El MIR fue una de las organizaciones que surgieron al calor de la radicalización política e ideológica de los años sesenta y setenta. Miles de jóvenes, mujeres, pobladores y trabajadores engrosaron sus filas y se propusieron la tarea de hacer la revolución, estando dispuestos a entregar su vida por esta causa. A 46 años del golpe cívico militar, el mejor homenaje a esa generación de revolucionarios, es debatir, reflexionar e intercambiar a partir de las propias definiciones y decisiones que guiaron su actuar. Este trabajo, presentado a modo de apuntes iniciales, busca hacer una revisión crítica de esas decisiones en el contexto del ascenso revolucionario de los setenta, desde la óptica del marxismo revolucionario.
El ascenso de los setenta y la hipótesis estratégica del MIR
En los años inmediatamente anteriores al triunfo de la UP, el MIR se encontraba concentrado en las acciones de propaganda armada. El año 1969 marca un giro de la organización, en donde se proponen “iniciar la lucha armada al más breve plazo posible” [1]. Esto fue precedido por un quiebre de la organización con la expulsión del sector trotskista. Aunque la disputa política interna se realizó con métodos de “aparato” y no se trató de una discusión político pública alrededor de tesis políticas y programáticas, el trasfondo estaba en qué orientación adoptar frente al reanimamiento del movimiento de masas con la crisis del gobierno de Frei. El sector trotskista de Luis Vitale y Humberto Valenzuela abogaba por profundizar la inserción en las organizaciones de masas y planteaba el apoyo a la candidatura de Allende. El sector de Miguel Enríquez respondía que el ascenso planteaba la urgencia de iniciar los preparativos para desencadenar la “guerra revolucionaria propiamente tal”.
En ese momento el MIR intentó establecer un foco guerrillero en Nahuelbuta, pero fue un fracaso. La clave de las acciones del MIR consistieron en asaltos de bancos. Se trataba de acciones muy mediáticas que le permitieron a la organización ganar notoriedad en la prensa, además que los principales cuadros de la organización se encontraban en clandestinidad.
Este fue el momento más “militarista” del MIR en donde las “tesis político militares” del grupo de Miguel Enríquez tuvieron plena aplicación en la actividad de la organización. Sin embargo, una de las características que tuvo el MIR en términos de sus definiciones estratégicas, fue la combinación ecléctica entre un programa general “permanentista” (que fue redactada por los trotskistas) que establecía la centralidad obrera, la independencia de clase respecto de la burguesía nacional y la necesidad de tomar el poder para establecer un gobierno obrero basado en sus propios órganos de poder (aunque incluyendo una reivindicación de los métodos de la revolución cubana, acorde con la postura mayoritaria del movimiento trotskista internacional en ese momento); y tesis militaristas que establecían una combinación entre el foquismo rural y guerra popular y prolongada.
El triunfo de Allende marcó un nuevo giro en la organización, en donde se suspenden las acciones armadas y empiezan a plantearse actuar en el mapa político a través de establecer una relación con Allende y una política de alianzas hacia partidos como el PS (y otros posteriormente), con un giro hacia los frentes de masas (estudiantil, pobladores, campesinos y obrero). Esto abre un nuevo momento en el MIR y un nuevo estadio en su desarrollo, avanzando a constituirse como un partido con influencia en la vanguardia sobre todo juvenil y popular.
¿Cuáles fueron los puntos de continuidad y ruptura con la estrategia militarista? Muchos consideran que las “tesis político militares” son uno de los grandes aportes de esa generación de revolucionarios y que son expresión de un pensamiento original situado en las particularidades de la realidad chilena. Pero lo cierto es que estas definiciones fueron uno de los puntos más débiles que tuvo el MIR. Miguel Enríquez preparó a la organización para una hipótesis muy alejada de la realidad concreta de ese momento, siendo desmentida rápidamente por el ascenso revolucionario en los setenta. Como desarolla Pablo Torres y Dauno Totoro en “Chile: ¿era posible la victoria?”, durante el Chile de la UP primaron las características de un proceso “clásico”: reformismo obrero fuerte, frente popular, tendencias a la auto organización y radicalización obrera y contrarrevolución de la burguesía. Desde este punto de vista, el MIR se encontraba desarmado teórica y políticamente para enfrentar los tumultuosos años de la Unidad Popular.
