Hace 97 años, en 1921, se desarrollaba el Tercer Congreso de la Internacional Comunista o Tercera Internacional. Recordar y analizar las discusiones de entonces, constituyen un gran aporte para las tareas de la izquierda actual.
Emilio Salgado @EmilioSalgadoQ
Viernes 22 de junio de 2018
El movimiento obrero a lo largo de su historia puso en pie cuatro organizaciones internacionales. La Tercera Internacional, a la que se refiere esta nota, se fundó luego del triunfo de la Revolución Rusa de 1917 y en medio de la ola revolucionaria que se desarrollaba en Europa luego de la guerra. La Segunda Internacional, su antecesora, no había pasado la prueba impuesta por la Primera guerra mundial, ya que los principales partidos obreros que la integraban y que contaban con bancas parlamentarias en sus respectivos países, habían votado a favor de los créditos de guerra que les pedían sus gobiernos.
Frente a la bancarrota de la Segunda Internacional, el ala izquierda encabezada por Lenin, pondría en pie una nueva Internacional cuyo objetivo estratégico era la extensión de la revolución a nivel mundial y la pelea por el comunismo. Los partidos de la Segunda Internacional habían mantenido débiles contactos entre sí. La Tercera Internacional, en cambio, planteará el principio del partido mundial construido sobre la base de una teoría y práctica comunes y la meta de lograr una dirección revolucionaria internacional común. Era necesario poner en pie una internacional revolucionaria mucho más homogénea. En todos los países del mundo en que existían organizaciones obreras se dio el mismo proceso: los comunistas se separaban de los reformistas y se constituían como sección de la Internacional comunista.
La Tercera Internacional jugará un gran papel, como partido mundial de la revolución, antes de la degeneración estalinista que comenzará a partir del Quinto Congreso. Los cuatro primeros congresos se realizaron bajo la dirección de Lenin quien, junto a Trotsky, dio importantes batallas políticas tanto contra los reformistas que pregonaban el gradualismo o la moderación, pero también contra los izquierdistas que despreciaban todas las tareas preparatorias considerando que el triunfo de la revolución era inminente.
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Hacia la conquista del poder, por la conquista previa de las masas
Cuando se realizó el Tercer Congreso, la Internacional Comunista ya contaba con 50 secciones en ciudades de todo el mundo y con algunos partidos europeos masivos en los países más industrializados, pero con la contradicción de que el triunfo de la revolución en Europa occidental se atrasaba. Entonces, surgieron discusiones sobre cuáles eran las tareas principales de ese momento.
Luego del triunfo de la Revolución Rusa y las primeras revoluciones en algunos países de Europa ganó lugar, en ciertos sectores de la internacional, la idea de que, por las secuelas mismas de la Guerra, que aún seguían afectando a las masas, seguía planteada la posibilidad de la toma del poder del proletariado como tarea inmediata.
En Alemania (1918-19), los comunistas no habían podido tomar el poder, pero el movimiento había derribado a una monarquía [1]. En Italia, se había desarrollado dos años de aguda lucha de clases en donde los trabajadores llevaron adelante importantes huelgas con tomas de fábricas, que se conoció como el “Bienio Rojo” (1919-20). Incluso, en Hungría y Baviera (1919), el proletariado había logrado, durante un tiempo, tomar el poder.
Aún luego de la derrota de estas experiencias, la esperanza en una rápida victoria de la clase obrera no había desaparecido. Teóricos como Georg Luckács (dirigente húngaro que estaba exiliado de su país después de que se había perdido la revolución), opinaban que, debido a la etapa imperialista del desarrollo capitalista que se encontraba en crisis mortal, existía “una actualidad universal de la revolución proletaria”. Para él y para otros miembros de la Internacional (italianos, alemanes y españoles), la revolución estaba “a la orden del día”. Estos comunistas omitían el análisis concreto de las situaciones, que podían variar, entre momentos de auges o muy alta lucha de clases donde estaba planteada la toma del poder, con momentos de calma o retroceso de esas luchas, que pueden incluir derrotas de la clase obrera y recuperación de la burguesía.
