Venezuela está en su crisis más profunda en más de un siglo. Los últimos 20 años ha estado bajo un gobierno que –a partir de cierto momento– se declaró “socialista”. Ante el innegable fracaso en que ha terminado el chavismo, se discuten los balances y las alternativas, discusión que pasa, inevitablemente, por definir en manos de quién deben estar la renta petrolera y el conjunto de la economía. En un recorrido por la historia del siglo XX nacional, hasta llegar al chavismo, queremos mostrar cómo este, que ha sido el fenómeno político y social más izquierda que ha tenido la historia nacional contemporánea, conservó sin embargo importantes elementos de continuidad con “el pasado”, sin avanzar en esas rupturas históricas que permitirían sentar las bases para superar la dependencia y el atraso.
La catástrofe actual
Al terminar 2019 el país habrá acumulado una caída del Producto Interno Bruto (PIB) de casi 60% en seis años, una verdadera catástrofe económica y social. Es una cifra superior incluso a la caída del PIB de países que han pasado por guerras y las respectivas destrucciones de insfraestructuras, vías, fábricas, muertes de millones de personas y la sustracción de grandes contingentes de trabajadores a la esfera laboral para llevarlos a engrosar los ejércitos. Nada de eso ocurrió en Venezuela y, sin embargo, la producción de valores ha caído más incluso que en algunos de esos casos.
La producción de petróleo ha caído a niveles de 1940, es decir, 80 años atrás. Las grandes empresas básicas (hierro, acero, aluminio) están quebradas. La infraestructura del país está en un estado calamitoso, de colapso sin precedentes, como si se hubiesen combinado desastres naturales y un conflicto bélico: el estado de los servicios hace inviable la más elemental rutuna cotidiana en muchas partes del país. Es severa la escasez de medicinas, alimentos, repuestos de todo tipo (desde los que requieren las maquinarias y equipos de producción, hasta los de automóviles y artefactos del hogar), y en general productos tan elementales como el material para el papel moneda circulante, los tickets del metro o los pasaportes.
La pobreza y la miseria se han extendido más veloz y agresivamente que en crisis previas. Enormes porciones de la población (tanto mano de obra rasa como cualificada) han dejado el país forzadamente, como nunca antes, siendo ya la migración más grande en la historia de América Latina en tan corto tiempo. El salario no solo está en el nivel más bajo nunca visto en la historia nacional, sino que es ya quizá la destrucción salarial más drástica en la historia del capitalismo moderno: es casi inexistente, equivale a 2 US$ al mes (0,06 dólares por día). La caída brutal de todos los índices de salud de la población determina, entre otros dramas, una durísima afectación de un sector específico, como el de las mujeres/madres pobres, con restricciones nutritivas que las afectarán por el resto de sus vidas, así como unos niveles de desnutrición en recién nacidos e infantes que afectará seriamente a esa generación. Con el colapso de las instituciones educativas en todos los niveles (tanto primaria como secundaria y universitaria), por la ruina de su infraestructura, lo irrisorio del presupuesto y la deserción masiva de docentes, estudiantes e investigadores, la educación e investigación científica acusan un desmantelamiento de consecuencias duraderas. Por si faltara algo, las reservas internacionales están en uno de sus niveles más bajos en la historia nacional y el país está endeudado hasta el cuello.
Es la ruina nacional y la quiebra del Estado. No es una crisis más, sino la más importante del país en toda su historia como país petrolero y, dependiendo del curso que se adopte, puede afectar incluso el propio estatus del país, profundizando seriamente su condición semicolonial.
¿Los empresarios (+ inversión extranjera y FMI) al rescate?
Ante este cuadro, y ante el hecho que se ha desarrollado bajo un régimen político durante el cual se ampliaron la participación pública en la economía y el “dirigismo” del Estado, hay cierto sentido común compartido por casi todo el arco político (incluso en el gobierno y en el “chavismo disidente”), que contempla al capital privado como agente natural para salir de la situación actual, en combinación con nuevos préstamos e inversiones desde el capital transnacional. Hay sus matices y diferencias, por supuesto, sin embargo, todas dentro de ese marco común.
