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Estados Unidos. El Partido Demócrata y las contradicciones económicas del capitalismo

Reproducimos un artículo de Left Voice, sección estadounidense de la red internacional de La Izquierda Diario, sobre los principales debates dentro del Partido Demócrata y la izquierda norteamericana sobre las políticas económicas del presidente Joe Biden.

Jueves 9 de diciembre de 2021 11:39

El Partido Demócrata promete que sus paquetes de gastos rejuvenecerán la economía. Y eso ha ayudado al partido a hechizar a la izquierda y a amortiguar la lucha de las masas en Estados Unidos. Pero la situación económica actual, desgarrada por contradicciones fundamentales y explosivas, muestra que esas promesas están construidas sobre arena, y que necesitamos rechazar a los demócratas y organizarnos para una lucha independiente y revolucionaria.

El Partido Demócrata ha vuelto a engatusar a gran parte de la izquierda estadounidense.

Poco más de un año después del movimiento de protesta social del verano pasado, el mayor de la historia de Estados Unidos, las masas han abandonado en gran medida las calles. La energía de esa lucha se canalizó hacia la elección de un presidente demócrata. El DSA ha renunciado en gran medida a cualquier ruptura real con el Partido Demócrata.

Una de las formas en que los demócratas lograron esto fue prometiendo grandes programas de gastos: concesiones a la clase trabajadora y a los oprimidos en materia de salud, educación y cuidado de los niños, y nuevas inversiones en los puentes y carreteras del país.

Esto se refleja perfectamente en el argumento de Dan Kotz en la revista del DSA Catalyst. Kotz sostiene que Biden podría iniciar un cambio fundamental hacia una "socialdemocracia verde", lo que significa que la izquierda debería estar codo con codo con los demócratas para ayudar a que eso ocurra. En Jacobin, otros se quejan de que las políticas económicas de Biden han sido demasiado pequeñas. Pero todavía esperan que los demócratas puedan ser empujados tan a la izquierda que instituyan nuevas políticas y programas duraderos en el camino hacia una robusta democracia social.

Incluso si los paquetes de gasto de Biden no se redujeran masivamente, los planes presupuestales de los demócratas se enfrentarían a límites económicos radicales. Los planes de los demócratas -incluso los que provienen de los "progresistas" como Bernie Sanders y otros- son casi con toda seguridad demasiado débiles para superar esos límites.

La solución no es aliarse con los demócratas. Es construir el poder del pueblo trabajador y oprimido para derrocar a la clase dominante y centralizar y racionalizar la producción bajo el control de los trabajadores. Eso requerirá la organización independiente y revolucionaria de la clase obrera y los oprimidos, nada menos.

¿Qué es la "Bidenomía"?

Durante meses, los grandes medios de comunicación, y los dos partidos capitalistas, han estado debatiendo "Bidenomics". El término es impreciso, pero suele significar el conjunto de políticas y propuestas económicas de la administración Biden -herramientas para ayudar a apuntalar el sistema de explotación de Estados Unidos.

Rápidamente después del plan de estímulo de Trump, Biden defendió su propio paquete de estímulo de 1.9 billones de dólares: el "Plan de Rescate Americano". El Congreso aprobó ese plan en marzo. Ampliaba las prestaciones federales por desempleo, enviaba pagos directos de 1,400 dólares a la gente como medio para capear la pandemia y ampliaba el crédito fiscal por hijos, entre otras cosas. Luego, en noviembre de este año, el Congreso aprobó un paquete de infraestructuras de aproximadamente 1 billón de dólares destinado a reparar carreteras y puentes en mal estado, mejorar aeropuertos y ferrocarriles, establecer un acceso nacional a Internet, y ayudar a construir una red nacional de estaciones de carga para vehículos eléctricos.

El tercer paquete sigue colgado en el Congreso. En las primeras conversaciones sumaba 3.5 billones de dólares, para apoyar lo que Biden llama "infraestructura humana": financiar la educación preescolar universal, el cuidado de los niños menores de seis años, la licencia familiar pagada y más. Ahora se ha reducido a la mitad, pero aún no ha sido aprobado por el Congreso.

¿Por qué los demócratas ofrecen este tipo de gasto en primer lugar, después de décadas de neoliberalismo y austeridad?