La hipótesis estratégica militarista se construyó en oposición a una estrategia de “huelga general insurreccional”. Se hace una lectura deformada sobre esta estrategia, planteando que constituye “un levantamiento simultáneo y total de la población que destruye en un momento el ya débil y agónico poder burgués” [2], planteando que dada la fortaleza militar de los Estados burgueses y del imperialismo “sólo una forma de guerra irregular, que en su desarrollo político y militar vaya debilitando a las clases dominantes y fortaleciendo a los revolucionarios, puede ser exitosa en Chile” [3]. Al establecer condiciones totalmente exageradas para la aplicación de una estrategia insurreccional, y sin ver que la clave de esta estrategia no viene dada por el derrumbe o la crisis generalizada, el MIR no concebía que pudiese abrirse un “momento insurreccional” en Chile.
La clave de la acción del MIR durante los setenta estuvo en ubicarse como un ala izquierda en el campo de la UP, pero fuera de la coalición, apostando por la “unidad de los revolucionarios dentro y fuera de la UP”; y la ligazón con la vanguardia que se fue radicalizando durante los setenta, poniendo énfasis en su política de crear “poder popular” independiente del gobierno y el Estado. Pero lo que mantuvieron invariable durante todos esos años, pese a los distintos giros de la realidad y la agudización del enfrentamiento entre las clases, fue su visión de imposibilidad de “asaltar el poder” a través de una estrategia de huelga general insurreccional.
Pero justamente lo que se produjo sobre todo desde octubre de 1972 fue un enfrentamiento agudo entre revolución y contrarrevolución, por lo que las tareas de preparación política para la toma del poder estaban planteadas. Esto se vio confirmado con el posterior golpe militar y la brutal represión que se concentró en aniquilar a la vanguardia obrera y la izquierda. La preparación política implicaba necesariamente plantear tareas que tendían a un choque y quiebre con el gobierno de la Unidad Popular, como el impulso de organismos de doble poder a partir de los Cordones Industriales y el impulso milicias obreras.
El MIR constituía una minoría del país y la gran mayoría de la clase trabajadora seguía confiando en Allende, por lo que siguiendo a Trotsky en España, plantearse en esas condiciones la caída violenta del gobierno sería una “aventura catastrófica”. Lo que estaba planteado para los revolucionarios era buscar ganarse a la mayoría de la clase trabajadora y los sectores populares, oponiendo la base con la dirección, con tácticas como el frente único obrero y consignas “específicas, candentes y combativas” [4] frente al gobierno. Miguel Enríquez planteaba en 1972 que “Santiago no era Petrogrado, ni el año 72 tenía mucho que ver con 1917, pero algo tenía que ver. No había acá una crisis general del sistema en la cual las tareas de los bolcheviques entonces se plantearon estuvieran a la orden del día” [5].
Sin embargo, lo que distinguió la estrategia y táctica de los bolcheviques fue buscar activamente conquistar la mayoría de la clase trabajadora a través de consignas políticas que apuntaran a romper las ilusiones con los reformistas. “Las masas todavía tenían confianza en los socialistas conciliadores, pero aún las más confiadas siempre sienten una instintiva desconfianza hacia los burgueses, los explotadores, los capitalistas. En esto se basó la táctica bolchevique durante un período determinado. No decíamos ‘¡Abajo los ministros socialistas!’, ni siquiera ‘¡Abajo el Gobierno Provisional!”. Remachábamos sin descanso el mismo clavo: ‘¡Abajo los diez ministros capitalistas!’. Tal consigna desempeñó un papel importantísimo, ya que permitió a las masas a convencerse de que los socialistas conciliadores se inclinaban mucho más hacia los ministros capitalistas que hacia las masas obreras” [6]. Se trata de “conducirse no con arreglo a abstracciones doctrinales, sino según el estado de conciencia de la masas”, definiendo claramente el objetivo de romper cualquier alianza con la burguesía.
