Cristina Kirchner, de una carta a otra. De capitulaciones y relaciones de fuerza. Diciembre, la Plaza de Mayo y el llamado a marchar el sábado 11. Convocatoria necesaria y urgente.

Eduardo Castilla X: @castillaeduardo
Viernes 3 de diciembre de 2021 16:47
“Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro, hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí…”. . Respiración artificial. Ricardo Piglia .
Parece un lustro, pero no lo es. El 16 de septiembre de 2021, hace menos de 75 días, Cristina Kirchner -por carta- valoraba las consecuencias del ajuste implementado por su propio gobierno y reclamaba un cambio de rumbo. Cuatro días antes, el Frente de Todos había sufrido un mazazo electoral en las PASO, perdiendo en la estratégica Provincia de Buenos Aires y a nivel de todo el país.
En el pavor de aquellas horas, renuncias de ministros incluidas, la vicepresidencia señaló que no proponía “nada alocado ni radicalizado”, sino apenas la simple ejecución de lo presupuestado. En ese conflicto interno -que dividió albertistas y kirchneristas- la partida la ganó Guzmán, que terminó haciendo del “plan platita” -como lo llamó desdeñosamente la oposición- una erogación moderada, acorde a las necesidades de la negociación con el FMI.
Mucho más acá en el tiempo, la vicepresidenta -activa cultora del género epistolar- publicó otra misiva. La carta del no soy yo, como lo definió acertadamente Jesica Calcagno. Un texto destinado a deslindar formalmente las responsabilidades personales, al tiempo que se exige un compromiso colectivo con el ajuste.
Escribiendo para el futuro inmediato, la vicepresidenta recordó que “el kirchnerismo (…) tiene un atributo histórico que es el de haber pagado las deudas que generaron otros gobiernos”. Pagadores seriales, como definió alguna vez -atrás en el tiempo- la misma CFK.
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Mirando más allá del muro de palabras y declaraciones, la realidad tangible es la de una capitulación ostensible frente al gran capital financiero internacional. Una nueva muestra (y van…) de la subordinación de los intereses nacionales ante las finanzas y el poder político mundial.
El arte de la resignación
De manera permanente, el oficialismo ratifica su vocación de pagadores seriales. En la semana que pasó, frente al poder económico empresario, Martín Guzmán, Juan Manzur y el mismo Alberto Fernández se encargaron de visibilizarlo. La conferencia de la Unión Industrial Argentina (UIA) funcionó como contexto para ese discurso.
A esta altura ya nadie discute la aceptación del acuerdo con el FMI. Las denuncias por el carácter ilegal de la deuda y por la fuga de capitales solo funcionan a escala retórica. Permiten, por ejemplo, que el presidente le solicite al Fondo una “evaluación de lo que fue el fallido programa Stand-By por el que se desembolsaron U$S 44 mil millones”. En Washington ya anunciaron que aceptan el convite. ¿Cómo podrían rechazar auditarse a sí mismos? ¿Quién lo haría?
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El relato oficial propone una salvedad a la hora de firmar. Se pide al FMI que el acuerdo “permita crecer”. Que abra una ventana para que Argentina acumule un saldo de divisas capaz de abonar esa cuantiosa usura. Es decir, se patea la hipoteca del futuro nacional unos años al futuro. Si el Fondo acepta esta propuesta -algo que nadie osa afirmar- implica que los dólares que entren al país en los próximos años no vayan a la carenciada salud pública, a escuelas faltantes o a engrosar las magras jubilaciones y pensiones. No, su destino serán las arcas del organismo que financió la campaña de Mauricio Macri pasando por encima de sus propias normas. Un futuro “prometedor” …para grandes inversores.
La apuesta supone, además, un crecimiento más que destacable. Una suerte de teoría del derrame futura que, en un par de años, garantice tanto los pagos de la deuda como mejoras económicas del país. Esto, en un planeta que sigue crispado a raíz del covid-19. La expansión de la variante Ómicron ya empieza a vislumbrarse como continuación de un escenario crítico ¿En ese mundo el Gobierno argentino ve certezas de expandir su economía?
Carente de sustentabilidad propia, el discurso oficialista está destinado a alimentar a la tropa propia. A cerrar grietas internas entre quienes piden “compensaciones” a la hora de apoyar el acuerdo. La oposición derechista trina, desde hace tiempo, por hacer cumplir los pedidos del gran capital.
