Sánchez quiere prescindir de los independentistas ante la inminente sentencia política del Supremo. Unidas Podemos deja de ser el socio preferente. La campaña para que Cs (Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía) se olvide de liderar la derecha. Todo sigue siendo posible, también nuevas elecciones.
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Viernes 28 de junio de 2019 01:46
Concluye una semana de reuniones “secretas” que se anuncian en prensa, pactos “ocultos” que son ya vox populi y fontanería, mucha fontanería, en los pasillos, teléfonos y reservados del Régimen del 78. Que la reestabilización de la crisis política que lo azota desde 2011 es frágil y previsiblemente coyuntural, lo demuestra que ni aún habiendo logrado unos resultados electorales envidiables por otros pares europeos -con una de las patas del viejo bipartidismo en vías de recuperación y una extrema derecha contenida- la opción de la ingobernabilidad vuelve a estar de nuevo encima de la mesa.
Si vuelve a ser una posibilidad es porque cada agente del régimen pone de nuevo por delante su propia hoja de salvación. Uno de los rasgos de las crisis orgánicas es precisamente ese, que los agentes que en tiempos normales ejercen su papel desde un amplio consenso – lo que la opinión publicada denomina “sentido de Estado”- ahora juegan sobre todo de parte, aunque eso dificulte lograr una salida estable y duradera a la crisis misma que a todos afecta. Partidos e instituciones como la Judicatura actúan como auténticas camarillas que proponen distintas hojas de ruta que empiezan por un mismo punto: salvarse primero ellas mismas.
El primer gran intento fallido de salida fue la restauración reaccionaria encabezada por Rajoy y la Zarzuela tras el 1 de octubre. Aprovechar la represión al movimiento catalán para generar una ola relegitimadora que bebía del más rancio nacionalismo español, y redefinir así el régimen en una clave más autoritaria y centralizadora. Por un momento parecía que todos los agentes se plegaron a esta propuesta. El PSOE lo hizo sin pestañear. Hasta Podemos, que no la aceptaba formalmente, se abstuvo de plantarle cara y quedó mirando desde la barrera.
Pero entones llegó la sentencia de la Gürtell. En principio todo podía haber seguido detrás de ese nuevo consenso, no era el primer escándalo ni el más bochornoso para Rajoy – recordemos el “Luis, sé fuerte”-. Pero el PSOE de Pedro Sánchez, apoyado y animado incondicionalmente por Unidos Podemos, vió la posibilidad de enmendar dicha restauración con algo de discurso, unos pocos gestos y sobre todo ellos al frente. No se trataba de cambiar nada fundamental, pero sí al menos intentar restablecer a su partido desde la posición de irrelevancia que el aire del “a por ellos” y el 155 le había impuesto.
Este atrevimiento enfadó a sus hasta ese momento socios monárquicos y a la misma Zarzuela que se había alineado firmemente con la restauración. El llamado “gobierno Frankenstein” quedó pues sentenciado desde el inicio. La derecha galvanizada, a la que desde diciembre se sumó una emergente Vox para marcar discurso y agenda, no permitiría el menor cambio de rumbo. Ni un juicio que no sentase a los presos políticos por rebelión -como amagó el ministerio de Justicia-, ni si quiera un simple mediador o un diálogo con la Generalitat.
Esta otra propuesta restauradora, a pesar de que mantenía lo esencial de la anterior, tampoco prosperó. Sánchez quedó solo en el Parlamento, apoyarse en un independentismo en retirada se tornó imposible ante la “prohibición” de Felipe VI, la derecha y el establishment a que les ofreciera vía de escape alguna. Así pues, decidió “barajar y dar de nuevo”, convocó elecciones anticipadas.
Y en esas llegamos a las elecciones de esta primavera. El PSOE ha sigo el gran ganador. Algunos plumillas del régimen osaron hablar hasta de una renaciente “hegemonía socialista”. En el flanco derecho la cosa quedaba todavía bastante desordenada, aunque la amenaza de una ultraderecha que pudiera generar una polarización reactiva por izquierda - la única razón por la que a El País no le gusta Vox - había sido relativamente contenida .
El IBEX35 saludo la victoria de Sánchez con una subida el lunes. Los grandes capitalistas y hasta Zarzuela veían la posibilidad de que se estableciera un gobierno “normal”, de un nuevo turno que a partir de ahora será más a bloques y menos a dos grandes partidos. Los números quedaban un poco ajustados, pero se podría conseguir.