Situaciones de estas características estuvieron planteadas en múltiples ocasiones, partiendo por el “pacto de garantías constitucionales” o el gabinete militar luego de 1972. Sobre el gabinete militar, el MIR denunció que se trató de una gran concesión de la UP con la burguesía y que implicaba una tutela militar orientada a limitar el desarrollo del “poder popular”, pero se quedó en esta denuncia y análisis general, sin plantear consignas audaces acorde a la situación, decidiendo conscientemente no luchar por su caída. Retrospectivamente, esto se demostró como un error importante, puesto que el gabinete militar fue una herramienta clave de la burguesía para, primero con Prats en el gabinete, reprimir violentamente a los Cordones Industriales y los sectores de vanguardia (ley de control de armas, plan “Prats Millas”), y luego con Pinochet en el gabinete, organizar el golpe militar.
Esto significó que el MIR se planteara en los hechos una estrategia de “contra golpe”, en el sentido de acumular fuerzas para un inevitable golpe o guerra civil, fuerzas que se demostraron totalmente insuficientes y marginales a la hora de enfrentar la ofensiva contrarrevolucionaria en curso y que culminó con el golpe del 11 de septiembre de 1973.
En síntesis, el MIR antes del triunfo de la Unidad Popular se ubicaba como un grupo “militarista”, acercándose en ese punto a los demás grupos que reivindicaban la lucha armada en Latinoamérica. Sin embargo, el triunfo de la UP y el ascenso revolucionario en los setenta, empujaron al MIR a hacer un viraje a ubicarse como un partido cuyo centro fue la acción tanto en el terreno político como en la lucha de clases, pero que no implicó un balance y quiebre con su concepción estratégica anterior. El MIR de Miguel Enríquez fue un partido centrista que se planteaba la tarea de hacer la revolución, pero que sobre todo en los momentos críticos, no logró desplegar una política alternativa a la Unidad Popular que le permitiera disputarle la mayoría de la clase trabajadora a los partidos reformistas.
La relación del MIR con la Unidad Popular
El MIR tuvo en un primer momento, una política sectaria frente a las elecciones y tenía una caracterización errónea sobre la pérdida de legitimidad de las elecciones y la debilidad del reformismo. La identidad mirista de la “lucha armada” en contraposición de la “vía pacífica”, se basaba en supuestos abstractos sobre la validación de la violencia como método: como la clase obrera y los sectores oprimidos viven diariamente la violencia por los patrones y opresores, no está en discusión la necesidad de la violencia.
Sin embargo, a medida que crecía el entusiasmo popular con la candidatura de Allende, el MIR fue matizando su discurso. Ya no se trataba de oponerse de manera militar a las elecciones, sino que los define como un “camino equivocado, por lo menos no es el nuestro. Pero el hecho de diferir en los métodos no los convierte en nuestros enemigos. Pero hace evidente que marchamos por caminos distintos” [7].
Durante 1970 se produce un nuevo giro en su ubicación respecto de la Unidad Popular. Suspenden las acciones armadas a petición de Allende, y dan libertad de acción a sus militantes para votar por él. Luego de esto le brindan su apoyo crítico al gobierno, negocian la incorporación a la guardia armada presidencial (Grupo de Amigos del Presidente) a cambio de la amnistía y ponen a disposición el aparato de inteligencia dirigido por Luciano Cruz en función de denunciar las conspiraciones golpistas.
La ubicación política del MIR fue “apoyar lo bueno y criticar lo malo”, proponiéndose como principales tareas “defender el triunfo electoral de las maniobras de la burguesía y el imperialismo, empujar las movilizaciones de masas a partir de sus frentes por estos objetivos y formular una política hacia la suboficialidad y tropa. Señalaremos los peligros que acechan al pueblo en el camino de la conquista del poder por los trabajadores a partir de una mayoría electoral, buscando prepararlo para el enfrentamiento que este camino necesariamente implica. Combatiremos las maniobras de los momios, denunciaremos las oscuras intenciones de la DC y su negro pasado, apoyaremos a los sectores revolucionarios de la UP, e intentaremos desplazar el centro de decisiones de La Moneda y los pasillos del Congreso a los frentes de masas movilizados. Posteriormente empujaremos la realización del programa, afirmando su desarrollo en las capas más pobres de la sociedad como forma de asegurar el curso revolucionario y socialista del proceso" [8].