La "Bidenomía" nace del miedo de la clase dirigente. Ese miedo proviene de la crisis económica del año pasado, cuando la economía se paralizó durante la pandemia. Y se intensificó por el enorme oleaje de la lucha de masas en el levantamiento antipolicial, y luego por el asalto de la extrema derecha al Capitolio el 6 de enero de 2021. Los paquetes de gastos -con sus limitadas concesiones a la clase trabajadora y a los oprimidos- pretenden ayudar a apuntalar el dominio de la clase dominante en casa. Pero es inseparable de esto la lucha por apuntalar el poder imperialista de la clase dominante estadounidense.

La posición de la clase dominante estadounidense en el mundo se está debilitando. El declive de su poderío internacional se puso de manifiesto en la catastrófica retirada de Afganistán, otra guerra perdida. En otras palabras, Estados Unidos se encuentra en creciente peligro de ser desplazado de las zonas de inversión y de obtención de ganancias en todo el mundo. Intentar poner en marcha la economía estadounidense ayudaría a la clase dominante de Estados Unidos a competir mejor con China. En palabras del propio Biden, o Estados Unidos aumenta su gasto en infraestructuras o China "nos comerá el mandado".

Por encima de todo, los paquetes de gasto pretenden abordar estas cuestiones mediante el aumento de la productividad del capitalismo estadounidense. Un aumento de la productividad, parece pensar la administración de Biden, significaría más estabilidad política en el país. Una economía en marcha daría más credibilidad al sistema capitalista y a sus instituciones en su conjunto. Los impuestos sobre las ganancias adicionales podrían hacer más concesiones a los trabajadores y a los oprimidos que, de otro modo, podrían rebelarse. Todo esto cortaría parte del oxígeno a los sectores más radicales de la derecha (guiados por Trump) así como de la izquierda. Y la esperanza parece ser que una economía estadounidense que se expande más rápidamente haría que los capitalistas estadounidenses fueran más competitivos en el escenario mundial para obtener ganancias.

Los demócratas y sus límites económicos

Pero la "Bidenomics" se enfrenta a grandes límites. Y los límites a los que se enfrenta Biden también afectan a las ideas económicas y sociales más "ambiciosas" de los llamados demócratas progresistas como Bernie Sanders, lo que significa que también tendrían pocas posibilidades de éxito, incluso si pudieran ser aprobadas.

En primer lugar, incluso si los proyectos de ley de Biden se hubieran aprobado como se prometió originalmente, su impacto ya habría sido limitado. El primer proyecto de ley de infraestructuras, por ejemplo, siempre estuvo previsto que se desarrollara a lo largo de casi una década, lo que limita en gran medida su efecto económico. Además, una parte importante del paquete se destinaba únicamente a mantener las infraestructuras existentes.

Esta realidad se refleja en la prensa dominante. El Wall Street Journal predice un impacto débil para el plan de infraestructuras de Biden. El Fondo Monetario Internacional pronostica una fuerte desaceleración del crecimiento del PIB en los próximos años, hasta sólo el 1.7% en 2026. En otras palabras, los propios economistas burgueses dicen que la economía estadounidense volverá a su anémico crecimiento económico de la época posterior a la crisis de 2008.

Pero los demócratas también se enfrentan a límites más decisivos.

A lo largo de las últimas décadas, la economía burguesa ha observado una crisis continua y persistente del crecimiento de la productividad. Esta última es importante tanto para los capitalistas individuales como para la economía capitalista en su conjunto. Aumentar la productividad significa que los trabajadores pueden producir más por hora trabajada y, por tanto, generar potencialmente más ganancias para los jefes de las empresas. Como señala Kim Moody, esto es exactamente lo que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial: el crecimiento de la productividad en la posguerra permitió a los empresarios ofrecer a los sindicatos combativos y a los pueblos oprimidos concesiones como forma de hacer frente a la lucha de masas [1]. A escala nacional, el aumento de la productividad y de las ganancias podría facilitar a la clase dominante la oferta de concesiones a los trabajadores y a los pueblos oprimidos, en especial en períodos de mayor lucha de masas.

Los años de auge después de la Segunda Guerra Mundial fueron impulsados en gran parte por un aumento de la productividad de la clase obrera. De 1948 a 1970, la producción por hora casi se triplicó [2]. En el periodo comprendido entre 1970 y 1994, el crecimiento de la productividad laboral se redujo a un factor de 1.54. Hubo un breve repunte en el crecimiento de la productividad de 1994 a 2004 - sin alcanzar los niveles del boom posterior a la Segunda Guerra Mundial - antes de llegar a un punto muerto en los años posteriores a 2004.

