Carlos Slim ha convertido la disputa del aeropuerto en lucha de clases.
Viernes 20 de abril de 2018
Poco a poco el debate fue cambiando. Primero su justificación era meramente técnica e indispensable por la seguridad y para los usuarios. Luego, pasó a ser un proyecto de inversión irreversible cuya cancelación no daría una buena señal a los mercados. Más tarde ya no era un aeropuerto sino el mayor proyecto de desarrollo inmobiliario nunca antes visto.
Ahora Slim nos dice que “suspender el aeropuerto es suspender el crecimiento de México”. De pronto, sorpresivamente, ya no son las reformas estructurales ni la reforma energética, ni tampoco sostener el tratado de libre comercio, ni diversificar exportaciones, ni Estados Unidos, ni reforma laboral, ni comercio con China o Europa, sino que el destino nacional está atado… a un aeropuerto.
Pero ahora, el empresario, digo, el activista, el militante Carlos Slim, ha salido a abogar por el interés general: el de su clase. Uno de los hombres más ricos del mundo viene a defender lo suyo y, preocupado por sus inversiones, quiero decir, por México, nos alerta del grave peligro de la cancelación.
Probablemente sin desearlo, ha manchado con su clase y abolengo al proyecto que de ser discursivamente una simple necesidad ingenieril y aeronáutica, ha pasado a ser un proyecto de clase y su visión del mundo: Es EL proyecto de “desarrollo”, el viejo, ya muy viejo eufemismo para nombrar el despojo y la devastación.
Un proyecto de “crecimiento y generación de empleos”, ese recurso discursivo tan repetido de las clases dominante de querer hacer parecer su interés particular como interés general.
Sin quererlo, sus miles de millones de dólares de fortuna han dejado claro el asunto: de un lado están los inversionistas y los partidos –casi todos– que lo promueven y del otro, ambientalistas, científicos, organismos civiles contra la opacidad y la corrupción, pueblos afectados, comunidades despojadas, y si, también, el señor López Obrador.
El proyecto de los ricos que nos dice a los pobres que no seamos tontos, que sepamos invertir, que sepamos tener visión, que aspiremos a emular e incluso superar a Tokio o a Shangai.
El proyecto de los ricos que nos dice que dejemos las cosas en sus manos, en los expertos, ellos sabrán cómo y cuándo recompensarnos, cómo y cuándo redistribuir esa riqueza que brotará a borbotones, que se derramará para bien de todos, que el mercado, ¡oh sí!, el mercado, esa fuerza inconmovible que todo lo puede, logrará no sólo el bienestar sino nuestra felicidad.
Carlos Slim ha convertido al aeropuerto en lucha de clases. Alguien puede señalarme que exagero o que uso una categoría en decadencia. Pero cuando le preguntaron a Warren Buffet –el multimillonario estadounidense– si creía en la lucha de clases, muy seguro, respondió: POR SUPUESTO QUE HAY LUCHA DE CLASES Y ES LA MÍA, LA QUE VA GANANDO. Que Slim salga hoy, a combatir, como todo un militante de clase, ratifica hoy en pleno siglo XXI esa demoledora frase.