Partían de un análisis correcto de que el triunfo de la UP desencadenaría la energía y movilización de las masas, lo que chocaría tanto con la respuesta reaccionaria de la burguesía, como con los sectores más conciliadores de la UP; y planteaban que la gran tarea del período era la conquista del poder por los trabajadores. El MIR planteó que el triunfo de Allende no constituía aún la toma del poder por parte de la clase obrera, pero “constituye un inmenso avance en la lucha del pueblo por conquistar el poder y objetivamente favorece el desarrollo de un camino revolucionario en Chile, y por tanto favorece también a la izquierda revolucionaria” [9].
Sin embargo, su caracterización del gobierno de Allende no resulta clara. En algunos documentos hacen un análisis descriptivo sobre las distintas alas que componen la UP, planteando que se pueden distinguir tres sectores: un sector minoritario que representa los intereses de la burguesía como era el Partido Radical; el sector de “centro” representado por Allende, el PC y el MAPU; y un sector de izquierda compuesto por el PS y la IC fundamentalmente [10]. Pero de este análisis no concluyeron que lo que se estaba desplegando era un Frente Popular. En 1969 el MIR había planteado como hipótesis la reedición de un Frente Popular, pero lo concebían como un entendimiento electoral del PC con el PR y la DC o con “sectores progresistas” de ellos [11]. Es más, planteaban que “la conciliación de clases siempre acarrea un primer retroceso a nivel de la conciencia política de las masas, al confundírseles sus objetivos, las deja inermes y luego trae una derrota en los hechos, que por un lado afirma a la burguesía en el poder, después de haber utilizado para sus fines al ‘movimiento popular’, y por el otro, va a la destrucción de todo foco de resistencia, entre éstos las organizaciones política de izquierda”.
Sin embargo, en Chile la reedición del Frente Popular no se dio a través de una coalición común con la DC ni con la conducción de partidos burgueses como el PR, sino que se dio a través de la alianza de partidos obreros reformistas con las “sombras de la burguesía” como planteaba Trotsky para el caso de España: “lo más sorprendente es que el Frente Popular español no tenía paralelogramo de fuerzas: el lugar de la burguesía estaba ocupado por su sombra. Por intermedio de los estalinistas, socialistas y anarquistas, la burguesía española ha subordinado al proletariado sin ni siquiera molestarse en participar del Frente Popular” [12].
Pero es justamente lo que preveía el MIR para un Frente Popular (dejar “inermes y luego traer una derrota”) lo que se produjo de la mano de la Unidad Popular. El frente popular no sólo vino dado por la presencia del PR dentro del gobierno, que efectivamente tenía mucho de “fantasma político”, sino por un programa de “economía mixta” o “capitalismo de Estado”, acuerdos con la Democracia Cristiana como el “pacto de garantías constitucionales”, y luego con su alianza con los militares dirigida a no sólo limitar las tendencias a la autorganización, toma de fábricas y corridas de cerco, sino directamente de reprimir a la vanguardia obrera.
El MIR caracterizó correctamente que el triunfo de la UP abría un “período prerrevolucionario”. A su vez, sobre todo desde 1972, veían que la polarización y radicalización de la vanguardia obrera, con el surgimiento de embriones de doble poder, planteaba necesariamente la perspectiva de un enfrentamiento violento con la contrarrevolución, muy posiblemente a través de una guerra civil. Sin embargo, no estaba dentro de su horizonte que justamente es en momentos pre revolucionarios y situaciones revolucionarias en donde la opción del Frente Popular es utilizada por la burguesía para buscar contener y derrotar el ascenso revolucionario. Miguel Enríquez, refiriéndose a la utilización de los reformistas por parte de la burguesía, planteaba en diciembre de 1972 que “en los períodos prerrevolucionarios no lo necesitan para eso y usan otras formas: fascistoides, goriloides o cualquiera de las formas de ofensiva de la clase dominante” [13]. Junto con esto había un cierto imaginario que debido a la base obrera del PC, este partido estaría imposibilitado de “sostener un gobierno que tenga que desarrollar una política abiertamente anti obrera en lo económico, y en lo político acompañada de medidas represivas” [14].
Sin ver que la unidad popular tenía los rasgos fundamentales de un Frente Popular, y que por lo tanto se constituiría como uno de los principales obstáculos para el triunfo de la revolución, los ejes de su política estuvieron centrados en empujar la realización del programa, criticar a los reformistas pero en el marco de una “lucha ideológica” y buscar que los sectores que ellos llamaban “revolucionarios” conquistaran la mayoría dentro del gobierno.