De 2004 a 2015, la productividad básicamente dejó de crecer. Como señala Robert Gordon, el período posterior a 2004 ha tenido la tasa de crecimiento de la productividad más baja de toda la historia de Estados Unidos. Estados Unidos no está solo. De 1996 a 2016, la tasa de crecimiento de la productividad en Europa fue la mitad de la de Estados Unidos [3]. El estudio deErber, Fritsche y Harms sobre 25 países industrializados muestra la misma tendencia.

Esta crisis de productividad no puede entenderse al margen de un límite estructural entrelazado al que se enfrenta la clase dominante en la actualidad: la disminución de la tasa media de ganancia.

El Capital de Marx muestra que todas las ganancias provienen de la explotación del trabajo humano. Sin embargo, los capitalistas tienden a sustituir el trabajo por maquinaria y técnicas que ahorran trabajo, aumentando la productividad en su afán por aumentar las ganancias. Esta tendencia, sin embargo, se impone; los dispositivos y técnicas que ahorran trabajo tienden a generalizarse.

Y eso lleva a una tendencia básica en el capitalismo: una proporción cada vez menor de trabajo que produce ganancias en comparación con más y más maquinaria -y, por lo tanto, una tasa de ganancia promedio decreciente que se reduce. Esto es lo que Marx formuló como la ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia. Es una "tendencia" porque siempre es combatida por estrategias de la clase dominante.
Aumentando la explotación de los trabajadores, por ejemplo, los patrones tratan de exprimirles más ganancias, como introduciendo nuevas formas de tecnología para que sus capitales sean más productivos, etc.

Así que la productividad y la rentabilidad están vinculadas en una relación contradictoria. Las nuevas tecnologías, más productivas, pueden posibilitar saltos en la rentabilidad. Pero también tienden a disminuir la rentabilidad media con el tiempo. Y esto es precisamente lo que hemos visto en las últimas décadas: una caída no sólo del crecimiento de la productividad, sino también de la tasa de ganancia promedio para el capitalismo estadounidense y -con algunas diferencias- a nivel mundial. En 1950, la tasa de ganancia en EE.UU. alcanzó un máximo del 23% [4]. Desde entonces, ha estado en declive a largo plazo a través de una serie de pequeños ciclos de auge y caída. En la década de 1970, el crecimiento económico se había ralentizado de forma sustancial, lo que se expresó en la crisis estadounidense denominada "estanflación", es decir, bajo crecimiento con aumento de precios.

La clase dominante estadounidense respondió en las décadas de 1970 y 1980 con un conjunto de políticas -que hoy se denominan neoliberalismo- para aumentar sus ganancias: desmantelar los sindicatos, aumentar la explotación de los trabajadores, acelerar la subcontratación de mano de obra a fuerzas laborales más baratas y no sindicalizadas en el sur de Estados Unidos y en el extranjero, etc. Un elemento principal de esta respuesta de la clase dominante fue la restauración del capitalismo, precipitándose en el vacío dejado por la caída de la URSS en particular. Esta restauración abrió nuevos mercados para la privatización y nuevos y enormes segmentos de la fuerza de trabajo mundial para ser explotados.

Y estas medidas funcionaron, hasta cierto punto. La rentabilidad media aumentó un 18% durante las décadas de 1980 y 1990 [5], aunque la tasa media de ganancias no alcanzó los niveles de los años de auge posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
En otras palabras, parece que el proyecto neoliberal ha agotado su capacidad de respuesta a la disminución de la rentabilidad. A finales de la década de 1990, la tasa media de ganancias comenzó, una vez más, a caer.

La falta de espacios rentables para invertir hace que la clase dominante infle de manera artificial sus ganancias mediante maniobras como la recompra de acciones. Pero lo que es más importante, cuando la clase dominante ve que hay pocos lugares en los que pueda invertir para obtener un beneficio sustancial, recurre a la especulación financiera. Todas estas maniobras reducen aún más las inversiones productivas en nuevas tecnologías.

El creciente giro de la clase dominante hacia la especulación financiera sentó las bases de la crisis financiera de 2008. Después de que la burbuja del capital ficticio estallara ese año, el capitalismo estadounidense y mundial nunca se recuperó realmente. Los años que siguieron se han caracterizado sobre todo por un crecimiento anémico del PIB y una baja tasa de ganancia promedio. Es este contexto -límites económicos fundamentales de varias décadas- el que los demócratas pretenden cambiar con unos cuantos billones de dólares de gasto. Las probabilidades son largas.