La crisis es verdaderamente profunda y severa, no se la puede pensar superficialmente. Por supuesto, es desde todo punto de vista imposible comprender el atraso nacional sin contemplar su inserción (subordinada) en el conjunto de la economía mundial. Ese aspecto está implícito y expuesto en sus rasgos fundamentales en lo que desarrollaremos, sin embargo, queremos enfocar la atención en un aspecto particular del problema: el papel que ha jugado históricamente la burguesía nacional, como clase económicamente dominante al interior de nuestra formación social, y como esa “variable constante” de los sucesivos esquemas y promesas de “desarrollo”.
En el siglo pasado, la producción teórica nacional en general, y en particular desde el marxismo, dedicó importantes investigaciones y elaboraciones para pensar estas cuestiones, en cambio, el siglo que corre acusa un evidente abandono de estas reflexiones, las cuales son absolutamente necesarias para pensar el futuro del pueblo venezolano y, más aun, si se trata de quienes aspiramos un cambio verdaderamente revolucionario.
La cuestión del ahorro nacional y el desarrollo
Para explicar las causas del “subdesarrollo” de los países latinoamericanos, comúnmente los economistas del orden acudían –y aún hoy– a la idea de la “insuficiencia del ahorro nacional”, tomada de las explicaciones que algunos clásicos de la economía burguesa daban al obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas en las sociedades europeas que se encontraban en el trance entre la economía feudal y el desarrollo capitalista.
Ciertamente, la capacidad o no para generar excedente ha sido históricamente un indicador, quizás el más determinante, sobre la vigorosidad o no de un sistema económico y las consecuentes posibilidades de abrir paso al progreso social. Sin embargo, entre la generación del excedente y su utilización en clave progresiva median las relaciones concretas en que se produce (y distribuye) el mismo, es decir, las relaciones de clase o relaciones de producción, tanto al interior de las formaciones sociales como en su interacción con la economía mundial. En nuestro caso, es la distancia para que el excedente, de ahorro potencial pasase a ahorro real de la nación y para que, además, el mismo se transformara en aumento de la acumulación nacional y el desarrollo económico.
El excedente en la Venezuela agraria previa a la explotación petrolera
Como es sabido, antes de la explotación del petróleo el sector más dinámico de la economía nacional es su agricultura, que con la producción y exportación de productos bandera como el café y el cacao generaban lo fundamental del excedente nacional, un plusvalor que, sin embargo, no sirvió de base a un desarrollo superior de la economía. En su clásica y exhaustiva investigación sobre la economía nacional plasmada en Capital y desarrollo, en el volumen dedicado al período que precede a la era petrolera, Domingo Alberto Rangel expone ampliamente las condiciones que determinaron esta realidad [1].
De manera similar a como en los siglos XVI y XVII los colonialistas europeos se instalaron en los deltas y puertos de Asia para monopolizar su comercio exterior, apropiándose así del excedente del comercio de exportación de estos pueblos, la Venezuela independizada vivió también esa suerte de “invasión”. “En nuestros puertos más importantes se instalaron agencias, representaciones o comanditas de intereses alemanes, ingleses y franceses fundamentalmente”, las famosas casas comerciales. Sin embargo, como a diferencia de aquellos siglos, en el XIX estos comerciantes –avanzada de los capitales europeos en nuestro territorio¬– requerían para satisfacer la demanda una mayor regularidad en el suministro de los productos, no se limitaron a la compra de las cosechas sino que se doblaron también en banqueros, incursionando en el financiamiento de las mismas. De esta manera, una parte sustancial del excedente generado en el país le era sustraído por este capital foráneo.
El excedente que se generaba en la agricultura local no concurría hacia la manufactura sino, preferentemente, hacia el comercio. La década que precede a la irrupción del petróleo ofrece datos elocuentes. En 1910 los beneficios comerciales representaban un 45% del ahorro nacional total, en 1914 y 1917 más del 50% y en 1920 superan el 70% del total; el Censo Económico de 1912 revelaba que el comercio acumulaba capital casi al mismo nivel que la agricultura y cuatro veces superior al de la industria [2]. Un capital comercial-financista que, a su vez, estaba en su mayoría en manos extranjeras: el 80% de ese capital correspondía a las casas exportadoras de café y cacao “ligadas al exterior por nexos de sociedad, dependencia o nacionalidad de sus factores” [3].