La táctica del gobierno obrero en el pensamiento mirista
Uno de los ejes de la elaboración política y estratégica durante el período de la Unidad Popular, estuvo centrado en el problema del tránsito del gobierno de la UP a un “verdadero gobierno de los trabajadores”. Ya en octubre de 1970 sostenían que “de un ‘gobierno de izquierda’ se pueda pasar a fases más avanzadas en el camino de la construcción del socialismo, depende de si se destruye o no el aparato del estado capitalista, de la participación efectiva que las masas tengan en el proceso, de la composición revolucionaria de las fuerzas políticas que conducen el proceso y de las medidas que se adopten en el terreno de la lucha contra el imperialismo y frente al capital financiero, industrial y agrario. Todo lo anterior si bien no asegura la orientación revolucionaria del proceso, envuelve con certeza un enfrentamiento armado entre las clases dominantes y los trabajadores” [15].
En enero de 1972 definieron al gobierno de la UP como una alianza de clase entre la pequeña burguesía reformista y el reformismo obrero y planteaban que la principal tarea era “crear las condiciones favorables en la lucha de clases para separar la UP de la burguesía y de las influencias más nefastas de la pequeño burguesía” [16], obligando a los distintos sectores de la UP y el gobierno a definirse por uno u otro campo. Es decir, la política que primó en este momento fue la de empujar la realización del programa a través de la movilización popular, con la visión de que esto empujaría a un quiebre dentro del gobierno, permitiendo a los “sectores revolucionarios” ganar la hegemonía dentro del gobierno y la conducción del proceso; o desencadenaría el inicio del enfrentamiento armado entre revolución y contrarrevolución.
Con la agudización de la situación desde octubre de 1972, el discurso del MIR plantea una articulación más clara entre el problema del gobierno, el poder popular y las Fuerzas Armadas: “luchamos por desarrollar el poder popular, luchamos por reagrupar revolucionarios de dentro y fuera de la UP, levantamos el derecho a voto de soldados y sub oficiales y por último luchamos por imponer un verdadero gobierno de los trabajadores, que sea realmente un instrumento de apoyo a las luchas del pueblo” [17]. Planteaban que este gobierno debiese tener como base el impulso de un “programa revolucionario del pueblo” (que para el MIR era el “Pliego del Pueblo”), apoyándose en el Poder Popular y en las Fuerzas Armadas democratizadas.
¿Cuál era la relación entre esta política y el gobierno de Allende? El MIR planteaba que el gobierno de la UP podía transformarse en ese verdadero gobierno, pero sólo en la medida “en que se desarrollara un poder popular autónomo que pueda controlar ese gobierno e imponerle un carácter de clases; y por el otro lado, dada la presencia de militares en el gobierno, si no se desarrolla un proceso de democratización de las FF.AA.” [18]. Planteaban que las alternativas de gobierno posible no eran solo el gobierno de la UP o el gobierno UP-Generales, sino que “también es posible, a partir de una contraofensiva revolucionaria y popular, generar las condiciones para imponer un verdadero Gobierno de los Trabajadores”, que se apoye en el poder popular y en las Fuerzas Armadas democratizadas.
La base teórica para plantear estas formulaciones residía en hacer una división entre gobierno y Estado. El MIR criticó la concepción reformista de que se podía ir “rebanando al Estado” e ir conquistando posiciones en su interior de manera relativamente pacífica. Sin embargo, no quebró totalmente con esta concepción, al caracterizar que si bien en Chile permanecía el sistema de dominación y que el Estado burgués existía como tal, “dentro de aquel aparato del Estado había posiciones ganadas por fuerzas políticas que no eran de la clase dominante y que el gobierno estaba en manos de la izquierda” [19].
No cabe duda que situar la discusión alrededor del problema de la táctica de “gobierno de trabajadores” era totalmente pertinente. La discusión sobre la táctica de gobierno obrero tienen una rica historia dentro del pensamiento marxista, a partir de las elaboraciones estratégicas de los primeros cuatro Congresos de la Internacional Comunista. En la “Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista” aprobada en el IV Congreso, se establece que “el gobierno obrero (eventualmente obrero campesino) deberá siempre ser empleado como consigna de propaganda general. Pero como consigna de política actual, el gobierno obrero reviste una gran importancia en los países donde la situación de la sociedad burguesa es particularmente poco segura, donde la relación de fuerzas entre los partidos obreros y la burguesía plantea la solución del problema del gobierno obrero como una necesidad política candente” [20].