Señalemos un hecho evidente: el acuerdo traerá un mayor hundimiento de las condiciones de vida de las grandes mayorías. No existen acuerdos “benignos” si lo que está en discusión es, como mínimo, reducir o licuar el gasto público o desvalorizar aún más la moneda nacional vía devaluación.
De capitulaciones y relaciones de fuerza
El arte de la resignación encontró, tal vez, su mejor intérprete en Leandro Santoro. Fue hace tiempo, antes de las elecciones generales. La famosa “correlación de fuerzas” fue elevada en obstáculo infranqueable a la hora de poner en cuestión los grandes problemas de la nación. El endeudamiento con el FMI, lógicamente, es uno de ellos.
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Esa correlación no es consecuencia pura de fuerzas sociales objetivas. Por el contrario, su estado actual resulta inseparable de la política y las acciones desplegadas por el conjunto de la coalición gobernante en sus breves dos años de gestión.
Si se atiende a un listado de lo esencial, hay que contabilizar el haber cedido ante la presión del agropower en la “cuestión Vicentin”. Allí hizo agua el relato que proponía tanto la defensa de la soberanía alimentaria como enfrentar las múltiples maniobras especulativas, comerciales y financieras que ejecutan grandes exportadores e importadores.
En esa lista es posible agregar la capitulación constante ante los grandes formadores precios. La inflación en alimentos y productos de primera necesidad registró, en el último año, ritmos alarmantes. El nivel de vida de las grandes mayorías populares cayó sin cesar. El Gobierno, más allá de las palabras, hizo poco y nada. Los controles de precios se demostraron fórmulas retóricas más que herramientas reales. El Frente de Todos, en su conjunto, fue incapaz de convocar a tomar las calles, movilizarse o desplegar medidas de lucha más potentes. Contradiciendo aquella máxima de que “mejor que decir es hacer”, al frentetodismo le sobraron discursos encendidos y le faltaron acciones reales.
En ese permanente torcer de la relación de fuerzas contra las mayorías populares contó un rol destacado la conducción burocrática de la CGT. La misma que acaba de reafirmar que acompañará el acuerdo con el FMI. La decisión continúa una lógica: la política de la no resistencia. No resistir a la caída del salario, los despidos o los intentos de precarización laboral.
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La relación de fuerzas desde la cual se negocia con el Fondo es, entonces, un punto de llegada, una resultante. Presentarla inevitable, además de conducir a la desmoralización, significa auto-absolverse.
Las calles, el pasado y el futuro
“Nuestra esperanza fue pulverizar la memoria, que los dioses sembraban otra vez imágenes sin recuerdo, imágenes de olvido” . Orificio. Nicolás Casullo.
Diciembre. La memoria vuela, inevitable, a 2001. Veinte años no es nada. Más cuando se trata de grandes rebeliones populares. Aquellas que el discurso y la ideología de las clases dominantes pretenden, siempre, sepultar bajo toneladas de confusión.
La caída revolucionaria de De la Rúa no fue la excepción. Como describe Fernando Rosso existió el relato del “caos” y el “descontrol”, de lo que debe ser rechazado porque es, lisa y llanamente, la catástrofe. Tuvo lugar, también, otro dispositivo discursivo que presentó al kirchnerismo como continuación y realización de la épica rebelde de aquel diciembre. Relatos parciales, atentos a despistar a la historia. A despistar -y engañar- a las grandes mayorías trabajadoras que, cuando se ponen en movimiento, pesan en hacer esa misma historia.
Una lección se revela como actual, como verdadera. Diciembre de 2001 sirve para destejer el mito de la correlación de fuerzas. Para recordar que, luego de años de durísima crisis, fue la rebelión en las calles la que puso fin al llamado modelo neoliberal. Los 90 fueron enterrados por aquellos masivos combates, por el valiente enfrentamiento a las balas policiales, por el heroísmo de la lucha entre los pies de los caballos y los gases asfixiantes. Lo que vino después requiere más líneas. Diciembre es un buen mes para escribirlas.
Este sábado 11 de diciembre, tras una propuesta del Frente de Izquierda Unidad, las calles volverán a decir NO al FMI. Decenas de organizaciones convocan a movilizarse para rechazar un acuerdo que, se dibuje como se dibuje, implicará un ajuste sobre las grandes mayorías.
Pero ese destino no es inevitable. Es posible derrotar esa política. A condición de preparar una lucha seria para hacerlo. En el oficialismo se escuchan voces que condenan cualquier ajuste. Para que las palabras no sean una ofrenda al viento tienen que tomar las calles. Hacerlo el 11D es un primer paso.

Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.