Las inversiones reproductivas son un indicador de en qué medida el excedente logrado en la economía es empleado para potenciar el desarrollo económico, se dedica a actividades improductivas, o simplemente se despilfarra. La realidad de esa etapa se puede ejemplificar en los datos disponibles de 1910 y 1914: en el primero, mientras casi 48 millones de bolívares se conformaban en hipotecas, aumentos de inventarios, servicios de la deuda pública y saldos en oro, solo 25 millones fueron a inversiones reproductivas; en el segundo, 36 millones fueron a inversiones reproductivas en tanto 72 millones a los otros conceptos. “Hay, en el campo de la acumulación [en ese período], un fenómeno estructural que no puede soslayarse… el ahorro excedía grandemente las inversiones” [4].
Es lo que Domingo Alberto llama la esterilización del excedente: mientras que en el momento del tránsito del mercantilismo al capitalismo en Europa, los mercaderes se transformaron hacia la manufactura, para dar respuesta a una demanda cada más amplia, empleando así una parte importante del excedente, aquí en cambio el excedente agrícola iba al sector comercial y allí moría su ciclo virtuoso.
Las ganancias del sector comercial exportador iniciaban con la parte de la plusvalía que arrancaba al sector agrícola que acudía al mercado internacional y concluía con la venta en territorio nacional de las mercancías traídas del exterior, mercancías dirigidas a menudo a satisfacer el selecto consumo de las clases pudientes de las ciudades. Cerrado ese ciclo, el comerciante acudía a colocar su excedente en… nuevas mercancías. En el caso de la demanda interna más general, dado lo muy incipiente de la industria local, esta se satisfacía en buena medida con productos del exterior. De manera que los excedentes de nuestra agricultura beneficiaban no al desarrollo de la industria nacional sino a la manufactura extranjera que proveía el mercado nacional, así como a la burguesía comercial (la local y la foránea) que se llevaba “la parte del león”.
“Aquel capitalismo –dice D.A.R.– irradiaba sus excedentes desde la agricultura, los retenía en el comercio [una parte gruesa del cual estaba en manos extranjeras] y los distribuía en ramas parasitarias o en un consumo conspicuo”. Explica que un coeficiente de ahorro de 13 puntos (como porcentaje del Producto Territorial Bruto), promedio anual que ostentó la economía en 1910-1919 [5], la década precedente al inicio de la explotación petrolera y la llegada masiva de inversiones extranjera, era un nivel de ahorro nacional suficiente como para acometer las tareas que implicaría un mayor nivel de desarrollo económico, dados el tamaño y los requerimientos en ese sentido de la economía nacional [6]. La economía agraria generaba los excedentes suficientes como para “trocar la cantidad en calidad”, si su organización estructural (es decir, las relaciones de producción/propiedad) y su posición en la división internacional del trabajo hubieran sido otras. Por tanto:
“Si la economía venezolana no se desenvolvió más, la fuente de tal insuficiencia no hay que imputarla a las fallas del ahorro sino a la estructura histórica y a las relaciones internacionales que creaban para Venezuela la situación del subdesarrollo” [7].
El límite a un cauce de mayor desarrollo nacional en esta etapa estuvo dado por las “contradicciones entre fuerzas productivas y relaciones de producción”, es decir, entre el desarrollo alcanzado por las capacidades productivas y los intereses de las clases que ostentaban la propiedad y el control del proceso económico, y por la “directrices deformantes originadas en el exterior”. Para avanzar, se requería tanto romper ese status quo de clases como conquistar la plena independencia.