Como desarrolla Emilio Albamonte y Matías Maiello en “Estrategia socialista y arte militar”, el IV Congreso de la IC da un paso más allá, planteando la posibilidad de que bajo ciertas circunstancias, antes de la toma del poder, “los comunistas participen de gobiernos con partidos y organizaciones obreras no comunistas, para reforzar la preparación de las condiciones para la insurrección y conquistar la mayoría de la clase obrera” [21]. Pero para la Internacional Comunista, “el programa más elemental de un gobierno obrero debe consistir en armar al proletariado, en desarmar las organizaciones burguesas contrarrevolucionarias, en instaurar el control de la producción, en hacer caer sobre los ricos el principal peso de los impuestos y destruir la resistencia de la burguesía contrarrevolucionaria”. Incluso se abría a la posibilidad de que dicho gobierno obrero surgiera de una combinación parlamentaria, pero mantenía el mismo objetivo estratégico: desarrollar el movimiento revolucionario y la guerra civil contra la burguesía.
La forma en que entendía el MIR el “gobierno de trabajadores” no apuntaba a preparar la insurrección contra la burguesía, pese a su discurso de “contraofensiva revolucionaria”. Tendía más bien a un gobierno de tipo intermedio, que en un contexto de extrema polarización se tornaba utópico. Plantear consignas tendientes a las tareas de preparación de la insurrección implicaba un choque y quiebre con el gobierno, y ese fue un paso que el MIR conscientemente no quiso dar. Naturalmente el problema no se reducía a hacer una declaración general de si se estaba a favor o en contra del gobierno, menos en un momento en donde la aplastante mayoría de la clase trabajadora consideraba que el gobierno de la UP era su gobierno, sino en plantear las tareas acordes a la crisis revolucionaria que se abrió a fines de 1972 y durante 1973. De hecho, la lógica detrás de la estrategia bolchevique estaba en saber utilizar cada giro de la situación para impulsar tácticas tendientes a la preparación política de la insurrección (ganar la mayoría de la clase trabajadora, en disputa con las direcciones reformistas), incluyendo la utilización de la “defensa del gobierno” de los ataques de la burguesía.
A su vez, si bien el programa del MIR hacia el ejército tenía aspectos democráticos correctos, estaba guiada por una estrategia de “democratización del ejército”, abriéndose a la posibilidad incluso de que fuesen la base de un verdadero gobierno de trabajadores. Esto, justo en momentos en donde se planteaba agudamente el problema del quiebre del ejército. De hecho, hubo ejemplos de esta tendencia sobre todo en la Armada, que fueron brutalmente reprimidas antes incluso del golpe militar. La única forma de que se produjera el quiebre del ejército era mediante la lucha de clases, en donde el impulso de milicias obreras que resistieran la represión de Carabineros y el ejército jugaba un rol fundamental.
El MIR deslizó la problemática del armamento del proletariado y las milicias a principios del gobierno de la Unidad Popular, planteando que lo que apostaban por “el ejercicio efectivo del poder por los trabajadores mismos, sustentado sobre la base de la posesión de las armas por el pueblo, y por formas de poder local” [22], pero cuando se planteó agudamente esta disyuntiva, pero quedaron como propaganda general y no como tareas que guiaran una táctica acorde a la realidad.
Poder Popular, Comandos Comunales y Cordones Industriales
Hasta el momento hemos abordado sobre todo las definiciones estratégicas y su expresión concreta en los momentos decisorios. Sin embargo, el arte de la estrategia supone fuerzas materiales capaces de implemetarla. El gran problema estratégico durante los setenta es cómo los embriones de doble poder que surgieron, expresados fundamentalmente en los Cordones Industriales, lograban avanzar a transformarse en verdaderos órganos de poder, uniendo a los distintos sectores de la clase trabajadora detrás de objetivos de lucha común, y desde ahí, lograr hegemonizar y dirigir al resto de los sectores oprimidos. Y desde el punto de vista del partido, cómo emergía un verdadero partido revolucionario a partir de la fusión de los marxistas revolucionarios con la vanguardia obrera, que fuera capaz de conquistar la mayoría de la clase trabajadora para un programa de conquista del poder, lo que implicaba necesariamente superar y romper con las direcciones reformistas.
