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Red Internacional
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OPINIÓN. El Plan Pedagógico “Cada familia una escuela” visto desde dentro

Ante el anuncio de cierre de año escolar 2019-2020 bajo condiciones de aislamiento social, improvisaciones burocráticas, grandes limitaciones tecnológicas y económicas, sobretrabajo para docentes y estudiantes, y la triste realidad pedagógica de la “escuela en casa”, contada por un docente.

Lunes 20 de abril de 2020

Al observar las imágenes idílicas proyectadas a diario en función de promocionar la “escuela en casa” como solución pedagógica al estado de pandemia y aislamiento social, no puede uno dejar de contrastarlas, con mucho pesar, con la realidad de zozobra y angustia que se percibe en hogares donde las familias trabajadoras deben ocuparse de la educación de sus hijos. Quienes cumplimos funciones de padres y/o madres, simultáneamente a la de docentes, entendemos algo del costo que esto le trae tanto a nuestros cuerpos y mentes, como a la educación misma.

Lo primero en llamar mi atención fue la rapidez con que se anunció el Plan Pedagógico “Cada familia una escuela” desde el Ministerio del Poder Popular para la Educación (MPPE), casi al unísono con el anuncio de los dos primeros casos de coronavirus registrados en el país, por aquella fecha, viernes 13 de marzo, “como una alternativa más al Plan Pedagógico de Protección y Prevención profundizando los contenidos abordados en el programa de televisión” del mismo nombre.

Pasamos rápidamente de cargar las notas que llevábamos hasta ese momento, a diseñar un plan formativo “desde casa” para nuestros estudiantes. Es que poner en marcha un plan nacional de semejante magnitud e importancia, sin un proceso previo de consulta o diagnóstico sobre los afectados pone en entredicho toda la viabilidad de la “escuela en casa”.

Debo partirme en dos

La desaparición de la distancia física que existe entre la escuela como entorno laboral y la casa como espacio personal y familiar, y su mediatización con la digitalización de la enseñanza, va generando enormes agravios a las familias trabajadoras que deben ocuparse de la enseñanza de sus hijos.

Ningún ensayo previo, ninguna preparación en este terreno, como si nada estuviera ocurriendo, el MPPE diseñó su cronograma de inicio del tercer momento, con actividades continuas y evaluativas desde la salida de semana santa hasta el mes de junio, ordenando “entrega de planificaciones semanales”, “ajustarse a los tiempos”, “hacerle seguimiento a las actividades”, “hacer seguimiento especial hacia los casos con riesgo académico”, para ejemplificar mejor lo que esto implica expongo mi caso.

Como docente de educación media general, estoy a cargo de siete secciones, son alrededor de 185 estudiantes, varios de los cuales presentan diferentes condiciones de aprendizaje, como responsable de la educación de mis hijos, al igual que muchos de los que trabajan desde casa, es cuesta arriba establecer horarios que permitan satisfacer una y otra responsabilidad.

En los hechos el horario de trabajo y los fines de semana desaparecen, el hecho de que enfermemos (no necesariamente de COVIT-19) y tengamos que guardar reposo, nos pone en riesgo de no poder cumplir con el cronograma al salir del mismo. El hecho de acompañar el desenvolvimiento de las actividades escolares de los hijos (cuando estos son de nivel preescolar), el hecho de hacer malabares a diario para “rendir” el magro sueldo, ese vapuleado sueldo docente que una vez más humillaron con un irrisorio bono de 4.750 Bolívares Soberanos, que hace cuesta arriba la necesidad de proveerse de alimentos, procurar el aseo personal y del hogar, convierte las rutinas del encierro en fatiga y angustia.

Los lineamientos emanados por el MPPE no tienen una palabra que decir sobre esto porque desconocen esta realidad, así hasta el Presidente puede jactarse de las tres series de Netflix que ve desde su hogar, pero cualquier familia en estas condiciones carece de tan ínfimos “lujos” como disponer de su propio tiempo dentro del encierro.

El impacto (psico-)pedagógico del aislamiento bajo un sistema educativo y social ya deteriorado

Años de fuerte impacto de la crisis económica sobre la educación en Venezuela son el antecedente de la situación que se manifiesta ahora bajo la cuarentena, hace dos años fue declarada la “emergencia humanitaria en materia de educación”, el año pasado la UNICEF reconoció el retroceso en el índice de escolarización, y más recientemente, una vez activado el Plan pedagógico de “Cada familia una escuela” desde las pantallas de VTV, fuertes cuestionamientos ha merecido por erratas y vacíos en sus contenidos.

