Domingo 29 de diciembre de 2024
La reciente decisión del gobierno de Dina Boluarte de incrementar el salario mínimo vital (RMV) a S/1.130 a partir de enero de 2025 ha encendido un debate en diversos sectores de la sociedad peruana. Este aumento, aunque pueda parecer un avance hacia el bienestar de la clase trabajadora, no es más que una ilusión cuidadosamente diseñada para mantener el statu quo. Al examinar esta medida, se pone de manifiesto la naturaleza explotadora del sistema capitalista, que perpetúa la desigualdad estructural y la precariedad del trabajador.
El salario como instrumento de reproducción del capital
Como bien explicó Marx en El Capital, el salario no es más que el precio de la fuerza de trabajo, determinado por el tiempo necesario para su reproducción. Incluso con este incremento, el nuevo salario mínimo apenas cubre el 57% de la canasta básica familiar, según cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Este dato confirma lo evidente: las necesidades de los trabajadores son continuamente sacrificadas en favor de la rentabilidad del capital.
El salario asegura que la clase trabajadora siga disponible para el ciclo del capital (D-M-D), garantizando un nivel de consumo suficiente para mantener su fuerza laboral sin emanciparla de la condición de asalariada. Lejos de cuestionar las bases de la acumulación capitalista, medidas como esta refuerzan su estabilidad, evitando el descontento social en momentos de tensión. Además, en un país donde el 80% de los trabajadores se encuentra en la informalidad, este aumento apenas beneficiará a una minoría, perpetuando la desigualdad del mercado laboral.
La vulgaridad del análisis neoliberal y la idealización del Estado burgués
No falta quien defienda la postura de que el mercado debe ser el único regulador de los salarios, como si la "mano invisible" de Adam Smith fuera capaz de generar justicia social. En realidad, esta mano no es otra cosa que un puño de hierro que golpea al trabajador para garantizar las tasas de ganancia del capitalista. En este sentido, el análisis neoliberal es más una defensa del privilegio que una propuesta económica.
Por otro lado, los reformistas también fallan al idealizar al Estado burgués como una herramienta capaz de redistribuir la riqueza de manera equitativa. Abogar por reformas tributarias o ajustes salariales limitados, como hacen figuras del Nuevo Perú, no es más que un intento de maquillar las contradicciones del capitalismo. Engels, en La situación de la clase obrera en Inglaterra, ya denunció estas estrategias como paliativos que distraen a los trabajadores de la necesidad de una revolución.
La destrucción familiar y la carga de la precariedad
La incapacidad de alcanzar siquiera la canasta básica no es un problema menor; es un drama cotidiano que desgarra el tejido social. Las familias trabajadoras se ven forzadas a sacrificar su tiempo, salud y estabilidad emocional para compensar las carencias. Padres que trabajan jornadas dobles, hijos que abandonan sus estudios para aportar ingresos y un desgaste constante que erosiona las relaciones familiares son el legado de un sistema que prioriza las ganancias por encima de la dignidad humana.
Los neoliberales, con su discurso tecnocrático, y los reformistas, con su fe en un Estado benevolente, ignoran deliberadamente esta realidad. Ambos enfoques son cómplices en la perpetuación de un modelo que no solo explota a los trabajadores, sino que también destruye sus lazos más esenciales. El análisis vulgar del neoliberalismo, que reduce la vida humana a cifras y porcentajes, y la ingenua creencia de los reformistas en un Estado neutral, son dos caras de una misma moneda: la defensa del capital.
El Estado como herramienta del capital
En este contexto, el Estado no es ni puede ser un agente neutral. Como señalaron Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, el Estado moderno no es más que "el comité que administra los asuntos comunes de toda la burguesía". El aumento del salario mínimo no es una concesión desinteresada; es una estrategia calculada para contener el descontento popular y asegurar la continuidad del sistema.
La oposición de la Confiep y otros sectores empresariales al aumento salarial es una muestra evidente de la lucha de clases. Estos grupos argumentan que la medida encarecerá los costos de producción y desincentivará la contratación formal. En realidad, lo que temen es cualquier amenaza, por mínima que sea, a sus tasas de ganancia. Este discurso no es más que la expresión de una clase parasitaria que vive de la explotación ajena.
Superar el capitalismo: única solución verdadera
Es comprensible que los trabajadores celebren cualquier mejora en sus ingresos, pero no debemos perder de vista que estas medidas son insuficientes para transformar las condiciones estructurales de explotación. Como advirtieron Marx y Engels, la emancipación de la clase trabajadora debe ser obra de la propia clase trabajadora. Esto implica superar las ilusiones reformistas y organizarse para una transformación revolucionaria.
La lucha no puede limitarse a exigir un salario mínimo más alto; debe apuntar a la expropiación de los medios de producción y la construcción de una economía planificada democráticamente. Solo así podrá el trabajador liberarse de la esclavitud asalariada y construir una sociedad donde las necesidades humanas prevalezcan sobre las ganancias.
El aumento del salario mínimo en el Perú es, en el mejor de los casos, un paliativo que no aborda las causas fundamentales de la explotación y la desigualdad. Tanto los discursos neoliberales que rechazan la regulación estatal como las posturas reformistas que idealizan al Estado burgués son insuficientes para resolver las contradicciones del capitalismo. La verdadera solución reside en la abolición del sistema capitalista y la construcción de una sociedad socialista que garantice el bienestar de todos, no el enriquecimiento de unos pocos.