El MIR no logró la tarea de construir un partido capaz de asumir esa tarea y se mantuvo como un partido con influencia en un sector de la vanguardia, pero nunca llegó a conquistar una verdadera influencia en sectores de masas. Tal como lo planteara Miguel Enríquez, “ser vanguardia política no es sólo proponerse serlo, es también serlo en alguna medida, estar en condiciones, realmente, de disputar al reformismo la conducción de la clase motriz, lo que exige vinculación orgánica a la clase obrera” [23]. ¿Pero dónde estaba la base material para dar un salto en esta tarea? ¿y qué ubicación política tener para disputar la dirección de la vanguardia y franjas de masas a los partidos tradicionales?
La concepción que primaba en el MIR antes del triunfo de la Unidad Popular, no ponía en el centro esta tarea. Más bien lo que primó fue buscar “atajos” a través de la propaganda armada para aparecer como una referencia atractiva para la vanguardia más radicalizada y desde ahí crecer orgánicamente. Al contrario, había un desprecio a la lucha política activa orientada a disputarle la conducción del movimiento obrero a las direcciones tradicionales. Expresiva es lo que planteaba Manuel Cavieses en 1969: “si un movimiento revolucionario se plantea ganar previamente a las masas, antes de iniciar la lucha armada, se vería obligado a entrar en franca competencia con la izquierda tradicional. Aparte del tiempo que consumiría igualar el ascendiente de masas que ya poseen estos partidos, sería una tarea inútil” [24].
Es desde esta visión que se pone en el centro la definición de “los pobres del campo y la ciudad”, como sector privilegiado para la inserción del MIR. Es decir, esta definición no sólo tenía un fundamento ideológico influenciado por los teóricos de la dependencia y las elaboraciones de la Cepal [25]. El ascenso y radicalización de los “nuevos movimientos” a finales de los sesenta, como el movimiento estudiantil, el movimiento de pobladores y la radicalización en el campo, fue vista por el grupo de Miguel Enríquez también como una forma de avanzar en la construcción, en un contexto en donde el grueso de la clase obrera era dirigida por fuertes partidos reformistas.
Si bien el MIR mantuvo el eclecticismo al sostener que la clase motriz era la clase obrera y que era ésta la que debía acaudillar al resto de los sectores, es durante los setenta y con el giro hacia la inserción en los frentes de masas, que el MIR se propone conscientemente tener una política más sistemática hacia el movimiento obrero, con la creación del Frente de Trabajadores Revolucionarios. Sin embargo, nos parece que no hubo un quiebre con la lógica de “división de tareas” con el reformismo, lo que implicó que su construcción en el movimiento obrero se concentrara en los sectores más radicalizados que empalmaban con la “identidad de lucha armada” y con la ubicación de “apoyo crítico” al gobierno de Allende, al estar por fuera de la Unidad Popular.
Esta práctica de construcción identitaria en el movimiento obrero era combinada “por arriba”, con una lógica diplomática de acuerdos con los “sectores revolucionarios” dentro de la UP, sobre todo del Partido Socialista; fueron un gran obstáculo para empalmar con la amplia vanguardia obrera que surgió al alero de los Cordones Industriales, dirigida fundamentalmente por los sectores de izquierda del PS. Una clara delimitación con la dirección del PS; tácticas audaces de Frente Único Obrero (“golpear juntos, marchar separados”) hacia las direcciones reformistas con el objetivo que obreros socialistas, comunistas, miristas e incluso la base obrera de la Democracia Cristiana hiciera una experiencia con sus direcciones al calor de la acción común en la lucha de clases; un giro a la intervención en los Cordones Industriales con el objetivo de fusionarse con la vanguardia obrera, lo que implicaba pensar “tácticas de partido” hacia el PS; podrían haber sido algunas vías para empalmar con una de las vanguardias obreras más avanzadas de Latinoamérica y dar pie a un partido obrero revolucionario que estuviera en condiciones de asumir los desafíos que planteaba la situación.