Colocando allí el grueso de las críticas, los especialistas en materia de educación pasan por alto las enormes desigualdades que se abren en las condiciones de la educación, la confusión de cantidad por calidad y una pedagogía centrada en la “productividad” (heredera del más rancio liberalismo), la pérdida de la individualización de la enseñanza, y las consecuencias que esto traerá aparejada en las formas de evaluación.

Al trasladar la escuela a la casa, nunca se preguntaron si cada hogar cuenta con las condiciones ambientales y el equipamiento mínimo en insumos escolares (aun sin contar lo tecnológico) para hacer posible el aprendizaje, tampoco si los representantes que acompañarán la labor académica cuentan con la preparación pedagógica mínima para llevar adelante este proceso, puede que algunos casos sí y en otros no, en algunos más que otros, y así.

Maestras y maestros que además de tener que lidiar con cómo conseguir la bombona de gas (escasa y con precios inalcanzables), cargar agua, entre otras vicisitudes, deben gastar muchísimo más en datos de internet (puede que tengan WiFi, puede que no) para cumplir con las exigencias de seguir las clases por esa vía, un gasto adicional de un salario que no alcanza ni para la comida de una semana.

El Presidente anunció que no se cortarían los servicios de telecomunicaciones en la cuarentena, pero fue un engaño, sí los están cortando y las/os docentes tenemos que ver cómo diantres sacamos dinero para reponer los datos, subsidiando al Estado, porque es un dinero que no sale del irrisorio salario que nos pagan, sino de cualquier ingenioso ingreso extra... que además está más difícil de conseguir en cuarentena. ¿Y si además de eso, dada la extrema precariedad de muchos trabajadores docentes, la maestra o el maestro no tienen una computadora en su casa ni un teléfono inteligente que sirva? Eso tampoco importa ni fue tomado en cuenta en la “planificación” burocrática.

Estas y otras desigualdades en las condiciones de la educación se acentúan en perjuicio de los infantes que desean contar con las mismas condiciones con las que el resto de compañeros. Tenemos casos de estudiantes y representantes que carecen de medios para comunicarse, peor aún aislados por la cuarentena, también docentes que se encuentran en similares condiciones.

El aislamiento social también origina un repliegue disciplinario, aprendizajes centrados en contenidos específicos a cubrir, se vuelve de evaluar los procesos a centrarse en los productos finales, hasta recaer en el paradigma de la productividad, en la necesidad de simplemente cumplir con la actividad, con lo que se arriesga la capacidad de crítica de una educación orientada al sujeto, a un sujeto que se organice y actúe colectivamente sobre la sociedad para transformarla.

La suspensión del acompañamiento docente en las aulas y su intercambio con una relación mediatizada por tecnologías digitales está trayendo como consecuencia la desmejora considerable en el principio de individualización de la enseñanza, estudiantes que requieren reforzamiento de estímulos visuales, auditivos o quinestésicos, ya están dando muestras de dificultades cognitivas, apenas a un mes de iniciado el plan pedagógico en ciernes.

Tanto peor para un hogar sin conectividad a una red Wi-Fi, o donde esta funciona de manera deficiente, esto se traduce en usuarios que consumen diariamente cantidades de Megabytes en envíos y recepción de archivos multimedia relacionados con su labor, tanto mayor sea su consumo mejores serán las ganancias para las compañías telefónicas.

Hablando en términos de cantidad, muchos han sido los llamados de alarma de madres, padres y representantes de educación inicial y básica (entre los que me incluyo), e incluso de organismos de defensoría estudiantil, acerca de la sobrecarga de actividades por semana a niñas y niños en edades comprendidas entre 3 y 10 años, la cual puede generar angustia y frustración en casos de estudiantes que cuentan con alguna dificultad de aprendizaje y que se verán seguramente expuestos (y hasta agraviados) si sus madres, padres o representantes no cuentan con la debida orientación pedagógica.

¿Esto es lo que dejará la educación después de la pandemia? ¿Más desigualdades, productivismo y sobre-trabajo? El tercer momento del año escolar apenas comienza y ya los docentes, estudiantes y representantes nos encontramos exhaustos, preocupados y en permanente zozobra, obligados a cumplir con el aluvión de tareas que nos competen en cada una de nuestras funciones, obligados también a sortear otras dificultades de índole social y humana en medio del escenario de pandemia y crisis social.