Las compañías multinacionales chocolateras Hershey, Mars y Nestlé aún no pueden garantizar que sus dulces no se hacen a base de trabajo infantil en África.
Óscar Fernández @OscarFdz94
Viernes 2 de agosto de 2019 00:34
¿Cómo llega a nuestras manos el dulce de chocolate que compramos en las tiendas o en los cafés? Generalmente nunca nos lo cuestionamos.
El chocolate como lo conocemos es la expresión del mestizaje en México y Latinoamérica. Originario de América, la palabra proviene del náhuatl xocolatl (probablemente de los vocablos "chocoxtic", marrón, y "atl", agua; "agua marrón), pero al ser llevada a Europa se combinó con la repostería del Viejo Continente, particularmente la leche bovina que en el Nuevo Mundo era imposible conseguir.
El chocolate como lo conocemos dejó de ser la bebida amarga y picante que solían tomar los tlatoanis de la gran Tenochtitlán y comenzó a ser producido de manera dulce. Actualmente hasta lo podemos encontrar con distintas combinaciones de colores y sabores; gran paradoja: el "agua café" de los mexicas ahora es sólida y comestible.
La industria chocolatera ha sido, en la época del capitalismo, testigo del surgimiento de grandes multinacionales dedicadas exclusivamente a la producción de estas golosinas. Tal es el caso de los Kisses de Hershey’s, el Nesquik en polvo de Nestlé y los M&M’s de Mars.
Pero para que esos dulces los podamos comprar en la tienda de la esquina hay todo un proceso oscuro del cual las compañías de este sector preferirían no mencionar: el trabajo esclavo e infantil que mancha todos sus productos. Una situación que lleva décadas reproduciéndose.
El rastro neocolonial de sangre
La mayoría de los productos chocolateros usan cacao cultivado en África occidental. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), Costa de Marfil es el país que más produce cacao. Al año produce cerca de 1600 millones de toneladas de cacao que son compradas por las trasnacionales ya mencionadas.
En estos países, la pobreza es rampante, y mucho tienen que ver tanto las recetas neoliberales del Fondo Monetario Internacional (FMI) como la constante sujeción a la órbita imperialista francesa. En 2017, el FMI aprobó un crédito de 133,8 millones de dólares para Costa de Marfil.
De igual forma, Francia ya ha enviado tropas en años anteriores para asegurar sus intereses (y el de sus compañías) mientras en la zona crecía la inestabilidad política. De esta manera no sólo mantiene el saqueo neocolonial de recursos, sino que además asegura a la clase dominante quién realmente sigue marcando la pauta; recordemos que Francia ha impuesto una deuda a estos países por independizarse. En particular, en Costa de Marfil, durante el mandato de Laurent Gbagbo, el país sufrió bloqueos de divisas y envío de tropas galas por plantearse cambiar su moneda nacional.
Esta situación es la que empuja a las poblaciones de los países francófonos de esta zona al paro crónico, la pobreza y el desempleo. Desesperados por obtener ingresos, varios comienzan a trabajar desde edades muy tempranas.
Cacao y trabajo infantil
En Costa de Marfil se han reportado casos de chicos de 12 años, los cuales trabajan en granjas haciéndose pasar por mayores de edad. De ellos y sus hermanos dependen sus familias empobrecidas; varios son migrantes de las vecinas Mali y Burkina Faso.
Ante esta situación escandalosa y aberrante, las denuncias no han faltado, pero los responsables juegan una siniestra parodia de la "papa caliente" echándose la culpa unos a otros. Las multinacionales argumentan que no pueden hacer nada porque no pueden garantizar que efectivamente no hubo trabajo infantil en la elaboración de sus golosinas. Esa fue la respuesta de los representantes de esas empresas ante la incómoda pregunta que les hicieron a principios de este año según reportó el Washington Post.
En un reporte hecho en 2015 por la Organización Internacional del Trabajo, se estima que en el país, cerca de 19 mil niños trabajadores son esclavos laborales y víctimas de redes de tráfico de personas. La revista Fortune calculó que 2 millones de niños realizan los trabajos más extenuantes en el proceso de recolección de semillas de cacao.
Los granjeros argumentan que ellos no sabían que muchos de los niños en sus granjas son menores de edad y víctimas de redes de trata, el gobierno marfileño señala a los migrantes y las multinacionales como los responsables de que este ciclo se perpetúe, etc. Nadie, según ellos, tiene la culpa, y a la vez todos ("menos yo", dicen tácitamente).
¿Qué perspectivas hay?: Un debate necesario
En redes sociales no es raro ver a usuarios responder de manera casi irónica las publicaciones de las grandes marcas que pretenden lavarse la cara con sus obras de caridad. Como eb esta respuesta a un tweet de Uber Facts describiendo la escuela privada de Hershey’s que acepta gente de escasos recursos:
The Hershey Company also enslave children in Africa and are paid little to NO MONEY and are beaten if they try to escape. As a chocolate lover, FUCK HERSHEY’S. Do your search. https://t.co/stuPsUnAaE
— diana beatris :)) (@dropdeadiana) July 14, 2019
"Hershey’s también esclaviza niños en África, les paga muy poco dinero y los golpea si tratan de escapar. Como amante del chocolate, digo que se joda Hershey’s. Investiguen bien"
"Hershey’s también esclaviza niños en África, les paga muy poco dinero y los golpea si tratan de escapar. Como amante del chocolate, digo que se joda Hershey’s. Investiguen bien"
Junto a esto está una postura muy repetida de llamar a boicotear a las empresas, esto siguiendo la lógica del capitalismo bajo la ley de la oferta y la demanda: si la demanda cae, las empresas se verán obligadas a tomar medidas más contundentes ante la pérdida de ganancias que genera el cese del consumo por parte de los usuarios. Pero esta lógica no ve que el boicotear también afecta a quienes trabajan en los plantíos de cacao y que subsisten, aunque sea bajo condiciones miserables, del raquítico salario que reciben.
El capitalismo ideó, aparentemente, una trampa perfecta: si no consumes, también matas de hambre al trabajador explotado; si consumes, eres cómplice de la explotación que denuncias. Sin embargo, este problema ya había sido analizado desde tiempos de Marx y Lasalle.
Bajo el capitalismo no existe ninguna forma de consumo ético, pero el problema yace en la forma de producción, no en el consumo. Quien obtiene la mercancía para su uso (aterrizando: comprar una bolsa de M&M’s en la tienda de la esquina) no puede responsabilizarse de una situación que ni conoce y mucho menos está bajo su control directamente; la bolsa de M&M’s ya tiene manchas de sangre.
Esto no quiere decir entonces que la situación sea perpetua. Por el contrario, para eso es necesario no sólo el reparto de tierras, sino erradicar el ya mencionado yugo neocolonial de los países de África Occidental. En Costa de Marfil, la deuda externa asciende a cerca de 12,84 miles de millones de dólares, lo que equivale a 47% de su PIB.
A punto de entrar en la tercera década del siglo XXI, el capitalismo sigue manteniendo de manera velada la esclavitud y explotación laboral infantil.
Óscar Fernández
Politólogo - Universidad Iberoamericana