Fernando fue explotado en jornadas de 16 a 18 horas diarias por el frigorífico Frideza. Cayó en una depresión aguda y ahora fue despedido, un caso puntual para una problemática generalizada
Lunes 13 de abril de 2020 10:40
Hoy asistimos a una crisis mundial que ha desencadenado la pandemia del Covid 19 en todo el mundo, pero encontrarnos hoy en esta situación no es causa directa del coronavirus, es el resultados de políticas capitalistas que destruyó por completo el sistema sanitario mundial con enormes rebajas en los presupuestos nacionales que iban dirigidos a las salud pública. La tercerización y precarización de la clase trabajadora, apoyada por legislaciones que buscan reducir “los gastos” que el capital empresarial debería invertir en cuidar a las y los trabajadores, dejaron por cuenta de la clase trabajadora los propios cuidados en salud y aportes previsionales. ¿Qué hacen hoy los y las trabajadorxs despedidos, suspendidos, a los que se les rebajan los salarios cuando aún además de tener que proveer a sus familias en un contexto de crisis deben afrontar todos los gastos en cuidados y precauciones en materia de salud de todo su entorno? ¿Cómo hace un trabajador que, como la mayoría, sufre los embates y padecimientos propios de ser explotado en los tiempos modernos? ¿Qué le queda a un trabajador despedido con padecimientos mentales, provocados por la explotación patronal, cuando sus gastos superan ampliamente un sueldo con el que ya no cuenta? Fernando nos da testimonio de una situación que en los tiempos modernos no es rara, y por el contrario en este contexto de crisis que vivimos tiende a expandirse exponencialmente.
“Durante los tres primeros años que trabaje en Frideza sufrí una explotación terrible. Mi hijo acababa de nacer y no me quedaba otra que aceptar cualquier trato que me propusieran. Las jornadas de trabajo eran de 16 a 18 horas diarias en sectores donde había trabajo para tres o cuatro personas pero todo lo tenía que hacer yo solo y nunca me pagaron horas extras. Con el tiempo mi cuerpo y mi mente me empezaron a pasar factura: ataques de pánico, depresión aguda y una sensación terrible de que no tenía otra alternativa. Mi hijo creció sin verme en casa, yo vivía sin estar con mi familia, todo por el mismo sueldo de 9 horas por el que me habían contratado. Hasta que no di mas y tuvieron que internarme en un neuropsiquiátrico. Cuando me dieron el alta me permitieron quedarme en mi casa una semana pero sin goce de sueldo. Tuve que volver a trabajar enseguida bajo las mismas condiciones que me habían llevado a este estado. Eventualmente me volvieron a internar dos veces más… Perdí a mi familia, mi hijo se fue con su madre a vivir a otra ciudad y yo volví a caer una depresión aún más aguda que se intensifico por un insomnio descontrolado. Hace una semana me cambiaron la medicación… la aumentaron en realidad y eso me desestabilizo por completo, me dejo sin fuerzas y estuve dos días para poder mejorarme lo suficiente para volver al laburo. Cuando llegue me dijeron que me habían dado de baja, que estaba despedido. Después de seis años de haber perdido todo por cumplir con ellos me dejaron en la calle, sin indemnización y en el peor escenario posible porque en este momento no puedo ni salir a la calle a vender pan casero…” “Hoy no sé qué voy a hacer… es posible que termine en la calle. No puedo afrontar mis medicamentos, no puedo pagar las consultas psiquiátricas porque me quede sin cobertura, mi hijo igual… si se enferma no tengo como hacerme cargo, y si no se enferma tampoco tengo como hacerme cargo… no sé qué voy a hacer. Frideza ya me dio la espalda”
La depresión incluye síntomas como pérdida del sentido de la vida, inhibición, desesperanza, sentimientos de vacío, infelicidad, un malestar indefinible y generalizado, desinterés en el cuidado personal y cualquier actividad que antes fuera gratificante, insomnio o hipersomnia, fatiga o pérdida de energía, dolores de cabeza, trastornos alimenticios, disminución del deseo sexual, dificultad para pensar y concentrarse, ansiedad, sentimientos de culpa y de inutilidad, y de un profundo e incontrolable sufrimiento. Algunas de las consecuencias que tiene son abandono del trabajo o de los estudios, conflictos con la pareja y/o la familia, alcoholismo y drogadicción; así mismo, depresión no es igual a suicidio, pero sí es una posibilidad que aparece en situaciones graves. El nivel de depresión (leve, moderada o grave) dependerá de la historia psíquica de cada sujeto, y de los recursos con los que cuente cada uno, como son las redes de apoyo de familiares y amigos. La historia de Fernando no es especial ni única, es un lugar harto común en las sociedades que están enmarcadas dentro del sistema moderno de producción capitalista.
El capitalismo es un monstruo que se devora a sí mismo.
Karl Marx planteó en una conocida cita que el capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y el ser humano. Esto es cierto, aunque a veces malinterpretado en tan sólo el plano material. Mientras consume a velocidades de vértigo los recursos materiales y la fuerza de trabajo humana exprimiendo al límite a sendos proveedores bajo la imperativa orden de la demiúrgica mercancía, acaba también con la psique humana.
La precarización de las condiciones de vida son el principal factor que introduce a la mayoría de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud a la miseria y la pobreza, esto como consecuencia de los sueldos de hambre, los altos costo en la educación, la salud y el transporte, además del nulo acceso a la vivienda, junto con las pensiones que no alcanzan para cubrir la vejez, han arrojado a miles de personas a la depresión y el estrés por no poder mantener a sus vidas y la de sus familias.
El principal problema que arroja a la mayoría de la población a la depresión y el estrés, son los altos costos de la vida, los cuales no nacen porque si, son consecuencia del actual modelo capitalista que se encargó de construir una sociedad completamente mercantil donde la explotación de una clase por otra solo ha traído riquezas para un sector minoritario, mientras que a las y los trabajadores se mantienen viviendo con bajos salarios trabajando extensas jornadas laborales desgastando nuestra vida.
De la individualización de la depresión y la salida que realmente se necesita
En general el tratamiento que se da a esta problemática es la medicalización que se inscribe en el discurso individual y garantiza las ganancias de las grandes farmacéuticas; estas medidas sólo buscan paliar los síntomas pero no llegan a la raíz del problema, buscan tapar el sol con un dedo. Cada vez es más frecuente la medicación a temprana edad, ya sea por depresión, insomnio o “hiperactividad” en los niños; lo que provoca que los sujetos se conviertan en seres dóciles y productivos, si se preguntaban como la medicalización beneficia al capitalismo… ahí lo tienen.
Es necesario construir y fortalecer los lazos familiares y sociales que se ven fracturados por la competitividad, como pueden ser los lazos de solidaridad entre los y las trabajadoras, para que el sujeto esté mejor armado anímica y psíquicamente para enfrentar estas condiciones. Cualquier solución que no busque la transformación radical de la sociedad será impotente ante la problemática que se desencadena a partir de la precariedad de la vida y que nos arranca el deseo y el sentido de vivir.
Fuentes:
Laura Aparicio, Depresión como fenómeno social en el capitalismo. Ana María Fernández, Jóvenes de vidas grises: psicoanálisis y biopolíticas.
Lilia Esther Vargas, Lecturas de la depresión