Este lunes su familia confirmó la noticia: David Bowie murió el domingo. Pero la obra de este artista diverso y multifacético hace concreta la metáfora del “paso a la eternidad” que dejó una profunda huella en la música y la estética de los siglos XX y XXI.
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Augusto Dorado @AugustoDorado
Martes 12 de enero de 2016
Pese a algunos lamentos hipócritas y falsos, por caso los de Ricardo Montaner o del Gobierno de Alemania (que lo calificó como “uno de los nuestros”), cabe tomar como genuinos a la gran mayoría.
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Es que la obra artística de David Bowie –que no se reduce en absoluto a la música- tocó a millones de personas de diversas generaciones: desde fines de los ´60, cuando empezó a hacer sonar su nombre propio elegido (el verdadero era David Jones) de la mano de su primer éxito SpaceOddity; pasando por cientos de miles de infantes que disfrutaron su papel como Jareth, el “Rey de los Goblins”, en la película fantástica Laberinto (1986); o los adolescentes que en la década del ´80 se deslumbraban con los innovadores videoclips de sus temas en MTV. Y Si no llegaba a ese público directamente, lo hizo a través de los miles de artistas a los que influyó.
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Aunque su paso por disciplinas como las artes plásticas (pintura y dibujo) quedan eclipsadas por su producción musical y cinematográfica, fue un artista imposible de encasillar ni en disciplinas, géneros, ni estilos. Ni siquiera se puede acotar a un solo nombre: fue a la vez Ziggy Stardust, Aladdin Sane (en juego de palabras entre Aladino e insano), Thethin White Duke (“el Duque blanco”, de la época en la que abordó el Soul con una originalidad inédita para un artista que no fuera de origen afroamericano), además de David Bowie.Y con todos sus diversos alter-egos trascendió.
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Como productor fue responsable del despegue de la carrera solista de artistas (y a la vez amigos a quienes admiraba) como Lou Reed (Transformer, 1972) e Iggy Pop (TheIdiot y Lustforlife, ambos de 1977) con quienes además coescribió varias de las piezas de estos álbumes de sus carreras tempranas, discos que están por lejos entre los mejores de la década de los ´70.
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Vanguardista en cada época que atravesó, colaboró y se asoció con centenares de artistas para dar nacimiento a nuevas innovaciones: desde las más arriesgadas como sus producciones de lo que se conoce como la “Trilogía Berlín” junto a Brian Eno (los discos Low, Heroes y Lodger), hasta las más episódicas y puntuales como el “UnderPressure” junto a Queen, “Fame” junto a John Lennon, o la versión de “Dancing in the Street” junto a MickJagger. Si no era sobre el escenario, era debajo: Bowie se interesaba por la obra de muchísimos de sus contemporáneos a quienes visitaba a manera de “apadrinamiento”, desde Television a Alicia Keys, pasando por Peter Gabriel, TheClash, Devo, MassiveAttack o NineInchNails, por nombrar sólo a algunos pocos.
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Cultor, creador e innovador en estilos tan disimiles como el Glam rock, el New Romantic, el Jungle, el pop de sintetizadores, podía pasar de uno a otro sin despeinarse; o mejor dicho sin necesidad de despeinarse porque se le conocieron tantos cambios de estilo en su carrera como imágenes o “looks”. Podía hacer desde un tema pegadizo para un comercial de Pepsi hasta música electrónica para videojuegos, siempre con el cine muy presente retroalimentando sus inquietudes compositivas y con la teatralidad como condimento de sus puestas en escena. El apodo de “camaleón” es quizá el que más se acerca para definir a un artista indefinible, diverso, inclasificable.
Ni siquiera se encerraba en los estilos en los que aprendía a moverse: entre sus preferencias podían encontrarse discos del Reggae más profundo como el “Forces of Victory” del poeta dub Linton Kwesi Johnson, álbum que recomendaba y valoraba entre los 10 mejores de la historia de la música, quien sabe si tal vez porque emanaba el clima de conflictividad social de mediados de los ´70 en su Brixton natal.
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Tampoco se aferró a costumbres o mandatos sociales y estaba asociado a la diversidad sexual, un poco por la imagen andrógina con la que saltó a la fama, más allá de no relacionarse abiertamente con la lucha por los derechos del movimiento LGTTB y a pesar de la ambigüedad de sus declaraciones públicas.
Podía ser sospechado de fascista (por algunas actitudes durante su años más sórdidos) hasta de admirador de Bertold Brecht, de quien interpretó la obra Baal y para la que compuso una banda de sonido. Tal vez su auténtico pensamiento se acercaba a una de sus declaraciones: “No serán los políticos los que terminarán con la opresión. Serán los radicales, con hedor en sus ropas, rebelión en sus cerebros, esperanza en sus corazones y acción directa en sus puños”. Independientemente de sus posiciones políticas, ese pensamiento es el que demostró con su carrera artística.
Pocas veces la metáfora del “paso hacia la eternidad” se hace tan concreta como con David Bowie: pese a su ausencia física, las huellas de su obra están presentes en casi todo lo que fue creado después de que este hombre cayera de las estrellas.