La historia de dos prisioneros que comparten una celda en la Argentina de los años 70 vuelve a las tablas. Los viernes y sábados en teatro Buenos Aires, Corrientes 1699, CABA.
Viernes 6 de mayo de 2022 11:53
Con el renacer de la cartelera porteña en tiempos de pandemia y el agravante de la eterna crisis del teatro universal uno se atreve a sostener este universo. Por suerte, nuestro teatro goza de muy buena salud. Como consecuencia de este marco de reapertura de salas no es más que una maravillosa bocanada de esperanza, más aún cuando se encuentra con un texto de la autoría de Manuel Puig.
El beso de la mujer araña muestra a un estupendo contador de historias, abocado a la novela; con algunas obras de teatro que pocas vieron las tablas.
Ocurrente casi melancólico, en sus obras Puig supo coquetear con melodramas sin dejar de conservar una gran dosis de introspección en sus páginas. Algunas novelas de puño y letra fueron producidas al séptimo arte, tales como “Boquitas pintadas”, “Pubis angelical”; y claro la novela en cuestión “El beso de la mujer araña”, llevada al escenario del teatro Buenos Aires, bajo la dirección de Lidia Ambrosio, e interpretada por dos interesantes actores Oscar Giménez, con el personaje de Molina y Pablo Pieretti, cómo Valentín.
Resulta atrapante observar en escena a estos dos personajes tan diferentes entre sí, que se encuentran privados de libertad en tiempos muy hostiles, como fue la década del setenta en donde la tolerancia, no era moneda corriente ante las minorías. Y la homosexualidad al igual que la militancia revolucionaria se pagaba con humillación, tortura y desaparición.
Por un lado, esta Molina un vidrierista hombre maduro entrado en las cuatro décadas, homosexual. Estupendamente representado por Giménez que transita durante toda la obra con una soltura en el escenario que atrapa desde un principio sin moralizar y sin caer en los estereotipos de un homosexual grotesco y absurdo. Molina está acusado de tener amoríos con menores de edad disfruta con el deseo de ser mujer, ama a las mujeres ellas son lo más grande que hay. “Yo quiero ser una de ellas”; afirma entre risas y coqueteos. Esta convicción lo lleva a amar a las divas del cine de los años cuarenta. Este singular personaje pasa sus días contando historias del séptimo arte, pareciera ser la única salida de libertad para ambos que tanto anhelan en el más amplio sentido de la palabra. siendo este un recurso aliviador ante la dura realidad que llevan juntos.
Con el transcurrir de los minutos los personajes comienzan a revelar, ventilar su interior. Dan vía libre a los conflictos personales, sus frustraciones, el amor y un sinfín de etcétera que encarnan a la condición humana.
El famoso y esperado beso y; una escena de sexo entre ellos no tiene la misma fuerza de hace cuarenta años atrás por motivos obvios, hoy ya nadie se sorprende ver a dos hombres besándose fuera o dentro de una sala de teatro, pero en aquellos tiempos resultó suficiente para que los moralistas de turno la sentencien y padezca la censura de la época. Motivo por el cual la obra de Puig recién llega a Buenos Aires con los últimos coletazos de la dictadura del año 1983.
Molina pasa sus días contando historias, manifestando una suerte de homenaje quizás, un guiño que Manuel Puig, le hace al cine de teléfonos blancos, donde pasaba sus tardes de niñez refugiado. En las salas de General Villegas aquellas historias son rescatadas y llevadas al penal como elementos vitales para sobrellevar el encierro. Es la única salida de libertad para ambos que tanto
anhelan en el más amplio sentido de la palabra, un recurso aliviador ante la dura realidad que les toca vivir.
Junto a su joven compañero de celda, Valentín, interpretado por Pablo Pieretti, con una impecable ductilidad a la hora de cambiar de climas cuando el texto lo requiere. Por momentos casi violento otras amable, sensible, una labor escénica que no desentona con su par. Valentín no hace de, sino que es durante toda la obra un militante político apasionado y eso lo deja muy claro. Es un idealista de aquellos tiempos, bien podría ser Montonero o del P.R.T que tanta presencia han tenido en la convulsionada década del setenta. No hace más que leer, recordar a Marta, su novia, y adoctrinarse para cambiar una sociedad que con tanta hostilidad les trae.
“Prométeme que cuando salgas te harás respetar”, le dice a su compañero quien no solo vela por la salud del joven torturado, sino que también asume la responsabilidad de velar por la salud de su propia madre que pareciera lo único que tiene en su vida fuera del penal.
Existieron con el correr del tiempo hasta hoy diferentes puestas de El beso de la mujer araña, llevadas a cabo con el mismo texto adaptado por Puig y una muy buena versión musical de la mano de Valeria Lynch.
Pero sí habría que destacar alguna puesta de las que subieron a las salas porteñas, sin dudas mi sufragio iría para Valeria Ambrosio. Esto no significa que los trabajos de otros directores hayan quedado en la cuenta del olvido. Dicho esto, vayamos al grano, la dirección de Ambrosio no es pretenciosa ni mucho menos no está en la búsqueda de la sutilidad, en la dialéctica de los personajes, no se guarda nada, no anda con rodeos intelectuales ni interpretaciones rebuscadas. Es tajante y va de frente, no pretende hacer una lectura propia del texto diferente a la de Puig. No se arriesga, esto no es un desmerito sino todo lo contrario, en tiempos donde se despedaza un texto teatral y cae en el vacío desvirtuando el gen de la obra. Nada de eso aparece en el trabajo de dirección, no juega no incursiona con esa estética y paradójicamente transgrede y no lo hace desde un púlpito donde idealiza el texto, sino desde lo llano, humanizando los roles de cada protagonista con sus contradicciones, sus ambigüedades ,manifestando las verdades de estos personajes, porque en tiempos de hipocresía la verdad se convierte en un
hecho absolutamente revolucionario y ahí desemboca el mérito de su dirección.
Hay una voz en off que es la máxima autoridad del penal, sobornando a Molina para que sustraiga información de sus compañeros a cambio de su libertad. Pero también está Valentín que le da información dónde y de qué manera llevar adelante la eficiente tarea de estafeta cuando salga de la cárcel. El final con el diario del lunes es previsible, pero habrá que verla.
Ficha técnica
Autor: Manuel Puig.
Directora: Valeria Ambrosio.
Intérpretes: Pablo Pieretti y Oscar Giménez.
Voz en off: Héctor Fernández Rubio.
Escenografía: José Palumbo.
Iluminación: Valeria Ambrosio.
Música: Alessio Ambrosio.
Teatro: Buenos Aires, Rodríguez Peña 411,CABA.
Funciones: Viernes y sábados, a las 20hs
Duración: 90 minutos.