Dentro de una época, entendiendo por ella a grandes períodos históricos, no todas las situaciones (momentos más o menos prolongados) son idénticas. De este modo, durante la época que había sido inaugurada por las guerras imperialistas, las grandes crisis económicas y la revolución proletaria; no todas las situaciones eran idénticas.
La burguesía había demostrado mayor capacidad de resistencia de lo que se había creído. Su fuerza consistía sobre todo en que los “socialtraidores”, que eran los partidarios de la socialdemocracia o socialistas de la Segunda Internacional que durante la guerra llevaron a los obreros a una carnicería fratricida, después de la misma, eran los mejores sostenes del capitalismo tambaleante. En todos los países en que la burguesía ya no podía seguir siendo dueña de la situación, pasó el poder a los socialdemócratas. Además, se sumaba una relativa recuperación económica, que duraría poco, pero que era producto de planes de empleo para los soldados que volvían de la Guerra.
Lejos de todo esquematismo, para Lenin y Trotsky, había que pensar los problemas concretos de cada situación, de cada país. Impulsado por ellos, el Congreso examinó, ante todo, la situación de la economía mundial y abordó el problema de la táctica requerida para la nueva situación. La burguesía se fortalecía, al igual que sus servidores, los socialdemócratas. El momento de las victorias relativamente fáciles obtenidas por la Internacional Comunista en el curso de los años inmediatamente posteriores a la guerra, ya había pasado. Mientras se esperaban nuevos combates revolucionarios, había que reconstruir y fortalecer los partidos y conquistar las posiciones de los reformistas, como en los sindicatos, mediante un trabajo tenaz en las organizaciones obreras.
La ocupación de fábricas en Italia (1920), la huelga de Checoslovaquia, la insurrección de marzo en Alemania (1921), habían demostrado que los partidos comunistas, aun cuando combatían manifiestamente por los intereses de todo el proletariado, no podían derrotar a las fuerzas unidas de la burguesía y de la socialdemocracia si no contaban tras de sí con la mayoría de la clase obrera ni con las simpatías de las grandes masas del pueblo pobre. En el caso de Alemania en 1921, la acción prematura de la dirección del partido comunista alemán permitiría a la burguesía asestar un importante golpe a la vanguardia proletaria [2].
Por toda esta caracterización de la situación, el Congreso lanzó la siguiente consigna: “¡Hacia las masas!, es decir, hacia la conquista del poder, por la conquista previa de las masas, en su lucha y en su vida cotidiana”. (Subrayado nuestro)
En cambio, los sectores izquierdistas de la Internacional tenían una visión esquemática. No distinguían las distintas situaciones que se iban desarrollando en los distintos países. Planteaban que la táctica de la época era “de ofensiva”, determinada por acciones parciales contra el Estado y sus fuerzas represivas. Creían que estas acciones, combinadas con la difusión de las ideas comunistas, harían avanzar la conciencia de las masas para la toma del poder. Abandonando la tarea fundamental de ese momento, que era “ganarse a las masas desde adentro”, en los centros estratégicos del proletariado industrial. Esta visión desde afuera de las masas, los llevó a oponerse a intervenir en las elecciones parlamentarias y a todo trabajo en los sindicatos de masas. Una política sectaria que iba de la mano de impulsar la fundación de “sindicatos rojos”: sindicatos paralelos en los que sólo interviniesen revolucionarios o trabajadores influenciados directamente por ellos.
Para enfrentar estas tendencias, el congreso adoptó determinados criterios para el desarrollo de los jóvenes partidos comunistas. Lenin y Trotsky se oponían a quienes con acciones con barniz “izquierdista” arruinaban posibilidades futuras en países en los que faltaba preparar mejor a los partidos y no medían correctamente las relaciones de fuerza. La crítica estratégica de los dirigentes de la Revolución Rusa se basaba en su principal preocupación: las acciones fallidas podían retrasar los objetivos de la Internacional Comunista, que era la extensión de la revolución en Europa para instaurar Repúblicas de los Soviets en los países centrales. Ambos, en sus discursos y documentos, plantearon sugerencias valiosas en particular sobre el trabajo legal e ilegal; sobre todo en cuanto a la flexibilidad que debían tener los partidos en poder cambiar de un trabajo a otro, la organización y distribución de la prensa del partido, la creación de células (equipos) estructurados en las fábricas, entre otras.
