En la función de prensa de Jauja (2014) sucedió, tal vez, lo que nadie esperaba. La sala de proyección estaba repleta de periodistas que aguardaban con expectativa la última película de Lisandro Alonso.
Diego De Angelis @DieDeAngelis
Viernes 28 de noviembre de 2014
En la función de prensa de Jauja (2014) sucedió, tal vez, lo que nadie esperaba. La sala de proyección estaba repleta de periodistas que aguardaban con expectativa la última película de Lisandro Alonso. Las luces se apagaron puntuales. Primera escena: el protagonista mantiene una conversación con su hija en danés. La disposición de la cámara sugiere más de lo que muestra: él se encuentra de espaldas, ella de frente. Su diálogo expresa un tibio, casi tierno, desacuerdo. Ella algo parece pedirle, algo que él gentilmente rechaza. Podemos escuchar lo que dicen, pero lo que no podemos es comprenderlo, porque no hay subtítulos de las palabras que intercambian. Su ausencia provoca, al principio, un leve estupor general que se desvanece rápido; el público supone que no es sino un artificio del director para producir aquello que suelen producir sus películas: extrañamiento. La escena termina. En las próximas, los personajes dialogarán mayormente en castellano. Cerca del final, sin embargo, aparece una nueva escena, más extensa que las otras, hablada enteramente en danés, sin subtítulos que permitan significarla. El público –según se percibe- no se hace problema, acostumbrado a la falta de sentido, lo busca en otro lado. Cuando esa escena llega a su fin, de pronto se encienden las luces, e irrumpe en la sala Viggo Mortensen, quien anuncia, ante el desconcierto de todos, lo siguiente: “Disculpen, soy Viggo. Nos acabamos de dar cuenta de que están viendo la película sin subtítulos”. Entre risas y quejas, deciden cambiar la copia. La conferencia de prensa posterior, con la participación de Alonso, Mortensen y Casas -coguionista del film- giró, como era de esperarse, alrededor del “blooper técnico”. Muchos periodistas exigían aclaraciones, la traducción exacta de ciertos parlamentos incomprensibles. Viggo, con su reconocible buen humor, intentaba recordar algunas de sus líneas en danés. Hasta que Fabián Casas, quizás un poco cansado por la necesidad de literalidad del público, agarró el micrófono y ofreció su propia explicación del desperfecto, su propio análisis de la gran película de Alonso: “Una vez me perdí en Estambul. Me metí en un bar y me senté en una mesa con un turco, enfrentados; eran como las dos de la mañana y estábamos tomando mucho alcohol. El turco hablaba en turco y yo en español, pero logramos establecer un vínculo. Le contaba cosas de mi vida, el alcohol a mí me pone muy emotivo. Le dije un montón de cosas y el tipo asentía. Después fue el turno del turco. Ahí me dí cuenta que no había subtitulado, pero entendía todo perfectamente. Me sentía hermanado con él. Espero que con la película que hizo Lisandro pase lo mismo y logre trascender las palabras. El comienzo de la película, la famosa escena sin subtítulos, es una escena de culto. Cuando una película esta puesta en estado de pregunta, como un gran poema, lo que hace el espectador es poner su propia experiencia”.
Diego De Angelis
Nació en Buenos Aires en 1983. Licenciado en Letras en la UBA, escribe sobre literatura y cine en diferentes medios. Programa y coordina el ciclo "Cine para lectores".