Posibilidades para la izquierda socialista y los demócratas

Los demócratas están luchando contra estas dos fuerzas: la crisis global de productividad y el anémico crecimiento del PIB y las ganancias a los que se enfrentan los capitalistas hoy en día. ¿Qué posibilidades tienen de triunfar? ¿Y qué posibilidades tienen los progresistas o los socialistas de conseguir grandes reformas a través de los demócratas sobre esa base?

Para responder a estas preguntas, primero tenemos que entender lo que hizo posible el último gran aumento de las ganancias y la productividad después de la Segunda Guerra Mundial.

En primer lugar, ese repunte fue el resultado de la pura devastación económica de la Gran Depresión. Esa destrucción devalúa o destruye por completo los capitales, eliminando los escombros de las empresas y tecnologías menos rentables y facilitando a los capitalistas la inversión en nueva maquinaria que ahorra trabajo y que puede aumentar la productividad y la rentabilidad a escala mundial [6].

Pero la clase dirigente estadounidense se ha negado a permitir exactamente ese tipo de destrucción por miedo al caos económico que desataría. En 2008, el gobierno rescató a empresas que estaban al borde del desastre pero que eran "demasiado grandes para caer". Desde entonces, la política de la Reserva Federal ha estado estableciendo tipos de interés hiperbajos y comprando bonos y valores, bombeando dinero a la economía y asegurando el crecimiento impulsado por la deuda de las instituciones financieras y las empresas. Uno de los resultados ha sido un número considerable de empresas "zombis" endeudadas que apenas pueden sobrevivir, pero que siguen tambaleándose.

Y el despegue económico durante y después de la Segunda Guerra Mundial fue impulsado por la destrucción física masiva y bárbara: el salvajismo de la guerra imperialista global. La destrucción literal de vidas, infraestructuras y economías en todo el mundo abrió un camino para la dominación económica de Estados Unidos en las décadas siguientes.

Además, la economía de guerra de Estados Unidos requirió enormes niveles de inversión estatal en infraestructura económica para avanzar en sus objetivos imperialistas durante y después de la Guerra Mundial. De 1940 a 1945, la cantidad de equipo productivo adicional que el gobierno compró ascendió a la mitad de todo el stock de equipo que existía en todo el país antes de 1941 [7]. Eso significaba que la maquinaria productiva que se estaba instalando en las fábricas era del tipo más nuevo y productivo, sustituyendo a las tecnologías más antiguas y menos productivas, maquinaria que entonces era de propiedad privada y se gestionaba con fines de lucro. Incluso los planes de gasto más "ambiciosos" de los demócratas empalidecen en comparación con esos niveles de destrucción y gasto federal.

Pero el problema no es sólo que los demócratas parecen estar escupiendo al viento. Es también -de manera crucial- que la "Bidenomía" se enfrenta a una conjunción de otras contradicciones volátiles.

Por ejemplo, los demócratas se enfrentan a la posibilidad real de otra crisis financiera. Las políticas de dinero suelto de la Reserva Federal, unidas a la baja rentabilidad, han hecho que la clase dirigente siga recurriendo al mercado de valores y a la especulación para aumentar sus ganancias, lo que impulsa la posibilidad de otra caída. Esto se produce en un momento en que muchas empresas tienen altos niveles de deuda, lo que significa que un choque financiero podría tener impactos económicos duraderos y profundos.

Y cualquier recuperación económica requiere estabilidad en las cadenas de suministro global del capital. Pero como señala Esteban Mercantante, esas cadenas de suministro se han vuelto cada vez más frágiles en las últimas décadas como parte del desarrollo de la producción "just in time" en el siglo XX, una característica clave de la era neoliberal.

Esto es ahora un gran lastre para el capitalismo contemporáneo, ya que se enfrenta a violentas catástrofes climáticas, impulsadas por su propia destrucción de la ecosfera. Un solo buque cisterna, atascado en una sola vía de agua -el Canal de Suez-, bloqueó las líneas de suministro mundial y le costó a la clase dominante 9,600 millones de dólares al día. Una catástrofe climática en esos "puntos de estrangulamiento" es poco probable. Tendría un peaje mucho más pesado y duradero. Y tales problemas de suministro no harían sino aumentar las ya elevadas tasas de inflación.