La dependencia y el “ahorro nacional” en la Venezuela petrolera
Con el advenimiento de la era petrolera se profundizan estas “taras” de la economía nacional que conspiran para mantener la dependencia y el atraso. El cuadro más general que no debe perderse de vista es este:
“Cuando Venezuela ve rayar el siglo XX existía, consolidado y poderoso, un sistema mundial que señoreaban desde las atalayas de su prosperidad cinco o seis naciones de Europa y Norteamérica. El imperialismo –nombre científico que lleva ese sistema– había integrado al planeta en sus redes económicas. Ningún país por primitivo que fuese era ajeno a aquella realidad (…) Esa peculiar posición de las naciones engarzadas en el sistema por el imperativo pulso de las metrópolis dejaba su huella en las más variadas manifestaciones de su vida económica” [8].
En ese sentido, no podemos dejar de recordar que el siglo XX venezolano se inaugura con la reafirmación, a fuego limpio –literalmente–, del estatus que le imponían al país las potencias: los acreedores de la deuda pública externa reclamaban un monto cinco veces superior al que reconocía el Estado venezolano, luego de años de restricciones severas en el presupuesto nacional e infructuosos intentos de negociación, amanecimos un día con un artero ataque conjunto de las armadas imperiales de Inglaterra, Alemania e Italia bombardeando los principales puertos del país y estableciendo un bloqueo naval durante dos meses, hasta que el país accedió [9]. Así le marcaron el terreno al país al inicio de ese siglo.
Dicho esto, comencemos por una cuestión elemental: el desarrollo de la economía petrolera no obedece a una necesidad interna de la economía venezolana sino a las necesidades de las economías que hacen aquí sus inversiones, los objetivos son ajenos al país. Las petroleras son la vanguardia del capital imperialista en nuestro territorio. Así mismo, en tanto que en el período previo la dominación foránea se ejercía monopolizando el comercio exterior y “dirigiendo por control remoto” –mediante el crédito– la producción agrícola orientada al comercio internacional, llegando solo a “la epidermis” del país (en palabras de D.A.R.), dejando sin mayores alteraciones el resto del aparato productivo nacional, el petróleo significó la incursión de los capitales imperialistas en lo más hondo de la economía nacional, tomando directamente en sus manos la producción del que sería el centro de la vida económica del país y alterando drásticamente la morfología económica y social, organizándola cada vez más a su medida.
La explotación del petróleo es una actividad para la cual el país no contaba con el capital, la tecnología ni la mano de obra calificada para acometer, marcándose también en esto una total alienación del país con relación a la misma, imponiéndosele necesidades desde fuera, como por ejemplo el convertirse en una economía cada vez más volcada a la exportación (y monoproductora). Mientras en la etapa agraria los coeficientes de exportación (la parte de la producción que se exporta) no excedieron en promedio el 25%, la etapa petrolera arrojó coeficientes por encima del 50%.
Así, en esta nueva época el salto enorme en las inversiones extranjeras implicó al mismo tiempo un salto en el saqueo de los recursos naturales y la transferencia al exterior del excedente económico. A mediados de los 30’s, década y media después de iniciadas las inversiones petroleras, se denunciaba que de cada 12 bolívares que se exportaban, 11 iban a manos extranjeras. Si se toman los datos del período que va entre 1947 y 1960, se observa que de las utilidades netas (una vez deducidas la depreciación, la amortización y el agotamiento del recurso natural), solo una quinta parte se empleó en reinversión en el país, mientras que el 80% restante de ese excedente fue transferido al exterior [10]. “Nadie podrá negar –decía Malavé Mata– que Venezuela ha estado financiando a Estados Unidos, Inglaterra y Holanda”.
De cualquier manera, por las regalías que cobraba el Estado-terrateniente, hubo una hipertrofia de ingresos al país que pasaron a ser la base del nuevo patrón de acumulación nacional. La renta pública pasó a ser, de ahí en más, la base de la capitalización, la transferencia de renta pública hacia el sector privado se convirtió en la savia vital de la clase capitalista venezolana.
