El 9 de octubre de 1967 era ejecutado Ernesto Che Guevara en el poblado boliviano de La Higuera. Moría así el honesto revolucionario que, siendo aún un estudiante universitario, decidió primero dedicar su vida a enfrentar la pobreza y la explotación y luego, darlo todo en la lucha contra el imperialismo y por construir el socialismo. Con su asesinato también nacía el mito del guerrillero heroico que inspiró la lucha de varias generaciones y aún perdura ya bien entrado el siglo XXI.
Martes 8 de octubre 23:12
Se cumple un nuevo aniversario del asesinato de Ernesto Che Guevara a manos de un esbirro del dictador boliviano René Barrientos, bajo la supervisión de la embajada yanqui y la CIA. En estas líneas buscaremos reflexionar en torno a su figura porque si bien siguió una estrategia que no compartimos, defendió ideas clave que hoy, en un contexto de crecimiento de la ultraderecha en varios países, sirven para construir una estrategia revolucionaria con la cual enfrentarla consecuentemente, sin caer en las falsas salidas que proponen las oposiciones “nacionalistas” o “progresistas”.
De estudiante de medicina a militante por el socialismo
En primer lugar, un rescate que se impone del Che en el contexto político actual donde la ultraderecha ha llegado al poder en varios países y a la par de ajustes brutales plantea una “batalla cultural” en favor de las salidas individuales, es su opción por los sectores explotados y oprimidos y por una salida colectiva. Ernesto Guevara provenía de una familia que pudo garantizarle un buen nivel de vida a lo largo de toda su infancia y juventud, por lo que no tuvo mayores problemas que el asma que lo acompañó toda la vida. Siendo estudiante de medicina pudo alternar sus estudios con viajes a distintas partes del país, en algún caso contratado por trabajo y otras a su propia costa, con los que saciaba su espíritu aventurero.
Con 23 años hizo su primer viaje por Latinoamérica, pero este también sería un viaje interno, porque alteraría su vida tras toparse con la situación social de miseria y explotación que sufrían los obreros mineros en Chile, los campesinos en Bolivia y en Perú, o los pueblos originarios de la Amazonia. Al mismo tiempo, iba cayendo en la cuenta de que la responsabilidad correspondía a los empresarios yanquis y de otros países imperialistas y de los gobiernos locales que los avalan.
Decidió no mantenerse al margen y poner sus conocimientos de medicina al servicio de esos sectores desposeídos, influenciado en parte también por el doctor y militante comunista peruano Hugo Pesce. Regresó a terminar la carrera lo más pronto posible y así poder emprender su segundo viaje, pero esta vez con otros objetivos. Él mismo lo expresó en uno de sus diarios: “la persona que escribe estas líneas murió (…) vagabundear a través de nuestra América me ha cambiado más de lo que yo pensaba” (citado en Che. La vida por un mundo mejor, Pacho O’Donnell, 2003).
Esta vez su periplo lo llevó hasta Centroamérica, a la Guatemala de Jacobo Árbens, un gobierno democrático (electo en 1950) que entre otras medidas populares osó intentar una reforma agraria que afectaba los intereses del monopolio yanqui United Fruit Company (algo así como la Monsanto de nuestros días) y que en 1954 provocó un golpe de estado/invasión dirigido directamente por la Casa Blanca.
Guevara se ofreció como voluntario para atender a los heridos, y se sumó a la muchedumbre que esperaba armas en los cuarteles del ejército. Árbens, militar y político progresista pero capitalista, se negó rotundamente a semejante cosa (parecido a cómo Perón enfrentó el golpe reaccionario de 1955), y capituló rápidamente frente a la derecha y el imperialismo que impusieron una férrea dictadura. Durante su estadía, Guevara entró en contacto con exiliados cubanos que habían peleado en el asalto al cuartel Moncada junto a Fidel Castro. Uno de ellos lo cargaba por su forma de hablar: había nacido “el Che”.
Perseguido, logró exiliarse en México, donde lejos de proponerse regresar a la Argentina y llevar una vida tranquila y acomodada ejerciendo como médico, redobló la apuesta sumándose a la expedición que preparaba Fidel Castro a Cuba para enfrentar a la dictadura de Fulgencio Batista. Para este momento, ya había adoptado ideas fundamentales del marxismo leninismo (aunque a través de fuentes stalinistas) y se había hecho consciente de que no alcanzaba con la caridad o la ayuda social; era indispensable un cambio de raíz, revolucionario, que liberara a los pueblos de la opresión imperialista y de los capitalistas que explotan el trabajo de millones.