La amenaza de la deuda también se cierne sobre nosotros. La deuda federal supera con creces el PIB de Estados Unidos, lo que significa que una fuerte subida de los tipos de interés o una gran perturbación financiera podrían alterar la capacidad de Estados Unidos para pagar a sus deudores, lo que podría dar lugar a nuevas rondas de austeridad y a una mayor agitación económica. Pero quizá sean más acuciantes los problemas de la creciente deuda empresarial, por un lado, y de la deuda local y estatal, por otro. A diferencia del gobierno federal, los municipios y estados de Estados Unidos tienen prohibido incurrir en déficit. El colapso de las grandes empresas, que afecta a los ingresos de los estados, pueblos y ciudades, convertiría a esos niveles inferiores de gobierno estatal en la "zona cero" para la aplicación de la austeridad y el fomento del malestar social.

Todo esto es para decir: las probabilidades de que los demócratas no puedan superar estas contradicciones son muy altas. Nos enfrentamos a la posibilidad real de que Estados Unidos vuelva al anémico crecimiento económico de la era posterior a 2008, todo ello mientras se sienta encima de un polvorín de contradicciones.

La respuesta está clara

Mientras los partidos capitalistas debaten la "Bidenomics", las contradicciones del capitalismo siguen haciendo estragos. La pandemia sigue arrasando el mundo. Hay cinco millones de muertos y se siguen contando. Sólo en Estados Unidos, esa cifra supera los 770,000. Los dirigentes del capitalismo se aseguran de que las economías sigan abiertas -a costa de la clase trabajadora mundial- para que las ganancias sigan fluyendo. Mientras tanto, la inflación se dispara, recortando la capacidad de los trabajadores y los oprimidos para comprar alimentos y gasolina. Los salarios apenas se han movido, pero la clase dominante celebra una bonanza de ganancias. Y debajo de todo esto, el sistema ecológico se convulsiona en tormentas e incendios catastróficos.

Nuestra tarea hoy no es ayudar al Partido Demócrata a intentar restaurar la fe en el capitalismo con medias tintas que con toda probabilidad no tendrán éxito. Se trata de asegurar la existencia y las necesidades de la propia clase trabajadora y de los oprimidos, así como la supervivencia del ecosistema.

Ganar esas demandas exige desmantelar fundamentalmente la economía capitalista en su conjunto, alejándose de la búsqueda ecocida de ganancias, y poner en el centro la satisfacción de las necesidades humanas. Estas son las tareas en las que el sistema capitalista de propiedad privada ha fracasado tan rotundamente, el sistema en el que los demócratas quieren restaurar la fe.

Y todo esto significa que la única solución real, la única solución práctica, es organizar la revolución para derrocar a los que mandan. Y las contradicciones que sacuden al capitalismo están ayudando a generar algunas de las chispas de revuelta necesarias para derrocar ese sistema. En los últimos años, hemos visto algunas de esas chispas en la lucha de masas del levantamiento antipolicial de 2020 en Estados Unidos, en la huelga general de Malasia y en la lucha radical que sacudió a Chile. Pero sólo la organización consciente y revolucionaria, en partidos revolucionarios independientes de la clase dominante, puede tener éxito.

Llegar a acuerdos con los demócratas desacredita a la izquierda, desperdicia nuestra energía y ayuda a apuntalar un sistema que no puede resolver los problemas que debemos resolver. La solución obvia es organizarse para la expropiación revolucionaria de la clase dominante, para que los trabajadores y los oprimidos puedan gobernar en su propio nombre.

Jason es un maestro universitario precarizado y organizador sindical que vive en Filadelfia.

Artículo publicado originalmente en Left Voice.

Traducción: La Izquierda Diario México


[1Kim Moody, An Injury to All: The Decline of American Unionism, Brooklyn: Verso, 1988, capítulo 2.

[2Robert Gordon, The Rise and Fall of American Growth: The U.S. Standard of Living since the Civil War, Princeton: Princeton University Press, 2017, p. 635, tabla 18-3.

[3Gordon, Rise and Fall, p. 562.

[4Guglielmo Carchedi, “The Old is Dying but the New Cannot be Born: On the Exhaustion of Western Capitalism,” en Carchedi and Michael Roberts (editores), World in Crisis: A Global Analysis of Marx’s Law of Profitability, Chicago: Haymarket, 2018, p. 37.

[5Carchedi y Roberts, World in Crisis, p. 14.

[6Ver Guglielmo Carchedi and Michael Roberts, “The Long Roots of the Present Crisis: Keynesians, Austerians, and Marx’s Law,” en Carchedi and Roberts, World in Crisis, pp. 17-18.

[7Gordon, Rise and Fall, p. 564.