Compartimos con nuestros lectores la primera entrega de "Crónicas militantes". El Negro y su primera huelga.
Martes 7 de abril de 2015
Fotografía: Enfoque Rojo
Por eso los socialistas llaman a las huelgas “escuelas de guerra”, escuela en que los obreros aprenden a librar la guerra contra sus enemigos por la emancipación de todo el pueblo, de todos los trabajadores, del yugo de los funcionarios y del yugo del capital.[i]
Cuatro de la mañana de un día de marzo del 2009. El verano está llegando a su fin.
El Negro se despierta. Una jornada más de trabajo comienza, como tantas otras.
Como siempre que le toca trabajar de mañana, se levanta sobre la hora para poder estirar el descanso, se viste a las apuradas, toma la mochila que dejo colgada en el respaldar de una silla la noche anterior, busca sus llaves, no las encuentra, la desesperación lo llena y borra el sueño que lo invadía. El temor de perder el tren es una constante, como siempre que le toca trabajar de mañana.
Encuentra las llaves que el sueño y el apuro le escondían y sale con menos minutos de lo que le toma caminar las 7 cuadras hasta la estación, el negro ya está acostumbrado a trotar, faltan dos cuadras para llegar cuando escucha la campana de la barrera, se va a tener que apurar.
La desventaja de vivir lejos de su trabajo, se transforma en ventaja a la hora de conseguir asiento, el negro podrá dormir algunos minutos más, el sueño acorta el viaje a apenas un parpadear, el mismo hombre de siempre, que valla a saber el donde trabaja, lo despierta. Dormido baja del tren rojo, en la estación carapachay, su destino es el cordón industrial que rodea a la general paz, zona que en un tiempo fue un importante polo industrial. En un tiempo y ya no más.
La espera en el paso a nivel se transforma, inevitablemente, en punto de congestión, cientos de obreros vienen y van, a simple vista es un caos, pero quienes todos los días son parte de ese “caos” saben que eso no es tal. Camina las ocho cuadras hasta llegar a la fábrica, las mismas ocho cuadras que recorre desde hace tres años, esta es la primera vez que el negro esta efectivo en su trabajo, pero no es su primer trabajo.
El Negro es obrero desde los 19 años, su primer trabajo fue tercerizado en Trigalia (ex Molinos y actual Cargill) del Parque Industrial de Pilar, allí duro algunos meses.
Luego de pintor, changarin, hasta que entro a un taller metalúrgico, ahí conoció de primera mano la “vida dentro de la fábrica” y sus códigos, esos que no están escritos en ningún papel pero que todo obrero sabe. El negro viene de familia obrera, de familia donde esos mismos códigos marcan los días. Llevados a la práctica lo fueron transformando en anti patronal y también lo llevaron al desprecio de los que llamaba “los perros del patrón”, pero su desprecio no quedaba ahí, las venganzas hacia estos se mezclaban con la imaginación y la picardía obrera. Mojar la camisa de grafa y atarle las mangas era una de sus preferidas, decenas de camisas debieron transformarse en mangas cortas por esto. Los “perros” sabían que era el, pero no podían sorprenderlo. Con el tiempo, el negro, era todo un “Fabriquero”. El taller, sus tiempos, movimientos y costumbres, ya no le guardaban secretos. Sin saberlo se trasformó en un experto en un tipo de lucha de clases, la velada (según Marx)[ii], constantemente buscaba ganarle minutos a su patrón, desayunar hasta minutos antes que este llegue, dejar la maquina antes del horario de comida para lavarse las manos, conocer las maquinas más que su jefe lo llevaban a tener una gran ventaja a la hora de no permitir los aumentos de la producción, desde excusas de calidad, hasta llegar incluso a averiar las maquinas, esto último sin dejar evidencias, para luego culpar al desgaste y los altos ritmos.
La búsqueda del bienestar de su familia lo llevó al cambio de fábrica, pasó del taller de la grafa rasgada a la multinacional de la ropa bordada.
Llegando nota algo extraño, silencio... las turbinas que enfrían el vidrio, que se curva a 800 grados, no soplan. La incertidumbre le llega, las turbinas que se escuchan desde cuadras de distancia, y que nunca dejan de soplar gracias a los turnos americanos no lo hacen por primera vez desde que entro a esa fábrica. Llega a la entrada, los vigilantes no abren la puerta, se ve que están nerviosos, llega el gerente de recursos humanos, su cara es de más nervios que la de los guardias. Los autorizan a entrar. De frente a la entrada están las escaleras que llevan a los vestuarios, el Negro las sube desconcertado y aun un poco dormido, entra al vestuario, se sienta, habré su candado, tuvo que conseguir uno con código numérico para evitar perder la llave, abre su locker, en el interior esta su ropa de trabajo, un pantalón de jean y una camisa celeste con su apellido prolijamente bordado (no hay día que no extrañe la grafa y todo lo que esta le había enseñado). Baja las escaleras del vestuario, camina por el pasillo de 30 metros que lo lleva a “planta”. No ve a sus compañeros entre las maquinas. Son casi las seis de la mañana. El turno noche había parado y el turno mañana se reunía con él en la playa de camiones, era la primera vez que el negro participaba de una asamblea de fábrica.
A finales de 1899 Lenin escribía: “es muy frecuente que, antes de una gran huelga, los obreros de una fábrica o de una rama industrias o una ciudad cualquiera no conozcan casi el socialismo ni piensen en él, pero después de la huelga se extiendan cada vez más entre ellos los círculos y las asociaciones y sean más y más los obreros que se hacen socialistas”[iii].
El Negro, casi 110 años después, confirmaría esto. Pero el detalle de ese proceso será motivo de una nueva crónica.
[i] Lenin, obras selectas, Sobre las huelgas. Ediciones IPS, 2013
[ii] K. Marx-F. Engels, El Manifiesto comunista. Ediciones IPS, 2014
[iii] Lenin, obras selectas, Sobre las huelgas. Ediciones IPS, 2013