Durante toda una primera etapa, la industrialización seguía estando en pañales y subordinada, en todo sentido, al sector comercial y bancario. Este sector improductivo, asociado a las importaciones, se erigía en el principal beneficiario de los gastos del ingreso petrolero estatal y la renovada demanda interna asociada a la nueva dinámica económica [11] . Las compras del gobierno para el funcionamiento de la administración pública en expansión, el equipamiento y modernización del ejército nacional, productos e insumos para la construcción de las vías de penetración requeridas por la exploración petrolera y de la vialidad para el traslado de mercancías, la extensión de la salubridad, etc., eran una magnífica vía por la cual este sector obtenía, privilegiadamente con relación a los otros, porciones ingentes del nuevo excedente creado en el país. En un nivel mucho mayor que en la etapa previa, el negocio de este sector era cubrir la aumentada demanda nacional con la importación de productos manufacturados extranjeros, una vía ya permanente por la cual tanto la industria de los principales países capitalistas como la burguesía comercial y bancaria local, captan porciones de la plusvalía nacional, en detrimento de la industria criolla.
Sin embargo, por supuesto la industrialización no se quedó estancada en los mismos niveles de principios del siglo, aún así, siendo el comercio y la banca la expresión predominante del capital venezolano del período anterior, y siendo los principales beneficiarios también de la nueva etapa, el poco desarrollo manufacturero se realizó bajo la tutela de esos capitales y sus intereses que, seguían siendo primordialmente, la ganancia comercial y la usura.
“Otra forma indirecta de distribución [de la renta hacia el empresariado nacional] fue el financiamiento de empresas estatales de servicios para las industrias (electricidad, vialidad, riego) y el mantenimiento de un, muy bajo, nivel impositivo hacia adentro, lo que ha sido un subsidio considerable para la acumulación de capital privado [12]. Así como lo fueron también directamente los generosos créditos sostenidos por el ingreso estatal: en 1946, la Junta que derroca a Medina Angarita, con Betancourt a la cabeza, crea la Corporación Venezolana de Fomento (CVF) que consistía, básicamente, en un contubernio entre el gobierno y la recién creada corporación patronal (Fedecámaras) para transferir renta pública a lo más concentrado del capital comercial-bancario (y a lo poco que había de industria).
De tal suerte que, como destaca Asdrúbal Baptista –una de las referencias obligadas en la teorización del capitalismo rentista en el país–, al calor de la intermediación financiera del Estado, grandes facilidades para importar maquinarias y equipos (entre otras cosas, mediante la sobrevaluación del bolívar durante décadas), muy baja o inexistente carga impositiva (facilitada/subsidiada por la renta pública), y más adelante un marco regulatorio que en algunos tramos protegía la producción nacional, la acumulación nacional de capital vio favorecidas enormemente sus posibilidades [13]. “El proceso de acumulación de capital que entonces toma lugar en Venezuela en el período 1920-1980, exhibe unas características en verdad sorprendentes”: tomando como referencia varios de los principales países de desarrollo capitalista avanzado y otros de América Latina, entre 1920 y 1960 el ritmo de crecimiento de la acumulación de capital per cápita aquí duplicó por varias veces el de esos países; así mismo, entre 1925 y 1980 el PIB no rentístico se multiplicó 30 veces [14].
En ese contexto más general, la formación de capital tuvo sus momentos de apogeo. Entre 1945-1962 se mantuvieron altas tasas de inversión, llegando al promedio máximo de 26% entre 1950-1959. El período que le sigue, entre 1963-1978, fue “el lapso más prolongado e intenso de crecimiento ininterrumpido en la formación de capitales”: durante década y media la inversión bruta fija real se quintuplicó [15], con una tasa o coeficiente de inversión (inversión bruta fija sobre el producto territorial) promedio del 30%, alcanzando un cénit entre el ’74-’78 con un crecimiento de la inversión de un 24,5% anual y un coeficiente de 35,3%. Pero el ’78 fue, como se sabe, el punto de quiebre y, hasta ahora, de no retorno, en la debacle nacional.
Ahora bien, todos estos impresionantes datos no fueron en modo alguno sinónimo de un desarrollo cualitativo que permitiera siquiera alcanzar con satisfacción los primeros niveles de lo que el esquema del desarrollo capitalista prometía: la diversificación de la economía y la industrialización que permitiera garantizar con producción nacional el grueso de los bienes de consumo final.
Es importante ponderar el papel del capital privado nacional, así como la proporción de la distribución de ese capital entre los diversos sectores.
