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Red Internacional
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CINE // MUESTRA DOCA 2015. El cine como forma de conocer el mundo

El sábado 21 a las 17hs. en el Cine Gaumont se proyectará en la Muestra DOCA “Crónica de un comité” de José Luis Sepulveda, una oportunidad única de ver un film imperdible.

Sábado 21 de noviembre de 2015

En una Masterclass (así llaman pomposamente los festivales a las charlas de los directores) en Pamplona, España, Ignacio Agüero, un gran y poco conocido documentalista chileno, citando a Bergala daba una definición reveladora sobre el sentido del cine (o de su cine): “Lo político en el cine, como en el arte, consiste en hacer aparecer lo que no ha aparecido hasta ese momento, y eso requiere la exploración de nuevos lenguajes que hagan aparecer lo que no ha sido dicho, en vez de reproducir algo que ya se sabe y se conoce. Un cineasta digno de este nombre no es un cineasta que hace su película principalmente para decir lo que tiene para decir acerca de un determinado tema, incluso si ese tema es crucial. El verdadero cineasta es trabajado por una cuestión, que a su vez su película trabaja. Es alguien para quien filmar no es buscar la traducción en imágenes de las ideas de las que ya está seguro, sino es alguien que busca y piensa en el acto mismo de hacer la película”.

“Crónica de un comité” del también chileno José Luis Sepúlveda, que se proyectará en la muestra DOCA (Sábado 21 a las 17hs, en el Cine Gaumont), parece cuadrar perfecto en esa definición. Film crónica que transita junto a los protagonistas el proceso de lucha (política, íntima y familiar) por justicia en la muerte de Manuel Rodríguez, víctima de una bala policial en el marco de una manifestación de la CUT.
Lo que comienza como un clásico documental informe de una lucha popular, se transforma en una reflexión sobre la política en su sentido más amplio. Sepúlveda da cuenta de la lucha no como un proceso racional donde la táctica y la estrategia acapara el mapa de las acciones, sino como un entramado de vínculos sociales, familiares, psicológicos que interactúan y dialogan con una complejidad pocas veces visto en el cine político contemporáneo.

Manuel Rodríguez pertenecía a los sectores populares chilenos, no tenía militancia y su familia pertenece a la iglesia evangélica. El asesinato del joven los ubica al frente de un combate que no estaban dispuestos a dar y de la cual van adquiriendo las herramientas sobre la marcha. Pero en ese proceso aparece el Estado con todas sus armas. Desde la intervención de los ministros, el intento de comprarlos mediante dadivas, hasta, quizás la escena más fuerte del film, los pastores carabineros que visitan a la familia convenciéndolos de que la muerte de Manuel es obra de Dios. El único que parece resistir esa tesis es Gerson, su hermano, que continúa manteniendo viva la llama del Comité por justicia y la lucha por terminar con la justicia militar (el sistema por el que la propia fuerza juzga sus actos ilícitos). Sin embargo, Gerson no será un héroe militante impoluto. Él tiene una contradicción poderosa, que manifiesta con cierta vergüenza, la muerte de su hermano lo ha convertido en una popularidad que sale en los medios de comunicación, se dirige a miles en manifestaciones y tiene la cuenta de Facebook llena de solicitudes de amistad. Ese rol lo atrae, disfruta de ser maquillado antes del show televisivo y siente estar cumpliendo un sueño imposible para un joven pobre que además es inválido y se translada en una silla de ruedas.

La película no juzga, trata de entender, y esa es su potencia subversiva. Asumir que los procesos políticos están conformados por seres humanos que son parte de esta sociedad, y que este mundo debe transformarse con ellos. No pone a seres ideales al frente de la batalla, nos pone a nosotros, con nuestras miserias, nuestros sueños y nuestra potencialidad. En otra escena de la película, el militante por los derechos humanos y organizador del comité está en su pequeña habitación, en voz baja, casi en secreto, reflexiona: “Este cuarto es un desorden, pero no importa porque se trata de cambiar el país” luego, en sombras, se agarra la cabeza, triste y solitario. La cámara gira mostrando un cuarto atiborrado de fotocopias y ropa “Ese es el objetivo, vamos a cambiar el país”. Como en todo el film se ve que la lucha no es gratuita, exige sacrificios, pero esta idea que parece ser de sentido común toma, en este paneo del cuarto, una intimidad que le da un valor inédito.

“Crónica de un comité”, fiel a su idea, está filmada como una película colectiva, donde los protagonistas también son dueños de la cámara y los planos. Es un film crudo que por momentos puede irritarnos, pero ese enojo durará lo que nuestra conciencia tarde en darse cuenta que lo que nos perturba es ver la realidad de tan cerca y tan difícil de encerrar en nuestras categorías. Luego, permanecerá en nosotros, como la idea fija de que la realidad debe ser constantemente problematizada.

En definitiva, este film cumple el cometido más transformador del cine. Descubrir lo complejo del mundo que está frente a nuestros ojos pero que tanto nos cuesta ver.

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