A tono con las prácticas individualistas del capitalismo, el gobierno también da cuenta de la concepción que tiene del lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Miércoles 20 de julio de 2016 09:49
227 años después de la toma de la Bastilla, Francia arde y el movimiento obrero francés se organiza porque los lemas que dieron vida a la Revolución, materializados en la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre aprobada el 26 de agosto de 1789, a pesar de haberse constituido en los valores de referencia de la historia de la modernidad, agonizan cotidianamente.
A pesar de la consagración del lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad, son las condiciones materiales de existencia las que, en adelante, y con la conformación de las relaciones de trabajo capitalistas en la era industrial, movilizan a los ciudadanos cada vez que sea necesario en pos de un cambio, una reforma, en la búsqueda de la justicia y equidad. Los ideales utópicos de la bandera tricolor, son actualmente eso: ideales emancipatorios con los que se atraviesan sendas distopías.
A tono con las prácticas individualistas del capitalismo más aberrante, en cada pasillo de los subterráneos de Buenos Aires, el gobierno de Mauricio Macri ha decidido también dar cuenta de la concepción que su gobierno tiene del lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Así, con motivo a la conmemoración del bicentenario de nuestra independencia –que dejó de ser hace rato Independencia para ser "independencia"–, en un rosa chicle chillón estamparon las paredes diciendo: “Celebremos juntos que el futuro depende de cada uno de nosotros”.
Parece ser que oportunamente, y junto con la tendencia neoliberal de las últimas al menos tres décadas, el gobierno también ha olvidado que los individuos, los ciudadanos, no somos continuos. Por el contrario, cada uno de nosotros es una construcción social. ¿Cómo puede entonces pesar sobre cada uno de los ciudadanos argentinos –y del mundo– el destino de ser responsables del futuro?
Somos víctimas de un tiempo donde lo único que es realmente libre es el mercado.
Los trabajadores tasados como las vacas listas para el matadero, batallan en sus conciencias en la línea de montaje frigorífica. Algunos se unen y juntos enfrentan al resero. Otros en la imposibilidad de concebirse en conjunto deciden caminar solos.
En esa imposibilidad, han sumado además la malsana costumbre de castigar y culpabilizar socialmente a quienes, marginados, “no pueden valerse de sí mismos”. Las posibilidades de algunos individuos se maximizan por sobre las de otros, y los ciudadanos que no pueden acceder al mercado de trabajo propuesto son descalificados socialmente.
Los trabajadores aislados, se miden en virtud del salario que ganan, de la posición –intercambiable–que ocupan, de los alcances profesionales que como individuos han logrado. Cada trabajador se encarga de su recorrido profesional por separado y se desdibujan los colectivos. Todas las responsabilidades de su propio destino, recaen sobre el propio individuo, y el “trabajo en equipo” es patrimonio exclusivo de los capitalistas para evadir responsabilidades personalistas.
Apoyados por los medios masivos de comunicación, aprehendemos casi diariamente que cohabitan en los límites de la sociedad una especie de sub-ciudadanos: aquellos que “no puede sustentarse por sí mismos”. La desigualdad en el Globo se ha agravado sustancialmente (los ricos son aún mucho más ricos y los pobres aún mucho más pobres), y se han implementado mundialmente nuevos sistemas de protección social: transformaron el régimen que posibilitaba garantizar algunas de las condiciones básicas de existencia y lo han aggiornado en términos de costos-beneficio: la solidaridad se mercantilizó y la “caridad” es el resultado de una obligación casi fiscal.
La emergencia de formas inferiores de ayuda, convierte el futuro de cada ciudadano que padece la pobreza y la marginación, en al menos, algo incierto. Con subsidios que son inferiores a seguros de desempleo, los capitalistas nuevamente ganan suntuosas sumas que extraen de la sangre de una porción de la población que, con la lógica de la contraprestación, sigue sin convertirse en un ciudadano de pleno derecho, y sin poder acceder a un trabajo y a una vivienda digna. No se brinda ayuda a quien no trate de ayudarse a sí mismo: atrás quedaran también la igualdad y la fraternidad, que serán cambiadas por la supervivencia del “más apto” –e inescrupuloso– y del “Sálvese quien pueda”.
El individualismo está ganando adeptos y se aplica por igual en contextos muy diferentes: en diferentes escenarios, la solución se torna entonces la misma, insuficiente e injusta. La injusticia aplicada con un plan sistemático, se presenta además con nuevos y brillantes espejos de colores donde se reflejan las reinantes distopías.
Con la detención de la propiedad social rota, el individuo tiene que ser autosuficiente: ya no importa si son capitalistas encerrados en islas desiertas viviendo como únicos habitantes del mundo, o si son familias enteras durmiendo en sectores de la plaza destinados a que caguen los perros.
Decía Jean Paul Sartre: “Uno es lo que hace con lo que hicieron de él”; pues bien, parece ser que nada bueno están haciendo con nosotros.
La televisión trasmite 24 horas al día contenidos volátiles, que incitan al consumo, que delinean y corroen el carácter; y la conciencia de clase del ser trabajador, se adormece en cada emisión. En fellinesca actitud vuelan bolsos repletos de dólares en los conventos, descubren multimillonarias cuentas que pertenecían en principio a gente muerta y después resultan ser de gente muy viva; aparecen por el misterio y el azar de las cosas paraísos fiscales en islas de nombres impronunciables, nunca nadie se interesó tanto por la dinámica de una excavadora y el tipo cuyos ceros en la cuenta no se pueden contar, invita a la población –que ya perdió más de 20 personas por el frío– a “no andar en patas”.
En la Argentina la corrupción no tiene letras. No es propia de la letra K o de la letra M: hay 1185 multimillonarios cuya fortuna representa 0.5 veces la inversión del Estado en educación y equivale el 26% del Producto Interno Bruto. Para que aquellos que tienen los ingresos más bajos alcancen a obtener los ingresos mensuales de uno de los capitalistas en cuestión, deberían trabajar 189 años y 5 meses, costándole a un multimillonario tan solo 20 minutos, obtener lo que aquel obtiene en un mes. Esa ganancia del multimillonario, representa 429 veces lo que gana un pobre en Argentina*.
De un lado y del otro, los medios de comunicación desvían la atención, y vemos posiciones encontradas en dos bandos opuestos de similares características. La indignación llega finalmente, pero solo cuando la ostentación exagerada visita la novedad. Mientras tanto, cotidianamente y con la conciencia de clase adormecida, el tipo que uno tiene al lado en el colectivo, padece las mismas injusticias cotidianas.
Asistimos a un tiempo de incertidumbres. Quiénes son los dueños del capital y a qué clase pertenecemos no debería ser una de ellas.
Libertad, Igualdad y Fraternidad siempre.
*Fuente: OXFAM (OXFAM/Iguales o en CLACSO/AgendaIgualdad)