Por eso, la orientación que ganó la votación ampliamente en este Congreso fue la que refería a “la táctica del Frente Único” con las organizaciones de masas.
La importancia del "Frente Único"
Tanto Lenin como Trotsky planteaban que, sin perder de vista el objetivo de los partidos comunistas de dirigir la revolución proletaria, la tarea de ese momento era lograr ganar a la mayoría de la clase obrera para conquistar las fuerzas necesarias para derrotar a la burguesía y su Estado y tomar el poder. Para ello, debían ponerse en pie partidos independientes, con un programa claro y, si bien no siempre estaba planteada la toma del poder, la lucha de clases no desaparecía. Ante la necesidad objetiva de la unidad en las acciones de las masas obreras, tanto para defenderse frente a los ataques del capital, como en la ofensiva contra éste, la táctica del Frente Único estaba planteada en todos los países donde el Partido Comunista no había aún alcanzado extender su influencia a la mayoría de la clase trabajadora.
Los comunistas debían apoyar la consigna de la mayor unidad posible de todas las organizaciones obreras que tuviesen incidencia en las masas en cada acción de lucha por sus intereses contra la burguesía. El Partido Comunista no debía aparecer como un obstáculo en la lucha cotidiana de los trabajadores, todo lo contrario. Debían demostrar que los comunistas eran los únicos que harían todo lo posible para ganar esas luchas aunque fuesen parciales y de esta forma ganarse la confianza de los obreros que pertenecían a las organizaciones reformistas. El Frente Único suponía llamar a acciones para “golpear juntos”, dentro de determinados límites, con las organizaciones reformistas, ya que éstas representaban aún la voluntad de fracciones importantes de los trabajadores en lucha. Ésta era la mejor manera de mostrar que los reformistas sabotearían la lucha y así ganar a sectores de masas, en pos de preparar al partido para cuando la toma del poder estuviese planteada nuevamente. Como decía Trotsky, siempre como organización independiente: “los comunistas participan en el frente único pero no se disuelven en él en ningún caso”. En la acción era donde las grandes masas debían convencerse de que los revolucionarios luchaban mejor que los otros, que eran más valientes y más decididos, y de que era necesario levantar un programa revolucionario.
Esta fue una discusión fundamental que seguirá incluso en el Cuarto Congreso (1922) y que serviría para comprender la pérdida de la estrategia revolucionaria, a partir del Quinto Congreso, es decir, después de la muerte de Lenin.
Notas:
1. La revolución comenzó en 1918 con un motín de marineros de la flota de Kiel que se negaban a seguir en la guerra. El 9 de noviembre el movimiento revolucionario obliga a renunciar al rey Guillermo II. Se convoca a una Asamblea Constituyente. Se forman los consejos de obreros y soldados (similares a los soviets rusos). Después de tres meses de doble poder la revolución es desviada por la socialdemocracia en el poder. En enero de 1919 comienza un proceso insurreccional que dura 5 días. El partido comunista recientemente fundado, llama a la toma del poder pero no puede ejercer un rol claro de dirección. La revolución es aplastada y los líderes son detenidos. Algunos, como Liebknecht y Luxemburgo, son asesinados.
2. En marzo de 1921, en las minas de carbón de Mansfeld, tuvieron lugar huelgas y ocupaciones de fábricas; el gobernador socialdemócrata envío al ejército y a la policía para terminar con el movimientos. El Partido Comunista Alemán, en lugar de denunciar la represión y llamar a la solidaridad desde una posición defensiva, llamó a la huelga general en todo el país y a la lucha armada. Del 22 al 29 de marzo se luchó heroicamente pero no hubo respuesta al llamado, por parte de las masas, y quedaron aislados del resto de la clase obrera del país. Todo terminó en una derrota con importantes bajas y miles de encarcelados. De esta forma, el partido perdió la influencia que tenía antes de marzo pasando de 350.000 miembros a la mitad. Para vencer no sólo era necesario la acción decidida de una vanguardia, sino también una estrecha relación del partido con los sectores de masas.