Cuba: sin dormirse en los laureles
Esta actitud de poner por delante el interés común al interés individual y jugarse por entero a un proyecto de cambio social colectivo es uno de sus aspectos más revolucionarios que lo acompañó hasta el final de su vida. Tras la revolución cubana, en la que jugó un papel central convirtiéndose en uno de sus principales dirigentes, fue uno de los pocos (sino el único) que rechazó los privilegios materiales que implicaban los puestos de dirección estatal, y uno de los pocos que hacía trabajo voluntario los domingos para convencer y motivar con el ejemplo.
El Che Guevara fue sin dudas el ala izquierda de la Revolución cubana. No solo por oponerse a las tendencias burocráticas, sobre las que volveremos luego. De su participación en el proceso revolucionario cubano, hay que destacar su acción al frente del ministerio de Industrias entre 1963 y 1964. Allí dio una fuerte lucha política contra el ala stalinista del gobierno (que respondía a la burocracia del Kremlin), que quería mantener a Cuba como monoproductora de azúcar (para subordinarla a la URSS) y organizar la economía en base a la descentralización, autofinanciación y competencia entre las empresas estatales y entre los trabajadores mediante premios por productividad.
A esta orientación que introducía fuertes mecanismos capitalistas en la economía nacionalizada, el Che le opuso una centralización basada en las necesidades sociales y la planificación económica. En este sistema el dinero solo funcionaba como herramienta contable (no como medio de acumulación), y el aumento de la productividad y calidad del trabajo se buscaba mediante la concientización y motivación de los trabajadores de que estaban construyendo una nueva sociedad infinitamente superior en todos los aspectos a la capitalista.
En esto que se conoció como el Gran Debate Económico y que constituye uno de los mayores aportes de Guevara a las discusiones marxistas sobre el período de transición al socialismo, el Che, además de estudiar en pocos meses la gran obra de Marx y Engels, El Capital, se apoyó en la corriente trotskista encabezada por Ernest Mandel. Un hecho interesante teniendo en cuenta que sus opositores estaban apoyados por los mejores intelectuales solidarios de la burocracia stalinista del Kremlin como Charles Bettelheim.
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Guervara salió derrotado de la polémica y se impuso la línea stalinista que explica en buena parte el desastre económico que luego sufrirá Cuba con la desaparición del llamado bloque socialista a fines de los años 80. No vamos a analizar acá los varios factores que llevaron a esa derrota política del Che, pero señalemos el que, a criterio de quien escribe, fue el principal: el sistema que proponía no podía llevarse adelante sin la organización democrática de los trabajadores, empezando por cada unidad de producción, en cada rama de la economía, en cada ciudad y región, y a nivel nacional. Solo las masas autoorganizadas y autodeterminadas pueden desarrollar un sistema como el que proponía el Che que ―más allá de tener innegables elementos voluntaristas y de proponerse objetivos muy acelerados para una economía atrasada y dependiente como la cubana―, en trazos generales seguía el programa marxista para la época de transición al socialismo.
Sin esa organización en consejos obreros, campesinos y populares, donde las masas sean verdaderamente sujetos del cambio social y puedan desarrollar toda su iniciativa y creatividad, las tendencias burocráticas y el peso de la estructura económica dependiente del mercado internacional, se terminarán imponiendo. En última instancia, sin el “auxilio” de la revolución internacional la transición al socialismo no es posible, mucho menos en un país subdesarrollado. Pero la autoorganización de las masas resulta una condición imprescindible para reorganizar el país sobre bases socialistas, una condición que el Che no vio jamás, preso como estaba de una concepción de la revolución basada en un partido-ejército que dirige el proceso y las masas se limitan a acompañar las decisiones de los dirigentes.
Volviendo al punto de su actitud desprendida de intereses y ambiciones individuales, digamos por fin que podría haber elegido ser simplemente un burócrata más dentro del nuevo Estado cubano en el que para mediados de los años 60 avanzaba a paso firme un proceso de burocratización en el gobierno y en los distintos estratos de dirección del partido (entonces PURSC, luego PCC), de los sindicatos, los CDR, milicias, etc. Muy por el contrario, el Che renunció a sus cargos para desarrollar la lucha antimperialista, primero en el Congo junto al movimiento lumumbista y luego en Bolivia contra la dictadura de Barrientos, con la idea de extender la revolución a otros países. Esto lo separó tajantemente de la burocracia castrista que se consolidaba, aunque no pudo dar una batalla de conjunto contra ella por la propia concepción que acabamos de criticar.
