Compartimos con nuestros lectores la segunda entrega de "Crónicas militantes". En medio de la huelga, el Negro hace su experiencia con el Ministerio y “las leyes”.
Viernes 17 de abril de 2015
Foto: Enfoque Rojo
Las huelgas con ocupación de fábricas, una de las más recientes manifestaciones de esta iniciativa, rebasan los límites del régimen capitalista normal. Independientemente de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporaria de las empresas asesta un golpe al ídolo de la propiedad capitalista. Toda huelga de ocupación plantea prácticamente el problema de saber quién es el dueño de la fábrica: el capitalista o los obreros.[I]
El Negro llega a la asamblea. Él y sus compañeros estaban hartos de la prepotencia patronal, esta vez, ellos tenían la iniciativa. El Negro no sabía bien que hacer, pero sabía dónde tenía que estar. Para bien o para mal él estaría con sus compañeros hasta el final.
Los años de crecimiento económico, de la mano de la industria automotriz, permitieron que en esa fábrica ingresen a trabajar una importante camada de jóvenes obreros. La historia sería la misma para toda la industria a finales del año 2008 donde tuvieron que soportar suspensiones, despidos y reducción de salarios. Hasta que en marzo del 2009 estalló este conflicto que duraría dos meses y los llevaría a tomar algunas acciones que marcarían un antes y un después en el Negro, este saldrá de esa huelga siendo otra persona.
Pasan las horas y el just in time, que rompió la espalda del Negro, se vuelve un aliado a la hora de hacer peligrar la producción de las grandes terminales. Sería Toyota la primera amenazada. Los obreros permanecen en la playa de carga de la fábrica, ninguno sabe muy bien cómo seguir, pero saben que hay que seguir.
Luego llega el “sindicato”, traían una conciliación obligatoria, ahí es cuando se abre el debate: ¿aceptarla o no?
El Negro estaba bien convencido de lo que había que hacer, con ese convencimiento salió a hablar con sus compañeros:
El Negro estaba convencido de la justeza de su lucha, pero la legalidad de su conciencia no chocaba, aún, con la legitimidad de su reclamo.
Casi un mes pasaría, con varias prorrogas, hasta que la conciliación obligatoria se cerrara. El Negro vio todo ese tiempo como la empresa acumulaba stock en el fondo. Con el pasar de los días, fue viendo que quien se había beneficiado con las conciliaciones obligatorias, no fue la “neutralidad”, sino la patronal. “¿Qué se le va a hacer?” se lamentaba por dentro el Negro, nada de eso era ilegal.
La conciliación se cierra, la patronal no cedió nada, el conflicto se abre nuevamente. Pero ya no sería solo por aumento de salarios y mejores condiciones de trabajo, se sumaría la defensa de 33 compañeros despedidos. ¡Tocan a uno, tocan a todos! sería su grito de guerra. Esta vez las medidas incluirían el bloqueo del depósito que estaba a cuatro cuadras de la fábrica. Todo el fin de semana de Pascuas pasarían, el negro y sus compañeros, en esos portones.
Era una noche de abril, y las noches ya se estaban volviendo frías. El Negro está sentado en la vereda del galpón con sus compañeros. Atiza el fuego que los calentaba con una caña, levanta su rostro, que este estaba más negro que siempre a causa del hollín de las gomas. Detrás del humo blanco que sale del fuego, ve que alguien se acerca. Eran varias personas. Se paran, no reconocen a quienes vienen hacia ellos. Desconfianza es lo primero que les brota.
Llegan y se paran frente a ellos. Había jóvenes y mujeres, algunos de grafa y punta de acero.
El negro lo único que conocía de izquierda eran su brazo y su pierna.
El Cuqui no buscaba plata. Él no era un abogado cualquiera. El Cuqui es un abogado de la clase obrera.
El Cuqui viene de una familia de clase media acomodada. Sus padres son dos exitosos profesionales. Fue a un colegio bilingüe en su infancia y adolescencia. Por 6 años estudió la carrera de abogacía en una facultad de elite cuyo único objetivo es sacar abogados para las empresas. El Cuqui siempre sintió un profundo odio hacia las injusticias y hacia la pobreza. Algo pasaría en el medio de su carrera. El Cuqui conocería el marxismo y con éste el potencial de la clase obrera. Su militancia universitaria lo llevo incluso a la cárcel, pero más que persuadirlo, esto lo fue templando. Él sabía que había elegido el lugar correcto en donde estar. Terminaría su carrera para ser un abogado de los trabajadores. Con sus bienes familiares y su educación podría haber elegido una casa en un country, autos lujosos y vivir una vida sin mirar nunca al de al lado. Pero el Cuqui eligió otra vida, una vida al servicio de las luchas de los trabajadores. Él no es un abogado cualquiera, el Cuqui es un militante revolucionario que ejerce el derecho.
El conflicto continúa. Vuelve el Ministerio (de Trabajo) y de nuevo a la audiencia. Una nueva conciliación obligatoria, la cara de la misma moneda, el funcionario dice “este es un conflicto diferente, antes no era por despidos, así que no es la misma, esta conciliación es nueva”. El Negro está cansado, sabe que no se les viene buena. Pero aceptan. Eran las siete de la tarde, tienen que volver a la fábrica, y el turno noche entraría a cumplir con su parte del acuerdo. Camino de vuelta, la sorpresa: la empresa anuncia que no ingresaran los despedidos. Desde el fondo del micro alguien grita, “los despedidos entran”. El Negro sabía que sería una acción “ilegal” pero ya no discute. “Los despedidos entran”, piensa.
Un coche se cruzaría en el portón evitando que este se cierre. Corralito humano alrededor de los despedidos, forcejeos con la seguridad, pero todos entran. Desde ese momento todos cumplirían su turno, pero para garantizar la ocupación de la planta. Esto es ilegal; el negro piensa: no importa. Los despedidos entran.
En esa fábrica, que no tenía ninguna relación con la izquierda, el Cuqui fue ganándose su lugar entre los obreros, acompañando la experiencia que estos hacían. Pacientemente explicó la diferencia entre legalidad y legitimidad. El negro lo miraba; no podía entender qué tipo de abogado era. “Sacar el conflicto afuera, la Pana es una buena manera” decía el Cuqui. Y al Negro más desconcierto le genera.
El Cuqui llegó a ser uno más entre ellos, un abogado que cuando hablaba no decía “esto es legal o esto es ilegal", más bien les proponía cómo luchar, a desconfiar en los funcionarios y a confiar en sus propias fuerzas.
La lucha de estos obreros reafirmó la confianza del Cuqui en la clase obrera. Él no los ayudaba desinteresadamente. Su interés era que avance la conciencia obrera. Muchas veces, desde el piso, los obreros se levantaban y seguían su pelea. Al verlos, el Cuqui recordaba viejas hazañas, viejas luchas. Los miraba, muchas veces sorprendido, y recordaba las palabras que alguien escribió sobre una de esas grandes gestas. "Sin una organización dirigente la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor"[II].
El Cuqui está convencido que sin su militancia, su profesión, también sería vapor fuera de la caldera.
Acompañados por la izquierda, el Negro y sus compañeros, pudieron hacer valiosas experiencias. La burocracia, el estado, el sistema... pero estas serán para nuevas entregas.
[I] León Trotsky, el programa de transición y la fundación de la IV internacional, ediciones CEIP, 2008.
[II] León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, 1933. http://www.ceipleontrotsky.org/Historia-de-la-revolucion-rusa