Si del período 1945-1962, el segundo de mayor auge, se excluye el sector primario-extractivista (petróleo y minas), se evidencia que el grueso de la inversión bruta fue realizada por el Estado [16], una inversión que, a su vez, en el lapso de mayor intensidad (la década del ‘50, bajo la dictadura perezjimenista), se concentró sobre todo en actividades no reproductivas, como la construcción civil –tanto edificaciones públicas y monumentos, como carreteras y autopistas. Como el Estado no pechaba la actividad no petrolera privada interna, no solo la construcción sino el mantenimiento de esa infraestructura recayó sobre los hombros de, por supuesto, el excedente petrolero. En general, el Estado desarrolló toda la infraestructura para la integración del mercado nacional, la circulación de mercancías y prestación de servicios, así como para el funcionamiento de la administración pública, todo lo cual redituaba en beneficios para el capital privado nacional, quien, sin embargo, no aportaba recursos para la causa.
En el excepcional período del ’63 al ’78, el sector manufacturero vive su momento de “gloria”, así como se da el punto más alto a que ha alcanzado la inversión de los capitalistas criollos. Entre 1968-1974 la inversión neta en la manufactura representó un 57,8% del total nacional, en tanto entre 1974-1978 trepó hasta un 71,9% del total. En el auge de los 70’s, la inversión privada acompaña a la estatal, aunque tiende a disminuir en proporción (del 68% que representó entre el ’63-’74 pasa al 61% en el ’74-78), lo que sin embargo no le resta pujanza: en ese período hay un importante crecimiento de la proporción que ocupa su inversión neta con relación a la bruta, pasado de ocupar un 52% en el primer subperíodo señalado, a un 71% entre el ’74-’78 [17]. Lo que evidencia “la fuerte intensidad del proceso de capitalización real del sector privado en la fase expansiva”.
Pero, como no todo lo que brilla es oro, veamos algunos otros aspectos. La inversión en Maquinaria y Equipos, que es un componente clave de la fase de industrialización y que vivió también entonces sus años de ascenso, significaba al mismo tiempo una fuerte erogación en el exterior, pues el componente importado de estos bienes de capital era de más del 90% (esto tiene otras consecuencias que tocaremos luego). Entre 1963-74 y 1974-78, el sector que más aumentó su participación proporcional en la Inversión Bruta Fija fue el de generación de Energía, Gas y Agua, doblando su proporción, pasando de 5 a 9,2% del total, un sector donde el peso claramente mayoritario es el capital público. Cuando se revisan los coeficientes de inversión por sector de ese período, los que experimentaron mayores ritmos de capitalización fueron (en este orden) Servicios financieros, Otras actividades –donde se incluyen los servicios, el comercio y la construcción residencial¬– y Petróleo-minería [18], es decir, grosso modo, los mismos sectores hegemónicos de toda la historia del capitalismo rentístico que mantiene al país en el atraso.
Una mención especial merece el caso de la agricultura. En este, el período de mayor inversión y acumulación en la historia del capitalismo nacional, el coeficiente de inversión agrícola fue el que menos creció (del ‘68-‘74 al ‘74-‘78), con un magro 7%, bastante alejado del promedio global, ubicado en 45%, y totalmente irrisorio con relación al de la banca, que encabezó el período con un 130%. Al mismo tiempo, su participación proporcional en las inversiones brutas fijas, lejos de aumentar, descendió estrepitosamente de un 11,2% a un pírrico 5,6%. Los “agentes económicos”, es decir, quienes tienen en sus manos el ahorro nacional susceptible de ser empleado en la agricultura, no lo hicieron.
Como se desprende ya de lo que venimos exponiendo –aunque lo desarrollaremos con más detalle en la segunda parte de estas entregas–, las más elementales conveniencias de ganancia y rendimiento del capital de las clases propietarias locales, estuvieron en el centro de que los recursos de la economía nacional se orientaran en uno u otro sentido, y del colapso que sucedió en la etapa “floreciente”.