“Revolución socialista o caricatura de revolución”
Otro de los aspectos revolucionarios que tenemos que rescatar de Guevara es su firme convicción de que solo la revolución socialista puede resolver el problema de la independencia nacional respecto del imperialismo y el atraso al que nos condena. En uno de sus últimos escritos Crear dos, tres… muchos Vietnam. Mensaje a los pueblos a través de la Tricontinental, planteó la cuestión sin dejar lugar a dudas: “las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución”.
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Casi 60 años después (lo escribió en 1966 antes de su partida a Bolivia), esta conclusión está más vigente que nunca y resulta fundamental para orientarse políticamente en cualquier país dependiente del imperialismo. Los capitales nacionales, ya sean agrarios, industriales o de servicios, en mayor o menor proporción están asociados a los capitales extranjeros; dependen de ellos para acceder a insumos o maquinarias, o para vender la producción; o quedan subordinados indirectamente por la creciente incidencia que tienen sobre el conjunto de la economía nacional.
En el caso del campo, en la actualidad es indiscutible la hegemonía de Monsanto y algunos otros gigantes extranjeros que se llevan el grueso de la producción cerealera y dejan millones de toneladas de agrotóxicos regados en nuestros suelos. En la industria automotriz la situación es similar, con una miríada de autopartistas, muchas veces PYMES, que deben producir para las grandes marcas imperialistas. Lo mismo electrodomésticos o máquinas-herramientas que son importadas o en el mejor de los casos ensambladas. La industria alimenticia, también la encontramos mayormente en manos extranjeras o asociados a ellas.
Por eso la burguesía nacional no puede romper con el imperialismo, porque sus propios intereses están ligados a los imperialistas, aunque se lleven las migajas. La historia está repleta de casos donde los partidos y políticos que representan directamente o indirectamente a estos sectores capitalistas, han gobernado cediendo algunos derechos a los trabajadores y disputando porciones de la riqueza nacional a los monopolios imperialistas, pero siempre garantizando las bases del estado burgués: la defensa de la gran propiedad local y extranjera, la defensa de las ganancias de estos capitales, y el control social por distintas vías (desde la contención a la represión) para impedir la revolución.
El peronismo (en sus versiones progresistas), el chavismo (en su versión original) y otras corrientes similares, siempre se mantuvieron dentro de esas coordenadas. Toda vez que utilizaron la figura del Che, no fue más que para engañar a quienes quieren luchar por un cambio social a favor del pueblo trabajador. Atraerlos con una simbología de izquierda para llevarlos detrás de un programa burgués “nacional” o “progresista” que no cambia nada fundamental. El caso del kirchnerismo es muy claro, al tiempo que pusieron al Che en la Galería de los Patriotas Latinoamericanos en la Casa Rosada, pagaban miles de millones de dólares al FMI y otros acreedores internacionales de una deuda claramente ilegítima y garantizaban las ganancias de los monopolios extranjeros como Monsanto, grandes mineras o Chevron en Vaca Muerta.
¿Qué aporta la vida revolucionaria de Guevara a la juventud de hoy?
Hace 57 años la consigna del Che se chocaba con los postulados stalinistas de la conciliación de clases, la vía pacífica al socialismo y la coexistencia con el imperialismo. Hoy sigue chocando con los falsos discursos de que el Estado (capitalista) puede regular al mercado o asistir y mitigar la pobreza sin tocar los intereses de los grandes capitales. Lo único que han conseguido las corrientes que pregonan esas utopías es fortalecer a la derecha. Y ni hace falta decir que sus ideas han quedado definitivamente opuestas por el vértice a la burocracia gobernante del Partido Comunista de Cuba que está avanzando abiertamente en la restauración del capitalismo haciéndole pagar los costos al pueblo trabajador con ajustes draconianos (que no tiene nada que envidiar a las recetas neoliberales) y represión.
El espíritu revolucionario de Guevara quedó limitado por su teoría del foco guerrillero y su concepción de la revolución dirigida por un partido-ejército, ideas que se oponen a la insurrección de las masas autoorganizadas y dirigidas por un partido revolucionario como concibieron Marx y Engels, Lenin y Trotsky. Nunca comprendió que en la época imperialista la clase obrera es la única que puede encabezar la revolución porque es la que tiene los medios de producción al alcance de la mano, y quedó encerrado en la utopía de un sujeto-campesino. Sin embargo, queremos rescatar su legado revolucionario porque apunta en el sentido correcto de que para resolver los grandes problemas sociales tenemos que enfrentar a los capitalistas, extranjeros y nacionales, que en esa lucha habrá que enfrentar la represión de las clases dominantes y sus gobiernos ―incluso apelando a dictaduras genocidas como vimos en los años 70 en el Cono sur latinoamericano―, y que esta lucha tiene que ser a nivel internacional y por el socialismo.