Sin embargo, en estas semanas los fantasmas de esta pelea por arriba, esta guerra de camarillas burguesas, vuelven a ponerlo todo en entredicho. El PSOE no puede llevar adelante su anterior proyecto, junto a Unidas Podemos, porque necesitaría de apoyos que, como buen partido de Su Majestad, son “pan para hoy y hambre para mañana”. Es consciente de que su nuevo gobierno no puede depender del apoyo o la abstención de los independentistas catalanes. A pesar de que tanto ERC y JxCat hayan renunciado a seguir peleando por el derecho a decidir, su pretendida vuelta a un autonomismo colaborador tiene un obstáculo con cierta autonomía: la Judicatura que está más que comprometida con aplicar una sentencia dura y ejemplarizante sobre los presos políticos. Pueden investirlo pero ¿en qué situación quedará el gobierno después de la sentencia contra el “procés”?
De ahí la búsqueda hacia la derecha de un salvavidas naranja que no llega. En estos días hemos visto una nueva operación de Estado – y van dos en estas semanas, si contamos con la del Ayuntamiento de Barcelona a la que se prestó la misma Ada Colau – coordinada desde las editoriales de numerosos medios, altos cargos de Cs que abandonan el barco y la misma patronal. Cs, un partido creado por el IBEX35 como su “Podemos de derecha”, se ha hecho mayor y tiene ya su propia autonomía como camarilla recién llegada. El establishment le pide que asuma la misma hoja de ruta que en 2016, cuando ensayó en fallido pacto con Sánchez. Pero el 29A se quedó a 200.000 votos de ser la ganadora de una derecha en crisis, y este gobierno de coalición le alejaría de heredar el trono que puede perder definitivamente el PP. Todo cuando la guerra en ese espacio sigue siendo abierta, como lo demuestra la patada en la mesa de Vox esta semana.
Unidas Podemos por su parte, sigue mendigando un sillón en el Consejo de Ministros. Su proyecto político se ha rebajado a un límite que pocos hibieran creído hace cinco años cuando emergió. Cogobernar con el mismo Pedro Sánchez que pretende mantener lo esencial de la política represiva contra Catalunya -incluído al ministro de Exteriores que escupe bilis cada vez que ve una estelada- y una política de mantenimiento y consolidación de todo el legado de ajustes y contrarreformas de la crisis -empezando por la reforma laboral de 2012 y continuando por los nuevos pensionazos que demanda la UE-. Lo más patético de esta integración en el régimen es que, ni aún con toda esta genuflexión, ha logrado todavía la venia de una parte importante del establishment que, aún sabiendo que no es ningún demonio rojo como se lo ha demostrado su colega Tsipras, sigue trabajando por otras opciones más propiamente suyas.
A día de hoy todas las opciones siguen abiertas, y es muy posible que continúen así el caluroso verano que acaba de comenzar. Todos los participantes querrán jugar sus cartas hasta el final, ninguno lleva una buena mano por sí solo y se tratará de ver quien aguanta mejor el farol. El PSOE amagará con la repetición electoral que sus posibles socios a izquierda y derecha temen. El PP y Cs se tendrán que mantener a la fuerza en una firme oposición si no quieren ser barridos por el otro, o incluso por el tercero en discordia de Abascal. Unidas Podemos tensará la cuerda, hasta amagará con el no, pero el problema es que su sí no es suficiente, y el único complemento posible -el apoyo activo o pasivo de ERC o JxCat- es lo que el PSOE quiere evitar como hipoteca.
Mientras la crisis por arriba sigue por lo tanto sin cerrar, todos coinciden en algo, que desde abajo contemplemos el espectáculo como convidados de piedra. Si algo ha logrado a su favor la relativa estabilización del régimen salida del 29A y las elecciones de mayo, ha sido un efecto desmovilizador importante. Contra esa anestesia social, a la que siguen contribuyendo enormemente las direcciones burocráticas de los sindicatos, hay que pelear por aprovechar las brechas que siguen abiertas por arriba para desatar la única salida progresiva a la crisis política, social y económica, una respuesta desde la lucha de la clase trabajadora, la juventud, las mujeres y los movimientos democráticos como el catalán.
En los últimos años, mientras se ensayaban unas y otras salidas por arriba, hemos visto grandes muestras de estas fuerzas sociales. Lo vimos en Catalunya en el otoño de 2017, en los 8M con las huelgas de mujeres, los movimientos contra la Corona en barrios y universidades... y multitud de luchas y procesos de organización en empresas y sectores, en especial los más precarios como vemos en estos días con el conflicto de Telepizza. Estos son los mimbres con lo que hay que construir un respuesta desde abajo, que se proponga conquistar las demandas democráticas y sociales pendientes -y que ninguna de las opciones por arriba pretende resolver- por medio de la movilización, y que sea la base para poner en pié una izquierda anticapitalista y de clase dispuesta a pelear contra el Régimen del 78 y las diferentes restauraciones o apuntalamientos que se proponen para darle una nueva sobrevida.
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.