Conviene no cerrar la exposición de este apartado sin hacer una precisión más sobre la relación del país con el capitalismo mundial y, en particular, con los pulpos petroleros. En términos de la división internacional del trabajo que delineó la época imperialista del capitalismo, Venezuela era “un pozo de petróleo”, un proveedor seguro de materia prima y energía barata para la economía de las potencias capitalistas, así como (luego) comprador de sus bienes industriales y receptor de sus inversiones de capital que no encontraban ya espacio en su mercado interno o conseguían aquí mejor rendimiento que en otras áreas del mundo. Esa relación en general era, en concreto, casi monopolizada por una sola superpotencia: las cifras del intercambio comercial muestran que durante buena parte de este período los EE.UU. compraban el 50% de nuestras exportaciones y nos proveían más de la mitad de las importaciones [19].
En ese esquema, donde la naturaleza de las inversiones petroleras era alógena a nuestra economía, estas tenían un carácter más de “inversiones geográficas” que “de desarrollo” [20], son “aplicaciones de capital” en el exterior cuyo efecto multiplicador, en términos de desarrollo económico-industrial, no es en los países receptores sino en los exportadores de capital. Llevan implícita la transferencia sistemática y continua de enormes proporciones del excedente económico nacional hacia esos países, una sustracción directa del (posible) ahorro nacional. La proporción entre transferencias al exterior y reinversión es elocuente. Por demás, buena parte de las reinversiones la constituían ampliación de sus propias operaciones y adquisición de equipos importados de las industrias de sus propios países (es decir, ni siquiera la pequeña porción que se reinvertía redundaba al desarrollo industrial local). Una “economía de enclave” donde incluso los importantes avances técnicos y de productividad no tenían ninguna integración con propósitos de desarrollo de la economía nacional, sino con las necesidades del capital imperialista incrustado en nuestro territorio.
De manera que, en todo este período –que incluyó la “nacionalización del petróleo” (y del hierro) a mediados de los 70’s–, la conclusión es similar a la del período agrario que antecedió al petróleo: la imposibilidad del desarrollo nacional no estuvo dada por alguna “insuficiencia del ahorro nacional”, sino por la configuración de las relaciones de propiedad internas (capitalistas) y por la marcada inserción subordinada y dependiente en los circuitos del capitalismo mundial.
Cuatro décadas de “huelga de inversiones”. Una historia de fuga del “ahorro nacional” y descapitalización.
Luego que las diferentes ramas de la burguesía venezolana –unas más que otras, claro está– se beneficiaran durante largas décadas de las ingentes transferencias de renta pública, sobrevino el colapso de las contradicciones propias de ese capitalismo dependiente cuya expresión histórico-concreta ha sido el rentismo, y entramos desde el ‘78 en una etapa de drástica caída de la inversión privada y de la formación de capitales que se prolonga hasta nuestros días.
Entre 1978 y 1985 la Inversión Bruta Fija (IBF) cayó en un drástico 58%, mientras entre el ’74 y el ’78 había crecido a una tasa anual de 21,6%, decreciendo a una tasa anual de -13,6%. Como proporción del Producto Territorial Bruto (PTB) pasó del 42,7 a solo el 20%. Un PTB que, a su vez, acusó una pérdida neta de 5.287 millones de Bs., en contraste con el incremento neto de 15.644 millones que obtuvo del ’74 al ’78. En este período las empresas privadas pasaron a responder solo por el 45% de la IBF, el nivel más bajo de que se tuviera información estadística [21].
En medio de la brusca e ininterrumpida caída de la formación de capital que se inició por entonces, fueron, en términos generales, los sectores extractivos y no productivos en donde se reconcentró el capital –y en la fuga, como veremos–. El sector de la construcción de viviendas no experimentó mayor disminución en su proporción en el total de las IBF, en la industria petrolera y en el sector bancario no hay baja significativa del coeficiente de inversión, de hecho, el sector Petróleo-Minería aumentó su participación en el total de la IBF, así como también lo hicieron Electricidad, Gas y Agua, y Transporte y Comunicaciones. La fase contractiva estuvo así “acompañada por un importante esfuerzo inversionista acometido por el Estado”, no así, claro está, el capital privado. Del 13,6% que ocupó la Manufactura en la IBF entre (1963-74), cayó estrepitosamente en 1978-85 al 4,6%. La agricultura, cuya porción en la IBF había disminuido la mitad de su peso aún en el auge de acumulación de capital previo, siguió descendiendo hasta ocupar apenas un 4,4% del total.
