos.
La poca profundidad financiera no fue únicamente un problema de la gestión kirchnerista sino que es una característica en común de las economías atrasadas y dependientes. Está relacionada con el bajo nivel de formación bruta de capital y a las empresas que orientan sus estrategias de negocios en base a ciclos cortos de alta valorización del capital con bajos niveles de apalancamiento. Esto se profundiza con un sistema bancario concentrado y extranjerizado como el de Argentina y orientado a valorización de bajo riesgo, plazos cortos, y a altas tasas de interés. Una banca que lejos está de promover el desarrollo industrial.
La utopía del kirchnerismo fue creer que con cambios cosméticos como la modificación de la carta orgánica y sin terminar con la herencia militar de la Ley de Entidades Financieras era posible cambiar esta estructura y reorientar el crédito hacia el desarrollo.
Más bien los cambios sirvieron para que el kirchnerismo financiara el creciente déficit fiscal. El gobierno recurrió al endeudamiento interno, así aumentó la deuda con la ANSES y otros organismos. La deuda intra sector público alcanzó al 31 de diciembre de 2015 U$S 137.720 millones, siendo el 30,7 % del PIB y el 57,2 % de la deuda total. En 2005 esa deuda significaba sólo el 5,3 % del PIB. Ese financiamiento fue la contracara de no modificar el regresivo sistema fiscal para no afectar las ganancias del capital concentrado y los ricos del país.
Otro problema que sumó presión a la olla, fue el dólar. Esto no fue accidental, es emergente de las mismas condiciones de dependencia y atraso que caracterizan al capitalismo argentino, y que se mantuvieron sin cambios durante la década pasada. La salida de dólares tuvo que ver con los pagos de la deuda externa, el déficit energético, el déficit industrial, las remesas de capitales o directamente la fuga de capitales. Los activos de los argentinos en el exterior alcanzaron U$S 232.411 millones durante el 2015 (aunque hay estimaciones que lo sitúan por encima de los U$S 400 mil millones), lo que representó un aumento de U$S 9.946 millones con respecto de diciembre del 2014.
El kirchnerismo convivió con estos problemas durante los años de bonanza, cuando el saldo comercial aportaba reservas al BCRA. Cuando los dólares se disiparon comenzó la restricción y el ajuste.
Heterodoxia monetaria kirchnerista, ortodoxia contra el trabajo
A pesar del relato, cuando el “modelo” presentó problemas, la opción elegida fue atacar a los trabajadores, como ocurrió en 2009 por el bajón provocado por la crisis mundial. Pero hay un antecedente más cercano. En enero de 2014, Axel Kicillof, por entonces ministro de Economía y Finanzas Públicas, junto con el presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, decidieron devaluarla moneda y prepararon el regreso a los mercados. Para esa tarea que quedó inconclusa debido al litigio con los buitres, Kicillof arregló con los imperialistas del Club de París, arregló con el Ciadi (Banco Mundial) y compensó a la Repsol por el saqueo hidrocarburífero. El ajuste del tipo de cambio se hizo con el fin de apuntalar las reservas del BCRA, pero la devaluación tiene sus costos, sus perdedores y ganadores.
¿Qué dejó el 2014? En primer lugar, la economía tuvo un gran parate, a pesar de los planes que implementó el gobierno para amortiguar la caída como Progresar, Procreauto o Ahora 12. La actividad industrial descendió, la industria automotriz se contrajo el 20 % durante 2014.
El PBI tuvo variaciones interanuales del 0,8 % y 0,0 % en el primer y segundo trimestre de 2014 y durante el tercer trimestre del año la actividad económica cayó 0,8% en términos interanuales. Según el Indec, el Informe sobre el Avance del Nivel de Actividad mostró que el producto bruto interno (PBI) en 2014 tuvo un leve crecimiento de 0,5 %. Sin embargo, en ese momento economistas privados afirmaron que bajó entre 2% y 2,5%.
En segundo lugar, según datos del Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA) de la CTA cercana al kirchnerismo, la devaluación de enero provocó una inflación de 36,8 % anual, una baja del salario real de 4,8 % y, “consiguientemente, un incremento en la rentabilidad de las grandes firmas que treparon al 8,0 % sobre ventas”.
Si bien el kirchnerismo se distancia de los objetivos de política monetaria del Banco Central de la actual gestión en el Macrismo, la resolución de la puja entre salarios e inflación durante el kirchnerismo no expresa otra cosa que una “gestión” de la emisión monetaria a favor del capital. Cuestión que continuamos analizando en esta nota: Modelo M en política monetaria: ¿continuidad o cambio?
Mónica Arancibia
Nacida en Bs. As. en 1984. Es economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas. Coedita la sección de Economía de La Izquierda Diario.