La poca importancia que le dio el MIR a los Cordones Industriales es un hecho ya conocido. La clave de su política de “crear poder popular” pasaba por los llamados Comandos Comunales. Como plantea Franck Gaudichaud, “esta línea directriz los lleva a tener una óptica deformada de las movilizaciones colectivas realmente existentes, en donde se omite parcialmente el principal órgano de poder popular organizado: el Cordón Industrial. El partido se concentra más bien en los ‘Comandos Comunales’ que a menudo, sólo tienen el nombre, ya que siguen siendo -a pesar de la ‘reorientación obrerista’- conglomerados de pobladores y estudiantes” [26]. Gaudichaud llega más lejos al plantear que “la posición de esta organización parece también la de un partido que, frente a su relativa débil inserción en el movimiento obrero, busca proclamar que la revolución vendrá desde otra parte”.
La principal crítica del MIR a los Cordones Industriales es que sólo organizaba a una parte de la clase trabajadora, planteando como deformación el “restringir en la práctica el desarrollo del Poder Popular al desarrollo de los cordones industriales, cuestión que siendo necesaria no es suficiente, pues sólo aprovecha los niveles de organización que ya tiene la clase obrera y no organiza ni incorpora a las otras capas del pueblo” [27]. Miguel Enríquez describía una de las debilidades que tenían los cordones, pero comete dos errores fundamentales. El primero, es buscar resolver el problema de la hegemonía obrera respecto al resto de los sectores a partir de esquemas preconcebidos, en donde el MIR llegó incluso a elaborar un completo organigrama sobre cómo debían estructurarse los Comandos Comunales, pero que poco tenía que ver con las tendencias reales hacia la autorganización obrera y popular, siendo los Cordones Industriales los verdaderos órganos de resistencia y de autorganización, tanto en la crisis de octubre, como el 29 de junio de 1973. El otro error, es no ver que los Cordones sí comenzaron a desarrollar tendencias hacia la alianza con los “pobres de la ciudad”, y que por lo tanto la base para impulsar dicha alianza estaba también en los Cordones.
Esta posición tuvo como consecuencia la subordinación a la burocracia sindical, puesto que con el argumento de luchar contra el “paralelismo sindical”, terminaron compartiendo “el punto de vista de los comunistas sobre las relaciones entre la CUT y los cordones. En efecto, el MIR llama a la institucionalización de los CI bajo la dirección de la CUT lo que -según este partido- permitiría una democratización de la Central (...) Esta táctica contribuye a frenar la centralización de los CI y las iniciativas autogestionadas surgidas durante octubre, haciéndole indirectamente el juego al PC, que busca frenar la formación de los cordones industriales” [28]. Este es uno de los aspectos más de "derecha” que tuvo el MIR durante los setenta.
Son varios los factores que lo llevan a tener esta política. No es totalmente explicable por la debilidad relativa de la inserción en el movimiento obrero por parte del MIR, porque éste sí tuvo participación en los Cordones, destacando su participación en el Cordón Vicuña Mackenna (de hecho, la creación de dicho Cordón fue iniciativa de Cristalerías Chile, cuya organización sindical era dirigida por un militante del MIR). Tiene también relación con su concepción teórica del Poder Popular, en donde si bien declaraban que la vanguardia debía ser asumida por la clase obrera, su esquema de Comandos Comunales no partía del poder que significaba el controlar la producción y el peso dirigente que estaba jugando la clase obrera industrial, para desde ahí pensar la alianza con los sectores populares.
Pero el punto que queremos destacar es la relación de esta política con su concepción de la lucha política y la forma en que buscaban disputar la conducción del movimiento de masas, La clave estaba puesta en los acuerdos y política de alianzas con los partidos del supuesto “polo revolucionario”, combinada con una construcción “identitaria” o “de aparato” en los frentes de masas. De hecho, para Miguel Enríquez la lucha política con el reformismo es esencialmente una disputa “ideológica” (quien le reclama al PC por sus métodos gangsteriles y sectarios), y no una lucha de fuerzas materiales para que sea la misma clase obrera quien haga una experiencia con sus direcciones, con el objetivo de que los revolucionarios ganen la mayoría. En este sentido, la táctica de Frente Único Obrero elaborada por la III Internacional, era una herramienta fundamental para actuar en este período.
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