De tal suerte que en la fase contractiva se observa disminución de la inversión privada particularmente en “los más importantes sectores de la producción material: la agricultura y la industria manufacturera”, correlativamente a lo cual aumentaron proporcionalmente su peso las inversiones en los servicios, la construcción de viviendas (para venta o alquiler) y las finanzas… ¡la cabra siempre coge pa’l monte!
Ahora bien, en medio de la desgracia nacional, se produjo un nuevo salto en la sustracción del excedente por parte de nuestra improductiva y parasitaria burguesía. A la par que el país aumentaba su endeudamiento externo, aumentaba también la fuga de plata por parte de los capitalistas nacionales: entre 1983-1988 ingresaron al país 86,7 millones de US$, pero se fugaron 90,1 millones US$. Fue tan pérfido, tan antinacional este comportamiento, que Lusinchi –adeco y nada sospechoso de ser marxista– llegó a amenazar: “traen los dólares o expropio” (por supuesto no pasó del verbo encendido).
Ante la caída de los ingresos petroleros el gobierno instaura en el ’83 el control de cambio ¬–el famoso "Régimen de Cambio Diferencial" (RECADI)–, sin embargo, en los meses previos al control se fueron del país 20 mil millones de US$ [22]. Como explicaba diáfanamente Miguel Rodríguez en una muy ilustrativa y reveladora conferencia sobre el origen de la deuda pública externa de los 80’s: “en el año 82 se hace un traspaso masivo de esos activos en dólares del sector público al sector privado de la economía, en ese proceso (…) se traspasan unos veinte mil millones de dólares de activos públicos en dólares al sector privado de la economía que los coloca en el exterior” [23]. Y aún después, ya bajo el RECADI se denunciaban las triquiñuelas por las cuales los más diversos “enchufados” de entonces se apropiaban de los 50 mil millones US$ que pasaron por allí entre febrero del ’83 y febrero del ’89“ [24].
Miguel Rodríguez explica cómo el origen el endeudamiento público externo que terminó de estrangular la economía y conducir al colapso de finales de los 80’s, no tuvo su origen, estrictamente, en una necesidad del país: las necesidades se hubiesen podido cubrir con deuda local si los agentes financieros nacionales (privados) hubiesen retenido en el país los ingentes recursos que enviaron al exterior, lo que no ocurrió, “obligando” así a recurrir al crédito del capital financiero internacional, una deuda externa de la que, a su vez, el principal beneficiario fue el sector privado que fugó los capitales: luego del enorme proceso de endeudamiento, el 77% de los activos en el exterior estaban en manos del capital privado“ [25]. La deuda contraída fue utilizada para financiar la salida de capital privado al exterior.
No estaría completo este cuadro si no diéramos cuenta de que, como demuestra Valecillos, las tasas de ganancia ente el período expansivo (’68-’78) y el contractivo (’78-’85) no difieren mucho. De acuerdo con las cifras disponibles del ahorro y la inversión, “no es posible deducir (…) una relación causal que permita hacer depender a la caída de la inversión de la baja sostenida del ahorro neto de las empresas”, al contrario: “El alto y persistente nivel de ganancias del sector privado demuestra de pasada que las limitaciones de la formación de capitales que afectan a este sector no radican en una insuficiencia ostensible y crónica del ahorro que logra acumular” [26].
Como se sabe, la caída de la inversión de los capitalistas venezolanos en el país nunca se recuperó de allí en más, ni siquiera en la nueva bonanza petrolera que hubo bajo el chavismo, muy al contrario, al tiempo que se mantiene ya por cuarenta años esa “huelga de inversiones”, operó un nuevo episodio de brutal saqueo de la renta petrolera pública mediante la descomunal fuga de capitales. Aunque este período lo trataremos en la segunda entrega, así como los límites insuperables de las promesas de desarrollo capitalista, es posible ya hacerse una idea del comportamiento que histórica y “genéticamente” ha tenido la clase capitalista venezolana.
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